La guerra asimétrica hace visibles tanto los límites del poder como los límites de la guerra. A la vez que conecta el combate con el espacio urbano, convierte a la propia ciudad en una tecnología de guerra que obstruye en múltiples micro-modos el poder de los ejércitos convencionales. Sin embargo, el encuentro entre un ejército convencional y una insurgencia armada -el corazón de una guerra asimétrica- también transforma a ambos combatientes, sean estos un soldado de los Estados Unidos regalando dulces a los niños de Bagdad y teniendo que aprender la técnica de la guerra urbana, o Hamas, una fuerza armada, convirtiéndose en el proveedor principal de los servicios sociales y educativos en Gaza. En segundo lugar, la entrada de un ejército convencional en ciudades previamente divididas, como en el conflicto chiita-sunita en Irak, genera otra variante de la guerra urbanizada; donde ambos lados se presentan como fuerzas armadas no convencionales.
La urbanización de la guerra evidencia características sumamente variables. Quisiera distinguir cuatro tipos diferentes, aunque no necesariamente excluyentes entre si. Uno de ellos es el encuentro real entre fuerzas convencionales y no convencionales en terreno urbano, con las ciudades de Irak pos-2003 como casos prominentes. Un segundo modo corresponde a la extensión del espacio bélico más allá del propio “teatro de la guerra”, como podría ser el caso de los atentados en Londres, Madrid, Bali y otras ciudades luego del lanzamiento de la guerra contra Irak. Un tercero es la penetración de los conflictos convencionales del estado en un acto de guerra asimétrica, como los recientes atentados en Bombay. Y el cuarto corresponde a la activación de antiguos conflictos por la guerra asimétrica, evolucionando hacia conflictos armados entre dos fuerzas no convencionales, como es el caso de los ya mencionados conflictos chiita-sunitas en Irak (en otros textos he examinado cómo la guerra civil genera hoy en día un tipo muy específico de urbanización de la guerra: mientras el control sobre el territorio se hace más agudo y desplazante, los refugiados migran a las ciudades -que, en muchos casos representan el último refugio).
La primera parte de este artículo ofrece una breve descripción de la inseguridad urbana contemporánea como un resultado general de la guerra. Luego, examino las particularidades de dos casos específicos, Bombay y Gaza. Ambos ilustran las diversas formas de la guerra asimétrica y los grandes ensambles de territorio, autoridad y derechos dentro de los cuales ocurren.
La obsesión por la seguridad nacional está en el origen de la inseguridad urbana.
La búsqueda de la seguridad nacional genera la inseguridad urbana. La guerra asimétrica (el combate entre un ejército convencional y unos insurgentes armados) ha puesto a las ciudades en el mapa de la guerra. A lo largo del mundo las ciudades están convirtiéndose en un teatro clave para la guerra asimétrica, independientemente del lado de la división en que se posicionen -como aliados o enemigos.
Desde 1998, la mayoría de los ataques asimétricos ha ocurrido en ciudades. Esto produce un mapa inquietante. El Informe Anual del Departamento de Estado de los Estados Unidos acerca del Terrorismo Global nos permite entender que las ciudades son actualmente el blanco clave para lo que el Informe define como atentados terroristas -ataques a cargo de combatientes no convencionales. Esta tendencia comenzó antes de los atentados a Nueva York y al Pentágono en septiembre de 2001. El Informe observa que las ciudades registran un 94% de las victimas y un 61% de las muertes por ataques terroristas entre 1993 y 2000. En la misma época, el número de incidentes se duplicó y hubo un incremento especialmente notable después de 1998. En contraste, el secuestro de aviones registra un porcentaje mayor de destrucción y muertes en los ´80 que en los ´90. El acceso a los blancos urbanos es mucho más simple que el secuestro de aviones o el ataque a instalaciones militares. El Informe no incluye las acciones convencionales militares en o sobre las ciudades, a las cuales también considero parte de la urbanización de la guerra.
El nuevo mapa de la guerra es extenso y se expande más allá de las naciones realmente involucradas. Los atentados en Madrid, Londres, Casablanca, Bali, Bombay, Lahore, Yakarta, etc., son parte de este mapa expansivo. Cada uno de estos atentados posee sus propias características y puede ser explicado en términos de objetivos y conflictos particulares. Como prácticas materiales, estos incidentes representan acciones localizadas de grupos armados que operan en forma independiente. Sin embargo, son claramente parte de una nueva especie de guerra que transcurre en múltiples sitios -un conjunto distribuido y variable de acciones que adquiere un significado más amplio a partir de un conflicto particular con proyección global.
La guerra asimétrica encontró una de sus manifestaciones más profundas en la guerra de los Estados Unidos contra Irak. El ataque aéreo militar convencional de los Estados Unidos tardó solamente 6 semanas en destruir el ejército de Irak y destituir al gobierno. Pero en ese entonces la guerra asimétrica ya se había afianzado en los sitios de conflicto, como Bagdad, Mosul, Basora y otras ciudades de Irak. Y aun no ha cesado desde ese momento. Las guerras asimétricas son parciales, intermitentes y carecen de un final claro. No existe un armisticio para marcar su fin. Esto es una indicación de que el centro ya no se sostiene, independientemente de cuál sea su especie -ya sea un poder imperial o el estado nacional, incluyendo el caso de los países más poderosos.
