N. de la R.: El texto de esta nota reproduce un fragmento del prólogo del autor para su libro Futuridades. Ensayos sobre política posutópica (Rosario, Casagrande, 2018).
I
Bruno tiene 17 años. Hace 12 que vive en San Pablo, Brasil, donde se mudó con su familia desde Natal. A los 13 vio la película Transformers y empezó a pensar en lo fascinante que podía ser crear robots con vida artificial. Ahora se pasa tres o cuatro horas diarias en la red mirando videos de novedades tecnológicas. Hace un tiempo descubrió los desarrollos recientes en robótica aplicada al rescatismo de alta montaña. Ayer, Bruno le dijo a un amigo de su hermano mayor que en diez años las máquinas que suban a las cumbres y los recodos de las montañas no serán, como ahora, perros, vehículos pequeños o drones guiados o acompañados por humanos que buscan optimizar sus movimientos para acortar las búsquedas y los rescates. Serán perros como los que se ven en las experimentaciones de laboratorio: esqueletos caninomórficos, cubiertos con un tejido orgánico-sintético compuesto de nanobots que semejará la piel de los perros. Serán entes mecánicos con formas y movimientos perrunos, controlados por computadoras y con una gran autonomía energética, capaces de enviar, recibir y procesar información. Esos robots dispondrán de una enorme autonomía de movimiento y capacidad para decidir entre una gama de opciones dependientes de una multiplicidad de variables (clima, altura del año, estado del suelo, género, edad y estado de salud de la persona buscada, localización georreferenciada del transporte para el salvataje, entre muchos otros). La idea de que sólo un ser humano presente puede salvar a otro ser humano presente habrá quedado superada.
Mónica tiene 70 años. Se acaba de jubilar como docente. Daba Historia Política Contemporánea en un terciario en Ciudad de México y Filosofía Política Clásica en la Universidad Autónoma de Guadalajara. “Lo que más hice en mi vida, después de dormir, fue leer a Kant”, le dijo riendo a un amigo hace poco, mientras caminaban. El último domingo, a la noche, cuando la costumbre le empezaba a indicar que era hora de armar la clase del día siguiente, un nuevo afecto llegó para desmentirle su orientación. Fue entonces que sintió, como una ráfaga fría, mezcla de alegría y sospecha, que se había jubilado. Treinta años de domingos con final previsible se habían terminado. Se quedó sin imágenes. Por un rato no supo qué hacer, no supo hacia dónde dirigir sus fuerzas. La invadió la curiosidad. “Y ahora, ¿qué?”, pensó.
Lucas tiene 10 años y vive en un asentamiento que se fue instalando poco a poco sobre unas tierras tomadas en la periferia norte de la ciudad de Rosario. Desde la puerta de su casa puede ver el Bosque de los Constituyentes. Su madre hace sandwiches, bizcochuelos, tortas asadas y fritas para vender a los camioneros en la avenida Circunvalación. Su padre va de obra en construcción en obra en construcción, trabajando como albañil. Forman parte de una congregación evangelista que se fue armando entre vecinos en torno a Julio Osorio, un pastor que se instaló en Rosario luego de un paso por José C. Paz, en el conurbano bonaerense. En el comedor de la casa de Lucas hay un afiche enorme con un Jesús de ojos claros; debajo de él los versículos de Mateo 7:7: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá”. Con sus amigos inventó un juego: la redada policial y el allanamiento. Algunos se amuchan en un rincón de un patio, como si estuvieran haciendo algún maneje, y otros entran corriendo, a los gritos, pateando cosas. A él le gusta hacer de pibe que la policía amenaza con llevar preso. Se pone a gritar “¡Llamen a un abogado!” y trata de escapar sin que lo noten.
Amalia, Brenda y Francisco son hermanos. Sus padres se separaron cuando eran chicos. Siempre vivieron con Lucía, la madre de los tres, en Castelar, provincia de Buenos Aires. Federico, el padre, abogado, murió hace unos años, a causa de un ACV. Un socio del estudio le contó a Amalia que esa tarde lo había escuchado discutir furiosamente con otro abogado en su oficina del microcentro de la ciudad de Buenos Aires. Los hijos recibieron como herencia unos campos en Pergamino y la pequeña estructura de una empresa agrícola. En 2001 decidieron arrendarlos a una empresa más grande que les ofrecía una parte de las ganancias a cambio de pasarse a siembra directa de soja transgénica. “Los próximos años serán escenario de un crecimiento exponencial gracias a la demanda china de cereales y oleaginosas. Hay que aprovecharlo”, les dijo el gerente de Agroplus cuando se entrevistaron. Les mostró estadísticas, les compartió pronósticos productivos y de rentabilidad. Aceptaron enseguida. En 2004 se dieron cuenta de que se habían sentado sobre una montaña de dólares. Amalia cerró el estudio jurídico, Brenda se anotó en una Tecnicatura en Agronegocios y Comercio Exterior y Federico dejó de vivir del diseño gráfico para convertirse en el gerente general de Brothers SRL. Hoy manejan una empresa de fideicomisos agrícolas y ganaderos que vincula inversores argentinos y extranjeros en un juego con distintos niveles de riesgo para las inversiones. Se pasan una buena cantidad de horas diarias mirando pantallas y una buena cantidad de días al año mirando entre maizales, olivares y feedlots porcinos.
