“Lo que percibe desde el punto del espacio rugoso en que se encuentran, lo atribuye también en su imaginación a la región entera a la que, desde hace un año más o menos, después de treinta de ausencia, ha vuelto a vivir. Y le parece ver en las hojitas que se sacuden silenciosas por la caída de las gotas, en los impactos contra la tierra amarillenta y, sobre todo, en el tumulto que las gotas agregan al ametrallar en infinitos puntos diferentes y simultáneos la superficie crespa del río que la lluvia vuelve todavía más agitada, la cifra íntima del mundo empírico, cada uno de cuyos fragmentos, por alejados y diferentes del presente que puedan parecer -la estrella más lejana, por ejemplo- tendrían exactamente el mismo valor que este en el que están ahora y que, si se pudiese desentrañar el sentido de ese presente en apariencia irrelevante, el resto del universo -tiempo, espacio, materia inerte o viva- ya no tendría más secretos”.
La Grande, Juan José Saer.
Una novela inconclusa, La grande, cierra en la cronología y en los “hechos” pero, a la vez, “abre” de un modo paradójico la producción novelística del argentino Juan José Saer (1937-2005). Historias, personajes y circunstancias ya presentadas en Cicatrices, Nadie, nada, nunca, La Pesquisa y otros textos, reaparecen, se explican o se complejizan, se rememoran, se vuelven a narrar en este trabajo póstumo.
Un merito “lateral” de la escritura de Saer es que, pese a alejarse por completo de las convenciones realistas y costumbristas, el territorio en el que se desplazan los personajes (lenta, morosamente, en autos que parecen mediar entre sus pasajeros y el paisaje como hace el escritor con su relato, o en misteriosas caminatas bajo la tormenta) resulta descripto de manera minuciosa, prolija y eficiente. Este territorio es el de la región de las ciudades de Santa Fe y Paraná y su soporte ribereño y aluvional, su periferia y sus enclaves urbanos y suburbanos. Las ciudades y su entorno, los suburbios, las quintas, las islas y lagunas, son escenario y condición de esta literatura.
Pero este territorio no aparece en Saer de una manera ingenua o romántica, sino como un instrumento de exploración filosófica y psicológica, de modo similar a cómo las epopeyas cotidianas o trascendentes de sus personajes son usadas para una exquisita reflexión sobre el tiempo, sobre las trampas del lenguaje y la percepción, y también sobre el heroísmo y la miseria de las conductas humanas. Ya en el principio de la novela, Saer nos presenta como al pasar esa dicotomía entre la mirada, inmediata e ingenua, y el conocimiento, que es quien realmente “mira” en un estadio de realidad más complejo.
Avanzando sobre la huella de su maestro, el gran poeta entrerriano Juan L. Ortiz (posiblemente su mayor influencia literaria, además del objetivismo francés), Saer exacerba el carácter mítico del paisaje litoral y la potencialidad metafísica de esas disoluciones del agua y la luz, o de un atardecer sobre la pampa, propias de la geografía local. Las situaciones urbanas, los recreos, los barrios pobres, la Costanera y el Puente Colgante, trascienden su engañosa medianía provinciana e interactúan con las tensiones de los personajes. Y en los episodios del supercenter del hipermercado Warden y, en cierta forma, el del ómnibus en el que regresa Tomatis desde Rosario, Saer parece encontrar una vuelta de tuerca a los “no lugares” de Auge. Un guiño si se quiere menor, pero que descubre a su vez el carácter sagrado del territorio, es que el nombre de Santa Fe no aparece en todo el relato: la ciudad, recorrida y descripta de manera completa, es nombrada simple y precisamente como eso, como “la ciudad”…
Los devaneos amorosos del errático Nula, la introspección del patriarcal Tomatis, el misterio del retornado Gutierrez (un “Ulises sin epopeya”, y también un muy contemporáneo trabajador a distancia que manda guiones de cine a Europa desde su “sala de máquinas” al borde del Paraná), el hilarante movimiento precisionista del canallesco Mario Brando… ¿Hasta que punto es autobiográfico el relato de Saer? La pregunta importa poco al lector: así como Saer hace de la historia y del lugar instrumentos de un discurso de alcances más lejanos, es probable que en su propia vida encuentre el escritor los elementos para trascender a una reflexión más objetiva pero también más dolorosa. Nuevamente aquí, la comprensión de un territorio más amplio, que incluye a Buenos Aires y París como escalas de un alejamiento estratégico, vuelto finalmente a una mejor comprensión del terruño original, de la patria en un sentido visceral, que por la eficacia de la literatura se abre a una experiencia humana integral y trascendente. Por medios diversos a los de un Michel Houellebecq, Saer explora la incertidumbre contemporánea: no desde el escepticismo y la prospectiva fantástica, sino desde una exacerbación del lenguaje y los mitos.
