Volviendo a Hegel y su Estética, son cinco las artes que el ilustre alemán considera dignas de su análisis. Dos de ellas, la escultura y la pintura, ponen casi exclusivamente en juego el sentido de la vista (aunque, claro, la escultura podría tener una lectura táctil). La música es obviamente auditiva (aunque hay belleza visual en la notación) y la poesía también, aunque habría que discutir si se puede considerar auditivo el repiqueteo de la lectura silenciosa en nuestro cerebro. La arquitectura, finalmente, participa en mayor o menor medida de los cinco sentidos que las ciencias de la percepción física reconocen. Por economía narrativa, ejemplificaré con su instancia cívica, la arquitectura de la ciudad, por ser precisamente la estética urbana la que aquí me interesa comentar.
(…) son táctiles la textura de los materiales, el soporte de los pavimentos, lo rugoso y lo liso. El viento en la cara, la lluvia. Las ciudades huelen a comidas callejeras, a glicinas, a café, a gente
La ciudad, la arquitectura, son, ¿qué duda cabe?, visuales (la Bauhaus se prodigaba en estudios sobre la visión y sus leyes, apelaba a la física, a la biología). Tienen música y sonidos, en especial la ciudad –hay un fragmento de Proust muy preciso acerca de las voces de los vendedores ambulantes…–; son táctiles la textura de los materiales, el soporte de los pavimentos, lo rugoso y lo liso. El viento en la cara, la lluvia. Las ciudades huelen a comidas callejeras, a glicinas, a café, a gente; en menor medida, las asociamos con el gusto y los sabores de sus platos.
Aunque la estética arquitectónica y urbana se asocien casi exclusivamente a lo visual, son claramente múltiples en su sensualidad. Y es más, el calor y el frío, el sol que abriga y la sombra protectora de sus árboles y recovas son formas de percibir la ciudad, son parte de su estética, que no se reduce a algunas particularidades de la organización de las formas sino que involucra toda forma de percepción.
Así, son también un componente de la estética urbana los recuerdos individuales y colectivos. La ciudad entra por los ojos y por todos los sentidos, y entra también por la memoria de sus epopeyas y banalidades, por sus silencios, por sus incomodidades.
CR
Carmelo Ricot es suizo y vive en Sudamérica, donde trabaja en la prestación de servicios administrativos a la producción del hábitat. Dilettante y estudioso de la ciudad, interrumpe (más que acompaña) su trabajo cotidiano con reflexiones y ensayos sobre estética, erotismo y política. De su autoría, ver Proyecto Mitzuoda (c/Verónicka Ruiz) y sus notas en números anteriores de café de las ciudades, como por ejemplo Urbanofobias (I), El Muro de La Horqueta (c/ Lucila Martínez A.), Turín y la Mole, Elefante Blanco, Sídney, lo mejor de ambos mundos, Clásico y Pompidou (c/Carola Inés Posic), México ´70, Roma, Quevedo y Piranesi, La amistad ferroviaria, Entente Cordiale, La ilusión cartográfica y Geográfica y geométrica. Es uno de los autores de Cien Cafés.
Su primera Incursión estética fue ¿Te gustan los finales felices? A Hegel también, en nuestro número 232.
Sobre el tema, ver también “Goce estético”; Novedad, utopía, negatividad. Fragmentos de la Teoría estética de Theodor W. Adorno, en nuestro número 231.