Entrega 11: Más que el viento, el amor
Al Tigre, desde el Sudeste. El sello del Depredador. Jean Luc recuerda la rive gauche, Miranda espera detalles. La isla y el recreo. Secretos de mujeres. El sentido de la historia.
– Que hacés, Boga -saluda Jean Luc correctamente y sin énfasis a un fulano que rema por el Chaná, la barba de varios días y las ropas humildes pegoteadas al cuerpo- ¿mucho dominguero en el Miní?
– He oído eso, contesta el pescador y disimula, más que esboza, una sonrisa menos despectiva que de compromiso. Miranda se despierta en la cucheta y espera que el tipo se pierda para salir a cubierta, la luz de la mañana le ofusca los ojos.
Llegan a la casa cerca del mediodía, es una construcción simple y palafítica, algo fuera de escala con respecto al canalcito al que mira, el muelle se pierde debajo de la galería (el orden arquitectónico, piensa Miranda, le quita ese carácter mimético con el paisaje que tienen las casas del Delta, pero le agrega misterio). Al terreno le han hecho un claro de formas caprichosas, austero y funcional, el resto es monte y juncal. Jean Luc se demora en la verificación de lo doméstico, la casa es más impecable que cozy, el sello del Depredador en todos los detalles. Miranda se prepara café y enseguida se tiende en la hamaca, indolente y en silencio aprovechando el primer sol de la primavera.
Es un poco tarde cuando Jean Luc prende el fuego, el asado lo comerán casi en mitad de la tarde y la sobremesa se yuxtapone con las primeras sombras que arroja el monte. La casa se enciende con los tonos rojizos del atardecer, ahora pierde algo de su altanería aplastada por las nubes erráticas en lo alto. Terminan la botella de “Don Valentín Lacrado” casi al caer la noche; abrir una segunda al lado del canal significa pasar un largo rato más al fresco. Finalmente, deciden abrirla (por toda la humanidad). Jean Luc le pone a Miranda su propia chaqueta, más por lascivia que por pereza de no entrar a la casa. Miranda aun tiene frío, Jean Luc (ahora sí, perezoso) toma unas avellanas de su bolso y convida a la muchacha, que se estremece de amor y apura su vino, justo cuando el cielo los abochorna de estrellas.
– De modo que tomaste un café con Sartre, chaval – continua Miranda la charla fingiendo hacerlo por compromiso, Jean Luc finge a su vez chocheras de viejo y continua sus relatos de adolescencia-. No fue un café, fue un diálogo en una esquina cercana al Panteón, se demoraron un rato largo en su charla el filósofo y los tres muchachos (Jean Luc y dos catalanes del PC, nunca más los vio), pero la reunión no pasó de un cónclave espontáneo de militantes, los tres jóvenes excitados por la Historia y las muchachas en flor.
Miranda saborea las avellanas y deja de temblar, el vino y las palabras de Jean Luc la envuelven y la protegen de las estrellas. Disfruta la música de las palabras más que de su contenido, una chata pasa por el canal grande y Miranda cierra los ojos, el motor, los pájaros, las ramas que se mueven, el agua y el relato del depredador componen una rapsodia en la noche, ella necesita tomar la mano de Jean Luc para superar el vértigo de volver a abrir los ojos.
Abrió los ojos con la primera luz de la mañana, a la vez bien dormida y desvelada por los ruidos del viento, el agua, los animales y la propia casa chirriando en su metabolismo ribereño y arisco. Se desprendió del abrazo de Jean Luc procurando, con éxito aparente, no despertarlo. El depósito del water era el último lugar con agua en la casa, y de encender la bomba hubiera despertado al Depredador, así que solo se lavó los dientes con agua mineral (le molestaban ahora los restos y el sabor del asado y las avellanas, y en especial del vino, entre sus encías y el paladar). Se cambió los calzones y el pijama por un bikini azul y una camisa bordó de Jean Luc, y salió a la galería, bañada enteramente por el sol horizontal del amanecer. Adormentada por el calorcito y por el sueño remanente, la despertó el sonido de una chata y pudo observar, desde la altura de la galería y entre los árboles, los primeros barquitos de domingo que llegaban tempraneros desde Tigre y San Fernando. Pasaban muy cerca, el día anterior le habían pasado inadvertidos a ras del suelo como estaba, ahora pudo comprobar que eran muchos los barquitos que pasaban por el lugar y más los que llegarían más tarde.
