
Mi interés en Vivanco fue provocado por Mario Soto y su visión de la experiencia tucumana. Creo que Tucumán fue en los cincuenta una ciudad productora de conocimientos y entre estos estuvo una aproximación original, americana, al urbanismo, apuntando a la visión de territorios geográfico-productivos estructurados por infraestructuras más que a los habituales escenarios urbanos convencionalmente modernos.
Más precisamente, uno tiene la impresión (ya que no hay muchos textos conservados) que esa originalidad tenia soporte en el armado conceptual que Jorge Vivanco había logrado para esa época, con la teoría de las escalas. Esta permitía ordenar en feliz continuidad diferentes dominios cognitivos, fueran geográficos o antrópicos, dando la posibilidad que el detalle y el territorio, la emergencia y el largo plazo pudieran pensarse en relación. Y esto debido a que las escalas no eran solo espaciales sino espacio-temporales. En este punto, creo que Vivanco construyó herramientas que permitían resolver lo que para Rolando García constituye el gran problema de las ciencias sociales, que es el del recorte de los datos empíricos. En 1986 deserté de un Congreso en Tucumán en pos de encontrar a Vivanco, cosa que logre a la noche de un día de búsquedas. Lo encuentro en una humilde pensión.
Vivanco alternaba entre dos pensiones, se quedaba en una hasta que por falta de pago le echaban y allí acudía a la otra hasta que reiniciaba el ciclo. La habitación medía unos escasos tres metros por dos; una cama, una mesita de luz, un velador, un perchero con una campera gris, dos lápices, uno rojo y otro negro. No recuerdo ventana alguna. Me traen una silla de otra pieza. Vivanco estaba en la cama en pijama, la piel tirante en torno a los ojos, una mirada de pájaro, un decir irónico y preciso.
Siempre me fascinó el modo en que Herodoto preavisa que así como va a contar, también se reserva el derecho de no contar. En mi caso, de esa larga charla nocturna, en realidad casi un monólogo, conservo una serie de tópicos del que solo me quedaron los títulos.
La lista es la siguiente:
- Comentario críptico de Vivanco sobre un proyecto de vivienda en Posadas resuelta con una rampa escalonada: “Empecé el proyecto considerando el tratado de Tordesillas“.
- Relato sobre como terminaron durmiendo en el calabozo, presos por la intervención militar, todos los arquitectos tucumanos que acudieron a San Juan luego del terremoto, aprovechando la posibilidad abierto al planeamiento moderno de reformular el régimen de suelo urbano.
- Ironías sobre Horacio Caminos. “Horatio Road”, lo llama Vivanco.
- Un relato sobre la participación de la Universidad de Tucumán en algún congreso del CIAM (“no usábamos color en nuestros planos, solo negro y rojo”), el entusiasta apoyo de Gropius y la curiosidad de Corbu (¿sería el CIAM VIII?).
- Comentarios sobre la probable o evidente homosexualidad de Cristo.
- Comentarios sobre unos proyectos de aeroestaciones para la Provincia de Buenos Aires en base a cascaras de hormigón.
Lo que sigue es el resumen de la charla (1986, octubre, noche, habitación 34, Hotel Iguazú, Tucumán).

Foto: Fernando Díaz Terreno
Sueños
1.200 es una cifra que regresa a mis sueños; es una cifra que me persigue y es una cota, es la altura del cerro, es el nivel donde se desarrollaba la Ciudad Universitaria. De todo ese gran proyecto, lo único que persiste es ese número que una y otra vez regresa cuando duermo, ahora que estoy aquí, al pedo.
Exactamente
Hicieron un sillón en hierro de construcción. Ahora Ud. vio, los sillones tienen un punto alrededor del cual las piezas pueden girar, dice -mientras mueve los índices superpuestos como tijeras- y este gallego va y como un boludo suelda exactamente este punto.
Pertenencias
Aquí tengo todas mis pertenencias, fíjese mis documentos, estos dos marcadores, uno negro, otro rojo, siempre me gustó el color rojo. Cuando dibujábamos las láminas de teoría en la Universidad usábamos blanco y negro y de color solamente el rojo. Este reloj de oro era de mi padre. Se llamaba Horacio mi padre y me sirve actualmente de garantía aunque nunca lo voy a vender. Es decir, acabo de rescatarlo con ayuda de unos amigos del empeño. Ahora, a esta habitación necesito mejorarla con un cenicero. Si no todos los puchos van bajo la cama.