La urbanización forzada representa otra característica de las guerras contemporáneas, la cual es particularmente evidente en las áreas menos desarrolladas. Los conflictos contemporáneos producen un gran desplazamiento de poblaciones desde y hacia las ciudades. En muchos casos, como por ejemplo en los conflictos africanos o en Kosovo, las personas desplazadas engrosan las poblaciones urbanas. Al mismo tiempo, en los conflictos contemporáneos los cuerpos militares enfrentados evitan el combate o la confrontación militar directa, como ha descripto Mary Kaldor en su trabajo sobre las nuevas guerras. La estrategia principal es controlar territorio a través del exterminio de personas de una diferente identidad (étnica, religiosa o política). La táctica central es el terror -atrocidades y masacres muy evidentes que empujan a la gente a huir.
Estas formas de desplazamiento -de las cuales la limpieza étnica es la más virulenta- tienen un impacto profundo sobre el carácter cosmopolita de las ciudades. Desde hace mucho tiempo, las ciudades poseen una capacidad única de unir personas de distintas clases, etnias y religiones a través del comercio, la política y las prácticas cívicas. Los conflictos contemporáneos desestabilizan y debilitan esta diversidad cultural de las ciudades cuando provocan la urbanización forzada o el desplazamiento interno. Belfast, Bagdad y Mostar corren el riesgo de convertirse en conjuntos de ghettos urbanos, lo cual implica grandes problemas para las infraestructuras y la economía local. Bagdad ha sufrido un proceso profundo de este tipo de “limpieza”, componente crítico de la (relativa) “paz” de los últimos dos años.
En otros trabajos he indagado (para el caso de las ciudades más grandes) si el equivalente sistémico de esta clase de “limpieza” podría ser el crecimiento de la ghettización de los pobres y ricos -aun en distintos tipos de ghettos. Eso deja a la clase media, la cual es raramente el grupo más diverso en las ciudades, la tarea de brindar urbanidad a estas ciudades. El riesgo es que puedan suplantar el cosmopolitismo urbano tradicional con estrechas actitudes defensivas, en un mundo en donde conviven la inseguridad económica creciente y la impotencia política. Bajo estas condiciones, el desplazamiento desde el campo hacia los pueblos o las ciudades también favorece la inseguridad sobre la riqueza de la diversidad.
Hoy en día, la urbanización de la guerra es diferente a las historias pasadas de ciudades en guerra en los tiempos modernos. En guerras anteriores, como por ejemplo durante las dos guerras mundiales, los grandes ejércitos necesitaban grandes espacios abiertos u océanos para encontrarse y combatir o para llevar a cabo invasiones. Estos espacios fueron las líneas del frente de guerra. En la II Guerra Mundial la ciudad entró al teatro de la guerra, no como un sitio para luchar sino como una tecnología para instalar el miedo entre la población: la destrucción completa de las ciudades como un modo de aterrorizar a una nación entera, con Dresden e Hiroshima como los casos más icónicos.
Aquí podemos ver una dimensión crítica que nos muestra los límites de poder y, quizás, el poder de las normas básicas. Los países con los ejércitos convencionales más poderosos no pueden correr hoy en día el riesgo de repetir una situación como la de Dresden (ataque masivo con bombas convencionales), o la de Hiroshima, con una bomba atómica -sea en Bagdad, en Gaza o en el valle de Swat. En cambio, se pueden involucrar en toda clase de actividades, incluyendo violaciones a la ley: rendición, tortura, asesinatos de líderes que no les gustan, misiones excesivas de bombardeo en áreas civiles, etc., en una historia de brutalidad que no se puede esconder por más tiempo y que aparece como una escalada de violencia contra las poblaciones civiles.
Parecen existir límites, por varias razones que van desde lo simplemente utilitario hasta el reconocimiento táctico de las normas fundacionales: podría ser un atisbo de sabiduría, una creencia honesta en dichas normas, un intercambio de algún tipo (como por ejemplo el acceso a armamentos o petróleo) o la mera existencia de una telaraña de limitaciones –una mezcla de legalidad, acuerdos recíprocos y la corte global informal de la opinión pública. Una y otra vez, la historia nos demuestra los límites de poder (otra razón por la cual una fuerza militar se autolimita es táctica: algunos teóricos de guerra argumentan que la fuerza militar superior debe demostrarle a su enemigo que no ha utilizado la totalidad de su poder). Parecería que las decisiones unilaterales por parte de los grandes poderes no son las únicas limitaciones: en un mundo cada vez más interdependiente, los países más poderosos se encuentran restringidos por múltiples interdependencias, una especie de telaraña que podría ser una función de supervivencia sistémica en un mundo donde varios países tienen la capacidad de destruir al planeta (y desde un ángulo más amplio que el que aquí considero, cuando los grandes poderes fracasan en su auto-restricción enfrentamos lo que Mearsheimer denominó la tragedia de los grandes poderes).
