Entrega 24: Una walkyria conurbana¿Vivís por acá? – No somos perras – La prohibición de involucrarse – Ningún cuidado es excesivo – Reconversión en el área servicios – Aparición del príncipe azul
Para ser considerada correcta, la prestación requería una serie de procedimientos preliminares y postliminares, que permitieran al cliente recrear el ambiente de una seducción convencional y dejar de lado las otras circunstancias: las siempre cuestionables del pago, y la casi segura indiferencia de la prestadora al consumidor. Le habían transmitido, antes de presentarla a la clientela, unas determinadas exigencias en el vestir, en los ademanes de presentación, un muestrario de sonrisas y caricias, de frases hechas y conversaciones prefabricadas, con las cuales podría desenvolverse hasta desarrollar un estilo personal (o más exactamente, hasta adquirir su propia personalidad en la materia). Tras la fatiga del acto y los cuidados higiénicos posteriores, y en espera de que la recepcionista golpeara la puerta para señalar la finalización del turno, la ortodoxia recomendaba acercarse al cliente (en lo posible, recostarse sobre su cuerpo, apoyar la cabeza sobre su hombro o su pecho) y comenzar un diálogo de circunstancias, aunque fingidamente personal. “¿Vivís por acá?”, “¿a qué te dedicas?”, “¿recién salís de trabajar?” o “¿cómo está el tiempo afuera?”, en caso de lluvia o temperaturas extremas, inducían diálogos amables y sin mayor compromiso, que evitaban además los silencios ominosos o, aun peor, los discursos compasivos de algún sujeto culposo, siempre dispuesto a redimir almas perdidas después de haber pagado por su perdición.
Había empezado a trabajar luego de considerarlo durante meses, desde que una compañera de escuela le contó de su experiencia y de los réditos visibles de la actividad. Cuando su madre quedó embarazada de un circunstancial compañero, un narcotraficante de pequeña escala que días antes de su acto preñador la había violado a ella misma en la casilla de atrás de su casa (suceso que solo mencionó a su amiga, que la ayudó a hacer el test de embarazo, negativo, y a su madre, que le pegó porque pensó que lo decía por celos), aceptó ir a trabajar haciendo la limpieza de la casa, pero sin compromiso alguno con la actividad principal. Un día remplazó a la recepcionista, que había faltado sin aviso, y le pagaron el doble. Finalmente una tarde, luego de pelearse con su novio (un cadete de policía con el que tenía pensado ir a vivir), habló con su amiga y con la dueña de la casa, aunque pidió empezar recién al día siguiente.
Ya había nacido su hermanito, cuyo padre se había ido sin dejar rastro alguno unas semanas antes. Según sus cálculos, lo que sacara durante los meses que dedicará a su nuevo trabajo le permitiría mantener a su madre y a su hermanito mientras durara la lactancia, al tiempo que terminar la pieza de atrás para vivir ella sola. Sus otros hermanos vivían con su padre en Misiones y no requerían su ayuda; la distancia le permitía además prescindir de excusas y preguntas sobre su nuevo trabajo, mientras que su madre ni siquiera hablaba con ella (la acusaba por la huida de su pretendiente).
Al margen de su momentáneo padrastro, contra voluntad, y su novio cadete de la Bonaerense, por voluntad, sus únicos amantes habían sido un primo que la desfloró siendo poco más que una niña (por voluntad, aunque arrepentida luego por el dolor que sintió) y un vecino con el que había coqueteado su madre (contra voluntad, en su interior, aunque dio el sí por curiosidad). Quizás transmitiría esto en sus presentaciones a los clientes, lo cierto es que durante una semana ninguno eligió pasar con ella, incluso cuando en un par de ocasiones fue la única opción disponible en la casa. Solange, su amiga, le decía que a ella le había pasado lo mismo; por fin, un domingo a la tarde, un camionero brasileño la eligió y la llevó al cuarto principal.
Al tiempo hacía cuatro o cinco clientes diarios, lo suficiente como para cumplir cómodamente sus previsiones. Tenía incluso algunos habitúes que se habían acostumbrado a pasar con ella y había desarrollado una rutina, satisfactoria para ellos y cómoda para ella. Cortaba los avances indeseables convincentemente con su latiguillo “no soy completa”, un auxiliar tan imprescindible como el “sí, pero con forro”. Varias veces Solange la llamó para algún “combinado”, donde aprendía algunos secretos de la buena práctica; le daban vergüenza algunas actitudes inapropiadas de su amiga, pero apreciaba el aprendizaje y las buenas propinas, en especial cuando lograba ser convincente en la simulación. Lo único claramente desagradable que le tocó vivir fue cuando entró a la casa un marginal que juntaba basura en el barrio, un tipo que olía a vino barato y a mugre de varios meses sin bañarse. La dueña pretendía que las chicas salieran a presentarse, pero finalmente echó al tipo con alguna excusa vaga. Solange le reprochó a la dueña no haber entendido enseguida que debía prescindir del tal cliente: “nosotros somos prostitutas, pero no somos perras para pasar por esta situación”, le dijo, y la dueña aceptó pidiendo perdón. Al día siguiente apareció con un juego de ropa interior de regalo para cada chica, la abrazaron, lloraron y dieron por terminado el episodio.
