En estas líneas deseo, con la excusa de la película Elefante Blanco (que me ha impactado, es emocionante y, sin duda, tiene interés, calidad y muy buenas actuaciones) correr el velo hacia un contenido más real. Deseaba permear más allá del celuloide, entreverando con aspectos que están mezclados en él.
La película fue filmada fundamentalmente en Villa 15, muchas veces llamada Ciudad Oculta, una de las mayores villas (anteriormente conocidas como “villas miserias”) de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Villa que creció desde los años ’40 (aproximadamente) como chaperío (casuchas de chapa), a la vera de una parrilla ferroviaria que ingresaba en Los Mataderos (creados en 1901), sobre la avenida Eva Perón, al sur de la Capital, casi llegando a la avenida circunvalatoria General Paz. Las casitas de la villa, habitadas por migrantes del interior del país, se desarrollaban atrás de las fábricas situadas frente a Los Mataderos. Estaba a cien metros de la avenida y fue afectada en los ’70 y ’80 al Plan de Erradicación de Villas de Emergencia (PEVE) de manera muy dura. Pero en paralelo a dicha erradicación se instalaron Los Módulos (Núcleo Habitacional Transitorio) a fin de radicar (supuestamente de manera transitoria, aunque aún están en el mismo lugar) a villeros erradicados de otros lugares de la ciudad, tales como San Telmo (o sea, en el sitio se erradicaba y se radicaba a la vez). Desde el advenimiento de la democracia se frenó la erradicación. El antiguo asentamiento que llegó a ser mutilado por la erradicación (contrastante con el ingreso de Los Módulos) continuó creciendo. En los ’90 comenzó a crecer superando sus antiguos límites y desde el 2000 en adelante continuó densificándose e incluso tuvo expansiones “extramuros”. Situación que continúa.
La película hace especial énfasis en el gran edificio denominado “Elefante Blanco”, situado al interior de la villa. Muy visible por su tamaño, fue un enorme proyecto de hospital especializado en tuberculosis, que se comenzó a construir en 1938 y nunca se concluyó. Se lo abandonó en 1955 tras el derrocamiento de Perón. Ha quedado su enorme estructura como un esqueleto revocado, gris opaco, muy contrastante con el antiguo chaperío, que luego se trastoca en el rojizo del ladrillo hueco de las casas sin revocar. Y se destaca sobre todo por su enorme escala, contrastante con la baja altura de la villa y el entorno en general.
Este texto tal vez no sea un espacio para la crítica profunda del cine del director Trapero. Y aunque la crítica cinematográfica no necesariamente se excluya del todo (fundamentalmente porque no soy especialista en ese área), sí será congruente referirse a ese hecho fílmico con algún espesor. En parte analizando (no demasiado) la cinta, pero a su vez poniendo el lente hacia la villa actual, la villa cotidiana de casi 20 hectáreas. Deseo hacerlo dado que el film toma como referente a un sector urbano (Villa 15, despectivamente conocido como Ciudad Oculta) que conozco, recorro, converso con su gente, he investigado y escrito sobre él. Este sector que, a juicio de este docente, termina siendo referenciado de manera un tanto ambigua, pues la mención más clara en el film es el Elefante Blanco, ya desde el título. Y aunque varias veces se menciona y recorre el edificio Elefante Blanco y sus deterioros, en verdad se realiza una inferencia sobre “toda” Ciudad Oculta (y sería bueno develar que no es lo mismo “la parte” que “el todo”).
En ese sentido, la película puede ser una excusa para conocer con mayor detalle o precisión el lugar. En el inicio del film se explica claramente el origen del edificio “El Elefante” en cuanto a su historia (pequeño relato muy bien situado, con calidad de información). En ese instante se habla de 15 mil o 30 mil habitantes (que no necesariamente es inexacto), pero en clara alusión a la totalidad que ya no es el Elefante Blanco, dado que en El Elefante viven 100 familias, siendo el sector más deteriorado. Y donde viven esas 15 o 30 mil personas es todo el contexto villero, que muchas veces se menciona como La Oculta o Ciudad Oculta. De allí que se infiere que Elefante Blanco es “toda Ciudad Oculta”. Sería interesante abrir el panorama para explicar que las características físicas y sociales de “toda la villa” (compuesta por partes) no son equivalentes al sector del edificio Elefante Blanco.
El film nos da, entonces, la oportunidad de develar algunos aspectos de ese contexto villero (sólo la villa, dado que Lugano y Mataderos no forman parte del recorrido fílmico pero sin embargo tampoco son extrapolables de la villa).
Ciudad Oculta es el nombre poco agraciado que refiere a Villa 15, ubicada en el borde Lugano-Mataderos. El film lo muestra como inexistente en los mapas, cuestión que por suerte podemos decir que verdaderamente no es así, dado que ya hay muchas fuentes que la incluyen. Tal vez no en las reproducciones generalistas de la vieja cultura tipo “Filcar” o “Lumi” ya antiguas. Pero sí figura en las web oficiales y se ve claramente en las imágenes satelitales. Aquel ciudadano que quiere verla en imágenes, puede hacerlo (aunque no sea simple, claro).
