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Entrega 15: La carta infame
Estudios de gestión, y una angustia prolongada. Demora inexplicable. La franja entre el deseo y la moral. Lectura en diagonal a la plaza. Sensiblería y procacidad.
– Por favor, ese mensaje y estos impresos que queden ocultos por el momento, que nadie los vea, ¿sí?, pidió a Carolina, y tras terminar su vaso se retiró de la galería hasta el día siguiente.
En la semana se ocupó de todos aquellos aspectos que podían realizarse antes de recibir la carta de Mitzuoda. Habló con algunos arquitectos conocidos de Claudio o de ella misma para sondear costos y procedimientos de gestión. Averiguó cuestiones reglamentarias, datos de empresas que podían ocuparse de la construcción de la obra, posibilidades de patrocinio y canjes para la construcción y puesta en marcha, cuestiones de marketing y publicidad, etc. No era solo eficiencia y ansiedad el motivo de sus movimientos (que por cierto le permitieron avanzar en una gran cantidad de cuestiones importantes para el éxito de su proyecto), sino en realidad una forma de eludir la profunda, y cada vez más pronunciada, angustia que le producía la espera de la carta y el pedido de Mitzuoda.
Carmen especulaba con toda suerte de contraprestaciones que el artista pudiera hacerle en compensación por el trabajo extraordinario que había desarrollado en el diseño de su galería. Sabía que Mitzuoda sabía que el proyecto era ya un objeto de afecto, un punto rojo de deseo irreprimible en su estructura emocional, algo por lo que daría (en efecto) prácticamente cualquier cosa que el japonés estimara equivalente en su deseo al deseo de Carmen. No desestimaba que el pedido fuera de índole sexual directa (llanamente copular con Mitzuoda); no por confianza en las palabras del artista, sino porque tal estrategia era de una perversión muy primitiva que no creía digna de Mitzuoda (que por otro lado, si realmente quería tener sexo con la Grierson, no soportaría obtenerlo de una manera tan trivial, exenta de toda seducción que no fuera la de su propio arte, seducción de la que Mitzuoda no tenía ningún tipo de duda, y por lo tanto tan poco gratificante para su ego más personal). Pero de todos modos, era altamente probable que el pedido del artista incluyera una componente genital, del tipo de acostarse con Giacomo, con el doble, con las putas o con cualquier fulano, a cambio de un placer voyeurístico que por cierto no faltaba en la obra de Mitzuoda, o simplemente erótico, como posar desnuda para una obra o participar de manera equívoca de una performance callejera al estilo de las realizadas (con mayúsculo escándalo) para la Bienal de Venecia y para las fiestas del aniversario de El Paso. ¿Que pasaría si por ejemplo le pedía un video casero teniendo sexo con su esposo, para utilizarlo como base de alguno de sus juegos crítico – sociológicos?
Descartado, según las palabras del artista, un móvil económico, la Grierson tenía una extraña seguridad en la naturaleza perversa del pedido de Mitzuoda (que para colmo demoraba inexplicablemente la concreción de ese pedido, en una maniobra que no podía menos que torturar la personalidad ansiosa de la galerista). Creía más probable, por ejemplo, algún tipo de riesgo personal (pasar cocaína por una frontera, robar alguna prenda en una tienda exclusiva, participar de una manifestación política en un país sometido a una dictadura, eran sus “fantasías”), que cualquier forma de arte conceptual, corporal o ecológico que pudiera surgir de la imaginación de Mitzuoda. No imaginaba por ejemplo que el japonés le solicitara plantar una árbol de determinada especie en 5 lugares distintos del mundo para representar una alternativa natural a los procesos de globalización comercial imperantes, ni que debiera dedicar el primer año de su galería a exponer obras de artistas ignotos radicales designados por Mitzuoda, para ilustrar su tesis sobre el anonimato del arte futuro.
