En 1930, en un Buenos Aires que maduraba entre tangos y una modernidad aún sin forma clara, Octavio Pujol presentó una idea que desafiaba las leyes de la física y la paciencia de quienes lo escuchaban: construir un edificio hecho completamente de aire comprimido, sostenido por campos magnéticos. “La arquitectura debe liberarse del peso de las cosas”, proclamaba mientras desplegaba sus dibujos, llenos de líneas etéreas y espacios vacíos, frente a un grupo de ingenieros que lo miraban con una mezcla de asombro y escepticismo. Su proyecto, al que llamó La Ciudad Intangible, no solo prometía transformar el paisaje urbano, sino también revolucionar los principios fundamentales de la construcción. Como el mingitorio de Duchamp desafió las fronteras del arte, La Ciudad Intangible de Pujol buscó empujar los límites de la arquitectura, liberándola de la tiranía de la materia. “Debemos diseñar espacios que existan por su equilibrio, no por su peso”, insistía, mientras dibujaba en el aire la curvatura de sus estructuras utópicas.
El diseño de La Ciudad Intangible se basaba en un principio que él mismo bautizó como arquitectura neumodinámica. Según Pujol, la estructura del edificio sería una cúpula de aire comprimido encapsulado dentro de una membrana elástica de polietileno magnético, un material hecho de una mezcla de caucho y partículas metálicas con propiedades electromagnéticas. La cúpula estaría sostenida por un campo magnético generado por bobinas colocadas alrededor. Este sistema funcionaría gracias a la interacción de fuerzas opuestas: el aire comprimido empujando hacia afuera y el campo magnético manteniendo la forma en su lugar. Para garantizar su estabilidad, había diseñado anillos de flujo inverso, una especie de estabilizadores magnéticos que evitarían el colapso de la estructura en caso de cambios de presión atmosférica.
“Es como construir una burbuja perfecta dentro de un campo de energía. Si podemos mantener la presión adecuada y controlar las fuerzas magnéticas, la gravedad deja de ser un problema”, explicaba Pujol con entusiasmo. Aunque sus cálculos eran, en el mejor de los casos, especulativos, la idea tenía una lógica interna que lograba cautivar a algunos de sus contemporáneos. Durante una conferencia en la Universidad de Buenos Aires, un estudiante le preguntó cómo planeaba sostener el edificio si la tecnología necesaria no existía. Pujol respondió sonriendo: “Es cierto, hoy no podemos hacerlo. Pero cuando alguien lo logre, recordará que yo lo soñé primero. Y eso será suficiente”. Una declaración ingenua, tal vez, pero cargada de esa certeza que solo tienen los visionarios.
La Ciudad Intangible de Pujol buscó empujar los límites de la arquitectura, liberándola de la tiranía de la materia. “Debemos diseñar espacios que existan por su equilibrio, no por su peso”, insistía, mientras dibujaba en el aire la curvatura de sus estructuras utópicas.
Sus maquetas eran arte: filamentos de cristal y agua que proyectaban sombras danzantes bajo la luz. En sus bocetos, el edificio flotaba sobre una plaza abierta, como una enorme esfera de luz contenida. El aire comprimido serviría como elemento estructural y como regulador térmico, manteniendo la temperatura constante en el interior. “El futuro no pertenece a las estructuras rígidas; pertenece a los espacios vivos, en constante cambio”, repetía. Hablaba de antifragilidad muchas décadas antes que el concepto existiese. En sus círculos, empezó a ganarse el apodo de “el arquitecto del humo”, un título que aceptaba con orgullo, asegurando que todo gran sueño comienza siendo humo antes de tomar forma.
En 1929, cuando Le Corbusier visitó Buenos Aires, Pujol aprovechó la oportunidad para mostrarle sus bocetos. Con el arrojo de quien busca reconocimiento, se coló en una reunión privada y desplegó sus diseños frente al maestro. Se dice que Le Corbusier, tras observarlos con atención durante unos segundos, comentó con respetuosa dureza: “Es hermoso, pero las ciudades necesitan cimientos”. Pujol se retiró en silencio, llevando consigo sus papeles, pero no pudo evitar que las palabras le quedaran grabadas hasta el fin de sus días. Años más tarde, al ver los planos de la Ville Radieuse, no pudo evitar notar ciertas similitudes con su idea.