Hoy Ciudad Oculta no está oculta.
Simplemente es un tugurio segregado, fragmentado, objeto de disputas y que tal vez no constituya una única totalidad: “una” ciudad, aunque (pareciera) oculta. Esta oportunidad de la cinta nos permite expresar que Villa 15 (catalogación administrativa bastante aceptada como nombre) se debe, en fin, a sí misma, una discusión acerca de cómo integrarse o al menos organizarse y administrarse a fin de optimizar su interioridad, su sostenibilidad, su desarrollo y su relación con el entorno socio-urbano.
Uno de los señalamientos consiste en que el film muestra sólo un sector de la llamada Ciudad Oculta, infiriendo sobre el total de Villa 15 (nunca encontré por parte de los vecinos rechazo sobre esta nominación de perfil más administrativo y sí muchos se quejan de la mención “Oculta”). Incluso Juan Cymes, representante villero, expresaba enfática e irónicamente “¿Oculta de qué, de quién se oculta?”.
En verdad las imágenes tanto en general como en detalle son más precisamente sobre el Elefante Blanco, no sobre el total de la villa. No se llega a ver el conflicto entre “Los módulos” y el sector llamado “la villa” (dentro de Villa 15), ni “el fondo de los Paraguayos”, ni las tomas recientes sobre Santander y el predio otorgado en su momento al Club Albariños (hoy cuartel de bomberos) o el Barrio San Pablo, ni el brazo de manzanas que cruzan la Av. Luis Piedrabuena y casi llegan a la Av. Gral Paz, ni todo el contexto mixturado hacia el este, cada vez acercándose más a la calle Murguiondo. Cuando se muestra el obrador de Sueños Compartidos (UPMPM) se lo utiliza como obrador de una construcción en la cual, según el hecho fílmico, los padres por las villas estaban fuertemente involucrados.
El sector del Elefante es de lo más segregado y peligroso. Lo he caminado esporádicamente durante mis diez años de trabajo en el lugar. Cuando los vecinos mismos me han acompañado a ese lugar, lo hacen con mucho cuidado pues conocen mejor sus problemas. Porque en su derredor y su interior siempre se ha dicho que estaba lo más difícilmente urbanizable por sus cualidades más infectas. Cualidades negativas que en las otra parte del sector urbano, del barrio, del contexto de Villa 15 no tienen el mismo énfasis en inseguridad, droga, barro, desmejoramiento.
Creo, sin menospreciar la película, que el hecho artístico de Trapero hace un esfuerzo denodado por mostrar lo más embarrado, lo pletórico de basura, de droga y paco, la cara más dura. Y en esta fortaleza deja de lado muchos otros esfuerzos de vecinos que luchan cotidianamente por mejorar su barrio en múltiples organizaciones. Y que hay muchas entidades anónimas de gente joven que ponen su esfuerzo para materializar un aporte a la posible mejora de la calidad de vida.
Como simple ejemplo, en el film solamente se muestra, sin ser mencionada y solamente muy al pasar (o sea casi de manera casi ocultado, como un decorado), la fachada de “La milagrosa”, situada en El Elefante mismo. Estamos hablando de la radio local FM 100.9, fundada por Juan Ramón Núñez, según vecinos de oficio cartonero; galardonado por ser un excelente emprendedor (recibirá el premio “emprendedor del año” en Londres). Y hay miles de historias, no con los mismos galardones, pero sí con muchísimo entusiasmo y voluntad para realizar una mejora del espacio y del tejido social. En cada uno de los más de 30 comedores hay mujeres que llevan adelante tareas comunitarias esperanzadas, pero también contrariadas, mal pagadas por la vida, deshaciendo su pasado y rehaciendo su futuro, tratando de rearmar su familia, sosteniendo a sus hijas embarazadas. En ellos concurren también muchos chicos que vienen de las universidades, las escuelas, haciendo apoyo escolar, animación infantil, contando cuentos, trayendo talleres de teatro, fotografía (PH 15 es otro ejemplo, “El polideportivo” sobre la prolongación de la calle Zuviría es otro). Donde hay mixtura social y alegría.
La película, como hecho cultural, construye un aparato fílmico donde el sitio referenciado es “recreado”. Está basada, seguramente con buena intención, en un espacio que se toma como pretexto para contar una historia. Historia que no sé hasta qué punto es verosímil. En realidad casi sí podría serlo ¿Por qué no creo que llegue totalmente a serlo? Porque, primero, los padres por las villas no parecen ocupar, al menos en Villa 15, el lugar que el film les otorga. La película se basa en el rol de un cura que, tal vez me equivoque, es difícil que exista en la actualidad. Esto no habla de que el rol de los curas villeros sea mejor o peor, sino que es claramente distinto. Porque está situado históricamente en otras condiciones de producción social. Para este docente que escribe, el rol actual de estos respetuosos sacerdotes que habitan en villa 15 conlleva un compromiso muy profundo con la gente y con el lugar; pero es diferente a la recreación artístico-cultural. La cinta nos podría hablar de una mezcla rara del pasado (Mugica, a quien se dedica el film) con el presente, anclado en otra realidad imposible de repetir. Me cuesta mucho relacionar a estos humildes curitas (avezados, agudos, con sus millones de acciones mínimas, cotidianas y tan necesarias, repartiendo catequesis allí donde se pueda y haya un vecino) con el atractivo film donde, por razones totalmente explicadas en el celuloide, el tremendo cura que personifica el actor Ricardo Darín llega a empuñar un arma.