James está terminando de cenar en su departamento en Jersey City. Estudia en Princeton. Hace días que convive con un malestar que no puede describir. Una especie de mala noticia, o mal agüero. Incómodo, como queriendo huir sin saber de qué, de dónde ni hacia dónde, recurre a sus aliados naturales: los libros. Escarba entre los que tiene en el escritorio. La mayoría empezados. Se encuentra con La Humanidad aumentada, de Eric Sadin. Lo abre al azar, página 116. Lee: “La inteligencia humana
Algunos se amuchan en un rincón de un patio, como si estuvieran haciendo algún maneje, y otros entran corriendo, a los gritos, pateando cosas. A él le gusta hacer de pibe que la policía amenaza con llevar preso.
está adosada a la curva natural de la vida de los individuos, marcada por una fase de aprendizaje, luego por la edad de la madurez y, generalmente, seguida por un período de declive. La inteligencia robotizada no se inscribe en esta contextura de tipo orgánico, sino que está determinada a crecer y enriquecerse indefinidamente, según perspectivas a mediano plazo y largo plazo que desafían cualquier proyección fiable”.
Ana y Esteban caminan por la calle de Montevideo. Están yendo a un curso sobre diseño industrial. Anoche, Esteban vio una película. “Es la historia de un abogado con la típica vida familiar burguesa. Bah, con la vida que el cine dice que los abogados burgueses tienen. Vive en un suburbio de París, está casado con una mujer que también es abogada y tiene dos hijos. Hay una escena en la que el abogado está tomando un café en un bar de París, en silencio. Está buena, dura unos minutos la escena. Puro silencio, lo ves al tipo con la mirada más allá de la ventana. Pensando. Esa noche, mientras vuelve en tren a su casa, ve a una mujer apoyada en una ventana de un edificio pegado a las vías. Arriba de la ventana hay un cartel que dice ‘Estudio de danza’. La busca la noche siguiente y la siguiente. Se queda mirándola, embobado. Una de esas veces corre por el tren, para tratar de verla un poco más. Hasta que una noche se baja del tren y se anota en el Estudio. Sube las escaleras y ahí está ella. Se ponen a hablar, al rato se da cuenta que no le parece muy interesante. Entonces se engancha con la clase de danza. Y le encanta. Tanto que la peli da un giro y se focaliza en eso. Te terminás olvidando que el tipo era abogado o que estaba pendiente de una desconocida. Se vuelve la historia de un bailarín”.
Marina se acaba de quedar sin datos en el teléfono. Insulta por lo bajo para que los ocasionales acompañantes en el tren no la escuchen. Mientras insulta, una imagen se va formando en su mente: es ella misma teniendo que esperar en la puerta de la casa de la clienta a la que le está llevando unas milanesas de soja y unas empanadas caseras que le encargó. Enseguida piensa en que tiene que pagar un montón de cosas: al proveedor de harinas, al pibe que trabaja con ella, el alquiler, cuatro o cinco meses de monotributo atrasados, la deuda que tiene con su madre, la que tiene con Andrea, su amiga… Todos los días, todo el tiempo, hace cuentas y llega siempre al mismo resultado. No le alcanza. El tren se detiene, Marina baja y busca la salida de la estación. Empieza a pensar que no le va a quedar otra que ir a pedir el crédito al CrediYÁ que está a unas cuadras de su casa.
II
Zygmunt Bauman escribió alguna vez que la categoría “comunidad” evocaba en él figuras sociales cálidas, de seguridad, contención y afecto (2006). Era una categoría prejuzgada de manera positiva. Yo no podría decir lo mismo de la categoría “futuro”, su evocación no me resulta tan unívoca. Las inquietudes por el destino y la vida después de la muerte, la acumulación tendencialmente infinita de dinero, las revoluciones y las transformaciones sociales, los cambios tecnológicos, los desastres ecológicos, las derivas individuales, las experimentaciones colectivas, los enigmas, los desvíos: el futuro, el devenir y el porvenir operan de modos diversos como protagonistas y vectores de las grandes problemáticas culturales. Organizan imaginarios, se inscriben en instituciones y decisiones de maneras dispares y sorprendentes. Sea que se enuncie su ausencia, que se lo dibuje nítidamente, que se lo bosqueje; sea que se contemple su virtualidad, que se le imputen irrupciones o redundancias, el futuro perfila una dimensión decisiva y ambigua de las potencias humanas, los conflictos, las relaciones de poder.
No le alcanza. El tren se detiene, Marina baja y busca la salida de la estación. Empieza a pensar que no le va a quedar otra que ir a pedir el crédito al CrediYÁ que está a unas cuadras de su casa.
