Buenas noches señores pasajeros, disculpen la demora, ya estamos listos para abordar el vuelo 721 con servicio a la ciudad de Chicago. Van a pasar los pasajeros de Primera clase y Business class, por la puerta 27.
Mira el reloj, 2:05. El hombre espera como los demás pasajeros reunidos en la terminal 25. Escucha los “¡finalmente!, ¡qué una hora, más de las tres se hicieron! última vez que vuelo en esta aerolínea, no es la primera vez que pasa, ¿hola? Sí, ya nos llaman a abordar, sí cielo, un beso a la Chata“.
El hombre sonríe. Es un pasajero paciente, no protesta, sabe de las rutinas de cancelaciones, demoras, los pormenores de la vida en transito. Cancelaciones por temporal de nieve en el JFK no hace mas de dos meses, la huelga de sobrecargos en Montevideo, la vez que encontraron la vaca muerta en medio de la pista del Pistarini, ¿qué no ha visto? Pero también en los aeropuertos ha aprendido el valor del orden, la perfecta secuencia de un vuelo a otro, la tremenda diferencia entre las 9:34 y las 9:43, el cambio repentino de itinerarios pero con destino asegurado. Sí, cree en el orden, (si, es de lo que sacan seguro provincial para la salud grupo familiar prima de 28$ al mes), en la planeación. Ya ha hecho los cálculos y le sobra tiempo. Es un vuelo de cuatro horas, tendrá tiempo de llegar al Hotel Imperial (luxury on 5th avenue), bañarse (la frescura de una baño con sales persas), ponerse el saco Franco Uomo, cuatro botones para impactar que le planchó su esposa (¿Cielo? ¿No te olvidas algo?), tomar un taxi (visite NY y gócela) y estar en el edificio Baldwin donde se reunirá con los ejecutivos de la agencia de publicidad PRESTON (It´s a jungle out there. And, unless you step with confidence, you could fall prey to your sure’footed competition) a las 10 en punto. Ha repasado su presentación varias veces (Our quick, instinctive and disciplined approach assures all your tracks are covered before any strategy or creative execution begins).
Sin apuro, se levanta del asiento junto al ventanal, una gran vidriera que encierra una maquinaria de gestos, de ojos que se agrandan cada vez menos, la secuencia desordenada de libros que se cierran, de brazos que se estiran buscando sostenes, perdiéndose en el vacío, la mano que asegura la simétrica distribución del rostro, los pies que se apuran para seguir a los otros.
Pero, el hombre se toma su tiempo. Esta acostumbrado a esperar.
Mira su pequeño maletín que compró… ¿donde? Ah, sí, en el Aeropuerto de Tel Aviv, le llamó la atención la algarabía del free shop, un mercado donde nadie cruzaba miradas, una informal convención de rostros que no vería juntos nunca, jamás, al menos en los aeropuertos nacionales. Claro, con la excepción de la terminal de Internacionales en el JFK.Seguimos abordando a los pasajeros de primera y business class, en el vuelo 721 con servicio a la ciudad de Chicago.
Mira a su alrededor, hombres de espaldas, en cuadrícula, extendidos, estacas sueltas en la noche y, de otro lado del vidrio, las estrellas y las luces azules que los pasajeros no cuestionan porque las dan por supuestas. Hace ya unas horas que las voces dejaron de sonar: le dije tres veces a Ramírez, algunas madres con niños pequeños, por suerte dormidos.
Pensó en su hija seguramente dormida, en su esposa, en su camisón de seda color perla (Sí, Victoria´s Secret), el lazo tejiendo su pelo en una trenza que cae como pendón sobre las sábanas de seda.
Quisiera compartir esa tristeza de quienes se despiden con llantos, abrazos, no es que no tenga sentimientos, pero no los entiende, no entiende una vida sin viajes, sin escaleras mecánicas, pasillos deslizables.Les solicitamos a los pasajeros que tengan en mano el pase de abordar.
Mira a la empleada de la aerolínea: pese a la hora, ella está impecable. Está tan acostumbrado a estos procedimientos, la cola que se achica, la sonrisa de la empleada siempre buscando los ojos del pasajero, mientras repasa los cursos de psicología, pero a esta hora los pasajeros no ofrecen una complejidad psicológica evidente, el pasajero previsible: negocios, clientes, cuentas, intereses, contratos, cronogramas, agendas, carteras de pagos, ventas, inventario, fondos, proyecciones, “¡es un placer hacer negocios con usted, licenciado!, si me permite”.
– ¿Me permite un momento? – En un instante, el hombre siente las miradas de impaciencia clavadas en la nuca, mientras mira sorprendido a la mujer que lo deja con la mano suspendida en el aire.
– Por favor.
La empleada recibe con facilidad el pase de abordar del siguiente pasajero y desliza un tenga un buen viaje, mientras teclea en la computadora.
– Señorita.
– Si, un momentito.
La empleada checa y checa y checa en la computadora. Finalmente, mira, esquivando los ojos del hombre.
