Reproducimos dos fragmentos del tratado De re aedificatoria (escrito en 1452 pero recién publicado como obra póstuma en 1485). Utilizamos la versión que Francisco Lozano, Profesor de Arquitectura en Madrid, publicó en el año de 1581 y que fue republicada por la imprenta de Joseph Franganillo en Madrid en 1797, con el título Los diez libros de Arquitectura de Leon Baptista Alberto. Hemos corregido algunas de la muchas inconsistencias gramaticales y ortográficas de la versión original, con el objeto de facilitar su lectura.
Libro primero. De los Lineamientos. Capítulo IX.
Tratemos de la partición, conveniencia, modestia y unión varia de las partes o miembros, respecto del todo, y entre sí.
Toda la fuerza del ingenio, toda la arte y ejercicio del edificar las cosas se remata en la partición, porque las partes del edificio, por hablar así, los respectos enteros de cada una de ellas, y finalmente el consentimiento y unión de todas las líneas y ángulos en una obra, las mide sola esta partición, respecto a la utilidad, dignidad y apacibilidad. Y si la Ciudad (según sentencia de Filósofos) es una gran casa, y por el contrario la casa misma es una pequeña Ciudad, porque los miembros de estas mismas no se dirán ser unas pequeñuelas casillas, como es el portal, cenador, o corredor, y zaguán, y los semejantes; en cualquiera de estos cuál será dejado por inadvertencia o negligencia que no dañe a la dignidad y loor de la obra; se ha de poner mucho cuidado y diligencia en considerar estas cosas que pertenecen a toda ella, procurando que aun las partes más pequeñas parezcan ser hechas conformes; con ingenio y arte; para hacer esa cosa apta y cómodamente convienen todas las cosas de arriba que están dichas de la región y dé la área, y así como en el animal conviene que correspondan miembros a miembros, de la misma suerte en el edificio unas partes a otras, de donde es aquel dicho que dicen, que en los grandes edificios conviene que sean grandes los miembros. Lo cual de tal suerte observaron los antiguos, que pusieron así las demás cosas, como también ladrillos mayores en los edificios públicos y grandes que no en los particulares. Así a cada miembro se le dará apta región y sitio acomodado, no más grande de lo que requiere el uso de la cosa ni menor de lo que pide la dignidad, no en lugar ajeno e impertinente, sino en el suyo, y de tal suerte propio que en otra parte ninguna pueda estar más cómodamente, porque no se ha de poner en lugar menospreciado la parte de la casa que ha de ser más hermosa, ni la que ha de ser más pública en lugar oculto, ni la que ha de ser particular en lugar muy descubierto. Añade también que se ha de tener cuenta con los tiempos, de suerte, que unas cosas se den a los lugares del estío, otras a los del invierno, porque a diversas cosas se les deben diversos sitios y grandezas. Las del estío conviene que sean más espaciosas, y si las del invierno fueren más recogidas no serán reprobadas. Demas de esto, a las del estío se les debe sombra y viento, y soles a las del invierno. Y en estas cosas se ha de huir que a los moradores no les siga que de este lugar frio salgan a otro caliente no interponiendo aire igual, o de este caliente a otro dañoso con fríos y vientos, porque esto, principalmente, entre todas las cosas dañaría a la salud de los cuerpos. Y pertenece que aquellos miembros convengan entre sí para hacer y componer la común loor y gracia de toda la obra, porque con el ocupar el uno toda la belleza las otras partes no se queden menospreciadas, sino que entre sí convengan, de suerte que de allí parezca más un entero y bien constituido cuerpo que no unos miembros esparcidos y apartados. Además, conviene en el conformar los miembros imitar la modestia de la naturaleza, porque como en las demás cosas, así también en esta no loamos más la modestia, que no vituperamos el demasiado apetito de edificar. Conviene que sean pequeños los miembros y necesarios para lo que se ha de tratar, porque toda la razón de edificar, si bien se mira, ha sido de la necesidad. Alimento la comodidad, honesto la del uso, y