El texto de esta nota reproduce un fragmento del capítulo 1, Culturas del habitar y espacios urbanos, del libro Habitar y comprender el espacio urbano. Escritos de Angela Giglia sobre la Ciudad de México, de Adriana Aguayo y Antonio Zirión (compiladores), Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa, División de Ciencias Sociales y Humanidades, Departamento de Antropología, México, 2022. Fue publicado originalmente en Pensar lo contemporáneo. De la cultura situada a la convergencia tecnológica (2009), de Aguilar, Nivón, Portal y Winocur (coords.), Anthropos-DCSH, UAM-I, México, pp. 221-241. Lo presentarán Víctor Delgadillo y Claudia Zamorano el martes 28 de febrero a las 13:00 horas en la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería, UNAM, Ciudad de México.
Dicen Adriana Aguayo y Antonio Zirión en la introducción: “Conociendo el delicado estado de salud de Angela, la visitamos en su casa una tarde de mayo de 2021. Entre té, galletas y una sabrosa plática, le propusimos varias ideas para honrar su vida y trayectoria. Queríamos apapacharla, celebrarla, agradecerle, despedirnos, hacer memoria con ella; aunque en el fondo nos negábamos a dejarla ir. Cálida como lo fue durante toda su vida, nos contó de sus propios planes, quería dejar todo organizado y concluir una tarea que la inquietaba: compilar algunos de sus textos que, dispersos en diversos libros y revistas, no habían tenido la circulación que le hubiera gustado. Apasionada por la investigación sobre la ciudad, se había propuesto que dichos textos no se perdieran, segura de su valor para los estudiosos de la vida urbana. Ésta sería su última publicación en el ámbito profesional, pero no estaba segura de poderla concluir sin ayuda, y por esa razón recurría a nosotros. Generosamente, en un gesto amoroso, nos invitó a ser cómplices para lograr que este libro viera la luz, como un último legado para sus estudiantes y colegas interesados en los estudios urbanos.
Al poco tiempo, consciente de que su línea de vida se acortaba, Angela nos envió un último correo, que en el asunto decía: Libro póstumo. Esto fue el día antes de fallecer, lo cual nos parece una muestra inequívoca de su gran entereza y el compromiso que mantuvo hasta el final. En este correo se despidió amorosamente de nosotros y nos anexó un archivo con los textos que quería compilar. Nos pedía mantener viva su memoria. Para ello, sin duda alguna, no nos necesitaba, pues tenemos la certeza de que su sólida trayectoria, aguda mirada, certera pluma, vasta y brillante obra, seguirán hablando por ella. Su mirada y análisis sobre los mundos urbanos continuarán guiando los pasos de los investigadores en ciernes y animando a nuevas reflexiones a los más consolidados”.
En una gran metrópoli como es la Ciudad de México coexisten formas muy diferentes de habitar que remiten a su vez a distintas maneras de producir el espacio de la vivienda, desde las más precarias y no planeadas hasta las más planificadas y racionalistas, orientadas por la acción pública estatal. En este artículo se propone una definición antropológica del habitar, para luego aplicarla al estudio de dos distintas formas del espacio habitable, que representan los dos extremos de la relación entre los seres humanos y el espacio que habitan: la ciudad racionalista y la ciudad informal. A continuación se introducen las características principales de estos dos tipos de espacio, para luego proponer una definición de habitar que permita leerlos de manera comparativa.
