Pocas cosas más occidentales que esas interpretaciones a la vez sagaces y neófitas de lo oriental. Un párrafo de Los Vagabundos del Dharma (1958), por ejemplo, relaciona la deriva alternativa de Jack Kerouac y la beat generation con la arquitectura de los “karensansui”, los jardines secos japoneses.
Hablamos un rato más de Han Shan y los poemas de las rocas y, cuando ya me iba, Rol Sturlason, un tipo alto, rubio y guapo llegó para discutir con él su viaje al Japón. A este Rol Srurlason le interesaba mucho el famoso jardín de piedras del monasterio de Shokoku-ji, en Kioto, que no es más que unos viejos cantos rodados situados de tal modo, al parecer de un modo estético y místico, que hace que todos los años vayan allí miles de turistas y monjes a contemplar las piedras en la arena y obtener la paz de espíritu. Jamás había conocido a personas tan serias y al tiempo inquietas. No volví a ver a Rol Sturlason; se fue a Japón poco después, pero no olvidé lo que dijo de las piedras a mi pregunta: «¿Y quién las colocó de ese modo tan maravilloso?».
Pero hay una forma definida, aunque misteriosa, en la disposición de las piedras. Sólo a través de la forma podremos comprender el vacío.
–No lo sabe nadie. Quizá un monje o unos monjes hace mucho. Pero hay una forma definida, aunque misteriosa, en la disposición de las piedras. Sólo a través de la forma podremos comprender el vacío.
Me enseñó una foto de los cantos rodados en la arena bien rastrillada; parecían islas en un mar que tenía ojos (los declives) y estaban rodeadas por el claustro del patio de un monasterio. Después me enseñó un diagrama de la disposición de las piedras con una proyección en silueta y me enseñó la lógica geométrica y todo lo demás, y mencionó la frase «individualidad solitaria» y llamó a las piedras «choques contra el espacio», todo haciendo referencia a algo relacionado con un koan que me interesaba menos que él y especialmente que el bueno de Japhy, que preparaba más té en el ruidoso hornillo de petróleo y nos ofreció una reverencia silenciosa casi oriental. Fue algo completamente diferente a la noche de lectura de poemas.
Foto: Patrick Vierthaler
Un cuarto de siglo más tarde, Ítalo Calvino refiere entre los silencios y viajes de su señor Palomar la historia del arriate de arena, a 4 o 5 kilómetros de Shokoku-ji.
Un pequeño patio cubierto de una arena blanca de grano grueso, casi de guijarros, rastrillada en surcos rectos paralelos o en círculos concéntricos, en torno a cinco grupos irregulares de guijos o peñas bajas. Este es uno de los monumentos más famosos de la civilización japonesa, el jardín de rocas y arena del templo Ryōan-ji de Kioto, imagen típica de la contemplación del absoluto que se puede alcanzar con los medios más simples y sin recurrir a conceptos expresables con palabras, según la enseñanza de los monjes Zen, la secta más espiritual del budismo. […] «Si absorbemos nuestra mirada interior en la visión de este jardín –explica el volante que se ofrece a los visitantes, en japonés y en inglés, firmado por el abad del templo– nos sentiremos despojados de la relatividad de nuestro yo individual, y la intuición del Yo absoluto nos llenará de serena maravilla, purificando nuestras mentes ofuscadas».
Podemos verlo como un cuadro enmarcado por las paredes del templo, o bien olvidar el marco y convencernos de que el mar de arena se extiende sin límites y cubre todo el mundo
«Podemos considerar el jardín de arena como un archipiélago de islas rocosas en la inmensidad del océano, o bien como cimas de altas montañas que emergen de un mar de nubes. Podemos verlo como un cuadro enmarcado por las paredes del templo, o bien olvidar el marco y convencernos de que el mar de arena se extiende sin límites y cubre todo el mundo».
Foto: Héctor García
Pero esa concentración zen se le hace imposible a Palomar…
Porque –habíamos olvidado decirlo– el señor Palomar está en la tarima, apretado, en medio de centenares de visitantes que lo empujan por todas partes, objetivos de cámaras fotográficas y de cine que se abren paso entre los codos, las rodillas, las orejas de la multitud, que encuadran las rocas y la arena desde todos los ángulos, iluminadas con luz natural o con flash.
Amontonado “en una multitud compacta que mira a través de sus mil ojos y recorre con sus mil pies el itinerario obligado de la visita turística”, Palomar duda de la eficacia del Zen. Pero Palomar evita las tentaciones de la indignación y la nostalgia de paraísos anteriores a la cultura de masas.
Prefiere meterse en un camino más difícil, tratar de aferrar lo que el jardín Zen le ofrece a la mirada en la única situación en que se lo puede mirar hoy, asomando el propio pescuezo entre los otros pescuezos. ¿Qué ve?
Prefiere meterse en un camino más difícil, tratar de aferrar lo que el jardín Zen le ofrece a la mirada en la única situación en que se lo puede mirar hoy, asomando el propio pescuezo entre los otros pescuezos. ¿Qué ve?
Ve a la especie humana en la era de los grandes números extendida en una multitud nivelada pero hecha siempre de individualidades distintas como ese mar de granitos de arena que sumerge la superficie del mundo. Ve que sin embargo el mundo sigue mostrando el dorso de pedernal de su naturaleza indiferente al destino de la humanidad, su dura sustancia irreductible a la asimilación humana…
Ve cómo las formas en que la arena humana se agrega tienden a disponerse según líneas de movimiento, dibujos que combinan regularidad y fluidez como las huellas rectilíneas o circulares de un rastrillo. Y entre una humanidad-arena y un mundo-roca se intuye una armonía posible como entre dos armonías no homogéneas: la de lo no humano en un equilibrio de formas que parece no responder a ningún diseño; la de la estructura humana que aspira a una racionalidad de composición geométrica o musical nunca definitiva…
Entre la intuición del vacío, el Yo absoluto y la racionalización de “dos armonías no homogéneas”, Kerouac y Calvino interpretan y enriquecen los significados de una operación filosófica y arquitectural. Actualmente, una búsqueda google de “jardín zen” remite a la típica entrada wikipédica y a un amplio surtido de ofertas e-comerciales de cuencos, miniaturas, ornamentos, terapias de autoayuda, memorabilias, plantas de interiores, tes multipropósito y hasta videojuegos, por nombrar solo algunas.
MLT
Foto de portada: entirelandscapes.space
El autor es corresponsal de café de las ciudades en Buenos Aires.
De Ítalo Calvino, ver también Cinco ciudades continuas. “Solo cambia el nombre del aeropuerto”, y Dorotea y Ottavia, en los números 47, 27 y 39, respectivamente, de café de las ciudades. Y por supuesto, leer y releer Las ciudades invisibles (1972); “El infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquél que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio”.