“El fragmento lírico Kubla Khan (cincuenta y tantos versos rimados e irregulares de prosodia exquisita) fue soñado por el poeta inglés Samuel Taylor Coleridge, en uno de los días del verano de 1797. Coleridge escribe que se había retirado a una granja en el confín de Exmoor; una indisposición lo obligó a tomar un hipnótico; el sueño lo venció momentos después de la lectura de un pasaje de Purchas, que refiere la edificación de un palacio por Kublai Khan, el emperador cuya fama occidental labró Marco Polo. En el sueño de Coleridge, el texto casualmente leído procedió a germinar y a multiplicarse; el hombre que dormía intuyó una serie de imágenes visuales y, simplemente, de palabras que las manifestaban; al cabo de unas horas se despertó, con la certidumbre de haber compuesto, o recibido, un poema de unos trescientos versos. Los recordaba con singular claridad y pudo transcribir el fragmento que perdura en sus obras. Una visita inesperada lo interrumpió y le fue imposible, después, recordar el resto”. Jorge Luis Borges, El sueño de Coleridge (Otras inquisiciones, 1952).
Este es el “fragmento” en su versión original:
In Xanadu did Kubla Khan
A stately pleasure-dome decree:
Where Alph, the sacred river, ran
Through caverns measureless to man
Down to a sunless sea.
So twice five miles of fertile ground
With walls and towers were girdled round;
And there were gardens bright with sinuous rills,
Where blossomed many an incense-bearing tree;
And here were forests ancient as the hills,
Enfolding sunny spots of greenery.
But oh! that deep romantic chasm which slanted
Down the green hill athwart a cedarn cover!
A savage place! as holy and enchanted
As e’er beneath a waning moon was haunted
By woman wailing for her demon-lover!
And from this chasm, with ceaseless turmoil seething,
As if this earth in fast thick pants were breathing,
A mighty fountain momently was forced:
Amid whose swift half-intermitted burst
Huge fragments vaulted like rebounding hail,
Or chaffy grain beneath the thresher’s flail:
And mid these dancing rocks at once and ever
It flung up momently the sacred river.
Five miles meandering with a mazy motion
Through wood and dale the sacred river ran,
Then reached the caverns measureless to man,
And sank in tumult to a lifeless ocean;
And ’mid this tumult Kubla heard from far
Ancestral voices prophesying war!
The shadow of the dome of pleasure
Floated midway on the waves;
Where was heard the mingled measure
From the fountain and the caves.
It was a miracle of rare device,
A sunny pleasure-dome with caves of ice!
A damsel with a dulcimer
In a vision once I saw:
It was an Abyssinian maid
And on her dulcimer she played,
Singing of Mount Abora.
Could I revive within me
Her symphony and song,
To such a deep delight ’twould win me,
That with music loud and long,
I would build that dome in air,
That sunny dome! those caves of ice!
And all who heard should see them there,
And all should cry, Beware! Beware!
His flashing eyes, his floating hair!
Weave a circle round him thrice,
And close your eyes with holy dread
For he on honey-dew hath fed,
And drunk the milk of Paradise.
Traducción al castellano de Arturo Agüero Herranz (del blog Vociletra):
En Xanadú, Kubla Khan
se hizo construir un espléndido palacio de recreo:
allí donde el Alfa, el río sagrado, corría
por cavernas inmensurables para el hombre,
hacia un mar sin sol.
Dos veces cinco millas de suelo fértil
se cercaron de muros y torres:
había jardines que resplandecían con arroyos sinuosos,
y donde florecían muchos árboles del incienso,
había bosques, tan viejos como las colinas
que envolvían prados verdes y soleados.
Mas, oh ¡aquella sima romántica y profunda que sesgaba
la verde colina a través de un manto de cedro!
¡Un lugar salvaje! ¡Tan santo y encantado
como cualquiera donde, bajo la luna menguante, se apareció
una mujer, lamentándose por su amado demonio!
Y de esta sima, que hervía en incesante estruendo,
igual que si respirase la tierra con resuellos hondos y agitados
brotó en un momento un poderoso manantial:
en mitad de cuya repentina e intermitente explosión
saltaron enormes fragmentos, como granizo que rebota
o como el grano al separarse de la paja bajo el mayal del trillador:
y en medio de las danzantes rocas, de súbito y para siempre,
surgió en un momento el río sagrado.