Bajo estas condiciones la ciudad se convierte en una tecnología para contener los poderes militares convencionales y en una tecnología de resistencia para las insurgencias armadas. Los elementos físicos y humanos de la ciudad se presentan como un obstáculo para los ejércitos convencionales –un obstáculo vinculado al espacio urbano en sí. ¿Gaza no habría sido destruida completamente, y no solo en parte, si no estuviera poblada densamente, si solamente estuviera ocupada por fábricas, depósitos y oficinas? (este doble proceso de urbanización de la guerra y militarización de la vida urbana desestabiliza el significado de lo urbano: Marcuse escribe que “la Guerra contra el terrorismo produce una degradación continua de la calidad de vida en las ciudades estadounidenses, con cambios visibles en la forma urbana, la pérdida del uso de los espacios públicos, limitaciones en la libertad de movimiento dentro y hacia las ciudades, particularmente para miembros de grupos con piel más oscura, y la declinación de la participación popular abierta en el planeamiento gubernamental y en el proceso de la toma de decisiones”; en segundo lugar, pone en duda el rol de la ciudad como proveedor de asistencia social. El imperativo de seguridad implica un cambio en las prioridades políticas, supone un corte o disminución importante en los presupuestos dedicados a la asistencia social, la educación, la salud, el desarrollo de infraestructura y el planeamiento y la regulación económica. A su vez, estas dos tendencias cuestionan el concepto central de ciudadanía).
A continuación examinaré dos casos con una extensa historia de conflicto, pero que representan trayectorias y combinaciones de elementos marcadamente diferentes. Uno de los casos es Bombay, que está involucrada en el antiguo conflicto entre India y Pakistán y que muestra fluctuaciones importantes en su rol como sitio para la guerra asimétrica. El otro caso es Gaza, marcado por un conflicto continuamente activo y abierto con un estado moderno, Israel; una batalla que eventualmente alimentó un conflicto con otra fuerza asimétrica: la Autoridad Palestina. Los dos casos son extremadamente complejos y están involucrados en combinaciones muy diversas de territorio, autoridad y derechos, cada una con dimensiones multi-escalares. Una pregunta que surge de estos dos casos es si representan alguna de las formas futuras de la guerra.
Particularidades de Bombay
El atentado de Bombay es digno de atención y distinto a otros ejemplos de guerra urbana, porque articula un antiguo conflicto regional convencional entre estados con los mecanismos de un tipo de guerra urbana no alineado realmente con ningún interés convencional del Estado. Los atentados de Bombay lograron arrastrar un conflicto convencional entre estados hacia el evento específico y momentáneo del ataque. Las pruebas disponibles hasta el momento indican que los cerebros del ataque explotaron la preexistencia de un antiguo conflicto convencional de baja intensidad para lograr sus propios (y quizás distintos) intereses (ver por ejemplo las notas de Ahmed Rashid en BBC News, Mohsin Hamid en The Guardian, Faisal Devji, Landscapes of the Jihad: Militancy, Morality, and Modernity, Ithaca: Cornell University Press 2005, Veena Das, Mirrors of Violence: Communities, Riots and Survivors, Delhi: Oxford University Press 1990). Varios analistas advirtieron que uno de los propósitos de los ataques era llevar a India y Pakistán a un enfrentamiento convencional de frontera y de esta forma distraer los esfuerzos de Pakistán por contener el terrorismo.
En su artículo Jihad, fitna, and Muslims in Mumbai, Veena Das profundiza este análisis, preguntándose si “la nueva forma de guerra” que estos ataques representan dependen “menos del daño real a la vida y la propiedad y más de los efectos que buscan generar”. Estos efectos podrían incluir “disturbios comunales, creciente sospecha entre musulmanes e hindúes, debilitación de la capacidad del gobierno recientemente electo de Pakistán y, en última instancia, una guerra entre la India y Pakistán”. El conjunto de estos efectos comprende el modo y las implicancias de la guerra en las ciudades. Mientras tanto, ¿en dónde encontrar la respuesta más efectiva a estos efectos? Evitando el discurso de los “estados fallidos y los estados débiles”, Das se enfoca en cómo “la acción civil logró frustrar los efectos que seguramente había buscado la violencia brutal”. Ella explica cómo los ideales cívicos en sus variadas formas contribuyeron a evitar el intento de exacerbar el conflicto entre estados. La popular tendencia a caracterizar los ataques como una guerra sobre la ciudad de Bombay alimenta esta concepción.
Asimismo, inmediatamente después de los ataques, Juan Cole instó en Informed Comment al Gobierno de la India a “considerar la asimetría” en lugar de cometer un error de escala con una sofisticación que solamente pudiera ser sostenida por el Estado y, por lo tanto, pudiera justificar una tensión entre estados o una respuesta militar, como la respuesta estadounidense a los ataques terroristas del año 2001. Aun ahora, los llamados a alejarse de la respuesta militar convencional invocan una distinción entre Pakistán y el posible rol de algunos elementos aislados apoyados desde el estado, en lugar de admitir que se podría lograr esta intensidad de violencia sin la intervención de la autoridad estatal.
