El texto de esta nota está incluido (pgs. 18 a 22) en Ciudad Pomelo: miradas diversas de estudiantes sobre lo urbano, de Tella, García Espil y Batain (editores).
Hace muchos años, en una charla informal luego de la presentación de un libro y ante la objeción por la complicidad de la matrícula de arquitectos colaborando en concursos que constituían el despojo de tierras públicas en pos de negocios particulares, un Profesor Titular de nuestra Facultad contestó: –Al fin y al cabo, los arquitectos sólo somos un engranaje más del negocio inmobiliario…
Más allá de preguntarnos cómo podía una persona, con esa sumisión a los intereses dominantes, levantarse todos los lunes y jueves y dedicarse a la docencia en la universidad pública, el desconcierto ante semejante afirmación nos llevó a reflexionar sobre el tema. Para nuestra sorpresa, este pensamiento era mucho más generalizado –consciente o inconscientemente– de lo que pensábamos.
Podemos encontrar esta subordinación al poder real en la historia misma de la arquitectura, al estar ligada a la autoridad en forma permanente: faraones, emperadores, papas, reyes, mecenas, empresarios, brokers, etc., etc., etc… Esta historia se profundiza más aún cuando quienes ostentamos la autoridad epistémica en la construcción del hábitat, en lugar de intentar reparar la injusticia que sufren las grandes masas populares iberoamericanas, preferimos subsumirnos en el servilismo ante el mercado, no haciendo más que aumentar las desigualdades.
Para ser sincero, lo que vamos a esbozar aquí es fruto de desconectadas observaciones, que fueron organizándose en base a textos de Manuel Delgado (1956, antropólogo español), quien lo explica, desde otro locus de enunciación, con gran claridad e ilustración. Delgado, a su vez, revela que sus posturas no son más que lo que décadas atrás plantearon Henry Lefebvre (1901-1991, filósofo francés) y Jane Jacobs (1916-2006, periodista y activista norteamericana); ésta última, desde la introducción de su indispensable libro “The Death and Live of the Great American Cities”, de 1961, sentenciaba: “Este libro es un ataque contra el actual urbanismo y la reconstrucción urbana…”.
Suponemos que quienes tengan el dudoso criterio de seguir leyendo este artículo –en vez de leer a los autores sugeridos– conocerán casos que felizmente no encajan con la descripción que haremos a continuación; pero el planteo se referirá a la narrativa urbana dominante de lo que denominamos urbanismo neoliberal, que emerge de la estructura eurocéntrica de la educación superior, de los organismos profesionales y de las oficinas de planeamiento. Taxativamente excluimos de nuestras próximas afirmaciones a los muchos que dedican su conocimiento y expertise al servicio de las mayorías populares. Para ellos, el mayor de los reconocimientos.
Jordi Borja (1941, geógrafo y urbanista catalán) dice que el urbanismo tal como lo conocemos nació con la primera revolución industrial, para defender al proletariado del abuso que realizaba la joven burguesía que, además de explotarlos, obtenía rentas de las habitaciones que se caracterizaban por la insalubridad y el hacinamiento.
Debemos examinar qué ha quedado de ese urbanismo originario al servicio de los más desposeídos. Si observamos la realidad en el marco de la discursiva actual, sin duda queda muy poco…
Uno de los problemas con los que nos enfrentamos al trabajar en la planificación urbana es la falta de categorías para asumir la compleja realidad de Iberoamérica, donde los simples indicadores no alcanzan para entender nuestra realidad.
La extrapolación acrítica de las categorías utilizadas para entender las ciudades a partir de las experiencias de sociedades de países centroeuropeos limita la complejidad de nuestras poblaciones. cuya cultura se basa en el mestizaje teológico y étnico, en el marco de una profunda subjetividad de colonialidad, que las hace únicas. Esto no implica ignorar las prácticas que desarrollan ciudades con distintas realidades a las nuestras, pero es preciso filtrarlas en tiempo y espacio dentro de un profundo conocimiento de la construcción de nuestras sociedades, que no son ni mejores ni peores, sólo son diferentes.
