En esta sección del café, los parroquianos nos cuentan en plan informal sus impresiones sobre las ciudades que han conocido. Los relatos están exentos de requisitos académicos y convenciones profesionales (pero no de sentido del humor y espíritu crítico).
A Fernando Carrión Mena y Jaime Fabián Erazo Espinosa, con el mayor agradecimiento.
Además de una aleccionadora agitación para los que venimos de las llanuras, la subida al Pichincha brinda una precisa imagen del mapa social quiteño. Distribuida la ciudad sobre el valle, sobresale el pequeño cerro conocido Panecillo de Azúcar. A nivel de las calles de la ciudad es una referencia topográfica y un mirador del centro histórico; desde lo alto resulta ser una especie de diafragma urbano que regula el pasaje entre el norte rico y el sur pobre. La segregación de las ciudades latinoamericanas queda en evidencia, así como las múltiples “virtudes” de la topografía, que en algún caso presenta los contrastes (Medellín, Caracas, Río de Janeiro) pero en Quito contribuye a ocultarlos piadosa (o discreta)mente.
De las remodelaciones de centros históricos latinoamericanos se ha dicho muchas veces que son excusa para su elitización, gentrificación, banalización, disneylandización y todas las “aciones” malignas que se puedan realizar sobre un sector de ciudad para joder la vida de sus residentes más pobres. Ignorante del caso quiteño, esperaba encontrar algo así, con profusión de hoteles boutique, personajes disfrazados de autóctonos promocionando restaurants “very tipical” y turistas en camisas hawaianas comprando capital simbólico. Me sorprende gratamente comprobar todo lo contrario: el centro es vital, popular, cotidiano. No quiero usar la palabra “auténtico”, una trampa de la lengua cuando se la usa para definir cuestiones urbanas, pero claramente estamos en un lugar que usan y definen sus lugareños.
En una calle que bordea una quebrada abundan los restaurantes y los bares. Imaginamos que La Ronda es el lugar de los turistas y, solo para comprobarlo y criticarlo, nos damos una vuelta por la noche. La expectativa era falsa: allí también predomina la población local, que se divierte entre canciones y tragos.
Un enorme edificio alberga a los comerciantes callejeros que fueron retirados de las calles para permitir la operación del centro histórico. Con algo de shopping-mall, algo del Gran Bazaar de Estambul y un poco de La Salada bonaerense, el mercado de los informales tiene todo lo necesario para andar por la vida, a precios ideales para bolsillos modestos. Se intuye que este edificio explica buena parte del éxito de la operación central.
“Dios no muere”, reza una inscripción en la recova del Palacio de Gobierno. Fue la última frase del presidente Gabriel García Moreno, asesinado allí en 1875 por militantes liberales. Las iglesias dominan el paisaje y hablan de una tradición clerical. Por las calles, los policías y los mismos paseantes nos advierten a los turistas más evidentes que más allá de tal esquina o pasando tal límite o subiendo determinada cuesta empiezan “las zonas peligrosas”. Dan ganas a veces de preguntarle al policía comedido por qué no va entonces a apostarse en esa zona que parece necesitar sus oficios más que la que está cuidando, pero es más sencillo agradecer el dato y restringirse a “lo seguro”.
La ciudad como un relato visual para el caminante. La recorrida por el Centro Histórico parece un viaje 3D por el “Townscape” de Gordon Cullen: todos los recursos de obturación, descubrimiento, secuencia, sorpresa, distanciamiento, proximidad, cambio de escalas, sensaciones táctiles, “peligros” amables, foco, contraste, etc., etc., etc. Entre las calles estrechas, el BRT se acomoda con esfuerzo e ingenio, y en el volvemos a nuestro hotel después de reponer fuerzas con un poderoso exprimido de las mejores frutas de “la mitad del mundo”.
El centro de las finanzas y las clases adineradas parece haberse desplazado hacia el norte, hacia La Mariscal, La Carolina y más allá. Pero el Centro Histórico de Quito continúa siendo el corazón popular de la ciudad, el concentrador de los atributos materiales y simbólicos que definen el carácter de un centro. La operación renovadora, al menos en el ligero análisis de un caminante ocasional, puede en ese sentido ser considerada exitosa en términos urbanos tanto como sociales.
MC
Sobre el Centro Histórico de Quito, ver los siguientes documentos:
La renovación urbana en Quito, de Fernando Carrión Mena, sobre el cual se asentó todo el proceso renovador de la ciudad;
El Plan Maestro para las Áreas Históricas de Quito, en particular el Diagnóstico del Centro Histórico y Planes Parciales de Áreas Históricas.
La Ordenanza de Áreas Patrimoniales del año 2002.
Damero, libro de 2007 de Alfonso Ortíz Crespo, apoyado por el Fondo de Salvamento (FONSAL) del Distrito Metropolitano de Quito; compila “el encanto de los planos de Quito”, desde su fundación hasta la actualidad.
Ver también el premio otorgado en 2009 al Centro Histórico de Quito como Buena Práctica Urbana Histórica en el Concurso ByMPUs 2009 de café de las ciudades.
Sobre centros históricos latinoamericanos, ver también en café de las ciudades:
Número 105 | Cultura de las ciudades
Veracruz, del centro histórico a la dispersión | Fragmentos de Ciudad para Armar (IV) | María Berns
Número 93 | Planes y Proyectos de las ciudades (I)
El Centro Histórico de México hoy | Un espacio democrático de diversidad cultural, identidad e innovación | Inti Muñoz Santini
Número 26 | Proyectos de las ciudades (I)
Programa Area Central de la Ciudad de Buenos Aires | El desafío de reinventar el Centro. | Rafael Serrano y Sara Ciocca