lo postrero fue que se tuviese respecto al deleite, aunque siempre el mismo deleite aborreció las cosas demasiadas. Será pues esto de suerte que ninguna cosa se eche de más ni de menos en el edificio de lo que en el fuere necesario. Y de lo que en el hubiere se repruebe; y no querría tampoco que se terminase con solo un tirar y terminar de líneas, de suerte, que en ninguna cosa difieran entre sí, sino que unas cosas deleitarán si son mayores, y otras aprovecharán si fueren menores, y otras de estas conseguirán loor si tuvieren medianía. Agradarán pues asentadas con líneas levantadas, y estas otras con flechadas, y finalmente otras serán aprobadas si terminaren con uno y otro tirar de líneas, con tal que guardes lo que siempre te aconsejo, que no caigan en aquel vicio que parezcas haber hecho un monstruo con desiguales hombros o lados. El aire y gracia en toda cosa es la variedad si fuere allegada y confirmada con trocada igualdad entre sí de cosas distantes, y si las mismas entre si estuvieren desatadas, y discreparen con desigualdad, será esto una cosa muy mala porque como en la guitarra cuando las voces graves responden a las agudas, y las de en medio a consonancia entre unas y otras se hace de la variedad de las voces una cierta sonora y maravillosa igualdad de proporciones que en grande manera deleita los ánimos y los entretiene: de la misma suerte también aviene en las demás cosas que tocan a moverlos. Pero estas cosas se han de ejecutar como lo lleva el uso, y la comodidad, y también la loada costumbre de los ejercitados, porque el repugnar a la costumbre en muchas cosas quita la gracia, o consentir con ella es ganancia, y aprovecha señaladamente.
Y pues que de los más aprobados Arquitectos ha sido visto testificar con el hecho que esta partición, Dórica, Jónica, Corintia, o Toscana, es la más cómoda de todas, no porque hayamos de estar obligados de traspasar a nuestra obra las descripciones de ellos como constreñidos por leyes, sino para que como enseñados contendamos en sacar nuevas invenciones y conseguir igual fruto o mayor si pudiese ser de loor al de ellos.
Pero de estas cosas diremos en su lugar más distintamente, cuando investigáremos en qué manera se asienten la Ciudad y los miembros de ella, las cosas que convengan al uso de cada una.
Libro Cuarto. De la Arquitectura. Capítulo II
La región de la Ciudad, el asiento, la forma, el lugar, el sitio, los cómodos é incómodos. Si es mejor en los montes o en el llano, o en riberas, así por sentencia de Filósofos y de los antiguos, como por autoridad propia, y más difusamente por ejemplos.
A todas las Ciudades se les deben todas las cosas públicas, y las que son partes de la Ciudad. Si tuviéremos por cosa cierta la forma y causa de la Ciudad, según sentencia de los Filósofos ser esta, para que los moradores allí pasen la vida quieta y pacifica cuanto pueda ser sin que en ella haya algún género de daño y libre de toda molestia, por cierto una vez y otra conviene pensar en qué manera se haya de poner en qué lugar, sitio y redondez de líneas. En cuanto a esto hubo diversos pareceres y sintieron con variedad. Cesar escribe que los Alemanes acostumbraron a tener por gran loor que tuviesen grandes soledades y desiertos yermos, y esto, porque pensaban que así principalmente se prohibían los repentinos asaltos de los enemigos. Piensan los historiadores que Sesostris Rey de los Egipcios dejó de meter el ejército en Etiopía espantado de la falta y carestía de los mantenimientos y de la dificultad de los lugares. Los Asirios defendidos de los lugares desiertos y con las muchas lagunas, no consintieron jamás ningún Rey extranjero. También los Alarabes por tener falta de agua y frutos dicen haber perpetuamente estado libres del ímpetu e injuria de sus enemigos. Plinio escribe que por ninguna otra cosa han ido a Italia los barbaros con armas sino por gozar del vino e higueras que hay en ella. Añade que la abundancia de estas cosas que sirven para deleites, como decía Crates, es dañosa a los viejos y a los mancebos, porque a aquellos los hace fieros y a estos