Vivimos tiempos en los que “lo político” tiene mala fama. Es la fruta podrida del cajón de temas de conversación, es el elefante en la habitación (o mejor dicho, en el aula) de las instituciones educativas, es la suciedad que habremos de limpiar de las organizaciones profesionales. Mientras tanto, “lo técnico”, en nuestro ámbito, “lo arquitectónico/lo urbanístico” reluce bajo el manto pulcro de la neutralidad, de la objetividad de las cosas como deben ser, de un conjunto de pautas casi indiscutibles cargadas de buenas intenciones. Hemos de confesar que la estrategia es buena, y nos obliga a afilar la punta para escribir, pero creemos necesario discutirla: no existe situación en la que sea posible “separar por un momento lo político”, aunque reconocerlo implique contradicciones diarias a las cuales enfrentar.
Más allá de intenciones de definir o discutir qué es lo político, nos preguntamos qué entienden los sujetos que lo rechazan y evitan. Encontramos así una idea de lo político acotada exclusivamente a lo partidario, a partidos políticos, a nombres, referencias, acciones y agencias relacionadas a nombres de funcionarios públicos, o a instituciones que se reconocen como parte del Estado.
Pero mejor empezar por aclarar lo que se oscurece. En las arenas movedizas de la transformación urbana de nuestras ciudades del Noreste Argentino (NEA) se han desencadenado en el último tiempo procesos como el llamado “Plan Costero” en Corrientes, modificaciones de uso del suelo vía Ordenanza en Resistencia, la privatización de áreas públicas con cualidades paisajísticas, el inicio de la construcción de torres de 35 pisos en la Costanera Sur y de 20 en Resistencia, la concesión de parte del Parque Mitre… Y aquí a quien le quepa el sayo, que se lo ponga.
Frente a esto, no sirven las buenas intenciones, no bastan los discursos sobre “querer una ciudad mejor” si no cuestionamos nuestras prácticas como profesionales, sea en espacios de decisión o como intermediarios de aquellas. Sería hipócrita negar que con cada movimiento de lápiz estamos siendo instrumento de acciones a las que aportamos nuestro conocimiento y herramientas: cada vez que se eligen áreas de intervención para la planificación, cada vez que se traza una línea más allá o más acá, cada vez que optamos entre ser autores o actores de los procesos… alguien gana y alguien pierde. Alguien recibe el aviso de que el colectivo comenzará a pasar por su barrio y a alguien del otro lado de la ciudad le informan que tendrá que esperar más porque extendieron el recorrido de esa línea. Alguien celebra un cambio de normativa porque ahora podrá construir una torre y alguien que tenía un comercio en esa zona es desplazado de su fuente de trabajo por no poder afrontar el precio de renovar el alquiler. Asimismo, alguien se pone feliz de que podemos “tomar mate” en un lugar donde antes no se podía, pero para esto las cartas de despido arriban a las manos de los trabajadores y se cierra una fábrica o un ente regional.
No hay medidas buenas ni malas. Pero sí consecuencias para las personas, sean grandes o pequeños grupos; hay beneficiados y perjudicados para cada paso. Mientras tanto, “los técnicos” estamos acostumbrados a hablar de urbanismo y de arquitectura sin gente… ¿gente sin casas y casas sin gente? Más bien el interés está puesto en “la construcción” o ese “nuevo parque a crear”, punto. Con construcciones de envolventes vacías, de vidrios espejados para que se refleje el río, con valores en subida y vendidas al mejor precio. ¿Mejor para quién? Pero por favor, no olvidemos que la pobreza no deberá ser vista. Frecuentemente olvidamos la pregunta incómoda (por que nos obligaría a ponernos incómodos): en estas nuevas arquitecturas-áreas urbanas, ¿quiénes vivirán? ¿Quiénes serán desplazados?
Lo político aparece como algo que puede afectar casi de forma parásita a cualquier tema, que se sabe que está vinculado a todo, pero que trata de ser extirpado de todo. Es algo indeseable, que trata de evitarse a partir de ser enunciado o reconocido en público. Escapar al monstruo de lo político es escapar al encuentro con lo otro diferente, al esfuerzo de discutir, de tratar de entender otras perspectivas, escapar a la incomodidad de la disidencia, de correr el riesgo de que el otro nos afecte y atente contra nuestras propias ideas, de perder la estabilidad que nos sostiene.
