A Vincent no le gusta Los Angeles: “es demasiado extensa y desconectada, la gente no se conoce entre sí”. Vincent no es sociólogo ni urbanista, en realidad es asesino a sueldo, pero lo hacen simpático su tendencia a filosofar, su fascinación por Miles Davis, su conocimiento de las leyes laborales y su capacidad de entender el mundo real. Max, en cambio, es fantasioso y vive en un mundo ficticio, alejado de su realidad de taxista. Una foto de las islas Maldivas le permite tomarse vacaciones “12 veces al día”, con solo concentrarse y mirarla sin pensar en nada. Otras fotos, de inalcanzables Mercedes Benz, lo transportan a su sueño de una compañía de limousines. Como compensación, en el mundo real conoce a la perfección las rutas de Los Angeles y puede predecir sin equivocarse los tiempos de un destino al otro.
La suerte no ayuda a Max. Vincent toma su taxi por casualidad y lo lleva por toda la ciudad mientras ejecuta su trabajo nocturno: es decir, mientras ejecuta a sus víctimas. La primera de ellas se asoma inconvenientemente a la ventana y cae, literalmente, sobre los sueños de Max. Ahora Max sabe de que se trata el asunto y debe acompañar a Vincent en un rush de pesadilla por las calles de LA.
Los Angeles no es solo el gran contrapunto urbano de New York, es también su contrapartida cinematográfica. Carente de íconos fotogénicos al estilo del Chrysler, el Empire State o el Central Park (y obviamente las Torres antes del 11-S y, en el futuro, la Freedom Tower), carente de legibilidad tradicional, son sus autopistas, sus gasolineras, sus casas con jardín y sus condominios con galerías abiertas y piscina compartida los que le dan identidad en el cine. Colateral consigue insertarse en la selecta lista de películas que interpretan convincentemente esa matriz horizontal y des-angelada de la “ciudad de las luces”. Pensemos en la saga de Philip Marlowe con Humphrey Bogart, en las épicas persecuciones de Terminator, en los irónicos escenarios de Tarantino; recientemente, las tres temporadas de la serie televisiva 24 capturaron en tiempo real la potencia expresiva y la violencia sublimada de los “cien suburbios en busca de una ciudad”. Ciudad de calles anchas y de terrenos baldíos tanto como de autopistas, ciudad de playas y de parkings, ciudad de vacíos.
El director Michael Mann interpreta con virtuosismo el vértigo existencial de la ciudad. La fragmentación, el primer plano con borrosas profundidades de campo, la soledad, las imágenes entrecortadas definen la estética de la metrópolis contemporánea, así como la perspectiva define a la ciudad barroca. En una escena crucial, Max guía a una posible victima desde un teléfono celular, a partir de los recortes visuales que observa en un par de ventanas 40 metros arriba, desde la calle. Las cámaras de los circuitos privados expanden la experiencia visual (y la violencia) de la ciudad. Al situar la acción en la noche, predomina una oscuridad que evita los estereotipos del sol y la luz californianos. Y aunque dos de los protagonistas principales son negros, y el principal villano es latino, Colateral elude también los estereotipos de los barrios étnicos (fuerte de películas como Colors – Los vigilantes de la calle y Boyz `n the hood) y focaliza su acción en el desierto nocturno del Downtown y en el glamoroso infierno de las discos.
Como Travis Bikler, el taxi driver por excelencia de la historia del cine, Max (Jamie Foxx) oscila (aunque en su caso involuntariamente) entre la abyección y el heroísmo. A lo largo de la noche se transforma, de instrumento de Vincent (Tom Cruise), en su inesperado discípulo. Victima y victimario se involucran en una relación simbiótica, aunque solo haya lugar para uno en la historia. En Heat, otra gran película de Mann, algo similar ocurría entre el detective y el bandido que interpretaban respectivamente Al Pacino y Robert De Niro.
MC
Ver la página en la Web de Colateral.
Sobre Taxi Driver, ver nota en el número 22 de café de las ciudades. En el mismo número, ver también los conceptos de Edward Soja sobre Los Angeles.
En este número de café de las ciudades, Jahir Rodríguez Rodríguez dice en su nota El Palimpsesto: “de las personas que conocen la ciudad, ningún otro grupo tan particular como los conductores de taxis. De tanto trajinarla, de tanto ir y venir por entre sus calles y avenidas, los taxistas empiezan a desarrollar una “competencia olfativa” de la ciudad; ellos son como los carontes de nuestro tiempo: pueden trasegar sin perderse en la red o en el laberinto de la ciudad. Ellos pueden, al igual que los antiguos augures, interpretar los signos más enrevesados de la ciudad. Los taxistas, además, son los guardianes de la ciudad; son los testigos de la vida cotidiana que circula en su interior. Son también una memoria de los cambios que la ciudad padece“.
También en este número, en su nota La ciudad infiltrada, Fábio Duarte explora las relaciones entre nuevas tecnologías y ciudad.