Pedro Páramo: la más bella de las historias que jamás se han escrito en lengua castellana.
Gabriel García Márquez
1. La novela
Antes de Rulfo hubo para mí un Borges, un Kafka, un Melville y un Xingjian. Cada uno de ellos se me presentó con un mundo nuevo, plagado de imágenes, de olores, de palabras difusas pero a la vez precisas; sus historias y personajes eran mínimos pero épicos; sus escenarios inaprensibles, pero también tangibles… Y entonces llegó Rulfo, iniciando un episodio enteramente nuevo. Porque no fueron sus palabras las que me agitaron, no fueron sus descripciones ni sus diálogos, no fue tampoco la promesa de una impresionante historia ni la audacia de inesperados golpes de timón, sino que fue algo más sencillo y más sordo, más simple y subterráneo: fueron sus silencios. Pedro Páramo es una novela escurridiza, que esconde su riqueza en la cadencia de sus suspiros, en lo susurrante de sus palabras y en la pluma borrosa con que están dibujados sus personajes; una obra magnífica que se encuentra atravesada por cientos de pequeñas historias que ya han sido contadas muchas veces con muchas voces: al leerla, leemos también la épica de Orfeo, y de su silencioso descenso al infierno; de Odiseo y de su eterno retorno a casa; y de Jacques Cormery, con su incansable búsqueda de un padre ausente. Pedro Páramo es también por excelencia la historia del régimen patronal latinoamericano: del señor sin armas, del macho cabrío, del chingón que se raja y arrasa con todo “como si fuera un rencor vivo”. Es también el útero matriarcal, la virgen pura, la búsqueda de la filiación, la soledad del mestizo, la orfandad del huacho. Es la aridez, el calor y el infierno de las revoluciones latinoamericanas. Es la mujer violada, rajada, abierta y abandonada. Es la ausencia de tiempos verbales, el eterno presente, el ocio, el paréntesis y el gasto. Es la unión de dos Méxicos añejos, el de Dolores y el de Pedro, y el nacimiento de un nuevo México moderno, el de Juan Preciado. Es el comportamiento por debajo y por sobre las instituciones, es la ley del patrón, el proyecto trunco de la Iglesia, la red de prestaciones y favores, de presencia y reciprocidad. Es, finalmente y en palabras de Borges “un texto fantástico, cuyas indefinidas ramificaciones no le es dado [al autor] prever, pero cuya gravitación lo atrapa”.
“Comenzó a llegar gente de otros rumbos, atraída por el constante repique. De Contla venían como en peregrinación. Y aun de más lejos. Quién sabe de dónde, pero llegó un circo, con volantines y sillas voladoras. Músicos. Se acercaban primero como si fueran mirones, y al rato ya se habían avecinado, de manera que hasta hubo serenatas. Y así poco a poco la cosa se convirtió en fiesta. Comala hormigueó de gente, de jolgorio y de ruidos, igual que en los días de la función, en que costaba trabajo dar un paso por el pueblo. Las campanas dejaron de tocar; pero la fiesta siguió. No hubo modo de hacerles comprender que se trataba de un duelo”.
Una ciudad está compuesta por diferentes clases de hombres; personas similares no pueden crear una ciudad. Aristóteles, Política
2. El pueblo y la ciudad
Estoy consciente de que no he sido convocado para hablar de la magnificencia de la obra. Esa labor la han asumido muchos otros antes que yo, y le han dedicado palabras más adecuadas que las que puedo yo brindar. Pero lo cierto es que me es imposible hablar de Comala sin referirme a la novela. No puedo recorrer sus calles desiertas, no puedo hincarme en su capilla vacía, no puedo describir sus muertos -de ojos abiertos como botones-, sin ocuparme también de lo escrito, de lo que se habla y de lo que se calla. Porque Comala no es un escenario vacío, un territorio vacuo y plástico donde los personajes simplemente son. Comala es una tierra de nadie y de todos, es el lugar por excelencia de ese gigante llamado Pedro Páramo, es la tierra mítica donde convive la vida con la muerte, un axis mundi donde confluye el infierno agobiante, el sordo purgatorio, el presente impasible y el paraíso húmedo y fructífero.
