N. de la R.: El texto de esta nota reproduce un fragmento del resumen de la Tesis de Doctorado del autor (FADU- UBA).
“La hipótesis que rige el desarrollo de esta tesis reza: Dentro de los imaginarios del habitar, el término “barrio” es el núcleo de una constelación simbólica, de rasgos antinómicos y carácter alternativo, que puede ser descripta e interpretada satisfactoriamente mediante su articulación con otras constelaciones simbólicas que se hallan en las letras de los tangos rioplatenses”.
“Va de suyo que no se trata de una hipótesis predictiva. Por el contrario, se trata de una hipótesis interpretativa, que busca ampliar y ahondar comprensivamente las significaciones del material estudiado”.
Se ha partido de una base inicial de más de 10.000 piezas, de la cual se extrajo una muestra de más de 800 tangos que contienen las voces clave (barrio, arrabal, suburbio y derivados), a la cual se procesó mediante una lectura orientada a destacar los mejores ejemplos, obteniendo una muestra final de 159 registros, con la cual se constituyen las once Constelaciones que describen el universo simbólico, o imaginario, del barrio -y del centro- en las letras del tango.
Cinco Constelaciones corresponden a los aspectos temporales y –en un sentido filosófico y no estrictamente disciplinario- antropológicos: el Tango, el Niño Bien, la Milonguita, el Alma, el Regreso. Las otras cinco en torno a las imágenes espaciales y objetuales: el Farol, el Percal, el Fango, el Gorrión, la Casita. La undécima constelación es singular, pues describe su objeto, el Barrio, o para mejor decir la polaridad barrio- centro, por medio de una convergencia de los símbolos de las otras diez (no fue ajena a esta disposición de la evidencia facilitar una potencial correlación entre las constelaciones espaciales y objetuales aquí establecidas y las disciplinas de proyecto bajo las cuales se enseña y se investiga en nuestras sede académica).
La Constelación del Tango afirma la mutua correspondencia (y reminiscencia) simbólica del tango y del barrio:
Barrio de tango, luna y misterio,
desde el recuerdo te vuelvo a ver.
(Manzi, Barrio de tango).
En la Constelación de la Milonguita se sueñan los destinos de la mujer entre el centro y el barrio, emergiendo sus innumerables figuras: la pebeta, la novia, la china, la vecina cansada de amar, la milonguita, la bacana, la griseta, la viejita.
Yo de mi barrio era la piba más bonita,
en un colegio de monjas me eduqué
y aunque mis viejos no tenían mucha guita,
con familias bacanas me trate.
Y por culpa de ese trato abacanado,
ser niña bien fue mi única ilusión
y olvidando por completo mi pasado,
a un magnate le entregué mi corazón.
(Goyheneche, De mi barrio).
La Constelación del Niño Bien se dedica a la misma cuestión en torno a las figuras de lo masculino, que van del superficial Niño Bien al Malevo, el hombre del honor y del coraje, el que tiene un ethos. Cada uno de estos dos tipos a su vez se despliega en varios roles, designaciones y mixturas.
Vengo del barrio de Villa Crespo,
con gente pobre me divertí.
Y ya de grande me hice de pilchas
y llegué al centro hecho un fifí.
(Dizeo y D’Abraccio, Tiburón. Gobello -1975- da para “fifí” las acepciones de petimetre, afeminado y acaudalado).
En la Constelación del Alma, se la contrapone al Lujo. Hay una ciudad de los valores espirituales en el barrio y otra de los vicios y placeres en el centro.
¿Qué me hablás de Nu York?
¿Qué querés con París?
Palacetes de lujo
rascacielos sin fin…
(…)
A mí dejame en mi barrio,
de casitas desparejas,
rincones donde se amansan
recuerdos de cosas viejas.
(Amor, A mí dejame en mi barrio).
En la Constelación del Regreso se imaginan tanto la ida como la penosa vuelta al barrio. El barrio es el lugar al que se regresa, porque allí está la “viejita”. El regreso, cuando es imaginado en el seno del tiempo, equivale al recuerdo, poniendo en marcha su dialéctica con el olvido.
Me da pena verte hoy, barrio de Flores,
rincón de mis juegos de pibe andarín,
recuerdos cachuzos, novela de amores
que evoca un romance de dicha sin fin.
