Con La red austral – Obras y proyectos de Le Corbusier y sus discípulos en la Argentina, “Pancho” Liernur y Pablo Pschepiurca culminan (por ahora) un monumental trabajo de investigación iniciado hace más de 30 años. Dos lugares comunes acerca de la influencia corbusiana en la Argentina son objeto de refutación en este libro:
– la postura crítica e historiográfica que considera a la vanguardia arquitectónica e intelectual de la modernidad argentina como mero reflejo de la vanguardia europea,
– la lectura del Plan de Buenos Aires y los grandes proyectos corbusianos (los “grands travaux”) como alejados de la realidad e impracticables, a partir de la suposición de una tabula rasa tanto física como conceptual respecto a la ciudad existente.
Por el contrario, la confección del plan de 1937/38, con la colaboración de los jóvenes arquitectos argentinos Jorge Ferrari Hardoy y Juan Kurchan, incorpora aspectos esenciales del debate político y urbanístico sobre Buenos Aires en los años de su explosión metropolitana. Los autores señalan varias de las resonancias de las ideas del Maestro sobre la evolución posterior de Buenos Aires: las propuestas de aeropuerto en el Río o en Dock Sud, la Ciudad Administrativa en el Río (que en la práctica se desplazó algunas cuadras al oeste y al norte, hacia Catalinas Norte y Puerto Madero), la Ciudad Universitaria en la localización que finalmente recibió en Núñez, la Avenida Norte-Sur materializada en la 9 de Julio, la torre de cristal que amplía las oficinas del Congreso, el barrio residencial de alta densidad de Catalinas Sur, en la Boca, y la sustitución de buena parte del tejido urbano tradicional de la ciudad por edificios en torre de perímetro libre (podría señalarse incluso la ampliación de las veredas de la calle Corrientes para su mejor definición como eje cultural…). Las coincidencias, señalan, “deberían atribuirse no tanto a su capacidad de súbita ruptura, sino a su aptitud para articular tradiciones y tendencias en la coordenada del tiempo“; “Sobre el fondo de la cultura y la historia urbana de Buenos Aires, ninguna de sus soluciones resultaba insólita, puesto que casi todas contaban con antecedentes en el debate local“.
En una manera que a quien escribe este comentario le recuerda particularmente aquel “Congreso del Mundo” imaginado por Borges (y fracasado por las maldades del nominalismo filosófico…), los sucesivos discípulos de Corbu y en especial el propio Maestro intentan construir a través de obras específicas una demostración de la factibilidad del Plan. Una casa entre medianeras en La Plata o unos edificios de departamentos en Belgrano se entienden en esta clave a la vez arquitectónica y proto-urbana. Otras operaciones urbanísticas en las que el heterogéneo Grupo Austral (una especie de federación de jóvenes arquitectos, una “red” más que un “bloque”) intenta insertarse en la misma época, como el concurso para el Gran Mendoza o los trabajos de reconstrucción de San Juan luego del terremoto de 1944, son ocasión para entender la delicada interacción entre vanguardia técnica y artística, intereses corporativos e inmobiliarios y transición política (del orden conservador a la “Nueva Argentina” peronista) que van condicionando la realización de las propuestas corbusianas.
En la línea argumental de los autores, Le Corbusier entiende a la Argentina como el lugar ideal para la realización de su ideología urbanística. “Nunca antes Le Corbusiser había formulado una propuesta concreta para la totalidad de una ciudad concreta“, en la que se articulaban astutamente los postulados jerárquicos de la Ville Contemporaine para definir la centralidad metropolitana y la “cirugía” parcial del Plan Voisin para resolver los problemas del Sur. Desde una visión elitista y sesgada (que prácticamente ignora fenómenos tan evidentes como el de la gran inmigración europea), el Maestro no escatima esfuerzos por seducir a la clase dirigente argentina y obtener al menos “un encargo de importancia” en las Pampas. En esta cruzada no faltaran contradicciones ni bajezas: el mismo Corbu que en la laica Montevideo proclama su adhesión al socialismo más radical, no duda meses más tarde en expresar una miserable alabanza al golpe fascista de Uriburu como la ocasión para llevar a la práctica sus propuestas en Buenos Aires (preludio del acercamiento colaboracionista a Vichy, que parece haberle valido el desdén de Victoria Ocampo y su influyente grupo de amigos). En el cuarto de siglo que media entre su visita de 1929 y el definitivo desengaño sobre sus posibilidades de actuación en el país (que incluye el desencanto con sus colegas y discípulos argentinos), otro gran momento de la literatura nacional podría asimilarse a su situación: como el Capitán Zama de Antonio Di Benedetto, Le Corbusier es una “victima de la espera”.
