Nuestra primera lectura de este 2010 (que les deseamos sea de felicidad y deseos cumplidos) fue el nuevo libro de Manuel Herce, Sobre la movilidad en la ciudad. Ya lo comentaremos con más tiempo en nuestro número de febrero; por ahora, rescatamos esta definición con la que acordamos por completo: “La preocupación por los aspectos medioambientales que genera el modelo de movilidad urbana está ampliamente extendida, sin embargo, no creo que seamos tan conscientes de los costes que supone este modelo imperante en materia de igualdad social de los ciudadanos”. Tras criticar el “marketing ecológico” realizado a partir de edificios de complicada tecnología y alto costo, Herce reclama un cambio de paradigma que involucre la totalidad del modelo de urbanización. Para este cambio “será necesario tener claro cual es el modelo hacia el que se quiere caminar y contra que intereses se ha de luchar”: buenas consignas, por cierto, para encarar el año.
Sobre la movilidad urbana y su soporte, sirva también la mirada poética de Italo Calvino. Como es costumbre, comenzamos el año con una de sus Ciudades Invisibles: Smeraldina, número 5 de “Las ciudades y los cambios”:
“En Smeraldina, ciudad acuática, una retícula de canales y una retícula de calles se superponen y se entrecruzan. Para ir de un lugar a otro siempre puedes elegir entre el recorrido terrestre y el recorrido en barca: y como la línea más breve entre dos puntos en Smeraldina no es una recta sino un zigzag que se ramifica en tortuosas variantes, las calles que se abren a cada transeúnte no son solo dos sino muchas, y aumentan aun para quien alterna trayectos en barca y transbordos a tierra firme. Así el tedio de recorrer cada día las mismas calles es ahorrado a los habitantes de Smeraldina. Y eso no es todo: la red de pasajes no se dispone en un solo estrato, sino que sigue un subibaja de escalerillas, galerías, puentes convexos, calles suspendidas. Combinando sectores de los diversos trayectos sobreelevados o de superficie, cada habitante se permite cada ida la distracción de un nuevo itinerario para ir a los mismos lugares. Las vidas más rutinarias y tranquilas en Smeraldina transcurren sin romperse. A mayores constricciones están expuestas, aquí como en otras partes, las vidas secretas y venturosas.
Los gatos de Smeraldina, los ladrones, los amantes clandestinos se desplazan por calles más altas y discontinuas, saltando de un techo a otro, dejándose caer de una azotea a un balcón, contorneando canaletas de tejado con paso de funámbulos. Más abajo, los ratones corren en la oscuridad de las cloacas uno detrás de la cola del otro, junto a los conspiradores y a los contrabandistas: atisban desde alcantarillas y sumideros, se escabullen por intersticios y callejas, arrastran de un escondrijo a otro cortezas de queso, mercancías prohibidas, barriles de pólvora, atraviesan la compacidad de la ciudad perforada por la irradiación de las galerías subterráneas.
Un mapa de Smeraldina debería comprender, señalados en tintas de diversos colores, todos estos trazados, sólidos y líquidos, evidentes y ocultos. Mas difícil es fijar en el papel las calles de las golondrinas, que cortan el aire sobre los techos, caen a lo largo de parábolas invisibles con las alas quietas, sé desvían para tragar un mosquito, vuelven a subir en espiral rozando un pináculo, dominan desde cada punto de sus senderos de aire todos los puntos de la ciudad”.
MC (el que atiende)
Otras Ciudades Invisibles de Italo Calvino: Dorotea, Ottavia y Zenobia, en los números 27, 39 y 75 de café de las ciudades, respectivamente, y también las referidas en las notas Urbs, Civitas, Polis (número 71), Cinco ciudades continuas (número 43) e Instrucciones para entrar a Buenos Aires (número 29).