Al mismo tiempo, deberíamos notar cómo los terroristas se aprovechan de la aprobación tácita del estado o incluso de la condición segmentada del estado moderno para establecer su autoridad. El hecho de que los estados “débiles” puedan albergar infraestructura terrorista dentro de su territorio, pero por fuera de su autoridad, ha justificado en el pasado las campañas llamadas “quirúrgicas” o “estratégicas” para erradicar los campamentos de instrucción y otras instalaciones. Sin embargo, Bibhu Prasad Routray sostiene en openIndia que estos campamentos no podrían “ofrecer instalaciones de entrenamiento para el tipo de operaciones urbanas que los terroristas realizaron en Bombay” y que estas instalaciones seguramente se localizan en grandes ciudades como Karachi, “entremezcladas con las áreas de población civil”. Ahora que los terroristas están asentados y entrenan intensamente en áreas urbanas, están fuera del alcance de la guerra convencional y las estrategias tales como los ataques aéreos resultan tácticamente inútiles. De esta manera, la ciudad no es solamente un blanco para los ataques sino también una limitación al ataque militar convencional.
Faisal Devji argumenta en The Immanent Frame que cualquier motivación política detrás de los ataques, incluso el intento de instigar un conflicto que desviaría la atención de la frontera de Afganistán, “constituye un gesto de jugador más que una especulación política”. Devji agrega que la violencia expuesta lleva a la violencia política a un nuevo nivel, que estos “pistoleros” representan una nueva clase de actores militares. Estos terroristas parecen más bien contra-terroristas; son “comandos altamente capacitados que se despliegan rápidamente para tomar control de un sector entero de la ciudad mediante el uso de armas pequeñas, explosivos y el movimiento controlado de grupos civiles”. Si bien lucharon junto a los talibanes y al-Qaeda, han aprendido más de su enemigo que de sus camaradas, porque su terrorismo se parece más a “una operación militar que al estilo militar amateur e individualista de Al-Qaeda” o “la guerra tribal de los talibanes”.
Devji percibe en todo esto la absorción de una red de terrorismo internacional por parte de su protector local, que está completamente obsesionado con las cuestiones locales; en otras palabras, “lo global ha desaparecido dentro de lo local para animarlo desde adentro”. Después de todo, los objetivos del grupo responsable de los ataques no son “una ventaja militar o política para Pakistán, ni un califato islámico global” sino una especie de prioridad local y facciosa para las comunidades musulmanas contra su opresión local. Este tipo de programa, como explica Devji, transciende lo político aun cuando se haya originado en reclamos políticos.
Arvind Rajagopal añade, también en The Immanent Frame, que la geografía urbana de este ataque, así como los atentados en Bombay de 1993, marca un punto de partida desde “episodios previos de una violencia más doméstica”: no solamente porque ambos ataques se concentraron en las áreas ricas en retribución de la violencia desarrollada hacia los pobres, sino porque “la violencia en las áreas sin cobertura mediática fue seguida por la violencia en las partes de la ciudad más públicas y con mayor atención de los medios”. En verdad, mientras que la respuesta usual es aseverar que ese tipo de violencia “sin sentido” revela los límites de lo “político”, Rajagopal explica que el terrorismo y las nuevas tecnologías de publicidad revelan, aun a través de actos criminales, la presencia de aquellos a quienes se les niega legalidad. Si los forajidos alguna vez diseñaron la base de la ley, hoy en día el desafío que surge es responder, no solamente al terrorista, sino también al migrante, el “villero” o favelado, el campesino desplazado y otras víctimas del desarrollo industrial, y las minorías étnicas y religiosas.
Rajagopoal enfatiza “una separación cada vez mayor entre la política y la publicidad” con la que el terrorismo negocia y que la ley, que atiende solamente a los “visibles”, impone. Otros autores también han encontrado útiles los ataques para enmarcar algunas reflexiones importantes acerca de las condiciones y contradicciones de la democracia hindú en un contexto global.
Después de todo, el impacto dramático real de los ataques de Bombay fue que golpearon sitios simbólicos de las elites transnacionales y cosmopolitas, incluyendo dos hoteles de lujo. La elección de estos blancos no solamente refleja un reconocimiento de cuáles son los espacios de la ciudad que atraerán la mayor visibilidad, atención y compasión internacional, sino que también ha permitido a los medios locales (como argumenta Gnani Sankaran en Open Space) presentar estos sitios y la sociología que simbolizan como la cara de la “India”, su futuro orgulloso. La mayoría de las personas que fueron asesinadas estaban en la estación de tren de Chhatrapati Shivaji Terminus; sin embargo, la mayor parte de la atención de los medios se enfocó en los sitios donde estaban los extranjeros y los ricos.
