Consulta banal: ¿los patitos en la cabeza son una moda mileista, o tienen otra significación, o simplemente es una boludez? Ese mensaje llegó a uno de mis grupos de WhatsApp. No le había dado mucha importancia al tema, fue una elección casi intencionada no hacerlo. En este contexto, hay fenómenos que, por las dudas y por aturdimiento, prefiero no mirar mucho. Sin embargo, los patitos giraban sin mucho criterio en conversaciones fragmentarias y recurrentes a lo largo de las últimas semanas. Si bien tengo una tendencia de jerarquizar algunos temas sociales por sobre otros (la famosa pregunta sociológica de la relevancia), en este caso el mensaje me invitó a pensar rápidamente algunas reflexiones. Vamos a las partes y al todo.
1. La dimensión estética
El plástico, los colores chillones, los animales simpáticos, tiernos e infantiles, suelen estar asociados con lo “otaku”, es decir, la influencia de la animación japonesa. Hay un humor liviano e inocente en este tipo de expresiones, que muchas veces está contrastada con el terror perverso propio de algunos animé. Los patitos bailan en esa línea. Si fuera un fenómeno infantil no habría tanto revuelo, lo que llama la atención es la elección adulta o adolescente de utilizarlos. Los fundamentos basados en el “porque sí”, la huida de la racionalidad como modelo de explicación, parece ser hoy un clima de época. La estética banal ultramediatizada corresponde también al absurdo, a veces tierno, a veces un tanto macabro. El juego del payaso y el bufón representan también eso: la irracionalidad y el juego se tironea entre la dulzura y la inocencia, por un lado, y la perversidad y la locura (entendida como desorden de sentido), por el otro. Walter Benjamin (2017) explica que, en la modernidad, el arte como ritual se desliza hacia el arte como exhibición. Los patitos son porque se exhiben, y la capacidad de exhibición depende de la capacidad de traslado. ¿Cómo llegan los patitos a las manos de los cientos de personas que los venden, y los miles de personas que los compran?
Fuente: CEDOC
El juego del payaso y el bufón representan también eso: la irracionalidad y el juego se tironea entre la dulzura y la inocencia, por un lado, y la perversidad y la locura (entendida como desorden de sentido), por el otro.
2. La dimensión económica/espacial
El 45% de la población ocupada en Argentina trabaja en condiciones informales, es decir, sin regulación laboral legal (Salva, Fachal y Robles, 2018). La compra y venta de los patitos ocurre en la calle, son personas que ofrecen el producto en lugares con alto nivel de circulación peatonal. Pero eso es solo lo visible, el momento del intercambio de la mercancía. ¿Dónde se fabrican?, ¿quiénes lo fabrican?, ¿cómo se distribuye y llega a las manos de las personas que luego lo comercializan? Las respuestas a estas preguntas se encuentran, probablemente, dentro de las ramas productivas más dinámicas del neoliberalismo actual.
Permitiendo un uso espontáneo del concepto de Sassen (2007), el fenómeno de los patitos puede inscribirse en un caso de localización de lo global. Solo esta semana, caminando por las calles de Córdoba, vi patitos piratas con el escudo de Club Atlético Belgrano y patitos feministas con el pañuelo del aborto en la marcha Ni Una Menos del 3J. Mercancías globales con identidades locales.
3. La dimensión política
A primera vista, no pareciera haber una relación directa de los patitos con Milei. Estoy convencida que una buena parte de quienes los compran y los venden no tienen nada que ver con el gobierno nacional. Sin embargo, es un poco inevitable vincular el relato del outsider y las tendencias tiktokeras con este producto kitsch. Hay un parecido de familia entre la reivindicación estética de la ironía y el absurdo con algunos principios discursivos del actual gobierno de turno. Sin ir más lejos, una diputada mendocina de La Libertad Avanza fue con un patito abrochado en el pelo al Congreso, en donde se debatía la creación del Registro Nacional de Datos Genéticos vinculados a delitos contra la integridad sexual. El gesto alegre y simpático, en ese contexto, es el rostro del horror. Es la banalidad del mal. Es utilizar la ironía como un prisma que distorsiona todo, hasta aquello que parece intocable y merecedor de respeto, como el tratamiento legislativo de temas vinculados a las agresiones sexuales.
Solo esta semana, caminando por las calles de Córdoba, vi patitos piratas con el escudo de Club Atlético Belgrano y patitos feministas con el pañuelo del aborto en la marcha Ni Una Menos del 3J. Mercancías globales con identidades locales.
Fuente: monterizos.com.ar
Sabemos perfectamente que nadie se explica por fuera de algún tipo de racionalidad. Nada, ni siquiera una moda masiva, se autofundamenta en el “porque sí”. Pero cuando la ultraderecha actúa como su propia sátira, te encontrás a vos misma despotricando contra un juguete con forma de pato. Mejor volver a las explicaciones sociológicas para sistematizar y explicar los sentidos. Y, sobre todo, no regalarles nunca el juego ni la alegría.
JG
La autora es tesista en la Licenciatura en Sociología de la Universidad Nacional de Córdoba. Es directora de la Revista Disputas y revisora editorial en café de las ciudades.
Referencias
Benjamin, Walter. (2017). La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. La marca editora.
Sassen, Saskia. (2007). Una sociología de la globalización. Katz.
Salvia, Agustín, Fachal, María Noel y Robles, Ramiro (2018). Estructura social del trabajo. En Piovani, Juan Ignacio y Salvia, Agustín, La Argentina en el siglo XXI, cómo somos, vivimos y convivimos en una sociedad desigual. Siglo veintiuno editores.