Preguntar tiene una función estratégica: ¿cuáles son las maneras contemporáneas de vinculación con la futuridad, en tanto virtualidad de acontecimientos? ¿En qué se diferencian de formas anteriores? ¿Dónde rastrear y cartografiar esos cambios? ¿Cómo se puede pensar el futuro en condiciones de alta discontinuidad y aceleración? ¿En qué medida y de qué manera nuestras condiciones se traducen en ideas, imágenes y estrategias de relación con la futuridad? ¿Qué pasa con la noción de “futuro” cuando ya no se lo puede imaginar como se lo hacía? ¿Cómo se inscriben las diferentes hipótesis, gobiernos y aperturas del futuro en la vida social? ¿Qué vínculos se establecen entre proyectos y posibilidades? ¿Cómo podemos precipitar alguna potencia a partir de los incontables elementos que en nuestro presente existen como proyecciones, posibilidades y actualidades?
Este libro fue escrito con la intención de explorar esas preguntas, que hacen a los modos en que existimos en condiciones de contingencia, que diagnosticamos nuestra situación, que comprendemos el poder orientador de las instituciones, que procesamos las tensiones entre prescripciones y novedades. Es, en ese sentido, un intento de aportar a una etnografía de lo contemporáneo, que “siempre inicia su trabajo en el medio de la vida social, al interior de asimetrías y constricciones de todo tipo, atravesada por una miríada de flujos cuyo origen y destino son indeterminados, ya sean vitales o letales” (Biehl 2017: 4). No tengo interés en donar una imagen de futuro o un qué hacer, sino en presentar preguntas y miradas, que apuntan a un cómo hacemos, que buscan aportar a procesos poscapitalistas prestando atención a su intensidad y expansión.
(…) aportar a formas de entender, propiciar y elaborar los cambios. Cómo y por qué cambia lo que cambia son preguntas decisivas para el pensamiento y la cultura, preguntas que van al núcleo de la condición humana.
El pensamiento social tiene una inclinación a leer lo social en clave de problemas, asimetrías, injusticias; a veces olvida que las tareas de investigación y pensamiento brotan de un impulso a incrementar nuestras posibilidades, nuestras potencias y condiciones para que la vida pueda ser menos sufriente e injusta, más creativa y alegre. Creo que nuestra vida social requiere interpretaciones oxigenantes de la “cuestión del futuro”, si pretendemos desmontar algunas fuentes estructurales de malestar social e injusticias. Requiere redefinir la noción de futuro (lo que intentaré hacer a través de la noción de futuridad), producir nuevas gramáticas para la imaginación (y no solamente nuevas imágenes), convertir los trayectos en algo distinto a un instrumento para un fin, aportar a formas de entender, propiciar y elaborar los cambios. Cómo y por qué cambia lo que cambia son preguntas decisivas para el pensamiento y la cultura, preguntas que van al núcleo de la condición humana. El modo en que esas preguntas se elaboran, se responden, se inscriben, vertebra en buena medida la existencia social. Somos seres marcados por la futuridad, no sólo por nuestra condición mortal y finita, como afirmó Heidegger (1924), sino, sobre todo, como escribió Virno, por nuestra capacidad de tener facultades y potencia (desear, hablar, producir) para hacer mundo y ser hechos y rehechos por él (2003). Y así como esas facultades y los mundos de los que participan varían históricamente a la luz de transformaciones económicas, tecnológicas, sociales y políticas, así también el futuro como problema cultural, referencia práctica e interrogación se va modificando.
EG
El autor es Investigador Asistente (LICH/CONICET), Docente de Sociología de la Cultura y el Arte (carrera de Gestión cultural, Universidad Nacional de Rosario), traductor y coordinador de talleres. Integra la editorial Tinta Limón. Doctor en Ciencias Sociales (UBA) y Licenciado en Historia (UNR). Colabora y articula con diversos proyectos políticos y culturales. Ha publicado artículos en revistas y tres libros: uno como compilador (Nuevo activismo negro. Lecturas y estrategias contra el racismo en Estados Unidos, 2016), otro en coautoría (Redondos. A quién le importa, 2013) y un tercero como autor individual (Futuridades. Ensayos sobre política posutópica, 2018). Puede descargarse de academia.edu
Sobre la cuestión del futuro, ver también la introducción a ¿Por qué el capitalismo puede soñar y nosotros no? “Recuperemos alguna idea de futuro o alguien lo hará por nosotros”, por Alejandro Galliano en nuestro número 184.
Referencias:
Bauman, Zygmunt. Comunidad. En busca de seguridad en un mundo hostil. Siglo XXI Editores, México, 2006.
Biehl, Joao and Locke, Peter. Unfinished. The antrophology of becoming, Duke UP, Durham/London, 2017.
Heidegger, Martin. El concepto de tiempo (1924), Editorial Trotta, Madrid, 2011.
Sadin, Eric. La humanidad aumentada. La administración digital del mundo, Caja Negra, Buenos Aires, 2017.
Virno, Paolo. Recuerdo del presente: ensayo sobre el tiempo histórico. Paidós, Buenos Aires, 2003.