Ante todo: no habrá en esta nota destripe significativo de Stranger Things, ni en lo argumental ni en lo situacional, así que quien esto lea y tenga además intención de seguirla puede continuar su lectura con tranquilidad. Los años de Reagan, promediando la década del ´80, son el marco temporal de la exitosa serie alojada en Netflix. La tercera temporada tiene como uno de sus principales escenarios a Starcourt, un mall comercial recientemente inaugurado en Hawkins, Indiana, sede de la acción (“un lugar de parada para ir al baño en el camino a Las Vegas”, según la define una protagonista).
La gran expansión de los centros comerciales en Estados Unidos se registró desde fines de los ´50 a mediados de los ´70, en coincidencia con la consolidación del sprawl suburbano. De todos modos, también se abrieron malls en los ´80; la moda puede haber llegado algo tardíamente a Hawkins y por tanto no es necesariamente un anacronismo la apertura de Starcourt en esos días. Cómo en tantas ciudades, esta novedad ocasiona un serio daño al comercio local en la calle principal (Main, obviamente) de la ciudad; una manifestación de propietarios fundidos y empleados cesantes se desarrolla frente al municipio en uno de los primeros capítulos de la temporada. De alguna forma, esta protesta puede emparentarse con otras contemporáneas de sindicatos y en general aquellos sectores perjudicados por las reaganomics y la desregulación estatal.
En la serie, el alcalde se desentiende de su responsabilidad con el proceso en curso y lo explica con la fórmula habitual: el mall tiene mejores tiendas, más atractivas y eficientes, y “la gente” lo elige por eso. The Gap, J C Penney, multicines y patios de comidas florecen así en el estereotipado diseño del centro comercial… de la planta baja hacia arriba. Porque hacia abajo, una intrincada superposición de capas de subsuelos conecta, literalmente, a Starcourts y a toda Hawkins con un particular infierno, con el mal en estado puro. El Mall, comprendemos aun antes de la épica batalla final, es el mal.
Stranger Things se permite así una punzante crítica al modo estadounidense de comerciar y recrearse en la ciudad (contra la ciudad) en el último tercio del siglo XX. El mall sufre actualmente un doble “ataque” (casi una crisis de identidad al modo de las que abundan a lo largo de la serie): el comercio electrónico que le quita clientes, la preferencia por el comercio de proximidad y el ambiente más agradable de los centros abiertos tradicionales. Estas tendencias son casi universales, salvo por ahora en muchas ciudades latinoamericanas donde el ambiente cerrado de los shoppings y su elaborado menaje de “seguridad” los disfrazan de refugio contra la violencia urbana. Pero ya caerán. El shopping será la ruina urbana más evidente en un futuro cercano, y no lo extrañaremos.
CR
El autor es suizo y vive en Sudamérica, donde trabaja en la prestación de servicios administrativos a la producción del hábitat. Dilettante y estudioso de la ciudad, interrumpe (más que acompaña) su trabajo cotidiano con reflexiones y ensayos sobre estética, erotismo y política. De su autoría, ver Proyecto Mitzuoda (c/Verónicka Ruiz) y sus notas en números anteriores de café de las ciudades, como por ejemplo Urbanofobias (I) en el número 70, El Muro de La Horqueta (c/ Lucila Martínez A.) en el número 79, Turín y la Mole en el número 105, Elefante Blanco en el número 116 y FIFAdos en el número 141. Es uno de los autores de Cien Cafés.
Sobre shopping malls, ver también en café de las ciudades:
Número 98 I Urbanidad contemporánea y Economía de las ciudades
Los Shoppings de Buenos Aires I Transformaciones urbanas y construcción de consumidores I Por Demián Rotbart
Número 17 | Tendencias
La ciudad de los shoppings | Buenos Aires, entre la calle Corrientes y el Unicenter | Marcelo Corti