En su edición del 20 de agosto de este año, la revista Time publicó como nota de tapa un informe especial de Michael Grunwald sobre la situación ambiental de Nueva Orleáns, a 2 años de su inundación como consecuencia del huracán Katrina. Los títulos de la portada y de la nota son suficientemente gráficos acerca de su contenido. Por qué Nueva Orleáns aun no es segura, se pregunta la portada, cuya bajada sostiene “Dos años después de Katrina, dinero en grande, ingeniería inepta e ignorancia ambiental se combinan para sentar la base de otra catástrofe“; La tormenta amenazadora es el titulo del interior, y su volanta: “Cómo años de políticas sin guía y chapucería burocrática dejaron a Nueva Orleáns sin defensa contra Katrina – y por qué puede pasar nuevamente“.
Además de una excelente producción periodística (que demuestra la posibilidad de comunicar eficazmente cuestiones de cierta complejidad técnica sobre las ciudades y el medio ambiente), la nota de Grunwald es útil para entender la superposición y articulación de algunas dimensiones y paradigmas ambientales, políticos, urbanos, económicos, culturales y sociales en la ciudad contemporánea. La magnífica infografía que la ilustra muestra con claridad la naturaleza de las fallas que produjeron la catástrofe y es esencial para la comprensión de los argumentos expuestos.
La tesis que sostiene Grunwald es que la mayor responsabilidad por la catástrofe de 2005 debe atribuirse a la errónea estrategia de defensa del Cuerpo de Ingenieros del Ejército de Estados Unidos, basada en la construcción de muros y tablestacados en una escala gigantesca, e indiferente (cuando no funcional) a la destrucción de los pantanos y humedales que rodean la ciudad. Cuando los franceses la fundaron en 1718, la ciudad podía defenderse de las inundaciones por un dique de apenas una milla de extensión y un metro de altura sobre el río Mississippi; el hoy French Quartier se asentaba sobre una elevación natural del terreno, producto del relleno natural por el material aluvional del Mississippi, y el Lago Pontchartrain estaba separado de la ciudad por una adecuada distancia y un sistema de humedales que garantizaban la inocuidad de las inundaciones.
El Cuerpo de Ingenieros apeló en cambio a una estrategia de negación y enfrentamiento con la naturaleza, privilegiando el endicamiento total de la ciudad y los grandes equipos de bombeo, y cerrando toda posibilidad de “pacto”con las fuerzas ambientales del sitio. Quizás haya en la nota de Grunwald alguna cuenta que se intenta cobrar a la ingeniería del Welfare State de Roosevelt (en especial, las obras de la Tennessee Valley Authorithy): el Cuerpo de Ingenieros no es solo la bestia negra de los movimientos ambientales sino también de las políticas republicanas de contención del gasto estatal.
Pero lo cierto es que los ingenieros del Ejército construyeron durante décadas centenares de kilómetros de diques mal diseñados y peor asentados, que (en conjunto con las canalizaciones para oleoductos y gasoductos) destruyeron humedales, manglares y bosques y permitieron así la erosión de la costa de Nueva Orleáns. Incluso, el Canal Industrial y el Gulf Outlet que comunican el lago, el Mississippi y el Golfo (una obra desproporcionada que intentó infructuosamente favorecer las condiciones de acceso portuario a Nueva Orleáns) fue el túnel artificial a través del cual las aguas saladas del Golfo contaminaron el lago, y la fuerza de Katrina se canalizó hacia la ciudad. Estas obras delimitan el distrito este, el más afectado por la inundación y el que menos recuperó su población y su actividad a la fecha (la población de Nueva Orleáns alcanza en la actualidad los 265.000 habitantes, contra 450.000 el 29 de agosto de 2005). Ninguno de los tramos de dique que cedieron estaba protegido por humedales o barreras de árboles.
Cabe señalar que ni Katrina ni el huracán Rita fueron los fenómenos meteorológicos más fuertes en su especie. Grunwwald cita trabajos de investigadores de la Universidad estatal de Louisiana y otros centros académicos para advertir sobre la posibilidad de una nueva catástrofe en caso de producirse un nuevo fenómeno de grado similar: la pregunta sobre el próximo Katrina no es entonces si acaso ocurrirá sino cuando. A pesar de haber reconocido sus errores y anunciar un cambio de actitud en su relación con el medio ambiente, el Cuerpo parece empeñado en repetir sus estrategias de endicamiento, bombeos y masacre de humedales en las multimillonarias obras que encarará en los próximos meses. Estas incluyen un sistema de diques que prácticamente abarcaran la costa entera de Lousiana, una especie de Gran Muralla que replica la no menos insensata construida en la frontera mexicana para frenar la inmigración ilegal (de paso, Grunwald sostiene que si México hubiera ocupado toda la superficie costera que se perdió en el Golfo debido a la erosión producida por estas “defensas” mal concebidas, “estaríamos en guerra”…). Entre las propuestas se incluye la realización de costosos muros para proteger remotas aldeas lacustres que desde hace décadas han aceptado la coexistencia con los ciclos acuáticos y la razonable arquitectura palafítica como estrategia de defensa contra las crecientes. Aun así, las previsiones del Cuerpo no permiten suponer una defensa mayor que, en el mejor de los casos, la más grande tormenta en 100 años, cuando Amsterdam ha desarrollado con mucho menos costo defensas para una recurrencia de más de 10.000 años.
Pero según Grunwald, la explicación de estas necedades no deben buscarse en la tozudez ingenieril sino en el perverso triángulo que conforman el instinto burocrático de supervivencia y autojustificación del Cuerpo de Ingenieros, la excusa que ésta brinda al Congreso estadounidense para la creación de empleos y la generación de contratos para empresas complacientes con las campañas electorales de los congresistas. “Méritos” que no comparte la más razonable opción contractual con la naturaleza, la sabia estrategia de utilizar los manglares y humedales como mecanismo de fijación y defensa costera. Una consigna muy popular en Lousiana exige “Fix the coast or we are toast“, que traducida al slang de Buenos Aires podría expresarse como un contundente “Fijen la costa o estamo’ en el horno”…
Muy lejos geográfica y conceptualmente de las tribulaciones de Nueva Orleáns, el proyecto de Diana Balmori para la nueva ciudad administrativa de Corea del Sur (publicado en el Diario de Arquitectura de Clarín del 7 de noviembre) plantea sin embargo otras renovaciones y otros anacronismos en sus paradigmas de intervención. Basada en presupuestos ambientales y urbanos irreprochables (autosuficiencia energética, optimización del transporte, continuidad entre el paisaje urbano y rural) el programa de la ciudad reitera sin embargo la vieja idea tecnocrática de una capital política aislada de la población, monofuncional y aséptica, aunque ahora en clave medioambiental y sostenible. No es fácil, como vemos, que las prácticas urbanísticas avancen en forma coordinada con la evolución de nuestros conocimientos sobre la ciudad y sus soportes…
MC
Ver las fotografías de Kadir Van Lohuizen sobre la inundación y reconstrucción de Nueva Orleáns en el sitio de Time en la Web.
Sobre la inundación de Nueva Orleáns, ver también la crítica urbana futurista de Carmelo Ricot en café de las ciudades:
Número 36 I Política de las ciudades (II)
Cien años de la inundación de New Orleans I El nacimiento de una concepción urbanística. I Carmelo Ricot