afeminados. Acerca de los Americos, dice Tito Livio hay una región fertilísima pero cría los hombres sin fuerzas, como por la mayor parte suele acontecer en las tierras fértiles. Al contrario, los de Ligia por habitar en tierra pedregosa, en la que continuamente conviene ejercitarse y vivir con demasiada escasez de vituallas, son muy industriosos y robustos. Lo cual como así sea, ¿por ventura a las tales regiones ásperas y dificultosas habrá quien no las vitupere para fabricar Ciudades? Pero otros al contrario porque desearán que se use con ellos del beneficio y don de naturaleza, lo uno para las necesidades, lo otro para deleites y recreaciones no se pueda más añadir, porque el usar bien de los bienes puede dar por leyes y estatutos de los padres, mas las cosas que aprovechan a la vida, más agradables son si están en casa, que no si es menester buscarlas en otra parte, y desearán cierto que les sea dado campo como el que está cerca de Memphís, el cual escribe Varrón que goza de cielo tan clemente, que a ningún árbol ni aun a las vides se les caen las hojas en todo el año, y cual debajo del monte Tauro en los lugares que miran hacia el Norte, porque allí testifica Estrabón que se dan los racimos de dos codos, y de cada vid una cantara de vino, y de una sola higuera se cogen setenta celemines, y cual se habita en la India, y en la Isla Hiperbórea hacia el Océano, de cuyo campo dice Heródoto que se cogen dos veces frutos en el año, y cual acerca de los de Lusitania donde de los retoños de los sembrados cogen unas y otras mieses, o cual el Talge en el monte Caspio, el cual aun sin cultivarse da mieses. Raras cosas son éstas, y que más fácilmente las deseareis que las hallareis, y así aquellos excelentes varones antiguos que esto escribieron, o quizá lo oyeron a otros de más de lo que ellos hallaron, que la Ciudad conviene estar puesta de tal suerte que rodeada de sus campos, en cuanto sufre la razón y condición de las cosas humanas, no tenga necesidad de que alguna sea traída de fuera, y de tal manera esté fortalecida la redondez de sus términos que fácilmente no pueda ser acometida del enemigo, y pueda enviar soldados a su voluntad a las Provincias ajenas, aun contra la voluntad de su enemigo, porque así consienten que la Ciudad y libertad pueda ser defendida, y extenderse a sí y a su imperio. ¡Pero qué diré aquí! Egipto principalmente es alabado de que por todas partes está maravillosamente defendida, y del todo inaccesible de aquí con la mar, de allí con grandeza de desierto, por la mano derecha con montes muy altos, y por la izquierda con muy extendidas lagunas. Y demás de esto, es tanta la fertilidad del campo que los antiguos dijeron que Egipto era el granero público del mundo, y que los dioses se solían recoger allí a recrear sus ánimos y salud. Pero testifica Josepho que región tan fortalecida y tan fértil que se gloria de poder apacentar todos los mortales, y recibir en hospedaje y salvar a los mismos dioses, nunca desde el principio del siglo se ha visto libre. Muy bien pues a propósito amonestan los que tabulando dicen, que las cosas de los mortales aun en el regazo de Júpiter no estarán seguras. Agrádenos pues imitar aquello de Platón que como fuese preguntado donde hubiesen de hallar aquella esclarecida Ciudad que los había fingido, respondió: No tratamos eso, antes habernos andado investigando en qué manera convenga ordenar una Ciudad para que sea la mejor de todas. Y supóngase que aquella se ha de preferir a las demás, que menos errare de la semejanza de ésta; bien así nosotros como quien trae que imitar describirnos aquella Ciudad de la cual los muy doctos entiendan que es la más acomodada, obedeciendo en lo demás al tiempo y a la necesidad, y atengámonos a aquella opinión de Sócrates, que la cosa que de tal suerte por sí consta que no puede ser mudada sino en otra peor, ésta tengamos por la mejor. Así concluimos que conviene la Ciudad ser de tal suerte que no haya ninguno de los incómodos que referimos en el libro primero, y si algunas cosas son deseadas para la necesidad de la vida, ningunas falten.