Por primera vez en su vida tenía dinero, una rutina y algunas certezas. Los días libres aprovechaba para controlar la marcha de la obra, llevándole mate a los dos vecinos albañiles a los que había elegido por ser mayores y con mujeres celosas, que no les permitirían avanzar sobre ella estando a la vista del barrio. Otros días iba a la mañana al shopping de Haedo, donde compraba ropa y juguetes para su hermanito y lencería para su trabajo. Por rapidez y practicidad, la presentación se hacía en ropa interior; al tiempo comprobó con buen humor que tenía mucha más ropa para su trabajo que para salir a la calle. Al otro día compró jeans de marca, blusas y t-shirts, carteras y zapatos.
Una tarde su antiguo novio, ya policía, apareció en la casa. Aterrada, pidió a la dueña que le permitiera no presentarse. El tipo eligió a Solange y se quedó toda la noche: por las preguntas que le hizo, infirió que sabía de su presencia. Al otro día, el policía mató al padre de su hermanito en una redada por drogas. No creyó la versión oficial, pero recordó la humillación de aquella tarde bajo las chapas de la casilla y sintió una entera satisfacción.
Ese episodio incidió en sus elecciones posteriores. Comenzó a sentir la necesidad de acotar su presencia en la casa; a veces inventaba indisposiciones o la necesidad de acompañar a su hermanito al médico para faltar una tarde. Se mostraba esquiva en las presentaciones cuando el cliente no le gustaba, y rehuía los combinados. No había perdido en profesionalismo, pero si en motivación.
Lalo, el marido de la dueña, decidió abrir una parrilla en el patio de la casa, con salida a la ruta. Apenas un quincho abierto y un abundante lugar de estacionamiento marcaban el lugar. Se enteró que les faltaba alguien para atender y un día, tras consultarlo con Solange, decidió ofrecerse a la dueña para ser camarera. Dejaría de trabajar en la casa los días de semana, pero continuaría los sábados y domingos. Prefería ese cronograma: eran días en que iban menos camioneros y trabajadores de las fábricas, y abundaban en cambio los muchachos de clase media que iban con sus familias a las quintas de los alrededores. Eran más habladores, pero le agradaba su aroma y algunos hasta lograban excitarla por su vigor. Le causaba gracia la vergüenza que muchos de ellos sentían, y se encariñaba con los más tímidos, que preguntaban siempre por ella.
En la parilla de Lalo ganaba menos que en la casa, pero compensaba con las buenas propinas. Lalo le fue extendiendo en pocas semanas su confianza y sus tareas, siendo prácticamente la encargada del lugar. Cada tanto, una o dos veces por mes, Lalo parecía estar algo nervioso y la miraba con ojos preocupados. En esos casos, ella sabía que al irse el último cliente Lalo dejaría al cocinero encargado de ordenar el local y la llevaría a un hotel por horas en la autopista. No le agradaba especialmente, pero Lalo le pagaba por eso (sin descontar la comisión a la casa, como en sus clientes del fin de semana) y la dueña de la casa no tenía reparos, porque así se aseguraba que no “la molestara” a ella. Lalo evitaba cualquier otro acercamiento el resto de los días, y ella apreciaba ese desdoblamiento.
Un día apareció en la parrilla, casi sobre las tres de la tarde, un tipo vestido con un traje azul y camisa blanca, con corbata al tono y zapatos muy brillantes, casi de la edad de Lalo, de aspecto tímido pero seguro en sus movimientos, que le sonrió de un modo especial al tomar asiento (luego sabría que la sonrisa era en realidad una especie de ruego corporal por ser atendido a pesar de haber llegado tan tarde). Le hizo un comentario sobre su elegancia y le gustó el tono que el tipo puso en su respuesta, algo que transmitía humildad y cierta seguridad en si mismo a la vez. Ella rió todo el tiempo y al limpiar la mesa, se agachó delante del tipo luciendo el nacimiento de las tetas por encima de la blusa entrabierta. Creyó haberse excedido y se puso seria, aunque recuperó la simpatía al saludar desde el fondo de la parrilla al tipo que se iba. Esa tarde Lalo le propuso ir al hotel pero ella mintió una indisposición. El tipo comenzó a ir con cierta frecuencia, pero pasaron unos meses hasta que se animó a hacer una proposición en concreto.
CR c/VR
Próxima entrega (25): Vidas paralelas
El pisito – Carmen en vuelo -Una ruptura civilizada -La primavera de Praga –
Permanencias y rupturas – No el amor, sino la felicidad – Dos vidas, un cuerpo
Carmelo Ricot es suizo y vive en Sudamérica, donde trabaja en la prestación de servicios administrativos a la producción del hábitat. Dilettante, y estudioso de la ciudad, interrumpe (más que acompaña) su trabajo cotidiano con reflexiones y ensayos sobre estética, erotismo y política.
