Si se mira esta ciudad sin prejuicios localistas, rápidamente puede hacerse un anagrama. En Mar del Plata, la “plata” viene del mar.
La riqueza es generada principalmente por tres actividades, turística, pesquera y textil, dos de las cuales dependen directamente del mar.
Pero no solo la economía viene del mar. La ciudad se debe toda al Océano Atlántico que la limita al suroeste. Su paisaje, su identidad, su banalizada postal, su integrada identidad turística, su estructura urbana, su dinámica inmobiliaria, su registro en el imaginario de los argentinos y los latinoamericanos limítrofes.
La ciudad no fue fundada allí por casualidad. Se posa sobre los macizos de las Sierras de los Padres, últimas estribaciones del antiguo sistema orográfico de las Sierras de Tandilia y de la Ventana. Es un afloramiento que rompe la monotonía perpetuamente chata de la Pampa Húmeda Deprimida al sur del río Salado en la Provincia de Buenos Aires, lo cual le da al paisaje urbano una distinción respecto de otros balnearios de la costa atlántica como Pinamar y Villa Gesell al norte, o Necochea al sur, lugares donde la línea de costa es eso, solamente una línea horizontal.
Por lo tanto la relación de la urbe con el mar es sumamente dinámica.
La costa tiene bahías suaves donde se generan la playas como Playa Bristol, Varese, Playa Grande, Playa de Punta Mogotes, donde se extiende la arena, se apretujan los turistas de verano en plan de playa y los bañistas pueden entrar al mar.
Estas alternan con sectores sin arena, como Cabo Corrientes, El Torreón, La Perla, donde las piedras de antiguas eras geológicas afloran con bellas formas casi de escultor, siendo que el escultor es el golpe del mar a través de los siglos.
Espectáculo adicional y gratuito son esas casi aguas danzantes producto del estallido de las olas al chocar contra las rocas.
Para completar, las piedras nos acompañan también atrás creando barrancas, desniveles y taludes, que en algunos lugares han sido tratados paisajísticamente con vegetación.
Esa suerte de coreografía entre salidas y entradas, arenas y piedras, subidas, bajadas y superficies planas, crea una dinámica de recorrido por sus ramblas, interesantes puntos paisajísticos, cambios de asoleamientos y de percepción de los vientos, impensable en otras costas veraniegas argentinas.
Semejante riqueza en términos de estructura del territorio no ha estado exenta de banalidades, imprevisiones y avaricias.
Pocos años atrás se realizó una positiva recuperación de las arenas de las playas, volcando el producido de dragados en el puerto sobre las costas, ganando mucha superficie, lo cual mejoraba notablemente la cantidad y calidad de las mismas. Sin embargo, no debe haber habido un entendimiento serio del comportamiento hidrodinámico del mar, las mareas, las corrientes, y sobre todo las tormentas, y no se previeron las defensas que resultaran necesarias para no perder arena a manos de las olas y los vientos. Las playas se han erosionado muy rápidamente en unos seis años, aparecieron las viejas escolleras que habían sido cubiertas y el proceso continúa.
Las concesiones de sectores de playa para la instalación de carpas ocupan casi todo el espacio disponible dejando muy poco sitio de playa pública. Si bien es un servicio interesante y necesario para cierto tipo de personas, (familias con niños pequeños, discapacitados, personas mayores, estadías muy cortas) el consumo de superficie resulta abusivo y obliga a quien no quiere o no puede gastar a apretujarse hasta la inhumanidad en los pocos metros cuadrados de uso público. Por lo demás, generan barreras de cientos de metros sin acceso público a las playas.
A la vez el pisoteo constante en el sector de playa pública acelera el proceso de erosión, cosa que se evidencia en la altura de la arena en el sector de playa concesionada y el abrupto declive en el sector de playa pública.
No ya en la playa pero sí en su borde urbano, las masas edilicias has sido, en ocasiones, abusivas para con él. Interesantes casonas de principios y mediados del siglo 20 fueron derrumbadas por la especulación inmobiliaria. Algunas pocas quedan apretujadas entre los edificios de departamentos varias veces más voluminosos.
Salvando algunos pocos buenos ejemplos rescatables, los edificios de propiedad horizontal resultantes de este proceso han abusado de las bondades que les daba el entorno casi danzante entre naturaleza, ciudad y personas.
Sin embargo, parece que esto monstruos se han incorporado, más por acostumbramiento que por virtudes, al paisaje de la costa.
Luego de haber sido un tanto abandonada durante la década del 90 y el dólar barato por otros destinos fuera del país (Miami, Punta del Este, Florianópolis), la coyuntura cambiaria inversa empuja a los argentinos que pueden vacacionar una vez al año, o trasladarse por tres o cuatro días, a redescubrir Mar del Plata (también conocida como “la Ciudad Feliz”, en una temprana operación de marketing urbano). Se ha potenciado el mercado del entretenimiento y los eventos culturales, deportivos y del espectáculo, ha aumentado la cantidad de visitantes, en cierta medida ha habido mejoras en su espacio público y sus bellezas naturales, su artística relación entre ciudad y mar, vuelve a ser referencia de la clase media argentina.
MR
El autor es arquitecto y urbanista. Integra la Consultora Zirma.
La Rambla de Mar del Plata fue seleccionada como Mejor Práctica urbana del pasado, en el Concurso de ByMPU/CdlC 2005. Ver la presentación, realizada por el autor de esta nota, y la adjudicación del premio en los números 37 y 39, respectivamente, de café de las ciudades