Combatiendo la desigualdad moral o política en el ámbito urbano, se observa que la ciudad produce o reproduce la desigualdad social cuando no facilita la movilidad plena en el acto de ir y venir por todo su espacio, haciendo inviable el sentido real de la palabra ciudadanía.
El pensamiento se forma y se proyecta a partir de la interpretación de la construcción de la imagen que es transmitida por la cultura y sus valores sociales. Es cierto que todos los humanos son de la misma especie; sin embargo, no todos son iguales social y físicamente, lo que muchas veces los estigmatiza y los coloca al margen de la sociedad, en lugar de que las diferencias sean respetadas como individualidad y diversidad.
Para ser accesible, una ciudad debe atender las diferentes exigencias de la diversidad humana. Según Lefebvre, “la ciudad y lo urbano no pueden ser comprendidos sin las instituciones originadas por las relaciones de clase y de propiedad”. Partiendo de ese presupuesto, puede entenderse que eliminar las barreras urbanísticas no es difícil, pero que antes es preciso eliminar las barreras sociales que contribuyen a la segregación.
El sentido común establecido retrata la forma en que la alienación fragmenta la realidad y no permite percibir la diferencia, el dolor, la angustia, la frustración que el otro acarrea. La alienación es lo contrapuesto a la conciencia social. Cuando no hay preocupación por el prójimo, hay lugar para la alienación que comporta la ausencia de los derechos, acentúa la separación de los hombres entre los buenos y los malos, los bonitos y los feos, los capaces y los incapaces, los saludables y los enfermos, los pobres y los ricos, los normales y los deficientes.
El hombre alienado no se percibe como parte de un mundo en el que pueda pensar que posee algún poder; apenas permanece en la apariencia y niega su condición de humano. La alienación constituye un problema a cuyo significado y su esencia más profunda es difícil llegar; su comprensión está lejos de los conocimientos del hombre común, pero está impregnada en la vida cotidiana de todos.
Al observar las vías públicas, ¿que es lo que se ve? ¿Calles, avenidas, espacios verdes? Lefebvre afirma al respecto: “Lo que miramos en verdad no lo percibimos”. No se percibe el espacio como marca del poder político y como símbolo de opresión, de segregación y discriminación.
Las tomas de decisiones no pueden ser arbitrarias, sino que su eficacia debe ser considerada en relación a aquellos ciudadanos que desarrollan su vida cotidiana de la ciudad. El deambular solitario de las personas con deficiencias, acorraladas por los que no tienen deficiencias y por los automóviles, contribuye a la segregación y a la negación de las relaciones sociales y los derechos.
La calzada tiene por finalidad ser el espacio urbano de la circulación de las personas y de la implantación del mobiliario urbano, la vegetación, la señalización, los buzones de correos, los kioscos de diarios; por eso necesita propiciar un ambiente seguro. El espacio urbano no puede determinar el comportamiento humano; por el contrario, debe permitir la convergencia del planeamiento y de la organización espacial como formas de liberar al hombre y no de oprimirlo. La limitación no está en la manera de caminar o en la dificultad de percibir, sino en la falta de condiciones propicias que el medio presenta. La ausencia de visión no limita el caminar, lo que lo limita son los obstáculos puestos en la vía pública.
Hay una inversión de valores, generalmente es el hombre el que tiene que adaptarse al medio en que vive cuando, por el contrario, es el medio el que debería ser organizado de tal modo que facilite la vida del hombre. Esto se hace difícil en tanto quienes producen el medios son hombres que forman parte de una sociedad que se divide en clases sociales, con enormes desigualdades, y que permite diversas formas de opresión, de discriminación y de segregación (aunque a la vez genera nuevas formas de lucha para la transformación de la sociedad).
Es posible considerar que el urbanismo revela la ideología de la época en que es concebido. Actualmente la preocupación está centrada en la circulación de los vehículos, en los trazados de calles y la apertura de avenidas. Esto revela una visión estrecha y no considera la necesidad de planificar la ciudad para los peatones y sus diversos requerimientos de movilidad urbana.
El urbanismo no puede ser fragmentado, debe ser un programa que atienda a toda la ciudad. Singer afirma que “la ciudad es, por lo general, la sede del poder y por lo tanto de la clase dominante” y, más adelante, que “el origen de la ciudad se confunde, por lo tanto, con el origen de la sociedad de clases”. Con estas citas, se entiende que la división social y el urbanismo están interrelacionados, teniendo como aliadas a las políticas públicas y aquello que conviene a la clase dominante.
SAM
La autora es profesora de la Facultad Paulista del Servicio Social de São Caetano do Sul y de las Facultades Metropolitanas Unidas, con Maestría en servicio social por la Pontifícia Universidad Católica de São Paulo. El texto está extraído de su disertación de maestría “Las personas con deficiencia física o visual y la acessibilidad urbana de Santo André”, PUCSP, 2006.
Ver su nota Una ciudad accesible para todos en el número 18 de café de las ciudades.
Las fotos que ilustran esta nota son de Julio Bastos y fueron tomadas en septiembre del año 2005.
Sobre la inclusión de las personas con habilidades diferenciadas en la ciudad, ver el trabajo de la Fundación Rumbos.