Segundo, la zona del Elefante Blanco es lo más deteriorado de Villa 15 y se muestra justamente eso: el máximo deterioro del tejido social y el deterioro del espacio urbano, la basura (cosas que sí ocurren en el sector de El Elefante). El film nos permite resaltar un grave peligro: que desde la inferencia señalada anteriormente el público masivo llegue a hacer una traslación de estas cualidades negativas como concurrentes hacia la totalidad (bastante segregado está el barrio y el contexto villero para realizar esta inferencia).
Tercero, en un momento se desliza que el barrio está enfrentado por dos sectores y este enfrentamiento tiene como base el delito y específicamente la droga. Cuando en verdad (desde la mirada de este docente e investigador) el sitio tiene mucho más que dos sectores en pugna. Y la droga no es el único recurso existente en disputa, sino que también hay diputas por el dominio territorial interno y diversos tipos de beneficios materiales e inmateriales, desde el poder de ciertos agentes o instituciones que ejercen su hegemonía y control político del lugar. Disputas fomentadas directa e indirectamente por los diferentes estamentos actuales y pasados de gobierno que no llegan de manera integral y mucho menos holística. A veces no llegan de manera comprensiva, sino dislocados y desinteresados entre sí. Obcecados en obtener “su cuota” y que “su bajada” se relacione con “sus contactos”.
La película muestra también un velo sumamente extraño: aparecen imágenes que serían más apropiadas en la represión y el terrorismo del Estado, en la época de la peor erradicación que en la época de la democracia. Se muestra la irrupción de centenares de policías ingresando violentamente como cosa común. Ello por suerte, no parece ser tan habitual como el film evidencia.
El film sí relata aspectos terribles de manera valiente: las cocinas de droga, sus modos de control y el entorno social en el que se desarrolla y la bravura tremenda de ciertos actores (en este caso el cura que va a buscar un chico muerto traspasando ciertos límites y seguridades deleznables).
En síntesis, la película (que merece verse y tiene buena factura y actuaciones de relieve, como por ejemplo el muchacho que caracteriza al “monito”) conlleva una matriz donde el espacio social es reorganizado en base a una experiencia diferente a la habitual. Realiza una hibridación entre lo real (el barrio que por suerte se muestra y que mucho público masivo no hubiera podido apreciar, aunque es bueno señalar que se muestra la peor parte como si fuera el total), mezclado con historias pasadas y citas habituales o armadas culturalmente para el público masivo: un cura que se enamora, varias personas que fallecen, como si siempre se realizaran velorios en medio de la lluvia y el barro. Y actores sociales que no existen: sacerdotes con roles diferentes, uno de ellos toma sin éxito las armas tras haber encarado prácticamente bajo su dirección la refacción del monumental edificio.
La película sin dudas conmueve mostrando el filo de las durezas humanas y costados terribles de la sociedad que no todos quieren ver. Pero a su vez nos deja la oportunidad para develar que, por suerte, si bien parte de esa dureza es real y existe, no toda la villa tiene ese contenido tal como se lo expresa. El acto de novelar tiene esos peligros: llevar la pluma hacia donde la imaginación desea, o donde cree que el público desea. Crear incluso la ilusión que, con violencia o sin ella, terminando con la droga terminaríamos con los tugurios. Contradictoriamente, y por suerte, la misma película, durante su rodaje, produjo un hermoso clima social, acerca del intercambio entre actores destacadísimos y amados y muchos villeros que actuaron en el film, se abrazaban entre bambalinas y sintieron que, mientras se fabricaba la ficción cultural, se tendería un manto de integración social y esperanza. Manto que, por supuesto, es lo que estamos necesitando.
RdS
El autor es Arquitecto recibido en FADU-UBA, donde es docente. Se doctoró en Antropología (FFyL-UBA). Es Investigador del Centro CIHaM y asesor en investigación y formación docente en IDAM-Caride (FADU-UBA). Es también Profesor Titular de Planta Permanente en UAI. Ha dirigido varios proyectos de investigación, tomando como referencia dentro de ellos a Villa 15 (CABA), La Gardel (Morón) y Florencio Varela. Miembro titular de la Red ULACAV. Participó con otros investigadores del CIHaM en el libro “Debates sobre ciudad y territorio”, editado recientemente por Nobuko.
Sobre su trabajo, ver también en café de las ciudades:
Número 16 | Tendencias
La extrema periferia | Ricardo de Sárraga relaciona lo doméstico y lo barrial en un barrio de Florencio Varela. | Marcelo Corti
Ver el comentario a Elefante Blanco en el número 116 de café de las ciudades.