El rol del saber técnico (que tenemos que repetirlo: es siempre político) tiene la carga de responsabilidad de bregar para que el poder de decisión sobre el espacio que habitamos y sus beneficios sean repartidos, o bien de una vez por todas transparentar que se está reafirmando el poder de decisión de algunos pocos grupos sobre el devenir de la ciudad. Sin embargo, vemos con desesperación la total indiferencia (o ¿cinismo?) sobre los efectos que puede producir cada medida que se toma sobre el territorio, con un desconocimiento total de las formas de vida, de las prácticas, de las relaciones de muchos de los espacios donde se interviene. Ante esto, el desacuerdo es opacado lisa y llanamente mediante apuro de despacho de ordenanza en los cuartos cerrados de decisión. La cocina invisible a fuego rápido, donde unos pocos eligen ingredientes, y el resto se queda sin el pan, sin la torta, a veces sin siquiera enterarse de que volvieron a perder. Y mientras tanto, por las dudas, se enarbola la afirmación de ser a-político, a-partidario…en búsqueda de cierta asepsia ideológica que nos libere de cuestionamientos, amén.
Aquellos que nos preguntamos: el espacio ¿para qué y para quienes?, somos los mismos que cuestionamos ¿qué es lo que tanto molesta de “lo político”? ¿Por qué es algo que debemos quitar? ¿Por qué “separarlo”? ¿Se puede separar? Pareciera que sólo se desenvuelve en el ámbito de lo partidario, de aquel o este equipo de fútbol, de la ideología que no queremos tener (como si pudieran ser zapatos que decido o no ponerme). ¡Como si no estuviera atravesando toda nuestra vida!
O tal vez sea que reconocer cómo concebimos la realidad y cuáles son nuestros objetivos no pueda ser dicho en voz alta, y entonces comencemos a usar eufemismos para disfrazar lo que “nosotros” en oposición a estos “otros politizados” hacemos, que es incoloro, inodoro e insípido como el agua que nos gusta beber. Entonces se vuelve técnico, como si eso volviera intocables a los argumentos. Detrás de esta panacea de lo no político se esconden los discursos que no hablan de la gente cuando hablan de ciudad, que utilizan clichés o frases hechas y muy derechas para referir a ideas como: mover esta zona, potenciar lo turístico, atraer inversiones, modernizar la ciudad, progresar. Sin embargo, las transformaciones concretas de la ciudad y todo lo que se materializa o normativiza al paso (ordenanzas, aprobaciones, concursos, transferencias de recursos y capitales, construcción de tal obra) y todo lo que no se concreta (participación colectiva, instancias de debate, reconocimiento de derechos fundamentales de la población) constituyen nada más y nada menos que decisiones políticas.
A eso nos enfrentamos:
A la invisibilización de las implicancias de cada argumento “técnico”.
A la peligrosidad de discursos y prácticas vestidas de cordero.
T-CdH
TURBA es un colectivo de hábitat, organización formada por arquitectos/as, docentes, investigadores/as y profesionales relacionados al hábitat de las ciudades de Corrientes y Resistencia en el NEA, Argentina. “Trabajamos con temáticas socio-urbanas y habitacionales en lugares diversos; y nos reunimos bajo la imperante necesidad de organizarnos y sostener nuestra praxis desde la convicción de que las formas desiguales en las que se producen nuestras ciudades demandan nuevos relatos contrahegemónicos y críticos. Buscamos posicionarnos como resistencia a la apropiación utilitaria, la centralización o retención obstinada del espacio y la distribución desigual de los bienes comunes. Impulsamos la justicia por el acceso a la tierra, la producción social de la vivienda y el hábitat digno.
Es por esto que promovemos llevar al público en general aquellos temas de investigación en los que trabajamos: mercado de suelo, formas de apropiación del río o de los bienes naturales, participación real como forma de construcción colectiva de ciudad, manifestaciones y prácticas en el espacio público, formas de violencia con “el otro”.
Sobre las ciudades del NEA Argentino, ver también en café de las ciudades:
Número 47 I Lugares
Bigness Paranaensis I El agua que brilla, la Triple Frontera, la Tierra sin Mal. I Marcelo Corti
Número 52 I Política de las ciudades (I)
Vivienda social y suelo urbano en la Argentina de hoy I Conflictos y posibilidades I José Luis Basualdo
Número 59 I Arquitectura de las ciudades
Arquitectura(s) moderna(s) y ciudad histórica I El caso de la ciudad de Corrientes I Por Carlos Gómez Sierra
Sobre la relación entre lo técnico y lo político, ver el trabajo de Carlos Matus, como por ejemplo esta entrevista con Franco Huertas sobre el método de Planificación Estratégica Situacional.