“…Terquedades será una tribuna de doctrina” (C. Ricot)
Julián Domínguez, Presidente de la Cámara de Diputados de la Nación, sostuvo algo muy inteligente hace unos días. Dijo: “Daniel Scioli no me representa para [la candidatura presidencial en] el 2015; prefiero a un candidato que tenga unidad básica, militancia y experiencia en la pelea política”, en relación al que probablemente sea el peor gobernador legítimamente electo de la Provincia de Buenos Aires en toda su historia.
Pocos días antes, Domínguez había declarado públicamente la necesidad de “volver a repensar la Argentina, repensar si la capital política argentina debe estar en Buenos Aires o en el norte argentino. Estoy convencido que este modelo de Estado fue concebido hace 200 años con su capital en el puerto y los países que tienen proyectos grandes no tienen sus capitales en los puertos, solo las colonias”. Esta declaración de Domínguez no tuvo repercusión en el ámbito político (de hecho, ni siquiera es fácil encontrarla en su propia Web oficial, como tampoco sus opiniones sobre el gobernador bonaerense), pero disparó algunas interesantes reflexiones técnicas, como por ejemplo las de Fabio Quetglas y Héctor Zajac en Clarín.

La última propuesta concreta de un traslado de la Capital argentina (a su vez, la única desde la instalación manu militari de esta en Buenos Aires) fue la de Raúl Alfonsín en 1986; tan concreta que derivó en una Ley (nunca derogada) que establece la localización de un nuevo Distrito Federal en el área de Viedma y Carmen de Patagones, en el Sur patagónico. Mirada a la distancia, la iniciativa de Alfonsín parece obedecer a un intento de generar una idea fuerza de la misma potencia política que la denuncia del pacto militar – sindical en 1983, el acuerdo limítrofe con Chile en 1984 o el Plan Austral de 1985. La crisis económica y la derrota electoral de 1987 dieron por tierra con esta iniciativa, sin que al menos se hubiera generado un debate intelectual o político sobre la cuestión.
Como señala Quetglas en su nota, si algo tiene de oportuno volver a poner en discusión el traslado de la capital es que nos obligaría a discutir nuestro orden territorial; algo parecido señala Zajac: “Debatir el traslado de la capital es siempre rico: una ciudad no es un ente aislado, debe entenderse en relación al territorio de afectación o de influencia. A su vez el modo de articulación de estos territorios con el resto del país y el escenario geopolítico global les confiere una función y jerarquía en torno a la cual se organizan, definiendo espacios hegemónicos y subalternos. Por lo que discutir el traslado de la capital lleva siempre a interpelarnos primeramente por el modelo de nación, su potencial y sus carencias, su modo de inserción en el mundo”.
El problema es que la propuesta de Domínguez no parece tener la entidad política ni los consensos necesarios como para habilitar esa necesaria discusión política territorial. No es claro que la Argentina necesite mudar su Capital, pero sí que le es imprescindible darse unas políticas territoriales. Para lo cual, obviamente, necesita antes discutir cuáles son sus problemas territoriales. El “desequilibrio” y la extrema “concentración” demográfica (señalados por Quetglas y Zajac) suelen aparecer como los problemas más evidentes, ¿pero cuánto hay de “sentido común” y cuanto de rigor científico en esta percepción? ¿Por qué una primacía tan fuerte como la de Buenos Aires (que también es la de Santiago o la de Montevideo) es una debilidad de nuestra estructura territorial frente a esquemas más “equilibrados” de rango y posición de ciudades, como los de Brasil, Colombia y Venezuela? ¿Por qué los patrones de distribución demográfica de Australia, Canadá, Francia e incluso Estados Unidos soportan unos “desequilibrios” tan evidentes sin mayor escándalo, mientras que los de la Argentina son considerados la causa de nuestros problemas?
Y además, ¿cuáles serían las ventajas de un reparto más “equilibrado” de la población en el territorio? No estoy diciendo que no las haya, digo que deberíamos definirlas… Y en todo caso, si encontráramos esas ventajas deberíamos pensar si las funciones de capitalidad contribuirían realmente a ese mejor “equilibrio”. ¿No sería más lógico y más sencillo promover una mayor generación de empleo en los sitios que generan valor en la economía pero siguen expulsando población activa? Y aún cuando encontráramos el modo de hacerlo, ¿quién nos asegura que eso alterará inercias demográficas que llevan más de un siglo de conformación?

Pensar el territorio argentino no es tarea sencilla, como tampoco pensar su demografía. No hace demasiado tiempo en términos históricos, un dirigente empresarial sostenía que el país se bastaba con un habitante cada cuatro vacas… Y un intelectual de la talla de Sarmiento podía sostener alegremente que “el mal que afecta a la Argentina es su extensión” (más razonable fue su posterior utopía de las “cien Chivilcoy”). A dos siglos de distancia, la tarea sigue pendiente.
MLT
Sobre la “cuestión Capital” en la Argentina, ver también en café de las ciudades:
Número 80 | Política de las ciudades (II)
Democracia y ciudad | Raúl Fernández Wagner analiza 25 años de procesos y políticas urbanas en la Argentina | Marcelo Corti
Número 127 | Arquitectura y Política de las ciudades
Palacios sin reyes | Claudia Shmidt: Arquitectura pública para la “capital permanente”, Buenos Aires 1880-1890 | Marcelo Corti
Ver en Clarín las notas ¿Trasladar la capital es banal y faraónico?, de Fabio Quetglas, y Trasladar la capital, discutir la nación, de Héctor Zajac.
Una reflexión en curso sobre el territorio argentino, el PET:
Número 66 | Planes y Política de las Ciudades (II)
El Plan Estratégico Territorial y la construcción de la Argentina deseada | La búsqueda de consensos para el despliegue territorial de la inversión pública | Marcelo Corti
Terquedades anteriores:
Presentación editorial (número 65)
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Terquedad de las villas y los funcionarios
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Terquedad de las Guías (los itinerarios de Eternautas y la ciudad bizarra de Daniel Riera)
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Nueva Terquedad del suelo, entre la academia y la política
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