Buenos Aires fue una fiesta en el Bicentenario de la Revolución de Mayo. La Ciudad recuperó el Teatro Colón y vibró con millones de personas en la 9 de Julio, en las Diagonales, en la Avenida y la Plaza de Mayo, en una celebración que alcanzó su esplendor con el desfile de Fuerza Bruta. Como pocas veces, la fiesta definió el carácter de ese centro porteño al que algunos denigran.
Todo eso fue hermoso y da esperanza, pero nos toca hablar de la resaca: amigos, amigas, el Cartel lo hizo de nuevo… El Cartel de Buenos Aires, que a él nos referimos, inauguró su nuevo orgullo: una pantalla de 567 m2 (“la más grande de América”, según chamuyan oficialmente sus responsables) enfrente mismo del Obelisco, en la entrada de la Diagonal Norte desde la Plaza de la República. Así, dos gigantescas pantallas de leds con transparencias, una sobre la ochava y otra sobre la 9 de Julio, agregarán la difusión de gaseosas a la matriz simbólica de la composición urbana más cargada de sentido en toda la Argentina: la red de avenidas que unen la Casa de Gobierno, la Pirámide de Mayo, el Congreso, la sede de la Justicia y el máximo símbolo de la Ciudad.
Esto es, obviamente, una barbaridad.
No soy historiador, no se en que momento ni quien decidió que una severa composición neoclásica monumental fuera relevada de sus funciones urbanísticas para asignarle el rol de un Times Square o un Ginza porteño. La Diagonal Norte aun se salva por ser “Arquitectura Especial”, en los términos del Código de Planeamiento Urbano, pero en las cuadras entre Perón y Lavalle se encuentra un catálogo de las más aberrantes transgresiones a la estética urbana. El tejido y el paisaje de la ciudad quedan agredidos por la extraña mezcla de edificios petisos que se “enrasan” con sus vecinos a través de carteles y de anuncios publicitarios que sobrepasan largamente la altura permitida de edificación.
El área expresa además las contradicciones de la política oficial contra el descontrol publicitario. No se entiende que la Ley de Publicidad Exterior haya avanzado en la erradicación de marquesinas (con algún exceso, como lo es la demolición de la galería del Edificio del Plata) pero aliente en cambio la tecnología “led” y la transformación de la Plaza de la República en Picadilly Circus. Como si las lucecitas de colores de las pantallas fueran necesarias para que la ciudad comunique.
No es, como se dijo en algún diario, un “cambio de cara al entorno del Obelisco” ni “un nuevo atractivo”, ni se trata de “vecinos modernos” que se agregan a la fiesta: es la capitulación del paisaje urbano de Buenos Aires ante Atacama y la Coca Cola.
Sobre el Cartel de Buenos Aires, ver en café de las ciudades el “premio” en el Concurso de Buenas y Malas Prácticas Urbanas 2004, la Terquedad del Cartel y la nota original en el número 12.
Ver la Ley 2936 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, que regula la publicidad exterior.
Terquedades anteriores:
Presentación editorial (número 65)
Terquedad de las clases medias (y sus críticos)
Terquedad de las villas y los funcionarios
Terquedad del Plan Urbano Ambiental
Terquedad de las Guías (los itinerarios de Eternautas y la ciudad bizarra de Daniel Riera)
Terquedad de las políticas urbanas
Terquedad de Puerto Madero y los paseos costeros
Terquedad del Fútbol (dePrimente)
Terquedad de los vecinos y los medios
Terquedad del gorilismo (y de las palabras)
Terquedad (optimista) del Riachuelo