Una
ficción metropolitana contemporánea (por entregas).
De
Carmelo Ricot, con Verónicka Ruiz
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entregas anteriores
Entrega 20:
La forja de un rebelde
Propuesta del
superior – Llegar tarde a todo – Disciplina y cinismo – La luz y
el aire del Sur – Adiestramiento de un servicio – Los pruritos morales
– Doble agente

Solo por prudencia,
el estado de Jean Luc al salir de la oficina en el V° arrondisement
no llegaba a la euforia. La propuesta de M. Cassaneau, jefe alterno
de la sección en que se desempeñaba el joven Depredador,
podía haber sido diseñada e informada por el mismo
Jean Luc si le hubiera sido dado el designio de proyectar su propio
futuro en el servicio. Decidió caminar un largo rato, a fin
de ordenar sus pensamientos y aprovechar el tiempo aun benigno de
octubre (era una de sus estrategias de concentración; habitualmente
las mejores ideas y los análisis más pertinentes surgían
de la caja negra a partir de la distensión que le
proporcionaban las caminatas).
"Nací
para esta función" se dijo, sin soberbia alguna, tras
andar unos centenares de metros entre turistas, hippies sobrevivientes
y comunistas que aun vendían periódicos en las calles
cercanas a La Sorbona, nostálgicos de sus 15 minutos de gloria
de la primavera del ´68. No acostumbraba caer en la soberbia ni
en la autocelebración, así que haremos bien en creerle.
Objetivamente, el joven agente de los Servicios de Inteligencia
franceses Jean Luc L. era el cuadro técnico y político
más adecuado para infiltrar en los movimientos revolucionarios
latinoamericanos, como parte de los programas conjuntos con los
ejércitos locales que se venían desarrollando desde
principios de los sesenta. Además de la cuestión ideológica,
había también en algunas de las decisiones que por
aquel entonces tomaban los altos mandos (como la misión encomendada
a nuestro Depredador) una cuestión nacional de competencia
y orgullo con los programas similares que se encaraban desde Washington.
No solo por la defensa de intereses nacionales que podrían
entrar en colisión con aquellos sostenidos desde los Estados
Unidos, sino por las ventajas comparativas que los cuadros franceses
tenían sobre sus colegas del otro lado del Atlántico.
Un agente como
Jean Luc, por ejemplo, podía insertarse en las filas enemigas
con mucho mayor sigilo que uno de esos rubiotes corpulentos de la
CIA o incluso que los más recientes chaparritos hispanos,
ajenos por completo a los códigos de la rebeldía sudamericana.
Y hasta podían presumir de su exotismo con respecto a los
meros traidores o infiltrados locales, fáciles de detectar
para los susceptibles rebeldes, cuando no carne de investigaciones
y espionajes que en pocas semanas revelaban su condición
y los exponía al ajusticiamiento o (aun peor para los intereses
de las agencias) a la involuntaria portación de noticias
distorsionadas o falsas.

Varias competencias
justificaban la idoneidad de Jean Luc: solidez ideológica
exenta de fanatismo, buena preparación académica en
historia, sociología y derecho, entrenamiento militar completo,
valentía probada, frialdad analítica y comportamental
y, sobre todo, tradición familiar de derechas y capacidad
de asimilación social. Su vestimenta y modo lo acercaban
vagamente al aspecto de un existencialista reciclado o al de un
muchacho que imitara vagamente el look beatle de principios
de los ´60, con lo cual su inserción en círculos universitarios
o de clase media resultaba natural; su español materno era
casi perfecto, con la sola peculiaridad del acento, que de todos
modos agregaba simpatía a la composición del personaje.
Su madre era hija de un importante dirigente franquista destinado
en Cataluña; su padre, un funcionario de Affaires étrangères
sospechado de colaboracionista, que consiguió ser designado
en el consulado de Barcelona luego del ’45 para escapar a las investigaciones
y quedar fuera del recuerdo y los reproches; se conocieron en un
acto protocolar, se casaron y pasados unos años, cuando ya
las preocupaciones políticas eran otras, se establecieron
a Paris, ella embarazada de Jean Luc. El parto fue complicado y
ella quedó imposibilitada de volver a embarazarse. Murieron
en un accidente cuando él comenzaba el Liceo; no tenía
mayores relaciones con sus tíos y primos de París
y Barcelona, por lo que nadie notaría demasiado su ausencia,
ni el mismo extrañaría a una familia en los momentos
difíciles del otro lado del Atlántico. Hasta unos
meses antes había estado de novio con una estudiante de Antropología,
su primer amor. Un día, entre pétards y charlas
sobre maoísmo, fantaseó por un instante que sus superiores
le encargaban la tarea de espiarla, algo poco probable, dado el
escaso compromiso de la muchacha con las organizaciones bajo control,
o eliminarla, aun menos probable, ya que esa tarea podía
ser cumplida por cuadros mucho menos sofisticados que Jean Luc sin
involucrarlo en las cuestiones más desagradables del servicio.
No obstante, la visión imaginaria lo ofuscó al punto
de irse de la casa con una excusa banal y no regresar ni volver
a contactar a la estudiante. Cuando sintió necesidad de llamarla,
unos dos meses más tarde, atendió el teléfono
un joven, cuya voz reconoció como la de un docente auxiliar
que no disimulaba su deseo por la muchacha en las fiestas y reuniones
culturales en las que se habían cruzado. Cortó, y
nunca volvió a verla.