Verónicka Ruiz es guionista de cine y vive en Los Angeles. Nació en México, estudió geografía en Amsterdam y psicología en Copenhague.En entregas anteriores
1: SOJAZO!
Un gobierno acorralado, una medida impopular. Siembran con soja la Plaza de Mayo; Buenos Aires arde. Y a pocas cuadras, un artista del Lejano Oriente deslumbra a críticos y snobs.
2: El “Manifesto”
Desde Siena, un extraño documento propone caminos y utopías para el arte contemporáneo. ¿Marketing, genio, compromiso, palabrerío? ¿La ciudad como arte…?
3: Miranda y tres tipos de hombres
Lectura dispersa en un bar. Los planes eróticos de una muchacha, y su éxito en cumplirlos. Toni Negri, Althuser, Gustavo y Javier.
4: La de las largas crenchas
Miranda hace un balance de su vida y sale de compras. Un llamado despierta la ira de una diosa.
El narrador es un voyeur. Bienvenida al tren.
5: El Depredador
Conferencia a sala llena, salvo dos lugares vacíos. Antecedentes en Moreno.
Extraño acuerdo de pago. Un avión a Sao Paulo.
6: Strip tease
Ventajas del amor en formación. Encuentro de dos personas que no pueden vivir juntas pero tampoco separadas. Miranda prepara (y ejecuta con maestría) la recepción a Jean Luc.
7: Nada más artificial
Extraño diálogo amoroso. Claudio parece envidiar a Jean Luc, pero sí que ama a Carmen.
Virtudes de un empresario, razones de una amistad.
8: Empresaria cultural
Carmen: paciencia, contactos y esos ojos tristes. Monologo interior ante un paso a nivel.
Paneo por Buenos Aires, 4 AM.
9: La elección del artista
Bullshit, así, sin énfasis. Cómo decir que no sin herir a los consultores.
La ilusión de una experiencia arquitectónica. Ventajas de la diferencia horaria.
10: Simulacro en Milán
La extraña corte de Mitzuoda. Estrategias de simulación. Las afinidades selectivas. Una oferta y una cena. La Pietà Rondanini. Juegos de seducción.
11: Más que el viento, el amor
Al Tigre, desde el Sudeste. El sello del Depredador. Jean Luc recuerda la rive gauche, Miranda espera detalles. La isla y el recreo. Secretos de mujeres. El sentido de la historia.
12: El deseo los lleva
La mirada del Depredador. Amores raros. Grupo de pertenencia. Coincidencias florales. Influida y perfeccionada. Un mundo de sensaciones. Abusado por el sol.
13: Acuerdan extrañarse
Despojado de sofisticación. Las víboras enroscadas. Adaptación al medio. Discurso de Miranda. Amanecer. Llamados y visitas. ¿Despedida final? Un verano con Mónica.
14: No podrías pagarlo
Refugio para el amor. Viscosas motivaciones. Venustas, firmitas, utilitas. Una obra esencialmente ambigua. La raíz de su deseo. Brindis en busca del equilibrio.
15: La carta infame
Estudios de gestión, y una angustia prolongada. Demora inexplicable.
La franja entre el deseo y la moral. Lectura en diagonal a la plaza. Sensiblería y procacidad.
Entrega 16: En la parrilla de Lalo
Paisaje periférico. Estudio de mercado. Sonrisa melancólica, proporciones perfectas.
Un patrón apenas cortés. Elogio del elegante. Suite Imperial. Desnudez y democracia.
Entrega (17): La investigación aplicada
Más de lo que quisiera. Temas de conversación. La insidiosa duda.
Estrategia del celoso. Peligros. La casa del pecado. Suposiciones y conjeturas.
Entremés – Solo por excepción (I) / La drástica decisión.
Entremés – Solo por excepción (II)/ Los trabajos y los días
Entremés – Solo por excepción (III y última del entremés)/ El experimento Rochester.
18: La afirmación positiva
Una visión panóptica. La eficacia de las caricias. No lejos de la fábrica.
Los motivos de su conducta. Hipótesis oportunista. Certero impacto del Artista Pop.
19: El amor asoma su sucia cabeza
Hipótesis de conflicto – El perseguidor – Preguntas capciosas – Efectos colaterales –
Sólo en Buenos Aires – La tristeza de un jueves a la tarde
20: La forja de un rebelde
Propuesta del superior – Llegar tarde a todo – Disciplina y cinismo – La luz y el aire del Sur –
Adiestramiento de un servicio – Los pruritos morales – Doble agente
21: Al servicio de la República
La llegada a América y las primeras misiones – Jean Luc seduce a propios y extraños –
Por la razón o por la fuerza – Foja de servicios – El hombre justo en el lugar equivocado
22: ¿Qué pasa, General?
Pequeño apartamento en Las Condes – Aeropuerto ´73 – Balada del mochilero –
Dos puntas tiene el camino – El trabajo ya está hecho – Reciclaje y redención
23: Suite Mediterránea
Mujer en el balcón – Vernissage – Lo útil y lo agradable – La entropía de un matrimonio feliz –
Animales – Los caminos del arte contemporáneo – Hipertexto y collage