El mayor temor de Carmen no era que el pedido fuera más allá de sus fronteras morales (matar a alguien, poner en peligro a sus hijos, realizar un acto de naturaleza racista), en cuyo caso se sabía capaz de rechazar el proyecto Mitzuoda, o incluso hasta hacerlo desarrollar por un arquitecto sin autorización del japonés, aun exponiéndose a juicios, degradaciones de su prestigio y demás consecuencias. Lo que angustiaba y trastornaba el carácter de la Grierson era la posibilidad de que el pedido del artista estuviera ubicado en una franja (cuyo espesor Carmen desconocía absolutamente) intermedia entre su deseo y su moral, algo que ella pudiera aceptar éticamente pero que contaminara su deseo de la galería mitzuodiana con culpas, arrepentimientos, disgustos o directamente contradicciones con otros deseos, al punto de equilibrar el goce que pudiera recibir de concretar su proyecto con el sufrimiento o el asco que le ocasionara el singular pago anunciado (pero, para colmo, no definido aun) por su artista favorito. En el week-end, retirada con su familia a la quinta de Pilar, la sensación fue de un dolor corpóreo, que hasta la llevó a pensar por unos minutos en cancelar el proyecto, solo para darse cuenta de la imposibilidad de dar marcha atrás con un deseo que había llegado a constituirse en el mismo sentido de su vida. El regreso a la galería y a sus gestiones le trajo un poco de alivio, pero continuó de mal humor durante los días sucesivos, forzando peleas innecesarias con Claudio, con los chicos y con la misma Carolina, a quien pidió perdón una tarde luego de descubrirla llorando por un tono inusual de su empleadora. La misma Carolina, pocos días después, le trajo finalmente a su escritorio un sobre remitido desde Milán, sin nombre de remitente, con membrete del hotel donde había visitado a Mitzuoda. En ese momento estaba dedicada a una tarea rutinaria de administración de la galería, ajena al proyecto de la sede definitiva, y le sorprendió por eso mismo “sorprenderse” por la recepción de aquella carta que había estado esperando casi de manera enfermiza desde aquella charla telefónica.
No se atrevió a abrirla en forma inmediata, y en poco tiempo se dio cuenta que no quería transparentar las emociones que la lectura de la carta ocasionaría ante Carolina o los visitantes y concurrentes de la galería. Llamó a su asistente, inventó unos compromisos con marchands californianos en el Plaza, y anunció su regreso para después del almuerzo. Salió apresuradamente, con la carta en mano, evitando cruzarse con conocidos en el camino hasta la puerta de la calle. Caminó unas cuadras y entró al Torre París, uno de sus bares favoritos. Se sentó en una de las mesas sobre el lado largo, con buenas vistas a los locales de amoblamiento de las otras esquinas, y a la plaza ubicada en diagonal al café. Acomodó cuidadosamente su abrigo sobre una silla vacía, pidió un capuccino al mozo, sacó inmediatamente el sobre de su cartera, lo manoteó nerviosamente y lo abrió con histérica prolijidad.
Queridísima Carmen: había perdido la costumbre de las cartas manuscritas, pero me pareció lo más adecuado luego de esas horas maravillosas pasadas durante tu estadía (breve, lamento, como todo lo bueno en esta mala vida). Si al principio lamenté que tanta felicidad no se completara con el acceso que sueño a tu cuerpo pálido y elegante, ese cuerpo que entreveo en mis visiones y que tus ropas ocultan y construyen a la vez para una mente imaginativa, con el paso de los días creo que ha sido una suerte el poder comprobar que, aun sin llegar todavía a la alegría que me dará concretar nuestra unión en su aspecto físico, puedo disfrutar y gozar con tu sola compañía, aun impedido por tu arrogancia de tocarte, de pasear por tu piel, de penetrar en cada uno de tus pliegues hasta hartarnos del placer que sentiremos.Giacomo y las dos amigas que conociste en la Alpheta me dieron ocasión de calmar el ansía más corporal (acabé una y cien veces entre sus carnes imperfectas, tu nombre en mi boca y tu perfume en mi memoria), el arte propio y ajeno me distrajo de tu recuerdo adorado, el proyecto que recibiste lleva la marca de mil genuflexiones, del deseo que me lleva por la ciudad. Las laboriosas orgías milanesas dejaron su memoria en un ardor de la base del glande que no cede y que me ilusiona atribuirte, mi bien, como si ya hubiéramos disfrutado de nuestro apareamiento inevitable.¿Que hay de arrechera y que hay de idealismo en tenerte siempre en mente, Carmen Grierson, con tu frialdad incomprendida y tus modos eficientes? ¿Donde termina el vértigo adolescente de un universo dividido entre tu y yo y todo lo demás, y empieza la pasión por un cuerpo esquivo y prestigioso? Carmen, mentiría si te dijera que me he estado haciendo estas preguntas, porque en verdad la respuesta fue anterior a la pregunta. Procacidad y ternura son dos encarnaciones del mismo sentimiento, mi bien, la tibieza de tu sexo me alojará y tus silogismos destruirán mis argumentos, beberé tu cuerpo y lloraré tu desprecio, odiaré a los que te aman y procuraré tu bien, Carmen Grierson, viento y oleaje de mi arte.