Sankaran afirma que mientras “el hindú medio sigue sin inmutarse frente al terror” y está acostumbrado a otras formas de violencia urbana persistente, esto no se aplica a la elite de la India. Claramente, la magnitud de la matanza no es tan notable cuando se la compara con los números de afectados por los disturbios sectarios o aun con ataques anteriores del terrorismo. Hasta las tácticas son familiares, bien conocidas por cualquier persona que sepa de Lashkar-e-Taiba, una unidad que realiza estos ataques suicidas frontales ‘fedayines’ (literalmente, “desafiantes de la muerte”) contra blancos del gobierno de la India en Kashmir. Sumantra Bose define al fedayín como una forma rudimentaria de guerra de “conmoción y pavor” y observa que sus perpetradores “han llevado “la guerra” -como ellos la ven- a la elite hindú y a los adinerados extranjeros occidentales que viven o están de vacaciones en la ciudad más popular de la India”. Eso es justamente lo que la inseguridad urbana representa en las ciudades globales; marca la conexión importante que tiene con la seguridad y el interés nacional, en la forma del comercio global y del valor político de la ciudad que estos sitios representan.
Dipesh Chakrabarty (en The Immanent Frame) también conecta los ataques con la experiencia hindú sobre la globalización. Sostiene que “las diversas tensiones globales” como “el terrorismo, las crisis económicas – ambientales y las guerras civiles que desplazan poblaciones” harán cuestionar si los estados democráticos tendrán que convertirse en “estados de seguridad” para hacer frente a estos nuevos desafíos. En su opinión, los atentados de Bombay introdujeron en la democracia hindú los debates acerca de la experiencia de los derechos, tales como “el derecho a la seguridad”, en la era global. La democracia de la India ha pasado las últimas décadas enfrentando las políticas de identidad (por ejemplo, la potenciación de las minorías), una lucha relacionada a las ineficiencias del aparato administrativo (corrupción, clientelismo). Con el propósito de restaurar la gobernabilidad necesaria para abordar estos desafíos, las aproximaciones a los derechos centradas en la seguridad retomarán prioridad, según explica, sobre la intromisión política que ha rodeado los debates acerca de los derechos en la experiencia democrática liberal.
Asimismo, en su blog sobre los derechos y privilegios de las “víctimas del terrorismo”, Mukal Sharma insinúa pocos días antes del ataque que el estado debería abordar las consecuencias del terrorismo como un caso de guerra convencional en contextos ajenos a la guerra real. Tomando el lenguaje de las legislación humanitaria internacional, reivindica el derecho de las victimas del terrorismo a “indemnización, restitución, rehabilitación, satisfacción y garantías de no-repetición”, asignándoles un status combinado de víctimas y veteranos de guerra y proponiendo un rol del estado como garante de derechos.
De manera similar, considerando este ataque en relación al “espacio de la Guerra urbana global multiescalar”, ‘pueden explicarse algunas de sus particularidades. Después de todo, los terroristas aprovecharon la facilidad de atacar a los norteamericanos e ingleses durante sus vacaciones en el exterior, donde la seguridad es débil en comparación a sus países de origen. Para proteger a sus ciudadanos, las naciones podrían no depender solamente de sus propios mecanismos y programas de seguridad, sino que deberán invertir en seguridad urbana donde quiera que sus ciudadanos estén viajando o haciendo negocios. De esta manera, el terrorismo redefine las fronteras territoriales de seguridad “doméstica”, incluso si sus objetivos inmediatos son irrelevantes para las respuestas enfocadas con criterio doméstico.
De manera similar, Arjun Appadurai enfatiza en The Immanent Frame otras luchas de poder muy locales que estos ataques exponen, más en sus implicaciones que en sus intenciones reales (ver también Appadurai, Fear of Small Numbers, Durham: Duke University Press, 2006). Con respecto a esto, comenta que Bombay es una de las ciudades más militarizadas y vigiladas en la India. Aunque la ciudad es percibida fundamentalmente como un nexo comercial, alberga el “Western Command of the Indian Navy, que es con mucho la base más poderosa para los barcos, marinos y estrategas navales de la India,” y “el Centro de Investigaciones Atómicas de Bhabha´ (Bhabha Atomic Research Center) (…) una parte clave del aparato nuclear hindú”. Además, una “proporción vasta” de la propiedad inmobiliaria “es controlada directamente o indirectamente por la Armada de India, el ejército de India, la policía de Bombay y otras agencias militares o de seguridad”.
Pero más allá de la vergüenza que estos ataques representan para el ejército de la India, Appadurai describe las geografías de poder e identidad que recibió el ataque en diferentes términos, reflejando la implicación de la ciudad en otros circuitos y geografías, como “la lucha entre el nexo comercial/criminal del Océano Índico y el nexo terrestre que se extiende desde Bombay hasta Delhi y Kashmir”, “la lucha por el control sobre Bombay entre los intereses políticos y comerciales ahora ubicados en Maharashtra y Gujarat” y la lucha más sutil entre el nacionalismo hindú plebeyo del Norte y Gran Bombay (que no le importa demasiado a los opulentos del sur de Bombay) y “la cara más hábil, más orientada al mercado del Partido Bharatiya Janata, cuyas elites partidarias saben que el Sur de Bombay es crucial para la mediación entre el capital global y la India”. Incluso si los perpetradores no sabían de estas particularidades, éstas surgen como consecuencias de guerra en una ciudad que tiene su propia historia e identidad, además de la implicación en las narrativas globalizadas sobre el terrorismo que amenaza derrumbar estas cualidades.