Tendrá el campo saludable, muy ancho, vario, deleitoso, fértil, fortalecido, lleno, adornado, con abundancia de frutas, y de fuentes, haya ríos, lagos, y esté patente la oportunidad de la mar, de donde se traiga lo que faltare, y se despida lo que sobrare. Finalmente, para bien constituir y aumentar las cosas civiles y de la guerra todo abunde de tal manera que pueda ser ayuda a los suyos y adorno a la Ciudad, deleite a los amigos y espanto a los enemigos Y me parecerá que se ha hecho bien con aquella Ciudad que puede cultivar alguna buena parte de campo contra la voluntad del enemigo, pero conviene asentar la Ciudad en el medio de su campo, de donde pueda mirar hasta su orilla, y discernir las cosas oportunas, y estar aprestado adonde la necesidad requiera, y de donde el mayordomo del campo o el que ara pueda a menudo salir a la obra, y volver desde el campo en un momento cargado con el fruto y la mies, pero mucho importa que la asientes en el campo descubierto, o en la ribera, o en montes, porque cada cosa de estas tiene en que exceda, y al contrario en que no la apruebes. Como guiase Dionisio por la India el ejército se enflaqueció con el calor, pero llegado a los montes, luego estuvo bueno con el aire saludable que recibió, y los que asentaron Ciudades parece que ocuparon los montes (acaso) por haber entendido que ahí más que en otra parte habían de estar seguros, aunque son faltos de aguas. La llanura dará comodidades de ríos y de aguas, pero esta cubriese con más grueso cielo con que hierve en el estío, y en el invierno se hiela destempladamente, y es de menos fuerza contra los ímpetus adversos. Las riberas son más aparejadas para contratar mercaderías, más como dicen aquellos, toda Ciudad marítima con los halagos de cosas nuevas, movida y fatigada con la mucha copia de negociantes ordinariamente anda fluctuando, y está expuesta a muchos casos y peligros de daños, y a los accidentes de las armadas extranjeras: por lo cual me parece así, en cualquier lugar que pongas la Ciudad has de procurar que participe de cualquiera comodidad de las dichas y qué carezca de los incomodos, y querría que a los montes se les diese llanura, y a los llanos cerros donde se asiente la Ciudad.
Esto si alcanzarlo a nuestra voluntad (con variedad de lugares) no fuere lícito, usaremos para haber las cosas necesarias de estos argumentos: que la Ciudad se deje puesta en los lugares marítimos, no muy vecina a la ribera si estuviere en llano, no muy apartada si estuviere puesta en monte. Testifican que se mudan las riberas, y que en otras partes, otras Ciudades como en Italia la Ciudad de Bayas, están zambullidas en el mar.
Junto a Egipto, Pharo que primero había sido rodeada de la mar, está en la tierra firme como el Chersoneso. Así escribe Estrabón haber sido de Tiro y Clazomenas. Ultra de esto, que el templo de Annon antiguamente estuvo junto a la mar, y con retraimiento del mar ha quedado en medio de la tierra.