Próxima entrega (16): En la parrilla de Lalo
Paisaje periférico. Estudio de mercado. Sonrisa melancólica, proporciones perfectas. Un patrón apenas cortés. Elogio del elegante. Suite Imperial. Desnudez y democracia.
Carmelo Ricot es suizo y vive en Sudamérica, donde trabaja en la prestación de servicios administrativos a la producción del hábitat. Dilettante, y estudioso de la ciudad, interrumpe (más que acompaña) su trabajo cotidiano con reflexiones y ensayos sobre estética, erotismo y política.
Verónicka Ruiz es guionista de cine y vive en Los Angeles. Nació en México, estudió geografía en Amsterdam y psicología en Copenhague.
En entregas anteriores:
1: SOJAZO!
Un gobierno acorralado, una medida impopular. Siembran con soja la Plaza de Mayo; Buenos Aires arde. Y a pocas cuadras, un artista del Lejano Oriente deslumbra a críticos y snobs.
2: El “Manifesto”
Desde Siena, un extraño documento propone caminos y utopías para el arte contemporáneo.
¿ Marketing, genio, compromiso, palabrerío? ¿La ciudad como arte…?
3: Miranda y tres tipos de hombres
Lectura dispersa en un bar. Los planes eróticos de una muchacha, y su éxito en cumplirlos. Toni Negri, Althuser, Gustavo y Javier.
4: La de las largas crenchas
Miranda hace un balance de su vida y sale de compras. Un llamado despierta la ira de una diosa.
El narrador es un voyeur. Bienvenida al tren.
5: El Depredador
Conferencia a sala llena, salvo dos lugares vacíos. Antecedentes en Moreno.
Extraño acuerdo de pago. Un avión a Sao Paulo.
Entrega 6: Strip tease
Ventajas del amor en formación. Encuentro de dos personas que no pueden vivir juntas pero tampoco separadas. Miranda prepara (y ejecuta con maestría) la recepción a Jean Luc.
7: Nada más artificial
Extraño diálogo amoroso. Claudio parece envidiar a Jean Luc, pero sí que ama a Carmen.
Virtudes de un empresario, razones de una amistad.
8: Empresaria cultural
Carmen: paciencia, contactos y esos ojos tristes. Monologo interior ante un paso a nivel.
Paneo por Buenos Aires, 4 AM.
9: La elección del artista
Bullshit, así, sin énfasis. Cómo decir que no sin herir a los consultores. La ilusión de una experiencia arquitectónica. Ventajas de la diferencia horaria.
10: Simulacro en Milán
La extraña corte de Mitzuoda. Estrategias de simulación. Las afinidades selectivas. Una oferta y una cena. La Pietà Rondanini. Juegos de seducción.
11: Más que el viento, el amor
Al Tigre, desde el Sudeste. El sello del Depredador. Jean Luc recuerda la rive gauche, Miranda espera detalles. La isla y el recreo. Secretos de mujeres. El sentido de la historia.
12: El deseo los lleva
La mirada del Depredador. Amores raros. Grupo de pertenencia. Coincidencias florales. Influida y perfeccionada. Un mundo de sensaciones. Abusado por el sol.
13: Acuerdan extrañarse
Despojado de sofisticación. Las víboras enroscadas. Adaptación al medio. Discurso de Miranda. Amanecer. Llamados y visitas. ¿Despedida final? Un verano con Mónica.
14: No podrías pagarlo
Refugio para el amor. Viscosas motivaciones. Venustas, firmitas, utilitas. Una obra esencialmente ambigua. La raíz de su deseo. Brindis en busca del equilibrio