– Lo siento señor, pero usted no está en la lista de pasajeros.
– ¿Qué dice? ¿Cómo que no estoy?
– Disculpe. Tendrá que checar en otro vuelo.
– Vuelo, 721 a Chicago. Desde hace dos días, lo tengo confirmado. Fíjese de nuevo.
– Ese es el vuelo, pero no está. Ahora, si me permite, hay otros pasajeros que necesitan abordar.
– Usted no se fijó bien. Cheque otra vez.
La empleada lo mira (el hombre ahora nota que las horas de espera hicieron mella en la mujer aunque bien que lo ocultó) y le hace un gesto al empleado en el mostrador.
– Vaya con él.
El hombre mueve la cabeza, ofuscado, ofuscado, ofuscado.
– Buenas noches. Permítame una identificación.
El hombre saca una tarjeta de crédito.
– ¿No tiene otro documento? ¿Licencia de conducir, pasaporte?
El Hombre lo mira como si no entendiera lo que le dice.
– Vamos a intentar con esto.
El empleado desliza la tarjeta varias veces por el scanner, la respuesta todas las veces es la misma:
CANNOT FIND CARD NUMBER
– Lo siento señor pero el sistema no reconoce el número.
– Pásela de nuevo, debe haber un error.
El empleado la desliza y los dos hombres esperan el veredicto de la pantalla de la computadora.
CANNOT FIND CARD NUMBER
– ¿Por qué no se comunica con su banco? (deteniendo el ademán del hombre hacia el teléfono en el mostrador) Hay un teléfono público junto al baño.
El hombre evita las miradas de los pasajeros, que desde la fila, revelan al perdedor. ¿Qué le diría su mujer en estos momentos? Trataría de calmarlo, dos pastillitas lilas bastan para calmar esa ansiedad.
“¿Cómo que ese numero no existe? Estoy en el aeropuerto, necesito viajar y usted me viene con “¿qué me puede ofrecer?”. ¡Una explicación, señor, escúcheme! Hace 20 años que tengo esta cuenta, quiero hablar con su supervisor, no con usted, ¿que no puede? ¡Los voy a demandar, los voy a demandar! ¿Hola? ¿Hola?”
– Por eso no yo no tengo la plata en el banco, son todos unos ladrones.
El hombre se da vuelta y ve a su lado a un hombre viejo, con botas manchadas de lodo, sombrero de ala ancha y camisa sudada. El hombre regresa al mostrador de la aerolínea, el viejo lo sigue de cerca.
– Yo que usted sacaría la plata hoy mismo. ¿O quiere lo que le cuente lo que me pasó a mí?
– No sé como le hace, pero usted me pone en ese avión.
– Lo siento señor, no hay nada que yo pueda hacer.
– ¡Compro un boleto!
– El vuelo está lleno. Y, por favor, hágase a un lado, o voy a tener que llamar a seguridad. Esta molestando a los pasajeros que sí tienen boleto – El hombre se da vuelta: un pase de abordar, y la mirada del imbécil que lo sacude delante de su cara.
– ¿Tú eres mi papá?
Una mujer envuelta en un chal, aparta a la niña del hombre.
– Deja tranquilo al señor, ven acá.
– ¡Tú me dijiste!
– Shhh, lo vas a hacer enojar.
Los pasajeros siguen subiendo.
– Tengo un cita en Chicago en 5 horas (el hombre grita de manera que la empleada de la aerolínea, quien repite su sonrisa con cada nuevo pasajero que se aleja de la incertidumbre de la sala, pueda escucharlo) ¿o es un crimen tener un futuro, sueños, cumplir con las obligaciones con su familia? ¿Usted, usted tiene familia? ¿No quiere lo mejor para ellos?
La mujer que ha apartado a la niña se encoge de hombros.
-Hay veces que no se puede hacer nada más, y hay que resignarse.
-Sí, pero mejor sacar el dinero del banco, ¿no vio lo que pasó hace dos años en Singapur? ¿Y a mí en México ahora? ¿Por qué cree que traigo esta facha? Al campo me mandaron, que la reactivación, piensan que uno es pendejo, ¡no ahorres, invierte!
La empleada recibe el talón de abordar del último pasajero, y mira de reojo al hombre quien mide la distancia entre él y la puerta de abordaje. El vacío prepara el duelo y, en un instante, se escuchan los gritos de la empleada:
– ¡Seguridad! ¡Seguridad!
La sólida entrada de dos oficiales con sus trajes negros similares al que lleva el hombre (¿serán Uomo también?), continúa con un forcejeo áspero que no evita el jaloneo hacia el interior de la sala. Un brazo en V sobre el pecho del hombre, las manos sujetas en U en la espalda, la Z trabando las piernas del hombre.
– Yo sólo quiero subir a mi vuelo y esta señorita no me deja.
– Ahorita le vamos a resolver su problema.
– ¿A dónde me llevan?