Debemos examinar qué ha quedado de ese urbanismo originario al servicio de los más desposeídos. Si observamos la realidad en el marco de la discursiva actual, sin duda queda muy poco…
Este imperativo dominante de una ciudad pura, global, pacificada y culta parece ser la obsesión de las políticas públicas territoriales de la actualidad, que ocultan desde sus enunciados la compleja riqueza de nuestra estructura social.
Bajo la influencia de iniciativas extrapoladas de ciudades europeas, podemos ver la desesperación de los diseñadores urbanos de imponer los espacios representados en su imaginario disciplinar, que pretenden una ciudad idílica, donde los conflictos intrínsecos a cualquier relación social pretenden ser neutralizados por supuestos “espacios públicos de calidad”, que le “cambian la vida a la gente”, donde la flagrante realidad de aquellos que no se ajustan a los parámetros de ese imaginario concebido en despachos tecnocráticos es que van a ser señalados, perseguidos y expulsados.
Hace un tiempo se pudo ver un video donde la policía reprime violentamente a un hombre que pedía pacíficamente dinero en Puerto Madero; a pesar de la enérgica protesta de quienes presenciaban la escena, que a los gritos les decían a los agentes que ese hombre no había hecho nada malo.
Este impune accionar de las fuerzas de “seguridad” sólo se puede naturalizar en un espacio “de calidad” donde una persona que –como un objeto extraño que no pertenece al imaginario de los estratos medios– invade un sector de la ciudad que le es vedada en términos simbólicos y materiales, ya que con su desamparo pone en crisis la evidente falacia de la ciudad neoliberal pseudodemocrática.
Así, el espacio de la representatividad de una ciudad que se desespera por verse libre de conflictos va expandiéndose sin oposición alguna, ya que el urbanismo oficial –utilizando la “renovación urbana” como ariete– genera el marco propicio para la mercantilización de la ciudad, incorporando a ella sólo a quienes cuenten con los recursos suficientes para asegurar su pertenencia a “la ciudad formal”.
Al pensamiento mágico sobre las cualidades intrínsecas del “espacio público pacificado”, se le suma una inentendible creencia en que los edificios “emblemáticos” administrativos –tanto el Ministerio de Educación en la villa 31 como el Ministerio de Desarrollo Humano en la villa 15 de Buenos Aires– tienen la función de “eliminar las barreras que dividen a los barrios vulnerables del resto de la Ciudad” (sic).
Este pensamiento nos hace especular sobre una especie de profunda taumaturgia renderizada, donde a partir de un edificio de “calidad” cercano a las múltiples falencias y desdichas que se viven en las villas, estas tragedias tenderán a desvanecerse en el aire gracias a la presencia de estas construcciones.
Es tal el disparate de las lógicas dominantes del urbanismo del establishment (conjunto de personas, instituciones y entidades influyentes en la sociedad o en un campo determinado, que procuran mantener y controlar el orden establecido) que muchos consideran como un logro el aumento del valor del suelo, sin detenerse a pensar ni siquiera por un minuto –o tal vez si y no les importa– en la gentrificación (proceso de rehabilitación urbanística y social de una zona urbana deprimida o deteriorada, que provoca un desplazamiento paulatino de los vecinos empobrecidos del barrio por otros de un nivel social y económico más alto) que produce, ni se reflexiona sobre la pobreza social que significa la homogenización de estratos económicos.
No sólo podemos ver en esto la invisibilización o el desprecio a los sectores marginados, sino que ni siquiera se considera el efecto que causa ese aumento de precio de las viviendas que aleja aún más a la población –que incluye a sus amados estratos medios– del acceso a un techo.
El discurso, tanto académico como profesional, parece transcurrir por los andariveles que circunscribe una visión que cercena el territorio como enclave para los negocios inmobiliarios, condicionando cualquier intervención urbana en barriadas populares al servicio de una supuesta “puesta en valor” que beneficie la mercantilización de sus entornos.
En un país donde la pobreza no es solo un tema económico sino que está cruzada por estructuras raciales y por jerarquías en la distribución social del trabajo, es urgente generar –en retroalimentación con los saberes populares– el marco teórico necesario para poner la potencia de la planificación urbana al servicio de la justicia espacial.