Nací en este barrio, crecí en sus veredas;
un día alcé el vuelo soñando triunfar
y hoy pobre y vencido, cargado de penas,
he vuelto cansado de tanto ambular.
(Gaudino, San José de Flores).
En la Constelación del Farol trabaja la imaginación lumínica. La luz del barrio es intimista, diríase que escenográfica, mientras que las luces del centro se muestran en forma genérica, pues lo que se acentúa no es su apariencia sino sus intenciones maléficas y demenciales.
Hoy me compré una noche,
me la puse de traje,
la perfumé de estaño
y fui al centro otra vez.
Salí a aplaudir las alas
como la mariposa
que se quema en las luces
y que insiste después.
(Ranel, Sábado a la noche).
La fauna imaginaria del tango está habitada ante todo por los pájaros. La Constelación del Gorrión imagina los pájaros en sus facetas del vuelo y del canto. El pájaro que vuela se va, el pájaro que canta se queda en el barrio. El Gorrión es el alma del barrio, pero esa alma es un alma inquieta, que amenaza con volar.
Mi barrio reo, mi viejo amor,
oye el gorjeo, soy tu cantor.
Escucha el ruego del ruiseñor,
que hoy que está ciego, canta mejor…
Busqué fortuna, y hallé un crisol:
plata de luna y oro de sol…
Calor de nido vengo a buscar,
estoy rendido, de tanto amar…
(Navarrine, Barrio reo; según la Real Academia Española, “gorjear” vale tanto para persona como para pájaro, y es “hacer quiebros con la voz en la garganta”. El asunto reaparece en Pájaro ciego -de Lito Bayardo, externo a nuestra Muestra-; el tema parecería provenir del poema homónimo de Ramón de Campoamor en su volumen “Doloras y humoradas”, 1846).
El Percal es el símbolo textil de la mujer en el barrio. En su Constelación los ánimos y sentimientos humanos se trasponen metafóricamente en indumentaria, telas, texturas. Pues barrio y centro determinan, como en el caso de las luces, ropas buenas y ropas malas.
Percal…
¿Te acuerdas del percal?…
Tenías quince abriles,
anhelos de sufrir y amar,
de ir al centro, triunfar
y olvidar el percal…
(Homero Expósito, Percal).
En la Constelación del Fango se advierte que el simbolismo del tango no juega con las agitadas imágenes de las aguas del mar o de río, ni a las temibles lluvias bíblicas, sino que remite al bañado, la inundación, el zanjón, en morosa convivencia y mixtura del agua con la tierra, que engendra las plantas y las flores. El asfalto es centro, el fango es barrio. En esta Constelación se incluye una de las metáforas más inagotables que hemos tenido a la vista:
Tu mano,
la magnolia de tu mano,
desmayada en el fangal
del barrio hermano.
(Castillo, Ventanal; se ha dicho que “Castillo, hombre culto pero posiblemente no tan poeta como Manzi, fuerza más las cosas, complica y extrema sus metáforas hasta hacer que el lector -ni hablemos del auditor- se pierda y deba releer buscando un sentido que a veces sigue siendo confuso”, Vilariño 1981, 59).
La Constelación de la Casita opone el centro, de rascacielos y palacetes, al barrio de la casa querida, que por esa misma onda afectiva, se vuelve diminuta, y también despareja, sencilla, perfumada.
La noche tiende su manto
y lentamente aparece,
la luna que brilla y crece
alegrando el arrabal,
alumbra el barrio tranquilo
donde está su madrecita,
olvidada en la casita,
de la verja y el parral.
(Gallucci, Barrio tranquilo).
La Constelación del Barrio es el principal recurso demostrativo de esta tesis. Es la convergencia de las imágenes que aluden al barrio tal como se aparecen en las otras diez Constelaciones. Una formidable trama de metáforas, en la que todas las imágenes se comunican y se sustituyen en direcciones diferentes y sentidos reversibles.
El barrio y su antítesis, que es el centro, están constituidos simbólicamente por imágenes ajenas o incongruentes con los discursos instituidos, sean disciplinarios, normativos, administrativos, etc. Surge entonces en toda su magnitud la confrontación de lo simbólico con lo instituido; poniendo de manifiesto la relevancia del estudio de los imaginarios entendidos como pensamiento alternativo.
