Una ficción
metropolitana contemporánea (por entregas).
De
Carmelo Ricot, con Verónicka Ruiz
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Entrega 21:
Al servicio de la República
La llegada a
América y las primeras misiones - Jean Luc seduce a propios
y extraños - Por la razón o por la fuerza - Foja de
servicios – El hombre justo en el lugar equivocado

La primera misión
lo llevó al infierno del Darién, el Tapón
entre Colombia y Panamá. Su encargo preciso era el de
establecer contacto con una banda de narcos que aprovechaban la
anarquía y la selva para trasladar mercadería hasta
el Canal. Allí, una anodina empresa naviera se encargaba
de embarcarla hacia New York o San Francisco, de acuerdo a las fluctuaciones
de mercado. La banda había establecido un sofisticado sistema
de terror y seducción que le permitía realizar el
transporte con cierta seguridad y relativo bajo costo, para luego
apropiarse del monto que los grandes capos estaban dispuestos a
reconocer por los riesgos de transporte. La estrategia de Cassaneau
era infiltrar a la banda para, por un lado, descubrir cualquier
conexión posible con las autoridades locales y tener de esa
manera elementos de presión sobre Torrijos en caso de que
finalmente los gringos decidieran devolver el Canal y, por otro
lado, procurar un acuerdo de complementariedad por el cual, a cambio
del silencio y la protección de la République,
los narcos aseguraran la provisión de armas a los amigos
operantes en la región.
Jean Luc llegó
a Balboa con papeles que lo consignaban como directivo de Michelin.
Tras unos días de discretas averiguaciones, partió
hacia la selva con un joven guía local, de quien sabía
por el consulado que estaba siendo probado por la banda para su
reclutamiento. Tras cinco días de caminatas en la sierra,
Jean Luc despertó una mañana entre el cuerpo decapitado
de su guía y la sonrisa obscena de dos bandoleros que, tras
convidarlo con un puro, le comunicaron sus escasos derechos y otras
cuestiones de protocolo. Le vendaron los ojos y lo hicieron caminar
por un tiempo que el Depredador estimó en unas 3 horas. Al
instante de hacer este cálculo, un golpe en la cabeza lo
desvaneció y, vuelto en sí, se encontró delante
de un tipo que, sospechó, no era otro que Cruz, compadre
y lugarteniente del jefe de la banda, un tal Varela.
La solvencia
en las conductas es a veces enemiga del cuidado personal: consciente
de ello, Jean Luc respondió correctamente a cada una de las
preguntas y contrapreguntas de Cruz, pero se cuidó muy bien
de no ofender al Lugarteniente con ironías, y mantuvo en
todo momento una posición de humildad que jamás apareció
como falsa al desconfiado criterio de su interlocutor. Llevado finalmente
al campamento principal (un lugar carente de comodidades, pero equipado
con las últimas novedades de las comunicaciones y de la defensa
militar), lo alojaron en una carpa y lo mantuvieron en una suerte
de cautiverio durante algunas horas, en las que sin embargo le llevaron
abundante y buena comida y bebida.
Varela lo invitó
con unas líneas de cocaína de máxima pureza;
Jean Luc aceptó la primera por razones de supervivencia,
pero luego declinó cortésmente las sucesivas invitaciones,
argumentando haber comprobado ya la calidad del producto y que en
realidad prefería estar algo más sobrio en las charlas
de negocios. Varela aceptó su discurso con fingida indiferencia.
No dijo nada, solo escuchó las propuestas del Depredador.
Se fue con solo un cortes saludo y al rato Cruz llevó a Jean
Luc a su tienda. Pasaron un par de horas y entró una muchacha,
que lo saludo tratándolo de usted y se desvistió mirando
hacia otro lado.

La
misma joven resultó ser la encargada de llevarle los cargamentos
a su apartamento de la Avenida Arosemena, en la capital. Jean Luc
la recibía con cierta frialdad y luego la seguía discretamente.
En cuanto a la mercadería, supuestamente destinada a comercializarse
en Montreal, Jean Luc la entregaba puntillosamente al agregado militar;
no en la Embajada, sino en un discreto bar cercano a la Casa de
Gobierno. El agregado, un tipo de apariencia común pero con
cierto aire malicioso, le confió una vez que la mercadería
no se destruía en los hornos de la Embajada sino que se comercializaba
para solventar operaciones clandestinas, con conocimiento de Cassaneau.
Jean Luc no abrió juicio al respecto y solo exigió,
como en cada operación, el recibo por la entrega, al cual
oponía la rendición de cuentas por los fondos utilizados.