Quizás
la melancolía del recuerdo lo llevó sutilmente a otra
digresión que, comprendió enseguida, encerraba la
causa más fuerte de su entusiasmo. Por una mera cuestión
generacional, había quedado fuera de los asuntos importantes
de los últimos años de la historia francesa. La contrainsurgencia
en Argelia, la claudicación de los políticos y el
retorno de los colonos, la guerra en Indochina, el seguimiento de
los episodios de Mayo, lo habían pasado de largo como a un
niño o a un aprendiz adolescente. La propuesta de Cassaneau
lo ponía, en un sentido temporal, en el pico de la historia
en curso, y geográficamente lo transportaba al torbellino
impresionista de las selvas americanas, a la luz y el aire del Sur
que imaginaba similares a los del Vietnam, si era cierta la descripción
que un instructor veterano le había referido en el Liceo.
Recordó ese párrafo de La Nausea donde el Autodidacta
le comenta a Sartre su intención de autodescribirse en un
diario personal para comprobar, al término de su viaje por
el mundo, los cambios que experimentaría su personalidad,
y por primera vez sonrío en silencio, para intriga de dos
muchachas que lo miraban en la esquina cuando estaba por cambiar
la luz del semáforo.

Esos raptos
de ironía aplicada a su propia persona eran señal
de vivacidad y modestia intelectual, pero también constituían
un signo de la mayor de las debilidades que algunos de sus superiores
detectaban en la personalidad del joven Depredador: la independencia
de criterio, los pruritos morales, la capacidad autocrítica.
No se sospechaba, de ninguna manera, de su disciplina ejemplar ni
de su capacidad de alineamiento; mucho menos, de su convicción
ideológica. Pero sí que algunos creían (y algo
de esto le transmitió Cassaneau en la charla de aquella mañana)
que Jean Luc podía ser en ocasiones demasiado auto consciente
del cinismo implícito en su profesión, e incluso extender
a sí mismo la mediación de hipocresía propia
de la actividad. Jean Luc era un agente brillante, seguramente el
más idóneo de su promoción para la tarea que
se le encomendaba. Nadie dudaba de esto pero, en las conversaciones
reservadas del servicio, no faltaba quien planteara la hipótesis
de una situación extrema, que implicara una decisión
de índole moral, una cuestión de vida o muerte, en
la que Jean Luc debiera tomar decisiones inmediatas, personales,
lejos de la superioridad e incluso de cualquier contacto con camaradas
que pudieran aconsejarlo. Nadie dudaba de su valentía y su
eficacia criminal, llegado el caso, pero, planteaban estos críticos,
la convicción ideológica de Jean Luc estaba tan bien
soportada desde la formación académica como exenta
de esa otra vertiente, para muchos imprescindible en la tarea del
doble agente: arcano, amoral, indescifrable, el odio. El odio, sostenían
aquellos (que por otra parte, no tenían intereses personales,
envidias ni resentimientos de ningún tipo con el joven brillante
del servicio secreto, sino esa duda fundada en la experiencia más
que en la razón), era ese amigo que te ayuda a jalar el gatillo
una fracción de segundo antes que el enemigo, el que te permite
delatar a la mujer que hace una hora te enseñó el
secreto de la vida, el que te permite condenar a quien admiras.
Una inteligencia
superior sin el contrapeso de odio, decían los críticos,
es propia de un santo o de un esteta, quizás hasta del estadista.
Pero no del soldado ni del militante.
CR
c/VR

