A los de Bulnes
N. de la R.: El texto de esta nota corresponde a la presentación que nuestro corresponsal en Buenos Aires realiza al Concurso de ByMPUs 2007 de café de las ciudades. Por su extensión y por sus conceptos, la superioridad editorial ha considerado oportuna su publicación como nota autónoma.
Felizmente, no nos debemos a una sola tradición: podemos aspirar a todas.
Jorge Luís Borges

La banalidad de algunas de las torres que se están construyendo en Puerto Madero hace más evidente la calidad urbana del gran rascacielos de Buenos Aires: el edificio Kavanagh, frente a la Plaza San Martín. Han pasado 70 años desde su construcción; una feliz coincidencia aunó la voluntad rentística de una señora de la oligarquía argentina, doña Corina Kavanagh, la habilidad eclecticista del estudio de arquitectura Sánchez, Lagos y De la Torre, y un terreno excepcional (en el borde entre la cuadrícula fundacional de la ciudad y la barranca costera que sacude la llana monotonía pampeana). El edificio fue por varios años el más alto del mundo entre los construidos en hormigón armado, y es hoy uno de los más caros de la ciudad. Prescindiré de estos récords mundanos para centrarme en lo que considero su cualidad excepcional: la adecuación al contexto geográfico y urbano desde la interpretación particular de una tipología arquitectónica.

El predio donde se asienta el Kavanagh tiene la forma de un triangulo alargado, resultado del desvío que la barranca costera le impone a la calle Florida y que hace a esta toparse en ángulo con San Martín, luego de correr paralelas a lo largo de todo el casco fundacional de la ciudad. La planta que los proyectistas pergeñaron se asemeja a una especie de máquina de forma simétrica, con dos estratos de planos retrancados entre sí en las fachadas sobre las respectivas calles, articuladas por una rótula de forma semicircular en la esquina. En elevación, el edificio presenta dos grandes retranqueos (que replican el juego de “bambalinas” de los planos de fachada); el primero de estos retranqueos se produce a la altura de los 37 metros que corresponde a la alineación de fachadas de los edificios circundantes (al menos, hasta la aparición de un par de molestas torres en la segunda mitad del siglo XX) y, en especial, del vecino edificio del Plaza Hotel.



De tal forma, nuestro rascacielos porteño presenta a grandes rasgos tres aproximaciones visuales: una, que corresponde a la llegada por el oeste desde la calle San Martín, donde el edificio se incorpora a la alineación y la textura propias de las calles del centro de Buenos Aires. Las dos restantes son las más conocidas y fotogénicas: desde la Plaza, el Kavanagh es un elegante telón de fondo que contiene el espacio público; en la actualidad, la profusa arboleda hace más discreto y elegante ese rol, que fuera más rotundo en los primeros años. Y desde el Bajo de Retiro, desde el Puerto, el Kavanagh es la proa de un extraño barco grisáceo hacia el río, o de la misma ciudad, si registramos el encastre del rascacielos al tejido urbano. En esta vista, el Kavanagh es también un eco ampliado de la barranca, la nostalgia de una topografía que Buenos Aires no tuvo (así como los pequeños retranqueos menores en los quiebres volumétricos del rascacielos replican y redundan en el motivo del escalonamiento; así como las torres del Santísimo Sacramento replican la verticalidad del rascacielos).


La resolución urbana del Kavanagh resulta tan contundente y eficaz que disimula la escasa atención brindada por sus proyectistas al nivel de ingreso en su interfase con la calle, o el descuido con que se resolvió el pasaje-buña de separación respecto al Plaza Hotel (e incluso, a la molesta invasión de aparatos split sobre sus fachadas). Versión criolla del rascacielos zigurath norteamericano, la simetría y la contención clasicista dotan sin embargo al Kavanagh de un vago aura europeísta extraño a la chúcara prepotencia de sus antecedentes neoyorquinos. La simetría (en cualquiera de las bisectrices del triangulo predial), la planta acomodada a las exigencias del edificio como conformador urbano, el severo remate en mansarda (todo lo contrario del asalto al cielo de los rascacielos de Raymond Hood y los dibujos de Hugh Ferris, e incluso de la atrevida referencia publicitaria al radiador en el Chrysler Building), reafirman la matriz cultural a la vez provinciana y refinada de la cultura conservadora argentina en la decadencia de la edad de oro agroexportadora.
MLT
Sobre el Edificio Kavanagh, ver también la nota de Adriana Irigoyen (fuente: Revista Summa+ Nº 251, 1988), reproducida en el sitio Web de la FADU – UBA.
Sobre la construcción en altura en Buenos Aires (y su decadencia), ver también en café de las ciudades:
Número 34 I Tendencias
La génesis de Torre Country I Una tipología antiurbana (II). I Mario L. Tercco
Número 33 I Tendencias
Los deseos imaginarios del comprador de Torre Country I Una tipología antiurbana (I) I Mario L. Tercco
Número 9 I Tendencias
La ciudad: de la caída del muro al 11-S (parte II) I La evolución en Buenos Aires. I Sergio Cano