Las particularidades de Gaza.
Lo que ocurrió en Gaza es de un orden distinto. En este caso existe una asimetría. Sin embargo, irónicamente, podría ser de un tipo considerablemente más avanzado que los otros casos habitualmente mencionados. Me gustaría explorar si lo que estamos presenciando es parte de una dinámica emergente más grande, que posee manifestaciones y valencias normativas infinitamente diversas. Eso significa percibir a Gaza no solamente en su condición presente de abuso por parte de su poderoso vecino, sino también como un momento, una época determinada en una trayectoria que avanza hacia el futuro. La asimetría cada vez más aguda que marca la “interacción” de Israel-Gaza podría identificar un punto de ruptura en la geometría del período presente.
El reciente bombardeo unidireccional a Gaza por parte de Israel fue muy parecido a los ataques unidireccionales realizados durante seis semanas en Irak en el marco de la invasión dirigida por los Estados Unidos en 2003. La guerra asimétrica que siguió en las ciudades iraquíes una vez que las fuerzas lideradas por los Estados Unidos se instalaron, no ocurrió completamente en Gaza. Hamas disparó misiles (en su mayoría ineficaces) hacia poblaciones civiles, que causaron terror pero no la cantidad de muertes civiles ni militares que se produjeron en las ciudades de Irak. Gaza se convirtió en un sitio extremo para el desarrollo unilateral y la puesta en acto de los instrumentos de la guerra en un contexto urbano por parte de las fuerzas militares convencionales de Israel. Es un sitio donde las fuerzas de Israel pueden experimentar con los modos de guerra urbana, dado el hecho concreto de la ocupación y el control sobre la mayoría de los medios de supervivencia del pueblo de Gaza. En este proceso se aterroriza a una población entera.
Sin embargo, Gaza se ha convertido en un sitio que hace visibles los límites de poder en una condición de superioridad militar absoluta. Incluso en una situación militar tan desequilibrada, la fuerza superior puede llegar a un punto en donde se necesita virar al obstruccionismo más que “pulverizar· al enemigo. Existen condiciones particulares que tienen que darse en conjunto para producir estas restricciones a la fuerza militar, y estas condiciones pueden ser sumamente variables. En el caso de Israel, no tuvieron la opción de actuar como en Dresden o Hiroshima, en parte porque el lanzamiento de sus bombas más poderosas hubiese sido autodestructivo. Pero también porque Israel está atrapado en una telaraña de interdependencias internacionales, ninguna de las cuales podría aisladamente restringir a un país -estas interdependencias derivan su poder de capacidades no-militares.
Gaza es parte de una asimetría tan extrema que ni siquiera puede acomodarse a los tipos de guerra asimétrica que hemos visto en ciudades iraquíes una vez comenzada la ocupación terrestre. En este sentido, no sólo nos demuestra los límites del poder, sino también los de la guerra. La vulnerabilidad de Gaza ante los ataques convencionales y el control militar hace que Hamas sea, cada vez más, el mayor proveedor de servicios civiles. Al mismo tiempo, Israel no puede usar su arma más poderosa y es reducida a una fuerza obstructiva, al detener los alimentos y materiales de construcción enviados por agencias de ayuda internacionales. Israel ha destruido miles de hogares, ha bombardeado escuelas, hospitales y la infraestructura económica, ha realizado asesinatos de líderes de Hamas, ha arrasado con una vasta parte del ambiente construido de Gaza, ha atacado las fuentes de agua y electricidad y desmembrado el territorio. Ha hecho todo lo que se puede hacer para destruir y desmoralizar a un pueblo. Aún así no ha resultado victorioso, de acuerdo a su propia definición de victoria. Y podemos intuir que esto no es el fin de Gaza -Gaza no está desapareciendo.
Desde hace años, los esfuerzos israelíes por desafiar o limitar la autoridad de Hamas se han basado en tácticas de guerra convencional (bombardeos, control de fronteras, apoyo aéreo), y de esta manera han reafirmado y demostrado a la autoridad israelí como un poder militar. Los objetivos incluían desafiar explícitamente la idea de que el dominio de Hamas podía llevar a algún tipo de estabilidad. Glenn Greenwald argumenta en Salon que, por lo tanto, el objetivo político era manifiestamente similar al del terrorismo, un enfoque al que describe como construido dentro de la estrategia de guerra urbana del ejército de Israel. Esto parece surgir del propio despliegue de la guerra urbana convencional en la ciudad, como si su situación en un escenario urbano le confiriese cualidades y propósitos similares a los del terrorismo. El espacio urbano transforma a la agresiva presencia del ejército convencional en una presencia terrorífica; esto puede sostenerse incluso cuando su propósito sea mantener la paz -una proposición muy dudosa cuando uno de los lados es un actor completamente armado…
Haroub observa en Open Democracy que el efecto real del “terror” ha sido reafirmar la fe palestina en la habilidad cotidiana de Hamas de resistir al militarismo israelí. Esto está construido sobre la naturaleza asimétrica de la guerra urbana en escenarios urbanos (sobre estrategias israelíes de guerra urbana asimétrica, pero fuera de contextos urbanos explícitos, ver Larsen en American Conservative). En mi opinión, hay una dimensión temporal en este tipo de guerra urbana que es esencial para el lado no convencional, en este caso Hamas. Esto hace legibles los límites de la superioridad militar y el hecho de que bajo ciertas condiciones la falta de poder se puede tornar compleja (mi argumento es que necesitamos abrir la falta de poder a otra variable: en un extremo, es algo elemental y puede ser entendida simplemente como la ausencia de poder; pero por otro lado, la falta de poder se convierte en una condición compleja y por lo tanto mucho más ambigua: la superioridad militar de Israel ha hecho legible la complejidad de la “falta de poder” de Hamas y Gaza en cuanto a que ha hecho al pueblo de Gaza aun más dependiente de Hamas, más allá de la guerra, en el día a día). Sobre esta complejidad recae la posibilidad de construir lo político, de construir la historia. Pero esto implica una temporalidad mucho más larga que la de la superioridad militar.