Foto: Fernando Díaz Terreno
Una enseñanza silenciosa
Un amigo, el arquitecto Moldes, me quiere ayudar: quiere que dé una conferencia cobrando unos pesos de entrada y bien, estoy pensando que voy a hacer. Voy a hacer esto: voy al salón, me siento y digo: Señoras y Señores, mi amigo Moldes me ha invitado a dar esta conferencia; pero, Señoras y Señores, Uds. saben que mi amigo Moldes, como casi toda la gente que es macanuda, hace macanas.
Dicho esto me quedo en silencio y espero.
Esto, yo creo, nos ayuda a desembarazarnos de lo más flojo de la audiencia. Primero se van los impacientes que dudo que hubieran aprovechado algo aun en el caso que la conferencia se dicte y luego seguirán yéndose los que se aburren y entonces estaremos en situación de ocuparnos de los que queden, que pocos o muchos, a esta altura son de fierro, y con suficiente sentido del humor y capacidad de comprensión tanto de la conferencia, en el caso que la conferencia se dicte, como del silencio.
Así, que si aún ahora continuo callado, quizás logre que ellos también se vayan porque si se levantan y se van están en su derecho. Entonces, es casi como si no hubiera diferencias entre la conferencia y el silencio y ahora sí, puedo irme en paz.
Ocurrencias
Estábamos tomando cerveza a la noche y hacia demasiado calor aquí en el centro de Tucumán, cuando se me ocurrió: Tucumán está mal fundada. Debería haberse fundado en el cerro.

Fracasos
El hombre es su proyecto.
Siempre me han maravillado los cuartetos de Beethoven, son cinco o seis cuartetos, y casi todo está allí. Le Pera me dijo un día que yo era mejor músico que arquitecto y tenía razón. Yo tendría que haber sido músico. La música es más fácil.
Cuando se lo quise agradecer el boludo no entendió y salió con que yo era un gran arquitecto.
El lema del Grupo Austral era EXPERIMENTAR, PROYECTAR, CONSTRUIR, dice Vivanco mientras mide una distancia vertical entre el índice y el pulgar y la desplaza frente a su cara, al compás de los infinitivos: nosotrosqueríamos construir y no pudimos. Yo soy entonces un arquitecto fracasado y Le Pera fue la única persona que realmente dijo algo importante sobre mí y no se dio cuenta.
La pátina
Entonces Le Corbusier, para intentar congraciarse (pero también sabiendo que era mi primer viaje) me pregunta en un aparte que me parecía Paris. Yo pienso y digo: me parece que Paris es una ciudad sucia, todos los edificios están muy sucios.
No, dice Le Corbusier, Ud. esta confundido, eso no es suciedad eso se llama pátina y lo produce el tiempo.
Creo que el confundido es Ud., le contesto (yo sabía muy bien que eran las patinas, porque había trabajado con escultores; es más, había fabricado patinas). Esto no es pátina, sino simplemente hollín, transportado por el viento desde el sector industrial a la ciudad: tomo un lápiz y le demuestro que está pasando con los vientos y la ciudad.
Ud. representa al salvaje americano, dice Le Corbusier sonriendo.
Y a mucha honra, pienso, no el representante de una cultura en decadencia.