En la historia de la Ciudad de México, una de las metrópolis más pobladas del planeta (la Zona Metropolitana del Valle de México (ZMVM) cuenta con cerca de 22 millones de habitantes distribuidos entre la Ciudad de México, 59 municipios conurbados pertenecientes al Estado de México y un municipio perteneciente al Estado de Hidalgo), los años de mayor desarrollo urbano comprenden las décadas entre los años treinta a setenta del siglo pasado, cuando la ciudad capital se convirtió en el principal polo de desarrollo industrial del país, al que llegaron en pocos años millones de pobladores procedentes de todos los estados de la República. El crecimiento poblacional más vertiginoso se dio entre 1940 y 1970, pasando de poco más de un millón en 1930 a más de 8 millones y medio en 1970 (Negrete Salas, 2000). Es en estos años cuando se forma la metrópoli, a partir de la expansión de la llamada “ciudad histórica” y mediante un tipo de desarrollo urbano muy escasamente controlado y para nada planificado. Prueba de ello es el hecho de que para 1970 más del 40% del área urbana estaba conformado por vivienda de pacotilla. Cerca del 35%, representado por 8.300.000 habitantes, vivían en casas de pobre calidad (Garay, 2004: 19). Este crecimiento vertiginoso, resultado de procesos de asentamiento irregulares, es el que ha dado lugar a la que hoy los expertos denominan como ciudad informal, que resulta del llamado urbanismo progresivo, es decir de una forma de producir lo urbano en la que los protagonistas principales son los propios habitantes procedentes del campo: al llegar a la ciudad y al no poder acceder a una vivienda ya construida, optan por edificar ellos mismos poco a poco en terrenos no previamente urbanizados. Al construir su casa particular, contribuyen en gran medida también a la producción y consolidación de su entorno urbano, generando un tipo de espacio que se conoce como colonias populares, que representa hoy en día más de la mitad de la vivienda existente en la metrópoli (Connolly, 2005). Es este un dato insoslayable. El que más de la mitad de la metrópoli actual haya sido producida por autoconstrucción y sin planificación, nos obliga a reflexionar sobre las características específicas de una metrópoli como México y de otras grandes ciudades del mundo, que han pasado por un proceso de urbanización igualmente vertiginoso. En virtud de este proceso podemos decir que comparativamente con otras metrópolis, sobre todo las europeas, la Ciudad de México es una metrópoli extremadamente joven, porque gran parte de su territorio ha sido edificado y urbanizado en los últimos cincuenta años, y gran parte de su población tiene sólo unas pocas décadas de vida citadina en la historia de sus familias. Esto tiene consecuencias, ya que existen todavía hondas raíces no urbanas, sino más bien provincianas o pueblerinas, que marcan profundamente el espacio de la metrópoli y las formas de habitarlo, y que no han sido estudiadas como ameritaría.
Sin embargo, la Zona Metropolitana del Valle de México (ZMVM) no es sólo una metrópoli construida predominantemente mediante el llamado urbanismo progresivo. En los mismos años en que tenía lugar el crecimiento urbano más vertiginoso e incontrolable, se realizaron también importantes intervenciones institucionales en materia de vivienda social, que atestiguan de un gran esfuerzo de reflexión y de elaboración en torno al tema del habitar, esfuerzo que fue protagonizado por célebres arquitectos y que se concretó en edificios que constituyen puntos de referencia en el paisaje metropolitano, entre otros el conjunto de vivienda ubicado en Tlatelolco y el Multifamiliar Miguel Alemán, ambos diseñados por el arquitecto Mario Pani. Mientras la metrópoli crecía de manera incontrolable mediante la autoconstrucción, desde las instituciones de gobierno y desde la universidad pública no faltaron los intentos de resolver el problema de la vivienda de una manera distinta, mediante la planificación y la creación de un tipo de hábitat moderno y funcional, coherente con el impulso modernizador y racionalista del Estado posrevolucionario. Se trataba de utilizar los nuevos materiales y recursos técnicos (básicamente el acero y el concreto armado) para inaugurar la producción de vivienda en serie según prototipos que resultaran adaptados a las necesidades de la clase obrera de la época, y eliminando las herraduras de tugurios de viviendas precarias que se venían multiplicando como hongos en las orillas de la ciudad. Los primeros experimentos de vivienda moderna se remontan a los años veinte. En 1932 el arquitecto Legarreta ganó el primer lugar en un concurso convocado por Carlos Obregón Santacilia para la elaboración de un prototipo de vivienda económica en serie. Según Guillermo Boils “lo cierto es que de ese proyecto derivaron en lo esencial los pioneros diseños tipológicos que serían construidos en serie, poco tiempo después por cuenta del Departamento del Distrito Federal” (Boils, 1991: 20).