Los hechos físicos y sociales que constituyen el territorio son en Saer una base para explorar los temas filosóficos universales. Su extrañamiento personal a París enriquece paradójicamente su visión de la tierra propia. Los hechos que narra envuelven una reflexión sobre el mundo y sobre la propia literatura. Casi al comenzar la novela, se niega la existencia de epopeyas para, con un guiño subsiguiente, proclamar que son inevitables.
En esa operación, Saer deviene clásico. En la reiteración de recursos, en el debate interno a la novela sobre la literatura, Saer examina su escritura al tiempo que la desarrolla: si a veces ocurre que descubrimos sus trucos, no es en el sentido del mago a quien se le escapan, sino en el de quien nos los enseña.
La Grande, por la muerte de su autor, es una novela inconclusa cono Bouvard y Pecuchet, como América o El castillo, como, en cierto modo, En busca del tiempo perdido. Como en ellas, lo incompleto refuerza la perfección.
MC
La Grande, novela de Juan José Saer de 440 páginas, fue publicada en 2005 por Seix Barral (Biblioteca Breve).
Ver el homenaje a Saer en la presentación del número 33 de café de las ciudades.
También, una buena presentación del escritor santafesino en Clarín.
Hay muy buenas críticas literarias de La Grande de Juan José Saer: Beatriz Sarlo en La Nación, Carlos Gamerro en Página 12 y Miguel Dalmaroni en Bazar Americano.
Ver la página Web de la Municipalidad de Santa Fe de la Veracruz.
Las fotos que ilustran esta nota fueron seleccionadas del sitio guiafe.com.ar.
Ver el prologo de Los No Lugares de Mar Auge, incluido como apéndice de la nota Aertopuerto, de María Berns, en el número 16 de café de las ciudades.
Ente otras ciudades tratadas en la literatura, ver la Alejandría de Lawrence Durrell y la Dublín de James Joyce, analizadas en las notas El Cuarteto de Alejandría (Nuestros Antepasados II) y 100 años del Bloom´s Day en Dublín, en los números 16 y 20, respectivamente, de café de las ciudades.
Una frase del poema Fui al río, de Juan L. Ortiz (1896-1978) es citado en la introducción de La Grande. Aquí lo trascribimos del sitio Antología de Poesía Argentina, donde pueden encontrarse datos biográficos y otros poemas de Ortiz.
Fui al río, y lo sentía
cerca de mí, enfrente de mí.
Las ramas tenían voces
que no llegaban hasta mí.
La corriente decía
cosas que no entendía.
Me angustiaba casi.
Quería comprenderlo,
sentir qué decía el cielo vago y pálido en él
con sus primeras sílabas alargadas,
pero no podía.
Regresaba
-¿Era yo el que regresaba?-
en la angustia vaga
de sentirme solo entre las cosas últimas y secretas.
De pronto sentí el río en mí,
corría en mí
con sus orillas trémulas de señas,
con sus hondos reflejos apenas estrellados.
Corría el río en mí con sus ramajes.
Era yo un río en el anochecer,
y suspiraban en mí los árboles,
y el sendero y las hierbas se apagaban en mí.
¡Me atravesaba un río, me atravesaba un río!
JLO