Y amonestan que la ciudad no la pongáis en la misma ribera muy distante del mar, porque como se ve claro el aire de la mar con la sal es pesado y áspero, pues cuando se metiere adentro de la tierra principalmente a los llanos y hallares allí el aire húmedo, derritiéndose la sal no sacudida, hace el cielo craso y mocoso, de suerte que en semejante lugares algunas veces, andan por el aire telas semejantes a las de las arañas, y dicen que lo mismo sucede al aire que a las aguas, las cuales es claro que se corrompen con la mezcla de las saladas hasta ofender con hedor. Aprueban los antiguos y principalmente Platón, la Ciudad que dista diez millas, que son tres leguas de las nuestras, de la mar, y si no fuere posible ponerla lejos del mar, asentarse ha en sitio adonde los aires que dijimos no lleguen sino es quebrados y limpios, y asentarse ha detrás, para que con la interposición de los montes cortada toda la fuerza de la mar se deshaga y rompa, muy regocijada es la vista de la mar desde la ribera, y no deja de ser alumbrada con saludable cielo. Las que movidas con continuos vientos tienen aire a cada momento, éstas Aristóteles piensa ser regiones muy saludables, pero guárdense no sea allí, el mar lleno de yerba con la ribera baja y zambullida, sino que esté hondo, yerto con despeñaderos de piedra viva y riberas ásperas, y aprovechará para la dignidad y para la recreación, y principalmente para la sanidad, poner la Ciudad (como dicen) en una soberbia espalda de monte, porque en los lugares que hacia la mar están levantados los montes, siempre es el mar profundo y hondo. Y demás de esto, si alguna groseza de vapores se levanta de la mar, con la subida se deshace, y si alguna adversidad trajera la repentina muchedumbre de tus enemigos, más presto es vista, y más seguramente se desvía. Los antiguos alaban la Ciudad puesta en los collados, que miran al Oriente, y aprueban tambien a la que es combatida del viento cierzo en la región caliente. Otros quizá aprobarán aquella que está inclinada al Occidente, movidos porque han sentido, que las labranzas debajo de aquella parte del cielo son más fértiles. Y cierto debajo del monte Tauro las partes que miran al Norte dicen que son saludables mucho más que las otras, y que principalmente por esta causa como dicen los historiadores son fértiles. Finalmente, si algún lugar se halla dónde poner pueblo en los montes, lo primero se ha de advertir que no intervenga lo que suele en éstos tales lugares, principalmente adonde se levantan collados en rededor más altos que él pasado recogimiento de nieblas de muchos días, no cause día pardo y obscuro de continuo, ni cielo helado. Y demás de esto se ha de mirar, que allí no aqueje demasiado el mucho correr y molestia de los vientos, y señaladamente el cierzo, porque éste, dice Hesidio, así a los demás como especialmente a los viejos los hace entumecidos y encorvados. Será dañosa la área de la Ciudad en que la roca de encima vuelve a esparcir los vapores concebidos del sol, o en la cual los hondos valles derraman aire agudo. Otros amonestan que el lado de la Ciudad se ha de acabar en los despeñaderos de los lugares, pero casi todos los mismos despeñaderos que no sean bastantes de suyo contra los movimientos y tempestades muestranlo así en otras partes las más de las Ciudades, como en la Toscana Volterra, porque se destruyen con el tiempo, y ponen en ruina las cosas puestas encima, y conviene cierto guardar que de la Arquitectura no esté encima levantado algún monte apegado, el cuál ocupado moleste al enemigo, o que no se extienda al enemigo alguna segura llanura tan grande que en tal lugar pueda empalizar para sitiar u ordenar su escuadrón para dar asalto. Leemos que Dédalo hizo la Ciudad de Agrigento que hoy se llama Gergento, en una piedra arriscada difícil de ser subida, de suerte que fuese guardada con no más que tres hombres, fortaleza cierto comodísima, con tal que no sea cerrada la salida con tan pocas armas como se defiende la entrada. Los ejercitados en la guerra aprueban mucho a Cingolo en la Marca, hecho por Labieno, así por muchas causas, como porque allí no sucede lo que casi en todos los más de los pueblos de montaña, que después que hayáis salido tengáis igual pelea, poique son lanzados por una roca salida y despeñadera, y ni tiene el enemigo como pueda a su voluntad con una sola correría destruir y robar el campo, ni cercará juntamente todas las salidas, ni seguramente se recogerá en los reales puestos cerca, y ni enviará sin peligro por pasto, leña y agua. Al contrario, es a los del lugar, porque mediante los montes que tienen en bajo juntos entre sí por todas