Este crecimiento vertiginoso, resultado de procesos de asentamiento irregulares, es el que ha dado lugar a la que hoy los expertos denominan como ciudad informal, que resulta del llamado urbanismo progresivo.
Estas observaciones iniciales sobre los dos tipos de hábitat que han protagonizado el crecimiento más impetuoso de la metrópoli, inspirados en lógicas y principios diametralmente opuestos, sirven para introducir lo que considero un tema central, que es el siguiente. Al encarar el estudio del habitar en una metrópoli como la ZMVM no se puede soslayar como punto de partida la profunda heterogeneidad de tipos de espacios habitables que la caracterizan, de los cuales las colonias populares autoconstruidas y las unidades habitacionales modernistas constituyen sólo los ejemplos más extremos. La ciudad informal de las periferias de autoconstrucción y las máquinas para habitar del más puro estilo funcionalista tienen su auge expansivo en los mismos años, y constituyen dos respuestas muy distintas a un mismo proceso: la falta de vivienda originada por el crecimiento explosivo de la ciudad como resultado del modelo de desarrollo por sustitución de importaciones. La ciudad racionalista, producida por la intervención pública basada en las visiones de la arquitectura funcionalista moderna y la ciudad informal, producida por el urbanismo progresivo constituyen tipos de hábitats que no sólo responden a lógicas sociales de producción diferentes, sino que se encuentran asociados a culturas distintas del habitar, es decir a formas distintas de la relación de los habitantes con el espacio habitable, que a su vez conllevan importantes diferencias en la forma de producir, significar y practicar la vivienda y el espacio de sus alrededores, que se suele denominar como vecindario o espacio de proximidad.
En los mismos años en que tenía lugar el crecimiento urbano más vertiginoso e incontrolable, se realizaron también importantes intervenciones institucionales en materia de vivienda social, que atestiguan de un gran esfuerzo de reflexión y de elaboración en torno al tema del habitar.
Hoy en día la Ciudad de México se encuentra inmersa en un proceso de renovación urbana que parece no dejar de lado ni un rincón de la gran urbe. La ciudad se nos presenta como un entorno urbano continuamente inacabado, envuelto permanentemente en un proceso de construcción y reconstrucción. Resulta muy apropiado para la Ciudad de México la idea según la cual “el rasgo más pertinente del fenómeno urbano es que se presenta frente a nosotros como fenómeno de urbanización”, y la definición de lo urbano como “la forma de hábitat que se caracteriza por su desarrollo constante” (Radkowski, 2002: 104). Si el crecimiento urbano “no es un fenómeno temporáneo, sino permanente” (Ibid), lo cual se muestra de manera especialmente elocuente en el caso de México, luego entonces, el estudio del habitar —como el proceso social de producción y reproducción del espacio habitable— no puede no ocupar un lugar de primer plano a la hora de construir una mirada antropológica sobre el espacio de la metrópoli. Para ello, necesitamos una definición de habitar que nos permita entretejer un diálogo entre este concepto y el concepto de cultura, con el objeto de proponer una definición de cultura del habitar que dé cuenta de la variedad de procesos culturales asociados a los distintos tipos de hábitats presentes en una gran metrópoli.
AG
Angela Giglia fue Doctora en Antropología Social por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París. Desde el año 2000 fue profesora-investigadora del Departamento de Antropología de la UAM Iztapalapa. De 2014 a 2017 fue coordinadora del Posgrado en Ciencias Antropológicas en dicho departamento.
Desde una perspectiva socio-antropológica, estudió por más de 25 años los temas de la vivienda y el habitar, los lugares urbanos, las prácticas de consumo y la experiencia de la precariedad en contextos metropolitanos. Sus libros más reconocidos son El habitar y la cultura. Perspectivas teóricas y de investigación, Anthropos-UAM, 2012, y Las reglas del desorden. Habitar la metrópoli, Siglo XXI-UAM-A, 2008 (en coautoría con E. Duhau). Impartió clases y conferencias en diversas universidades extranjeras, entre ellas el Instituto Francés de Urbanismo, la Universidad de Barcelona y la Universidad La Sapienza de Roma (Italia). Formó parte de los comités académicos de las revistas Espaces et Sociétés (Paris, Francia), Lares (Roma, Italia) y EURE (Santiago de Chile), Iztapalapa (México), Territorios (Colombia) entre otras.
