VUELTAS
¿Cuál es el peso del desconsuelo
en todas estas vueltas que me llevan de un lado a otro de la ciudad?
¿Qué manejo ingobernable de justificativos
tambalea ante la presencia de la desidia?
¿Tiene algún sentido
doblar a la derecha o a la izquierda, ir más rápido o más despacio?
No sé lo que hago, nunca lo supe.
Ella me decía que no lo tengo por qué saber.
Creo que no nos entendíamos.
Creo que por eso estábamos juntos.
“Nadie escucha”, me decía
mientras tomaba un té de naranja y yo intentaba mandar un fax.
“Nadie escucha al otro”, me dijo otra vez
con el río de fondo, subidos a unas mountain bike,
casi en la orilla de un deterioro propio,
pero, no sé por qué, ajeno.
La precariedad, de a poco, era nuestra zona en común.
Nos rozábamos con la misma indiferencia
con que las hojas esperan al viento.
No había ya en el otro nada de ese contagio,
de esa ceguera que nos atrapó y nos perdió en los cuerpos,
en el desatino voraz de lo inexplicable.
La inconsistencia había reanudado, otra vez, su marcha.
Sólo restaba dar con el momento adecuado
para que cada uno tomase su camino.
(del libro inédito EL LLANTO DE LOS TELÉFONOS)
BESOS
La gente anda dándose besos. Es la postal más cercana a lo que acomete un domingo por la madrugada, un amanecer cualquiera en una ciudad cualquiera. No hay otro modo de entrar en el nuevo día, que ese. Besos en la intemperie de la mañana por hacer. Baba infiltrándose en la retina del día. Gente que a los besos sacia su persistente debilidad por el ruido. El beso, la magnitud de resarcimiento que propaga, recompone la deshilachada voracidad de la espera. Un beso, un único beso que son muchos besos, filtra como la luz en las rendijas de la ventana, un manto tenue de iridiscencia, un serpenteo en la piel virgen. En el medio, el silencio del roce va congelando las imágenes, hasta producir cataratas de estallidos abortados. Lo inconfesable es la irrupción suicida de ese abrasador llanto del silencio, la estridencia somnífera de su crueldad irreversible. En la madrugada del domingo, los besos se sientan en cada esquina a espiar el infatigable sobresalto que los acosa. Los besos, un montón de besos que es un único beso, se transforman en la anestesia ideal para el chirriar irascible de los pájaros. No hay rodeo que valga, ni vaguedad que obstaculice, la llamarada incandescente de un criterio tomado por lo inasible: es el gorgoteo de un lenguaje confuso, la revisión petrificada de una felicidad esperada. Es el lenguaje de las pupilas ardientes, es el fogonazo intraducible de su dicha. Los besos someten a la espontaneidad al espanto de su fugaz reflejo, intentan desbaratar una operación aniquilosada y pertrecha.
(de la serie CAUTIVANTES FRONTERAS)
EL CiELO DE LA PANAMERiCANA
He pasado tardes que caían
yendo hacia el oeste,
olvidando por completo
que manejaba un auto.
Tardes que me llevaban al cielo.
Casi un despertar
en boca de la tarde.
Y después volvía:
el cielo me perdía en el asfalto.
Apagaba las luces
y un color demasiado fiel
a la explosión
me guiaba.
(de su único libro editado SWEET HOME PANAMERICANA)
GAN
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