Se quitó la camisa y se dejó envolver por el sol, pensaba en el verano anterior y sus quince días de playa en Brasil con Gustavo, las niñas hermosas que atendían las posadas y los bares, los rapaces adolescentes que les hacían el amor a la noche en la playa mientras sus padres jugaban al dominó y sus madres chusmeaban en las calles. La santarita empezaba a florecer, se demoró en su visión mientras escuchaba el sonido de la bomba, Jean Luc se había levantado. Lo vio orinar a la orilla del monte, se desperezó y fue a la cocina.
– ¡Miranda!, dijo, más que gritó, el Depredador al no encontrarla en la galería, ella no respondió y golpeó un par de cacharros para que el ruido lo orientara, Jean Luc sonrió antes de darle un profundo beso, todavía con el olor a asado y vino del día anterior.
Desayunaron los english muffins preparados por Miranda, rociados con mermelada de naranja comprada en la Estación Fluvial. Abundante café, jamón crudo, algo de queso cremoso, un pomelo dividido equitativamente entre ambos y yoghurt con copos, luego Jean Luc preparó jugo de naranja.
Los relatos de Jean Luc le gustaban en dos planos distintos: le gustaban en sí, por el morbo que tenían, por su musicalidad y calidad narrativa, y además le gustaban porque le permitían conocer al hombre que amaba en dimensiones y situaciones inaccesibles de otra forma. Miranda quería satisfacer a Jean Luc en todos sus deseos y caprichos, pero a cambio quería acceder al conocimiento absoluto de su vida pasada y presente, no por celos, en modo alguno, sino por ese amor loco que la había invadido casi nomás al conocerlo. Como el niño poeta de Baudelaire, ese amor se alimentaba de todo, lo agradable y lo desagradable, lo conocido y lo desconocido, lo nuevo y lo viejo. Cuando Miranda pensaba en la cantidad de cosas que ignoraba sobre Jean Luc, y más aun cuando la lógica le indicaba la posibilidad más evidente (que era la de jamás llegar a conocer la mayoría de las cosas que ignoraba), se entristecía por completo, sin siquiera atinar a llorar, pero superaba la angustia invirtiendo los términos de su razonamiento e imaginando todo el caudal de materia conocible acerca de su hombre como una cantera inagotable de datos esclarecedores, y potenciables entre si, que iría extrayendo y descifrando con el tiempo (by any necessary means, se decía divertida en esos momentos).
En cambio, Miranda era muy cuidadosa con el tipo de información que sobre su vida le transmitía a Jean Luc. No es que le ocultara demasiado, pero siempre prefería transmitir la objetividad y la cronología de los hechos a la cualidad de las intenciones y sentimientos que los acompañaban, no tanto por pudor o por no ponerlo en conocimiento de sus modos de actuar, pensaba, sino por una cierta sensación de que su propia historia, en algún sentido, comenzaba con Jean Luc, siendo el camino hasta ese momento transcurrido una simple preparación para llegar a su actual noviazgo, mientras que para el Depredador, en cambio, su historia tenía valor por sí y la nueva relación con Miranda era la culminación, todo lo brillante que se quisiera, de una trayectoria de vida.
No es de extrañar entonces que Miranda fracasara en su intención de dedicar el domingo a estudiar, y que en cambio, entre latas de conserva y una botella de vino, dedicara la mayor parte del día, al sol, a entusiasmar a Jean Luc para que contara diversos episodios de su vida. Evitaba las preguntas directas, más bien lo llevaba a partir del relato de sus propios recuerdos a introducir referencias autobiográficas sobre las cuales luego lo hacía extenderse, o aprovechaba el temario de la materia que supuestamente estaba preparando para hacer preguntas sobre episodios de la historia contemporánea en los que de una u otra forma Jean Luc había tenido una participación, aunque fuera secundaria. Por la noche, sentados en la galería, veían los últimos barquitos que volvían a la costa, dejándolos solos en la isla por los 3 días que todavía tenían previsto permanecer (aunque se habían aclarado que en caso de querer disminuir o alargar su permanencia, lo harían de común acuerdo).