Generar una masa crítica para luchar contra esta situación de profunda injusticia, debiera concentrar los esfuerzos de quienes entendemos el urbanismo como una herramienta de transformación social al servicio de las mayorías populares postergadas.
una especie de profunda taumaturgia renderizada, donde a partir de un edificio de “calidad” cercano a las múltiples falencias y desdichas que se viven en las villas, estas tragedias tenderán a desvanecerse en el aire
AB y SF
Alejandro Batain es Arquitecto UBA. Investigador y docente de grado y posgrado UBA, UNDAV, UNQUI e INAP. Especialista GAM-UBA y Especialista EGDTU-UNDAV-UNQUI.
Santiago Filgueira es Arquitecto UBA. Docente de grado y posgrado UBA y UNQUI. Cursado Magister en Planificación Urbana y Regional UBA (Tesis en preparación).
Batain, Alejandro Juan; Filgueira, Santiago (2022). “El urbanismo traidor”. En Tella, Guillermo; García Espil, Enrique; Batain Alejandro Juan (Ed.), Ciudad Pomelo: miradas diversas de estudiantes sobre lo urbano. Buenos Aires. Diseño gráfico: Pablo Rossi + Karina Di Pace. Pedidos: [email protected]
“Este nuevo libro de la Cátedra ha sido redactado esencialmente por estudiantes y coordinado por el equipo docente. Consiste en una compilación de materiales generados durante la etapa de “Acompañamiento Académico” que, por motivo del COVID-19, se llevó adelante entre el 22 de abril y el 3 de junio del año 2020. Durante ese mes y medio, se debatió en cada grupo docente un tema de manera semanal: “La Evolución Histórica de la Ciudad”, “El Territorio y la Estructura Urbana”, “El Ambiente y la Sostenibilidad”, “Centralidad y Movilidad” y “El Papel del Espacio Público”.
En esta publicación se podrá encontrar la visión de jóvenes estudiantes de arquitectura cursando el tramo final de la carrera, quienes reflexionan con profundidad sobre las tensiones entre las temáticas propuestas y la ciudad en la que habitan y sueñan. Contribuir a la generación de un marco teórico para poder construir una sociedad más justa y sostenible, es el aporte que pretende esta publicación y quedará en cada lector la sensación de si este deseo se ha podido cumplir”.
Cátedra Planificación Urbana, Carrera de Arquitectura; Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo; Universidad de Buenos Aires
Enrique GarcíaEspil, Profesor Titular; Guillermo Tella, Profesor Adjunto. Equipo docente: Alejandro Batain, Santiago Filgueira, Paula Videla, Federico Percossi, Fabián de la Fuente, Julieta Altschuler, Sebastián Malleville, Rocío Di Corrado, Laura Miranda, Agustina Iglesias, Sofía Puig Villagra, Alejandro González, Celeste Mc Garry
Mariana Larumbe Araujo, Sebastián Cerri, Carolina Huffmann, Celeste Citterio, Patricia Mayo, Alicia Gerscovich. Martín Menini, Fernanda Mierez, Camila Farina, Rosario Esteva, Matías Schmukler.
Estudiantes: Belén Arenas, Julieta Arroyo, Ulises Bayley Bustamante, María Agustina Bramuglia, Julián Cancinos
María Eugenia Caricatto, Jerónimo Cassaglia, Juana Colli, Athina Hettema, Matías Infeld Caballier, Agustina Iñiguez, Sofía Komar, Martina López Angriman, Julieta Magariños, Natalia Marino, Santiago Mc Allister, Agustina Mendive Constante, Manuela Mujica, Alexandra de Paula Passos Carneiro, Iñaqui Oxacelay, Lucía Padilla, Daniel Parnofiello, María Clara Pellegrini, Ruth Petasny, Ezequiel Pometti, Martina Requejo, Tatiana Risso, Lucrecia Robles, Rocío Rojas Barreiro, Sofía Russiani, Florencia Sansberro, Luna Torres, Agustina Velazco, Alexia Zakrajsek, Micaela Zapata.