Próxima
entrega (21): Al servicio de la República
La llegada a
América y las primeras misiones - Jean Luc seduce a propios
y extraños - Por la razón o por la fuerza - Foja de
servicios – El hombre justo en el lugar equivocado
Carmelo
Ricot es suizo y vive en Sudamérica, donde trabaja en la
prestación de servicios administrativos a la producción
del hábitat. Dilettante, y estudioso de la ciudad,
interrumpe (más que acompaña) su trabajo cotidiano
con reflexiones y ensayos sobre estética, erotismo y política.
Verónicka
Ruiz es guionista de cine y vive en Los Angeles. Nació en
México, estudió geografía en Amsterdam y psicología
en Copenhague.
En entregas anteriores:
1:
SOJAZO!
Un gobierno acorralado, una medida impopular. Siembran con soja
la Plaza de Mayo; Buenos Aires arde. Y a pocas cuadras, un artista
del Lejano Oriente deslumbra a críticos y snobs.
2:
El "Manifesto"
Desde Siena, un extraño documento propone caminos y utopías
para el arte contemporáneo.
¿ Marketing, genio, compromiso, palabrerío? ¿La ciudad como
arte...?
3:
Miranda y tres tipos de hombres
Lectura dispersa en un bar. Los planes eróticos de una muchacha,
y su éxito en cumplirlos. Toni Negri, Althuser, Gustavo y
Javier.
4:
La de las largas crenchas
Miranda hace un balance de su vida y sale de compras. Un llamado
despierta la ira de una diosa.
El narrador es un voyeur. Bienvenida al tren.
5:
El Depredador
Conferencia a sala llena, salvo dos lugares vacíos. Antecedentes
en Moreno.
Extraño acuerdo de pago. Un avión a Sao Paulo.
6:
Strip tease
Ventajas del amor en formación. Encuentro de dos personas
que no pueden vivir juntas pero tampoco separadas. Miranda prepara
(y ejecuta con maestría) la recepción a Jean Luc.
7:
Nada más artificial
Extraño diálogo amoroso. Claudio parece envidiar a
Jean Luc, pero sí que ama a Carmen.
Virtudes de un empresario, razones de una amistad.
8:
Empresaria cultural
Carmen: paciencia, contactos y esos ojos tristes. Monologo interior
ante un paso a nivel.
Paneo por Buenos Aires, 4 AM.
9:
La elección del artista
Bullshit, así, sin énfasis.
Cómo decir que no sin herir a los consultores.
La ilusión de una experiencia arquitectónica. Ventajas
de la diferencia horaria.
10:
Simulacro en Milán
La extraña corte de Mitzuoda.
Estrategias de simulación. Las afinidades selectivas. Una
oferta y una cena. La Pietà Rondanini. Juegos de seducción.
11:
Más que el viento, el amor
Al Tigre, desde el Sudeste. El sello
del Depredador. Jean Luc recuerda la rive gauche, Miranda espera
detalles. La isla y el recreo. Secretos de mujeres. El sentido de
la historia.
12:
El deseo los lleva
La mirada del Depredador. Amores
raros. Grupo de pertenencia. Coincidencias florales. Influida y
perfeccionada. Un mundo de sensaciones. Abusado por el sol.
13:
Acuerdan extrañarse
Despojado de sofisticación.
Las víboras enroscadas. Adaptación al medio. Discurso
de Miranda. Amanecer. Llamados y visitas. ¿Despedida final? Un verano
con Mónica.
14:
No podrías pagarlo
Refugio
para el amor. Viscosas motivaciones. Venustas, firmitas, utilitas.
Una obra esencialmente ambigua. La raíz de su deseo. Brindis
en busca del equilibrio.
15:
La carta infame
Estudios
de gestión, y una angustia prolongada. Demora inexplicable.
La franja entre el deseo y la moral. Lectura en diagonal a la plaza.
Sensiblería y procacidad.
Entrega
16: En la parrilla de Lalo
Paisaje periférico. Estudio de mercado. Sonrisa melancólica,
proporciones perfectas.
Un patrón apenas cortés. Elogio del elegante. Suite
Imperial. Desnudez y democracia.
Entrega
(17): La investigación
aplicada
Más
de lo que quisiera. Temas de conversación. La insidiosa duda.
Estrategia del celoso. Peligros. La casa del pecado. Suposiciones
y conjeturas.
Entremés
- Solo por excepción (I) / La drástica decisión.
Entremés
- Solo por excepción (II)
/ Los trabajos y los días
Entremés
- Solo por excepción (III y última del entremés)
/ El experimento Rochester.
18:
La afirmación positiva
Una visión
panóptica. La eficacia de las caricias. No lejos de la fábrica.
Los motivos de su conducta. Hipótesis oportunista. Certero
impacto del Artista Pop.
19:
El amor asoma su sucia cabeza
Hipótesis
de conflicto - El perseguidor - Preguntas capciosas - Efectos colaterales
-
Sólo en Buenos Aires – La tristeza de un jueves a la tarde
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