En Nicaragua,
unos meses más tarde y cuando la alianza con la banda estuvo
lo suficientemente sólida, Jean Luc fue presentado como corresponsal
de Reuter. Entrevistó en una ocasión al propio Tachito,
que le resultó desagradable aun haciendo abstracción
de los rumores sobre el trato a presos políticos. Los sandinistas
le resultaron algo mejor como personas, aunque lo defraudaron en
el plano intelectual. Mantuvo durante unos meses un romance con
la hija de un embajador somocista, que había ingresado al
Frente más por resentimientos familiares que por sus convicciones
políticas mal fundamentadas. Por ella obtuvo algunos datos
importantes sobre los planes insurgentes para avanzar en el sur,
aunque se cuidó de pasar los datos a la Inteligencia de la
dictadura con el tiempo suficiente como para permitir la huida de
los combatientes. Blanquita, su amante guerrillera, lo amenazó
con una Luger al descubrir la maniobra; él logró convencerla
de bajar el arma y luego acordó con Cassaneau (con quien
a esta altura solo se contactaba por mensajes cifrados a través
de un agente del que solo conocía su seudónimo) que
fuera secuestrada y mantenida lejos de su padre y de sus amigos
sandinistas mientras Jean Luc preparaba su próxima misión.
Llegó
a Santiago durante la huelga de camioneros, como becario asignado
al estudio de los procesos de nacionalización minera. Al
tiempo había ganado unos amigos en el Ministerio, entre ellos
una joven pareja que lo invitaba a actos políticos y a fiestas
de intelectuales ligados al PC. Consciente de que su tarea involucraba
básicamente a la burocracia ministerial, no obstante elaboró
completos informes sobre la actividad del grupo militante al que
pertenecían Fernando y Gabriela. Nunca envió esos
informes a su contacto (un tipo de la embajada en Buenos Aires);
al tiempo, aceptó que sus nuevos amigos le simpatizaban más
que la gente del servicio con la que se encontraba una o dos veces
por año.
Había
desarrollado una capacidad de abstracción política
que le permitía desentenderse del discurso ideológico
y concentrarse tan solo en la materia personal, en las cualidades
y defectos de sus amigos. Por lo demás, continuaba siendo
un buen fascista en cuanto a sus principios y predilecciones, pero
abstraía lo ideológico de lo cotidiano. Trató
al menos de no acompañar a Fernando y Gabriela a reuniones
del partido, como le llegaron a proponer, ni a las poblaciones
del este de la ciudad en los que ambos desarrollaban su trabajo
social. Pero, por ejemplo, compró una rifa para ayudar a
financiar la construcción de una pequeña escuela;
al otro día pensó un largo rato sobre la anécdota
y aceptó haberlo hecho por simpatía con sus amigos
más que por cuestiones propias del servicio.

Una tarde acompañó
a Gabriela a la embajada francesa a cumplir unos trámites
por la importación de un instrumental médico para
la sala de asistencia de la población. A la salida pasearon
un rato y decidieron subir el Cerro Santa Lucía, charlando
sobre la Résistance. En lo alto, creyó adivinar
alguna actitud equívoca de Gabriela; estuvo a punto de intentar
besarla, pero resistió la tentación y argumentó
una reunión para volver a la calle y separarse. Otra tarde,
en la que sabía que Fernando estaba en un congreso partidario
en Concepción, estuvo a punto de llamarla, pero también
se arrepintió, Se dijo que era para no involucrarse con el
enemigo, pero al rato aceptó que había pesado su aprecio
a Fernando. Esa noche hizo el amor con una vecina de su departamento,
pensando en Gabriela.
Una mañana
fría de agosto, lo llamó su contacto local para informarle
de algunas cuestiones. Le dio detalles del golpe que se avecinaba,
y que ya estaba apalabrado un oficial que había jurado lealtad
a Allende. Lo aburrió con detalles, hasta que mencionó
los ajusticiamientos que habría a continuación ("va
a correr harta sangre en el Estadio Nacional", precisó
con rapidez en su paréntesis oral). Fernando y Gabriela estarían
entre los primeros en caer, le informó con auténtica
precisión burocrática.
La amplitud
de la información recibida despejaba toda duda sobre la confianza
que el tipo depositaba en Jean Luc; entendió que nadie dudaba
sobre su lealtad ni sobre la naturaleza de su relación con
"esos rojos". Descartó que le pidieran hacerse
cargo del operativo: ese fue su único alivio. Pensó,
sin embargo, en encargarse voluntariamente de eliminarlos, para
ahorrarles el infierno de las torturas y las violaciones. A medianoche
estaba convencido de hacerlo, apenas comenzara el golpe. Argumentaría
que lo habían descubierto y no haber tenido alternativa.
A la mañana despertó angustiado y entre lagrimas descartó
la opción. Avisarles lo que les esperaba y recomendarles
huir hubiera sido traición; pedir por ellos, una mancha en
una carrera de excelencia. Trató de odiarlos, por el dilema
en que lo envolvían, pero no pudo.
Ella le contó
sus miedos una tarde, en la oficina, cuando todos se habían
ido. Terminó reprimiendo su llanto, el consideró apropiado
abrazarla. Al principio fue solo ternura y angustia, en seguida
el deseo vino en su ayuda y buscó esos labios despintados
y sensuales, que no lo rechazaron.
CR
c/VR

Próxima
entrega (22):
¿Qué pasa, General?