En general, estas estrategias han sido interpretadas como un asunto de protección de la soberanía israelí mediante la disminución de la soberanía de Hamas/Palestina. En la opinión de Benhabib, representa a Israel buscando “la seguridad de Westfalia en un mundo post-Westfalia”. Mientras tanto, la soberanía de Hamas también juega con estas nociones en su dominio de Gaza, especialmente en cuanto pertenece al proyecto de una solución de dos estados. Israel interactúa con esta posibilidad al supervisar, construir e innovar sus propias instituciones cívicas y municipales y destruir las de Gaza. Por otro lado, Benhabib describe un programa israelí para construir invernaderos en Gaza para incentivar importaciones agrícolas palestinas, y su destrucción por muchedumbres palestinas. Hay en todo esto una aparente fusión de las visiones política y militar que puede ser una de las dinámicas sistémicas de la guerra urbana.
Juan Cole describe en Informed Comment a este tipo de guerra como una micro-guerra, para distinguirla de la macro-guerra convencional. Esboza las estrategias específicas: vínculos notables con el apoyo regional, provisión de servicios cívicos/sociales, exposición mediática. Israel, por el otro lado, busca desafiar la habilidad de Hamas de apoyar a la población de Gaza, “negándoles alimentos, combustible, electricidad y servicios suficientes para un funcionamiento saludable, con la esperanza de que la gente se ponga en contra de Hamas”. Pero para lograrlo debe además manejar cuidadosamente la atención de los medios de comunicación, una dimensión crucial de la guerra en las ciudades modernas. En última instancia, la batalla es por impresionar al público palestino, por lo que los atractivos/desafíos cívicos y culturales son de mucha importancia. Esto es diferente a cómo la soberanía es constituida para el público internacional. Y también es diferente al rol de los activistas humanitarios/pacifistas: la “industria de procesos de paz” enfatiza el cambio mediante mecanismos de “sociedad civil” (tribunales, sanciones) que desatienden las preocupaciones relacionadas a lo que realmente debe cambiar en el territorio para que la soberanía palestina sea posible (ver Kathleen and Bill Christison en Counterpunch). En otras palabras, un estado no puede formarse simplemente por medio de un proceso de paz. Pero las prácticas materiales de soberanía cívica y social representadas por Hamas y desafiadas por Israel bien podrían ser un primer paso. Por el otro lado, el conflicto simétrico y no convencional entre Hamas y la Autoridad Palestina es el tipo de conflicto que puede destruir esa posibilidad.
Fragmentos de una nueva realidad
La intensidad y el espesor de estos conflictos (ya sea la efímera explosión en Bombay o el conflicto prolongado en Gaza) hacen difícil obtener una comprensión más abstracta, más lejana de su propio horror. La urbanización de la guerra y sus consecuencias son parte de una gran descomposición de los formatos tradicionales y abarcativos, especialmente el estado-nación y el sistema interestatal. Las consecuencias de esta descomposición son parciales pero evidentes en un gran número de dominios, que van más allá de las preguntas discutidas en este breve texto. Pero también podría explicar por qué las ciudades están perdiendo su antigua capacidad de transformar conflictos potenciales en civismo.
Estamos viendo la multiplicación de un amplio rango de combinaciones parciales de fragmentos de territorio, autoridad y derechos, con frecuencia altamente especializados u oscuros, pero que alguna vez estuvieron firmemente arraigados en marcos institucionales nacionales e internacionales. Estas combinaciones ignoran las distinciones binarias de dentro y fuera, nuestro y vuestro, nacional versus global. Surgen de (y pueden habitar) escenarios institucionales y territoriales; también pueden surgir de mixturas de elementos nacionales y globales y extenderse por el globo en lo que mayoritariamente son geografías trans-locales que conectan múltiples espacios subnacionales.