El tiempo los acompañó como un buen amigo, tal es así que el lunes la prolongación de los días de sol derivó en una especie de veranito. Jean Luc le propuso a Miranda bañarse en el canal, pero ella tenía miedo del frío del agua y de la corriente traicionera, así que solo Jean Luc se sacó su pantalón y entró al agua en calzoncillos. Nadaba muy bien el depredador, y entre chapuzón y chapuzón se burlaba de Miranda, que lo miraba divertida desde la costa con el salvavidas y la soga preparadas por cualquier emergencia. Después del mediodía prepararon las velas del barco y salieron en busca del Paraná de las Palmas. Cuando regresaban, encontraron la lancha almacenera y compraron algo de comida, vino y velas.
El martes despertó con necesidad de ir al baño, pero este ya estaba ocupado por Jean Luc, que se estaba duchando. Tomó algo de papel del rollo de la cocina, y salió al claro, comprobando que el sol iba a darles otro día memorable. Detrás del ceibo, donde empezaba el monte, cavó con sus manos un pequeño pocito, se colocó en cuclillas, se corrió la trusa y evacuó sobre el pozo, con el torso proyectado hacia delante, la cara mirando hacia el claro, con una inefable seguridad de si misma. Pensó en ese rato que Javier podía aclararle algunas cosas sobre Vietnam y la posición rusa durante el conflicto, por lo que lo llamaría el viernes al volver a su casa (finalmente habían acordado quedarse un día más de lo previsto, hasta el jueves). Al terminar, tapó la mierda y el papel sucio con la tierra levantada, y luego le puso algo de pasto encima.
Al volver a la casa, Jean Luc le dio un beso con mucha ternura y le propuso volver a navegar, esta vez desde temprano, para almorzar en la parrilla de algún recreo, sin plan fijo. Aceptó con una sonrisa, y se abrazó a Jean Luc, antes de preparar el desayuno.
Más que el viento, el amor los llevaba por el río, y el paisaje solitario reforzaba aquella impresión de ser primer hombre y primera mujer que habían incorporado en esos días en el fondo de sus corazones, envueltos por el sol, navegantes de la primavera, sus miradas obscenas salvadas por el propio deseo, y en la parrilla del Capitán Sarmiento parecían conocer a todo el mundo, ella a los de la mesa grande (ligero movimiento de manos, poca onda), él a un arquitecto que le había mirado el culo a Miranda al bajar del barco, y a la mujer que lo llevaba, más que lo acompañaba, tipa callada pero de ojos prepotentes. Luego del almuerzo el arquitecto acompañó al depredador a conocer los fondos del recreo, que se vendía, y las mujeres comenzaron su mutuo intercambio de informaciones y competencias. Miranda enamorada confiaba en la mujer, “soy su puta” dijo, y se reía, tan hermosa al borde del muellecito.
Quería decir, “mi cuerpo es suyo, para que lo abrace y lo envuelva como ahora el sol, para que se complazca al mirarlo, al tocarlo, al chuparlo lascivo y pervertirlo, al Depredarlo, yo solo quiero que se complazca en sus superficies, en sus agujeros, en sus idas y vueltas, desaparezco hasta ser solo la idea misma del placer de Jean Luc, pero el me reconstruye y renazco acabando en un grito, es lo mismo que me coja o que me lea, que me hable, que me escriba, que me piense, que me dé de comer con su mano, que me peine, que me encargue un recado, que duerma colgado de mi sexo o que me abra en las mañanas, yo lo amo”. Y que convincente resultó Miranda, que claras sus palabras, que atinadas sus razones, que la mujer le sonrió y le dio la mano, para ir a caminar por las pasarelas, esas estructuritas de madera que cruzaban el recreo y las separaban de la tierra húmeda. No es que le cobre – explicaba – ni que lo mantenga, es que no me importa que sea mi dueño, que haga de mi lo que quiera, si total lo que quiere me gusta, lo que quiere me hace feliz. Solo una cosa mía no le pertenece, y es él mismo, es Jean Luc. Y la distancia al suelo mojado enfatizaba su ilusión de vuelo, la mujer conocía a Jean Luc y supo que alguno iba a sufrir, no podía ser impune un amor tan generoso en la ruta de nuestro Depredador.