Pequeño
apartamento en Las Condes - Aeropuerto ´73 - Balada del mochilero
– Dos puntas tiene el camino - El trabajo ya está hecho –
Reciclaje y redención
Carmelo
Ricot es suizo y vive en Sudamérica, donde trabaja en la
prestación de servicios administrativos a la producción
del hábitat. Dilettante, y estudioso de la ciudad,
interrumpe (más que acompaña) su trabajo cotidiano
con reflexiones y ensayos sobre estética, erotismo y política.
Verónicka
Ruiz es guionista de cine y vive en Los Angeles. Nació en
México, estudió geografía en Amsterdam y psicología
en Copenhague.
En
entregas anteriores
1:
SOJAZO!
Un gobierno acorralado, una medida impopular. Siembran con soja
la Plaza de Mayo; Buenos Aires arde. Y a pocas cuadras, un artista
del Lejano Oriente deslumbra a críticos y snobs.
2:
El "Manifesto"
Desde Siena, un extraño documento propone caminos y utopías
para el arte contemporáneo.
¿ Marketing, genio, compromiso, palabrerío? ¿La ciudad como
arte...?
3:
Miranda y tres tipos de hombres
Lectura dispersa en un bar. Los planes eróticos de una muchacha,
y su éxito en cumplirlos. Toni Negri, Althuser, Gustavo y
Javier.
4:
La de las largas crenchas
Miranda hace un balance de su vida y sale de compras. Un llamado
despierta la ira de una diosa.
El narrador es un voyeur. Bienvenida al tren.
5:
El Depredador
Conferencia a sala llena, salvo dos lugares vacíos. Antecedentes
en Moreno.
Extraño acuerdo de pago. Un avión a Sao Paulo.
6:
Strip tease
Ventajas del amor en formación. Encuentro de dos personas
que no pueden vivir juntas pero tampoco separadas. Miranda prepara
(y ejecuta con maestría) la recepción a Jean Luc.
7:
Nada más artificial
Extraño diálogo amoroso. Claudio parece envidiar a
Jean Luc, pero sí que ama a Carmen.
Virtudes de un empresario, razones de una amistad.
8:
Empresaria cultural
Carmen: paciencia, contactos y esos ojos tristes. Monologo interior
ante un paso a nivel.
Paneo por Buenos Aires, 4 AM.
9:
La elección del artista
Bullshit, así, sin énfasis.
Cómo decir que no sin herir a los consultores.
La ilusión de una experiencia arquitectónica. Ventajas
de la diferencia horaria.
10:
Simulacro en Milán
La extraña corte de Mitzuoda.
Estrategias de simulación. Las afinidades selectivas. Una
oferta y una cena. La Pietà Rondanini. Juegos de seducción.
11:
Más que el viento, el amor
Al Tigre, desde el Sudeste. El sello
del Depredador. Jean Luc recuerda la rive gauche, Miranda espera
detalles. La isla y el recreo. Secretos de mujeres. El sentido de
la historia.
12:
El deseo los lleva
La mirada del Depredador. Amores
raros. Grupo de pertenencia. Coincidencias florales. Influida y
perfeccionada. Un mundo de sensaciones. Abusado por el sol.
13:
Acuerdan extrañarse
Despojado de sofisticación.
Las víboras enroscadas. Adaptación al medio. Discurso
de Miranda. Amanecer. Llamados y visitas. ¿Despedida final? Un verano
con Mónica.
14:
No podrías pagarlo
Refugio
para el amor. Viscosas motivaciones. Venustas, firmitas, utilitas.
Una obra esencialmente ambigua. La raíz de su deseo. Brindis
en busca del equilibrio.
15:
La carta infame
Estudios
de gestión, y una angustia prolongada. Demora inexplicable.
La franja entre el deseo y la moral. Lectura en diagonal a la plaza.
Sensiblería y procacidad.
Entrega
16: En la parrilla de Lalo
Paisaje periférico. Estudio de mercado. Sonrisa melancólica,
proporciones perfectas.
Un patrón apenas cortés. Elogio del elegante. Suite
Imperial. Desnudez y democracia.
Entrega
(17): La investigación
aplicada
Más
de lo que quisiera. Temas de conversación. La insidiosa duda.
Estrategia del celoso. Peligros. La casa del pecado. Suposiciones
y conjeturas.
Entremés
- Solo por excepción (I) / La drástica decisión.
Entremés
- Solo por excepción (II)
/ Los trabajos y los días
Entremés
- Solo por excepción (III y última del entremés)
/ El experimento Rochester.
18:
La afirmación positiva
Una visión
panóptica. La eficacia de las caricias. No lejos de la fábrica.
Los motivos de su conducta. Hipótesis oportunista. Certero
impacto del Artista Pop.
19:
El amor asoma su sucia cabeza
Hipótesis
de conflicto - El perseguidor - Preguntas capciosas - Efectos colaterales
-
Sólo en Buenos Aires – La tristeza de un jueves a la tarde
20:
La forja de un rebelde
Propuesta
del superior – Llegar tarde a todo – Disciplina y cinismo – La luz
y el aire del Sur –
Adiestramiento de un servicio – Los pruritos morales – Doble agente
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