Las ciudades son un tipo complejo de este ensamblaje y des-ensamblaje. Tengo la impresión de que las ciudades que se vuelven parte de un mapa mayor de guerra urbana contribuyen en formas particularmente nítidas a esta descomposición de los formatos organizacionales mayores y más abarcativos. Opino que Gaza logra esto mediante la desestabilización del poder militar de Israel y el fortalecimiento del rol civil de Hamas. Paralelamente, los atentados de Bombay hacen esto visible a través de su puesta en marco de un conflicto convencional entre estados, aun cuando hayan sido activados por intereses particulares subnacionales.
Usar esta lente para observar algunas situaciones actuales puede abrir unas perspectivas interesantes. Por ejemplo, podría decirse que Hezbollah ha desarrollado en el Líbano una combinación específica de territorio, autoridad y derechos que no puede ser fácilmente reducida a ninguno de los contenedores tradicionales -estado nación, región interna controlada por minorías como la región kurda de Irak, o una región separatista como el País Vasco en España. De manera similar, los roles emergentes de las grandes pandillas en ciudades como San Pablo contribuyen a producir y/o fortalecer aquellos tipos de fractura territorial que el proyecto de construcción del estado-nación buscaba eliminar o diluir. Además de sus actividades criminales locales, en la actualidad estas pandillas dirigen con frecuencia segmentos de redes globales de tráfico de drogas y armas y, más importante aún, reemplazan cada vez más al gobierno en funciones como el control policial, la provisión de servicios y asistencia social, trabajo y nuevos elementos de derecho y autoridad en las áreas que controlan.
Veo en esta proliferación de ensamblajes parciales una tendencia hacia la disgregación y, en algunos casos, hacia una reorganización global de las reglas constitutivas que alguna vez fueron una parte sólida del proyecto de nación-estado con fuertes tendencias unitarias. Desde que estos novedosos ensamblajes son parciales y con frecuencia altamente especializados, tienden a centrarse en utilidades y propósitos particulares. El carácter normativo de este paisaje es, en mi opinión, multivalente -en un rango que va desde muy buenos usos y propósitos hasta otros bastante malos, dependiendo de cuál sea la posición normativa que se asuma. Sus apariciones y proliferaciones ocasionan varias y significativas consecuencias, aunque se trate de un desarrollo parcial y no abarcativo. Potencialmente, son profundamente desestabilizadores con respecto a lo que todavía son los arreglos institucionales prevalecientes (las naciones-estado y el sistema supranacional) para gobernar asuntos de paz y de guerra, para establecer qué reclamos son legítimos y cuáles no, para reforzar el estado de derecho. Un asunto diferente es si estos arreglos establecidos son efectivos en sus propósitos, y si aseguran la justicia. El punto es que su descomposición llevaría, en parte, a deshacer las formas establecidas de manejar complejas cuestiones nacionales e internacionales.
El paisaje emergente que describo promueve una multiplicación de diversos marcos espacio-temporales y diversos (mini)órdenes normativos donde alguna vez la lógica dominante apuntaba a producir una gran unidad nacional, espacial, temporal y de marcos normativos. Una imagen sintetizadora que podemos usar para captar estas dinámicas es el movimiento desde una articulación centrípeta de estado-nación a una multiplicación centrífuga de combinaciones particulares especializadas. Esta proliferación de órdenes especializados se extiende incluso desde el interior del aparato estatal. Argumento entonces que ya no podemos hablar de “el” estado, ni por lo tanto de “el” estado nacional versus “el” orden global. Hay una nueva forma de segmentación dentro del aparato estatal, con una rama gubernamental creciente y cada vez más privatizada, alineada con actores globales específicos, que no tolera discursos nacionalistas, y un ahuecamiento de las legislaturas, cuya efectividad está en riesgo de verse limitada a cuestiones cada vez más escasas y más domésticas.
Mi argumento es que estos desarrollos señalan la emergencia de nuevos tipos de orden que pueden coexistir con otros más antiguos, como el estado-nación y el sistema interestatal. Entre estos nuevos tipos de órdenes está la articulación cada vez más urbana del territorio para un amplio rango de procesos, desde la guerra hasta el despliegue del capital corporativo global y el creciente uso de espacio urbano para realizar demandas políticas.
SS
Traducción: Hayley Henderson
Saskia Sassen es Profesora Robert S. Lynd de Sociología y miembro del Comité de Pensamiento Global, Universidad de Columbia. Sus publicaciones recientes incluyen Territory, Authority, Rights: From Medieval to Global Assemblages (Princeton University Press 2008) y A Sociology of Globalization (Norton 2007).
De y sobre Saskia Sassen, ver también en café de las ciudades:
Número 86 I Ambiente y Ciudades:
Ciudades y Naturaleza I La articulación entre dos ecologías. Por Saskia Sassen
Número 36 | Política de las ciudades (I)
Ciudadanía, democracia informal y disputas territoriales | Saskia Sassen y la presencia de lo local en lo global. | Federico Lisica
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La densidad y sus arquitecturas | ¿La necesitamos? Y en tal caso, ¿la única manera es construir en altura? | Saskia Sassen
Sobre Bombay y la India, ver en café de las ciudades la serie Incredible India, por Laura Wainer.
Sobre el conflicto en Gaza, ver también la nota Muros de la vergüenza en el número 14 de café de las ciudades.