La gente en el recreo practicaba una coreografía espontánea, un plano secuencia a lo Hitchcock, unos y otros se hablaban y se separaban, Miranda explicó a la mujer: “son amigos de Gustavo, mi anterior novio, a uno de ellos siempre le gusté”, y siguieron hablando, al rato volvieron los hombres y Jean Luc insistió en irse pronto, el camino de regreso era largo, mintió, y allí los vemos navegando de nuevo, tomando vino y fondeando cerca de Santa Mónica, el depredador se tira al agua y Miranda decide acompañarlo, medio emborrachada por el sol y el vino, entra limpiamente en el agua, de cabeza, sale y se toma de la soga, cierra los ojos al sol y se extiende sobre el agua marrón, de a poco el cuerpo flota entero sobre el agua y ella siente la voz de Jean Luc cada vez más cerca, abre los ojos y Jean Luc la tiene abrazada por debajo de las tetas, suelta la soga entregada a su hombre y las cosas han perdido su escala, los rascacielos a lo lejos confundidos con los juncos, el río reducido a unos metros cuadrados de oleaje a su alrededor, el cielo cortado en tajos por nubes prolijitas, Miranda se apoya entera contra Jean Luc y por primera vez siente asco del agua, un asco feliz, el momento complementa aquel del auditorio, Jean Luc la recorre entera pero sin intenciones.
Primero sube el depredador al barco, le da la mano y la ayuda en su regreso, ella se envuelve rápidamente en un toallón para evitar el frío, y se saca el bikini por debajo de su envoltura, al rato se termina de secar y se pone un calzón, la bermuda, una camisa de Jean Luc y un saco de lana, llegan casi de noche y Jean Luc enciende el fuego, ella se asoma a la galería y lo llama.
CR c/VR
Próxima entrega (12): El deseo los lleva
La mirada del Depredador. Amores raros. Grupo de pertenencia. Coincidencias florales. Influida y perfeccionada. Un mundo de sensaciones. Abusado por el sol.
Carmelo Ricot es suizo y vive en Sudamérica, donde trabaja en la prestación de servicios administrativos a la producción del hábitat. Dilettante, y estudioso de la ciudad, interrumpe (más que acompaña) su trabajo cotidiano con reflexiones y ensayos sobre estética, erotismo y política.
Verónicka Ruiz es guionista de cine y vive en Los Angeles. Nació en México, estudió geografía en Amsterdam y psicología en Copenhague.
1: SOJAZO!
Un gobierno acorralado, una medida impopular. Siembran con soja la Plaza de Mayo; Buenos Aires arde. Y a pocas cuadras, un artista del Lejano Oriente deslumbra a críticos y snobs.
2: El “Manifesto”
Desde Siena, un extraño documento propone caminos y utopías para el arte contemporáneo.
¿ Marketing, genio, compromiso, palabrerío? ¿La ciudad como arte…?
3: Miranda y tres tipos de hombres
Lectura dispersa en un bar. Los planes eróticos de una muchacha, y su éxito en cumplirlos. Toni Negri, Althuser, Gustavo y Javier.
4: La de las largas crenchas
Miranda hace un balance de su vida y sale de compras. Un llamado despierta la ira de una diosa.
El narrador es un voyeur. Bienvenida al tren.
5: El Depredador
Conferencia a sala llena, salvo dos lugares vacíos. Antecedentes en Moreno.
Extraño acuerdo de pago. Un avión a Sao Paulo.
Entrega 6: Strip tease
Ventajas del amor en formación. Encuentro de dos personas que no pueden vivir juntas pero tampoco separadas. Miranda prepara (y ejecuta con maestría) la recepción a Jean Luc.
7: Nada más artificial
Extraño diálogo amoroso. Claudio parece envidiar a Jean Luc, pero sí que ama a Carmen.
Virtudes de un empresario, razones de una amistad.
8: Empresaria cultura
Carmen: paciencia, contactos y esos ojos tristes. Monologo interior ante un paso a nivel.
Paneo por Buenos Aires, 4 AM.
9: La elección del artista
Bullshit, así, sin énfasis. Cómo decir que no sin herir a los consultores. La ilusión de una experiencia arquitectónica. Ventajas de la diferencia horaria.
10: Simulacro en Milán
La extraña corte de Mitzuoda. Estrategias de simulación. Las afinidades selectivas. Una oferta y una cena. La Pietà Rondanini. Juegos de seducción.