La realidad fue implacable: los materiales que necesitaba no existían, sus cálculos eran imposibles de verificar, y el intendente que inicialmente había mostrado interés en su proyecto pronto retiró el escaso presupuesto asignado, argumentando que la ciudad de Buenos Aires tenía problemas más urgentes que resolver.
Mientras se celebraba la inauguración del Obelisco, Pujol observaba, frustrado, con distancia. Para él, aquel monumento de hormigón no era más que la confirmación de que el mundo seguía aferrado al peso de las cosas. “Construyen columnas para desafiar el cielo, pero yo soñé con ciudades que desafían la gravedad”, escribió en su diario. Esa noche, en un arranque de frustración, destruyó su maqueta. El agua y los vidrios rotos se derramaron por el suelo de su pequeño estudio, dejando un enchastre que reflejaba su estado de ánimo. “El mundo aún no está listo para el aire”, murmuró antes de recluirse en un silencio obstinado que duraría años.
Pujol respondió sonriendo: ‘Es cierto, hoy no podemos hacerlo. Pero cuando alguien lo logre, recordará que yo lo soñé primero. Y eso será suficiente’. Una declaración ingenua, tal vez, pero cargada de esa certeza que solo tienen los visionarios.
Octavio Pujol murió en 1948, olvidado por el mundo académico y relegado al ámbito de los excéntricos. Sin embargo, sus bocetos, rescatados años después, encontraron un nuevo lugar en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, donde hoy se exhiben junto a una pequeña placa que dice: “A veces, los sueños más ligeros son los que dejan la huella más profunda”. Y, como si el tiempo hubiese decidido darle la razón, su trabajo tuvo un inesperado resurgimiento cuando las tecnologías del siglo XXI hicieron posible lo que en su época parecía un delirio.
En 2035, durante la Conferencia Internacional de Urbanismo Experimental, celebrada en Osaka, Japón, la arquitecta noruega Ingrid Thorsen presentó una ponencia titulada Estructuras del vacío: La herencia olvidada de Octavio Pujol.
Thorsen argumentó que la arquitectura neumodinámica de Pujol había sido el primer paso hacia las construcciones sostenidas por tecnologías de levitación magnética y polímeros conductivos. Con simulaciones creadas por inteligencia artificial, mostró cómo los principios de Pujol podían aplicarse a estructuras reales: edificios flotantes que desafiaban la gravedad y eran una solución para las ciudades superpobladas. “Lo que Pujol imaginó como un sueño es hoy una posibilidad concreta y real”, declaró Thorsen ante una audiencia de científicos, diseñadores y urbanistas que la ovacionaron de pie. El reconocimiento póstumo al arquitecto del aire, aunque tardío, había llegado.
En un tiempo en que la tecnología convierte en tangible lo etéreo, el arquitecto del aire nos recuerda que toda gran transformación empieza con una idea que parece imposible.
En las redes sociales, su nombre circula en forma de meme entre arquitectos y diseñadores: “Sé como Pujol: sueña. Ya vendrá una IA para hacerlo realidad”.
DL
El autor es un narrador nato, tanto en el mundo del marketing como en las letras. Con una carrera marcada por la innovación y el cambio, ha dejado su huella en roles clave en empresas líderes como Nike y Levi’s, y ha colaborado con muchas marcas. También encontró tiempo para ser parte del primer equipo argentino en ganar un Grand Prix en Cannes en la categoría Integrated, un logro que redefinió el paisaje de la comunicación. Es un apasionado de la música y la ciencia ficción. Vive junto a su esposa y sus tres hijos, y comparte con ellos su pasión por el club Huracán.
El texto fue producido como parte de los encuentros semanales vía Meet del Taller “Martes de Marte”, que coordina Gustavo Álvarez Núñez (también factótum de la extraordinaria lista musical Telarañas, a la que recomendamos suscribir).
No encontramos imágenes de fuentes confiables que ilustren la obra de Pujol. Por encontrar cierta familiaridad con sus conceptos, hemos recurrido a La ciudad hidroespacial de Gyula Kosice. Las fotos utilizadas están incluidas en el catálogo de Intergaláctico, exposición que el MALBA dedicó recientemente al creador del arte Madí.