El barrio es el tango. Y es probable que el tango sea el padre.
El barrio esta allí donde pueden ser imaginadas las pebetas. Que cuando se transforman tomando champagne, tiñéndose el pelo color champagne, y emitiendo frases en francés, ya son las Milonguitas que han rumbeado al centro.
Al muchacho de barrio, original, sencillo, y disponible ante la vida, el tango le promete el edén del barrio a condición de eximirse de las luces del centro. Pero este muchacho está dramáticamente sujeto, lo mismo que la Milonguita, a la tentación de elevarse a Niño Bien, en esos otros parajes donde nada se da y todo se paga.
En el barrio predomina el alma, alojada en el corazón. El que nace en el barrio no sabe traicionar. En el centro reina la materia y aún más el lujo, expresados por las cosas, el dinero, la arquitectura y los placeres, al precio de la inconciencia. El centro es el lugar de las cosas de sobra.
El barrio es aquel sitio que se abandona y al cual se intenta regresar. El barrio es un paraíso perdido. La imaginación del regreso es una imaginación del descanso, del alma abrumada y escéptica que ha ascendido volando, y ahora trata penosamente de descender, como Odiseo, al barrio de donde ha salido. El barrio es lo que ya no existe.
El barrio es el sitio que está iluminado en general por la luna y por las estrellas de modo tenue, tibio y silencioso. Debajo el farol, con su luz mortecina, luz de intimidad. Hay barrio siempre y cuando un farol alumbre en la noche. Las luces satánicas del centro “embarullan”, quitan la cordura, hacen de imán de la locura. En el centro no hay más que locos y ciegos.
El barrio es donde están los pájaros quietos, pájaros de nido que cantan. El héroe tanguero por excelencia, Carlos Gardel, es un zorzal que toma por asalto el centro y el mundo, cantando el tango, sin renegar del barrio. Los pájaros de alma errante, son golondrinas, de alas febriles.
El barrio y el centro se contraponen en las ropas, los peinados, los accesorios. En el barrio todo es simple y escueto, monacal, el centro contrapropone una cornucopia de telas, colores y joyas. El barrio es un vestido de percal acobardado. El centro es el sitio al que van los niños bien, de larguísimos sobretodos, mientras sus padres siguen vendiendo fainá.
El barrio es fango y cuna de fango. El fango es el origen caótico, la posibilidad de todas las cosas, y a la vez pecado. Como el fango social, que es la miseria. Salir del barrio es levantar vuelo y quitarse el fango. La Milonguita, que inexplicablemente lo abandona por el otro mundo del centro, es flor de fango.
En el barrio se reside en la casita, a la que siempre se intenta regresar, a través del espacio, a través del tiempo, y a través del tango, siempre con dificultad. El barrio es el sitio de todas las casas que ya no están. En contragolpe simbólico, el centro invade al barrio con el progreso y lo moderno, y la arquitectura, que cancela toda hermosura.
MS
El autor es Profesor Titular de Historia de la Arquitectura y el Urbanismo en la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la UBA. En el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires ha sido Consejero del Plan Urbano Ambiental (2004-5) y posteriormente Subsecretario de Planeamiento (2006-7). Actualmente es asesor de la Comisión de Planeamiento Urbano de la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
De su autoría o sobre su obra, ver también en café de las ciudades:
Número 52 | Cultura de las ciudades (I)
Excursiones mínimas | Buenos Aires de la mano de Sabugo y Minond | Marcelo Corti|
Número 55 | Planes de las ciudades
Andar con pensamiento | Ciudad y urbe en tiempos del Bicentenario | Mario Sabugo
Número 60 | Planes de las ciudades (I)
El Plan Urbano Ambiental: momento de decisión | Un marco legal imprescindible para Buenos Aires | Mario Sabugo |
Número 86 | Fútbol y Ciudades
A 30 años del ultimo partido de San Lorenzo en el Gasómetro | Y Cuestionario a los arquitectos Mario Sabugo, Eduardo Cajide, Sergio Zicovich Wilson y Hugo Montorfano. | Marcelo Castillo
Y sobre el tango:
Número 57 | Cultura de las ciudades (II)
Tangos del Sur | La fundación poética del barrio porteño: Boedo, Pompeya, Almagro, Chiclana… | Marcelo Corti