Una hazaña secreta
Habíamos varado en Colonia al atardecer con unos yachtmen de San Isidro, yo tenía la tripulación tomada, entonces vamos a dormir todos borrachos. Me despierto a la madrugada y veo un velero amarrado a estribor: era Vito Dumas, que acababa de atravesar el Atlántico. Me doy cuenta de la responsabilidad y le miento a Dumas que éramos el Comité de Recepción Argentino-Uruguayo. Voy sacando a los borrachos y los paro como puedo en cubierta. Improviso un breve y confuso discurso de Bienvenida que concluyo con un, dos, tres ¡hip-hurras por Vito Dumas!
Ahora, ¿Ud. sabe cómo hizo el viaje Vito Dumas? El tenía un velero de 12 metros de eslora, creo que eran doce metros. El truco era que Vito Dumas era un muy buen nadador. Entonces, cuando por error se caía del barco, cosa que le pasaba a menudo, simplemente se ponía a nadar, lo alcanzaba y seguía navegando y vuelta a caer y vuelta a nadar. Por supuesto que para los yachtmen de San Isidro, esto estaba por completo fuera de las reglas y es curioso que no se valore que la verdadera proeza de Vito no fue navegar en solitario sino cruzar el Atlántico a nado.
Una forma
Tuve un accidente, dice Vivanco.
O estaba distraído o bien el conductor tuvo la culpa. Pero en realidad, es la insistencia en diseñar vehículos de tamaño mayor a lo transportado lo que hace que uno, en esos choques, pierda.
Me llevaron entonces al Hospital de Niños. Un médico de neonatología dijo que yo no tenía remedio. Pero no sé cuánto de lo que sabe un médico de niños puede aplicarse con éxito a un viejo como yo. Desde el accidente no siento nada en las manos, puedo tocar una mujer pero no la siento, no son mis manos, sino la forma de mis manos la que la toca (Vivanco dibuja en el aire -con las manos- un cuerpo de mujer). Yo quiero llegar a los 100, dice -porque pasados los 75 me gustan los números redondos.

Evita
El día en que murió mi padre, escucho música de fanfarrias, lo estábamos velando en un primer piso, cerca de la confitería del Molino, bajo para correr a los músicos y era Evita que pasaba por Callao, era como la puta que se mostraba antes quienes se la habían cogido. Iba aferrada a las manillas del coche, la cara blanca como con talco, la mirada fija y desorbitada, las manos tensas, la sonrisa fija. Perón la sostenía de atrás por la cintura. Perón no era nada sin los huevos de Evita.
Cuba
Nos sentábamos con Martínez Estrada en el malecón a discutir, antes de Bahía de los Cochinos, que posibilidad había para Cuba de continuar una política independiente.
LEC
El autor es Arquitecto (UNLP) y docente. Ha obtenido numerosos premios en concursos nacionales. Es Director del Grupo de Estudios en Planeamiento Urbano (UTN).
De su autoría, ver también en café de las ciudades:
Número 94 | Proyectos de las ciudades (II)
La ciudad de las artes o las artes de la ciudad | Diez proposiciones sobre Bahía Blanca | Luís Elio Caporossi
Número 95 | La mirada del flâneur
Sueños del Bocha | Formas, explicaciones y olvidos | Luis Elio Caporossi
Número 98 | Arquitectura de las ciudades (II)
Los caminos de la vanguardia argentina | Amancio, Wladimiro (y Breuer…) de la utopía a la realidad | Luis Elio Caporossi
Número 101 | La mirada del flâneur
Hiperrealismos | Batallas ganadas, guerras perdidas | Luis Elio Caporossi
Número 107 | Política y movilidad de las ciudades
Dispositivos de muerte | La responsabilidad por las políticas viales en la Argentina | Luis Elio Caporossi
Número 111 | Cultura de las ciudades (I)
Un pequeño jardín | Microfísica de un lugar en Pehuen Co | Luis Elio Caporossi
Número 115 | Cultura de las ciudades
De monos e ingenieros | La incumbencia primordial de la disciplina | Luis Elio Caporossi
El Arquitecto Jorge Vivanco (1912-1987) fue integrante del Grupo Austral y docente en el Instituto de Arquitectura y Urbanismo (IAU) de la Universidad de Tucumán, una escuela que hizo historia en la enseñanza de arquitectura en la Argentina, entre fines de la década del ´40 y principios de la del ´50. La integraron entre otros Caminos, Sacriste, Zalba, Le Pera y los italianos Tedeschi, Calcaprina y Rogers. Los objetivos de la Escuela de Tucumán incluían “la necesidad imperiosa de planificar el país. Crear conciencia urbanística capaz de dar forma al caos con que éste se enfrentará a corto plazo”, y entre sus discípulos más reconocidos se encuentran Cesar Pelli y Diana Balmori. La obra inconclusa de la Ciudad Universitaria en el Cerro San Javier es mencionada por Reyner Banham como una de las primeras megaestructuras construidas en el mundo.
Sobre el Grupo Austral, ver también en café de las ciudades:
Número 77 | Arquitectura y Planes de las ciudades
Los muchachos corbusianos | La red austral: Le Corbusier y sus discípulos en Argentina, según Liernur y Pschepiurca | Marcelo Corti