partes con muchos valles entre ellos, tienen por donde puedan salir luego a acometer, y en un improviso a cualquiera súbita esperanza y ocasión oprimir. Y no menos aprueban en Marsis el castillo de Biseyo puesto en el concurso de tres corrientes ríos que le rodean por una y otra parte, y está en la entrada de valles muy angosta, con acceso difícil. y montes ásperos y sin camino, que se levantan al rededor, de suerte que ni el enemigo puede poner cerco en el lugar ni aun guardar todas las bocas de los valles, estando señaladamente desembarazados los del lugar para recibir socorros y vituallas, para traerlos de fuera y para salir a desafiar. Hasta aquí me parece haber dicho bastante de los montes. Y si las pusieres en lugar plano y como suele junto al rio de suerte que por él pase por medio de las murallas, procurarás que no corra desde el mediodía, ni hacia él, porque de allí vendrá humedad, de aquí frialdad más molesta y dañosa, aumentada con los vapores del río. Pero si corriere por fuera de la cerca del lugar convendrá considerar la región de alrededor, y a qué vientos por allí les sea la entrada más desembarazada. A estos se les ha de poner delante los muros, y el rio se ha de tener por detrás, y entre las demás cosas aquello de los navegantes hará a propósito, que piensan que los vientos de su naturaleza suelen seguir mucho al sol, y las brisas orientales, dicen los Físicos, que a la mañana del día son más puras, y cayendo el sol más húmedas. Al contrario, las brisas occidentales al salir del sol son más espesas, y poniéndose más livianas. Lo cual, si así es, los ríos echados hacia el Oriente y hacia el Poniente, en ninguna manera serán reprobados, porque el vientecillo viniendo con el mismo sol, o expelerá si algo de vapor dañoso ha exhalado lejos de la Ciudad, o con su allegamiento le aumentará muy poco. Finalmente los ríos querría que se extendiesen al norte, y las lagunas y los semejantes más que no al medio día, con tal que el monte no esté puesto tras la sombra del monte, de lo cual ninguna cosa sería más triste.
Y dejado lo demás que arriba disputamos, tienen por entendido, que el Vendaval es por naturaleza pesado y desamorado, de suerte, que con su carga abatidas las velas se hunden los navíos como añadido peso. Pero al contrario con el viento norte se hace liviano el mar, y las proas, pero cualquiera de estos es mejor que estén apartados lejos, que no metido adentro, o llegado y aplicado a los muros. Y principalmente reprueban el rio que deprimido con rocas arriscadas corra en madre honda, de piedra, y sombría, porque éste tal da bebida y aire dañoso.
Y demás de esto, es de prudente y bien aconsejado huir mucho de estanque y laguna ociosa y lodosa. No repito las enfermedades del ciclo que de ahí se infunden, porque tienen por proprias así las demás pestes estivales de hedor, mosquitos, y de feísimos gusanos y las semejantes, como tambien, que donde por otra parte pensáis que las cosas están muy limpias y purgadas, no falta aquello que dijimos del llano y estas cosas están mucho más frías en el invierno, y con el calor hierven destempladamente. Finalmente, una vez y otra conviene mirar, que el monte, o la roca, lago, laguna, rio, fuente u otra cualquiera de estas no sea de tal suerte que pueda fortalecer y defender al enemigo, o acarrear por alguna parte daño a la Ciudad y ciudadanos. Y hasta aquí basta lo dicho de la región y sitio de las Ciudades.
LBA
Leon Battista Alberti Génova, 1404 – Roma, 1472) fue arquitecto y teórico del arte. Hijo de una rica familia, problemas familiares lo llevaron a ingresar a la Iglesia y trasladarse a Roma, donde fue secretario del papa Eugenio IV y estudió los monumentos de la Antigüedad. En 1434 se estableció en Florencia, donde se relacionó con los grandes artistas del Renacimiento (Brunelleschi, Donatello, Masaccio). Escribió tratados relevantes sobre pintura y arquitectura y proyectó (aunque existen dudas sobre si trabajó en la construcción) el Palacio Rucellai y la fachada de Santa María Novella. También diseñó el Templo Malatestiano de Rímini y la Iglesia de Sant’Andrea en Mantua.
Otros postulados históricos sobre la creación de ciudades:
Número 80 | Política de las ciudades (I)
La formación de la ciudad en La República | “La construirán, por lo visto, nuestras necesidades” | Platón
Número 69 | Cultura y Política de las ciudades
Teoría general de la ciudad perfecta | Fragmentos de la Política aristotélica | Aristóteles
Número 130 I Planes e Historia de las ciudades
Fragmentos de la Real Ordenanza del 3 de mayo de 1576 I Normas para descubrimientos, poblaciones y pacificaciones en “Indias” I Por Felipe II