Sus discípulos están lejos de limitarse a la mera devoción del Maestro, y en sus desarrollos urbanísticos abordan otras experiencias contemporáneas enfrentadas a las propuestas corbusianas. Especialmente, las concepciones norteamericanas e inglesas de planeamiento regional, con la operación del Tennessee Valley y las investigaciones británicas que derivarán en el Plan de Londres de Abercrombie como ejemplos más claros, pero también casos como Highpoint Two, de Lubetkin y Tecton en Londres, o el Palace Gates de Wells Coates en Washington, señalados como antecedentes del edificio de la calle Virrey del Pino de Ferrari Hardoy y Kurchan. O las influencias surrealistas en el diseño del sillón BKF y el edificio de Suipacha y Viamonte, de Antonio Bonet.
Las idas y vueltas de la política local ponen también en muchas ocasiones a “los discípulos” en contacto más o menos involuntario con la deslealtad, como en la utilización no del todo aclarada del nombre del Maestro para el concurso mendocino o en el dilema ocasionado por la negativa de Guillermo Borda (Secretario de Obras Públicas de la Municipalidad de Buenos Aires y gran amigo de Ferrari Hardoy, a quien puso al frente del Equipo del Plan de Buenos Aires, EPBA en el primer gobierno peronista) a contratar consultores extranjeros.
En todo caso, la más significativa diferencia entre maestro y discípulos se da en relación a la estrategia negociadora y de asimilación empleada por Le Corbusier para dotar de verosimilitud a sus propuestas urbanas (“el notable realismo social, político y urbanístico sobre el que se asienta la propuesta programática“). Ferrari Hardoy, en cambio, termina experimentando en el EPBA una radical propuesta de redefinición catastral y dominial de la ciudad, expresada en proyectos como el plan para el Bajo Belgrano, que lo aleja del equilibrio entre renovación y permanencia del Plan dibujado en Rue de Sèvres. Amancio Williams, en el perfeccionismo objetual de su dirección de obra para la Casa Curutchet, desatiende la evidente voluntad de Le Corbusier en cuanto a la continuidad del volumen de la casa con el tejido urbano circundante (y el consiguiente valor de ejemplo de la casa respecto a la posibilidad de articular las ideas renovadoras con los condicionantes de la preexistencia urbana).
Una coincidencia anecdótica es usada por los autores para señalar las contradicciones ideológicas que caracterizan la influencia corbusiana en la Argentina. En agosto de 1966, el primer aniversario del fallecimiento del Maestro es motivo de un homenaje a su figura por parte de estudiantes de Arquitectura que aprovecharon la ocasión para protestar por el cierre de las facultades de la UBA en el contexto de la dictadura de Onganía. El mismo día, una delegación de la Organización del Plan Regulador de Buenos Aires presentaba al dictador el Plan con palabras “en las cuales no pueden dejar de escucharse las obsesiones corbusieranas”: el propósito de establecer zonas aptas para el trabajo, el descanso y la diversión, la necesidad de dividir a la ciudad en zonas perfectamente delimitadas, etc. Contradicciones, hay que decirlo, no demasiado distintas a las que en la misma época comenzaban a exacerbarse acerca del contenido ideológico del peronismo.
Liernur y Pschepiurca advierten desde la primera página el carácter que han impuesto a La red austral: como en una novela de espionaje, “lo que determina su interés es la pluralidad de centros actuantes y, en consecuencia, la complejidad de los cruces de información y metas en diferentes direcciones“. La obra tiene los atributos característicos de la corriente historiográfica que los autores han contribuido a desarrollar acerca de la arquitectura argentina: rigor metodológico, precisión en los datos (cuyo detalle puede llegar a ser exasperante en ocasiones, pero componen en definitiva un estudio profundo del tema) y coherencia en la interpretación de los hechos y las ideas que los animan.
MC
La red austral – Obras y proyectos de Le Corbusier y sus discípulos en la Argentina (1924-1925), Jorge Francisco Liernur con Pablo Pschepiurca, Colección Las ciudades y las ideas, dirigida por Adrián Gorelik, Bernal: Universidad Nacional de Quilmes, Buenos Aires, Prometeo libros, 2008, 432 páginas de 23×15 cm., ISBN 978-987-558-157-9
Las ilustraciones de esta nota fueron tomadas del libro.
Sobre Le Corbusier en América, ver también en café de las ciudades:
Número 46 I Arquitectura de las ciudades
Le Corbusier: los viajes al Nuevo Mundo I Cuerpo, naturaleza y abstracción. I Roberto Segre
Número 57 I Arquitectura de las ciudades
El autor y el intérprete I Le Corbusier y Amancio Willliams en la Casa Curutchet I Daniel Merro Johnston
Otros libros de la Colección Las ciudades y las ideas, dirigida por Adrián Gorelik, comentados en café de las ciudades:
Número 41 I Política de las ciudades
La ciudad peronista I Las huellas de la política en Buenos Aires, según Anahí Ballent. I Marcelo Corti
Número 45 I Cultura de las ciudades
Los sueños de la Razón en Buenos Aires I La Ciudad Regular, de Fernando Aliata Marcelo Corti
Y de Adrián Gorelik, ver el comentario de su libro Miradas sobre Buenos Aires, en el número 25 de café de las ciudades.