Ahora bien, si algo puedo decir que sea propio del pueblo de Comala, es que éste representa ante todo la identidad de sus habitantes: todos han nacido allí, todos han vivido allí, y todos han muerto allí. Fuera de Comala, nada conocen. Fuera de Comala, nada son. Puede decirse que la implacable lógica cartesiana –cógito, ergo sum-, en Comala pierde su sentido. Es por eso que los personajes de la novela no son capaces de distinguirse a sí mismos, menos aún distinguirse de Pedro, sino hasta que alguien de fuera llega al pueblo, hasta que irrumpe un extraño. Tal como ocurre en gran parte del cine y la literatura de pueblos pequeños (Dogville, Picnic, Peyton Place, Big Fish), es la llegada de un diferente lo que inaugura la extrañeza, fundando con ello la ciudad. En este caso, la llegada de Juan Preciado a Comala marca ese hito. Puede decirse que no hay un sentido de pueblo en Comala sino hasta que arriba esa “otredad” molesta, que obliga a sus habitantes a preguntarse por lo que son y por lo que han sido.
Las únicas excepciones ratifican el punto. En la novela sólo dos personajes conocen algo más allá. El primero de ellos es Doloritas, quien, previendo su muerte lejos de Comala, manda a su hijo a que muera en su lugar. Con ello espera recobrar un trozo de su propia identidad. El mismo Juan Preciado nos confiesa: “(…) Mi madre, que vivió su infancia y sus mejores años en este pueblo, y que ni siquiera pudo venir a morir aquí. Hasta para eso me mandó a mí en su lugar”. La segunda excepción es el propio Preciado, quien pertenece a Comala pero no ha nacido en ella. Su viaje no es entonces sólo la búsqueda de la identidad de la madre, sino también la de sí mismo: “Pero no pensé en cumplir mi promesa. Hasta que ahora pronto comencé a llenarme de sueños, a darle vuelo a las ilusiones. Y de este modo se me fue formando un mundo alrededor de la esperanza que era aquel señor llamado Pedro Páramo, el marido de mi madre. Por eso vine a Comala”.
Podemos cerrar con esta última idea, y replicar el comentario de Borges para decir que Comala, el pueblo-la ciudad, al igual que Pedro Páramo, el hombre-la novela, posee indefinidas ramificaciones que no podemos prever, pero cuya gravitación definitivamente nos atrapa.
“El camino subía y bajaba: “Sube o baja según se va o se viene. Para el que va, sube; para él que viene, baja”.
-¿Cómo dice usted que se llama el pueblo que se ve allá abajo?
-Comala, señor.
-¿Está seguro de que ya es Comala?
-Seguro, señor.
-¿Y por qué se ve esto tan triste?
-Son los tiempos, señor”.
RGF
El autor es sociólogo y urbanista, director de la revista bifurcaciones.
Los textos de los epígrafes están extraídos de la novela Pedro Páramo, de Juan Rulfo, a quien también pertenecen las imágenes (salvo el fotograma de la escena de la película Dogville, de Lars Von Triers, donde Grace es presentada a la comunidad).
“Antepasados” anteriores: Uno contra todos, El Cuarteto de Alejandría, ¿Dónde queda Springfield?, Taxi driver y Robocop, en los números 15, 16, 17, 22 y 29, respectivamente, de café de las ciudades.
Por gentileza del autor de esta nota, reproducimos las siguientes fotos realizadas por Juan Rulfo. Según Greene F., “Rulfo fue vendedor viajero y recorrió México durante años, fotografiando a diestra y siniestra lo que veía, y nunca se tomó el tiempo de clasificar esos registros. Lo único que pude averiguar es que sus fotos de ferrocarriles y patios las sacó por encargo de los Ferrocarriles Nacionales de México, en Nonoalco y Tlatelolco (al norte de México D. F., hoy su exurbio). Sobre el resto de sus fotos urbanas, las ciudades fotografiadas, según algunos sitios de Internet, son el D.F, Guadalajara y pueblos de Jalisco, aunque las referencias no son del
todo confiables“.