Formando meandros durante cinco millas, con laberíntico curso
discurría el río sagrado, a través de bosques y valles,
alcanzaba luego las cavernas inmensurables para el hombre,
y se hundía tumultuoso en un océano sin vida:
¡y en medio de ese tumulto, Kubla oyó a lo lejos,
voces ancestrales que profetizaban guerra!
La sombra del palacio de recreo
flotaba en mitad de las olas,
donde se oía la cadencia mezclada
del manantial y las cuevas.
¡Era un milagro de rara invención,
un soleado palacio de recreo con cuevas de hielo!
Una muchacha con un dulcémele,
vi, cierta vez, en una visión:
era una doncella abisinia
y, tocando su dulcémele,
cantaba acerca del monte Abora.
Si pudiera revivir dentro de mí
su armonía y su canción,
me llenaría de tan profundo deleite,
que, con música alta y prolongada,
construiría ese palacio en el aire,
¡aquel palacio soleado, aquellas cuevas de hielo!
Y cuantos escucharan los verían aparecer,
y todos exclamarían: ¡Cuidado, cuidado!
¡Sus ojos refulgen, su cabello flota!
Tejed un círculo a su alrededor tres veces,
y cerrad los ojos con temor santo,
pues él se ha alimentado de rocío de miel,
y ha bebido la leche del Paraíso…
STC
Samuel Taylor Coleridge (1772-1834) fue un poeta, crítico y filósofo británico. Muy joven, “se casó con Sarah Fricker, aunque en realidad no la amaba, por lo que el matrimonio no fue feliz. En 1795 conoció a William Wordsworth, relación que se plasmó en la escritura en colaboración de Baladas líricas, de 1798, obra con la que introdujeron el Romanticismo en la literatura inglesa. Fueron años de plenitud creativa, plasmada en poemas como Kubla Khan, escrito en un arrebato de inspiración y bajo los efectos del opio, según su propia confesión. A esta época corresponde también la balada El viejo marino (1797-1798), uno de los mejores ejemplos, junto con la anterior, de la que ha dado en llamarse «poesía de misterios».
En el otoño de 1798, Coleridge y Wordsworth realizaron un viaje por Alemania, durante el cual aprendió alemán y recibió la influencia de las nuevas corrientes filosóficas germanas, que trasladaría a Gran Bretaña. En 1800 regresó su patria y poco después se instaló con su familia y sus amigos en Keswick, en el distrito de los Lagos. Su enamoramiento de Sara Hutchinson agudizó los problemas matrimoniales; escribió entonces Abatimiento: una oda (1802), inicialmente una carta dirigida a su nuevo amor, composición que representa casi su adiós a la poesía.
A esta etapa corresponden el deterioro acelerado de su salud y su adicción al consumo de opio. Para recuperar la salud se trasladó a Malta, donde fue secretario del gobernador sir Alexander Ball, y en 1806 visitó Italia. A su regreso a Inglaterra dictó su famosa serie de conferencias sobre literatura y filosofía. Los últimos años de su vida se vieron ensombrecidos por graves desequilibrios nerviosos, lo cual le alejó de su familia y le llevó a aceptar la protección y los cuidados de un admirador suyo, el médico James Gillman, en cuya residencia londinense se instaló en 1816.
Su labor como crítico fue crucial para la crítica literaria inglesa, a la que aportó nuevos criterios y conceptos; su obra fundamental en el citado cambio es Biografia literaria (1817). Alabado por sus contemporáneos por su espíritu europeísta y como poeta y crítico literario de primer orden, concibió la imaginación poética como el elemento mediador entre las diversas culturas modernas, idea central de la estética romántica”.
Extraído de Ruiza, M., Fernández, T. y Tamaro, E. (2004). Biografía de Samuel Taylor Coleridge. En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea. Barcelona.
Las imágenes corresponden al sitio arqueológico de Xanadu, capital de verano del imperio mongol entre los siglos XIII y XIV (fuente: Nueva Tribuna).
Ver también en café de las ciudades:
Volverás a las mismas calles. Pues la ciudad siempre es la misma, por Constantino Kavafis en nuestro número 195.