Trabajó sobre los procesos de transformación urbana, el habitar y la memoria colectiva local en la ciudad de México, la redefinición del trabajo de campo en el contexto actual de las metrópolis contemporáneas.
Para un estudio de los distintos tipos de espacios en la metrópoli véase Duhau y Giglia (2008), donde se propone un análisis general del espacio metropolitano que distingue seis tipos fundamentales de hábitats: la ciudad central, los fraccionamientos residenciales, los conjuntos habitacionales, las colonias populares, los pueblos conurbados y los nuevos espacios residenciales de tipo insular.
Existen algunas buenas investigaciones en torno a la especificidad cultural de los pueblos conurbados pero casi nada acerca de las distintas procedencias regionales de los pobladores que habitan las colonias populares. Véase Portal (1997), Portal y Safa (2005), y Hiernaux-Nicolás (2000) para un estudio de la presencia de los indígenas en la periferia de la metrópoli.
La diferente conformación histórica de los tipos de espacio en la metrópoli hace que la noción de barrio, tan común en otras ciudades, resulte a veces imprecisa y poco pertinente. Barrios, colonias y pueblos tienen orígenes distintos y aluden a formas de habitar diferentes, que nos son asimilables a las unidades habitacionales o los conjuntos urbanos. En torno a estas diferencias véase el trabajo de Aguayo (2001). Es por eso que resulta más apropiado en términos generales la noción de espacio de proximidad, que alude al espacio practicable —de preferencia a pie— desde la propia vivienda en el cual se llevan a cabo un conjunto de actividades propias de la reproducción doméstica y la vida cotidiana.
Referencias bibliográficas
Boils, Guillermo (1991) Diseño y vivienda pública en México, UAM -Xochimilco.
Connolly, Priscilla (2006) “El mercado habitacional” en René Coulomb (coord.), La vivienda en el Distrito Federal. Retos actuales y nuevos desafíos, Universidad Autónoma Metropolitana, Azcapotzalco / CONAFOVI / Instituto de Vivienda del Distrito Federal, México, pp. 95-142.
De Garay, Graciela (2004) (ed.) Modernidad habitada. Multifamiliar Miguel Alemán, Ciudad de México 1949-1999, Instituto Mora, México.
Duhau, Emilio y Angela Giglia (2004) “Conflictos por el espacio y orden urbano” en Estudios Demográficos y Urbanos, Vol. 19, Núm. 2 (56), pp. 257-288.
Duhau, E. y Angela Giglia (2004a) “Espacio público y nuevas centralidades. Dimensión local y urbanidad en las colonias populares de la ciudad de México” en Papeles de Población, 41, pp. 167-194.
Hiernaux-Nicolas, Daniel (2000) Metrópoli y etnicidad. Los indígenas en el Valle de Chalco, FONCA-El Colegio Mexiquense, Ayuntamiento de Valle de Chalco.
Portal, María Ana y Patricia Safa (2005) “De la fragmentación urbana al estudio de la diversidad en las grandes ciudades” en Néstor García Canclini (coord.), La antropología urbana en México, UAM-FCE, México.
Portal, María Ana (2001a) “Territorio, historia, identidad y vivencia urbana en un barrio, un pueblo y una unidad habitacional de Tlalpan, Distrito Federal” en María Ana Portal (coord.), Vivir la Diversidad. Identidades y cultura en dos contextos urbanos de México, Conacyt, México, pp. 15-33.
Portal, María Ana (1997) Ciudadanos desde el pueblo, Conaculta-Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, México.
Radkowski, Georges-Hubert de (2002) Anthropologie de l’habiter. Vers le nomadisme, PUF, París.