Uno de los oficiales coloca unas esposas en las muñecas del hombre.
– ¿Qué hace? ¡Yo no soy un criminal!
El hombre se evade luchando con el brazo suelto hasta que otro de los hombres caza su muñeca en el vuelo.
– No tan rápido. Primero, vamos a hablar.
– ¡Yo no tengo nada de que hablar con ustedes!
– Vas a ver que sí. Tanto que te vas a quedar sin palabras.
La niña se abraza a las piernas de la mujer quien acaricia su cabeza, con un “ya, ya, no va a pasar nada”. Las dos mujeres y el anciano siguen con la mirada al hombre que es empujado hasta una oficina a un lado de la sala de espera.
…
“Le gritaban que dónde vive, cómo se llama, él insistía que no sabía, pero si nadie de nosotros sabe, entonces lo golpeaban aún más, entonces él les hablaba vaguedades de un cartel de Pepsi Cola, de los metros cuadrados de pasillos, de la señora de la cabañita, de la actriz en el Mercury, de que al menos tiene un seguro de vida que pagó la prima de 12 dólares, que está cubierto, así que hagan lo que quieran. Era como si sólo nosotros pudiéramos verlo, ¿por qué nadie hacia nada?”
“Y ya no pude ver más. Sólo escuchaba sus gritos, déjenme ir, qué hice de malo, ¿ustedes no tienen sueños? y los hombres se reían, a poco a vos te queda alguno, y él más se enfurecía y nosotros viendo todo desde afuera, sin poder hacer nada, más que mirar y sufrir, esperar que todo pase, como todos los que pasan junto a uno y no saben de los dramas que uno carga, los problemas, las angustias, nadie sabe todo lo que una tuvo que pasar para estar aquí en esta tierra de nadie, sin nación, a ver, ¿dígame de dónde soy? Puedo ser china, sueca, chilena, alemana, y ahí voy, empujada por las tendencias del mercado. Sabe las veces que han estado a punto de botarme luego de discusiones malintencionadas, decisiones apresuradas, de una borrachera en el bar de la esquina, o esa vez que Grez llego de mal humor y decidió dejarme con ese vestidito, en Boston con 10 grados bajo cero, y todos dijeron fantástica idea, que se le vean las piernas, ¿nadie se dio cuenta que llovía todos los días? Y ni un paraguas, yo en medio de la calle, mojada de pies a cabeza y sin poder hacer nada. Al menos a él le quedan fuerzas para protestar, a mí, ni eso me dejaron.”
…
Estallan las turbinas con un rugido inequívoco y el hombre se deshace en un millón de gestos inútiles.
– ¿Te quieres ir? ¿Todavía te quedan ganas?
El avión, finalmente, se perderá en la noche. Los hombres lo golpean una vez más, la última.
– ¡Y que no se repita! ¿Me entendiste? Nada de querer hacerte el machito, ¿desde cuando te volviste tan pretencioso, eh? Los únicos con sueños acá son esos que van en el avión.
…
El pasillo recibe al hombre, el único. La doña de la limpieza azota el paño contra el piso, él azota sus pies contra la nada, como el paño, recogiendo las sobras. Se va conmigo mi alma cansada, amor, nada que esperar, un sueño grisaquí, y afuera toda la vida azulada.
Los labios de la mujer repite el estribillo de esta canción privada que se mezcla con voces que vienen del final del pasillo.
– Quiero esperar despierta a papá.
– No mijita, es hora de ir a dormir.
– Pero…
– ¿Quieres que vengan y te saquen?
El hombre sabe que esas dos mujeres que devoran sus sueños, son, por ahora, la única razón de su vida. ¿Quién puede escapar de su destino? El hombre sabe que debe alegrarse y produce una sonrisa casi de caricatura (no, no, se tiene que ver real, esa no sirve, a nadie le gusta una sonrisa falsa, está tan seguro escuchar, como tantas otras veces, que lo haga de nuevo, ¿no tienes otra foto?).
El hombre ve la espalda de la mujer que en camisón lo espera sobre la cama, puede adivinar la respiración de la niña en un cuarto que adivina cercano, la trenza cae sobre la colcha de seda. Hay cosas que no tienen precio, para todo lo demás existe… el hombre no puede quitarse esa mentira de los ojos. Ni tampoco la mirada triste del viejo que de reojo lo ve entrar.
– Mi amor, por favor, no lo hagas otra vez. No es un espectáculo bonito para la niña. Tú sabes que pronto lanzaran una nueva línea, y probablemente no estemos juntos, pero ahora somos una familia y te queremos, aunque mañana o pasado no signifiquemos nada para ti.
El hombre quisiera abrazarla, acariciar su rostro, pero no puede, sabe que eso no está en el guión, en el sueño de un alguien en la oficina de la calle quinta, en Chicago, agencia Preston de Publicidad.
MB
Maria Berns es argenmex y cineasta. Sus películas Historia Mínima de una Seduccion, La Novia, Diary of the Private Life y Black Ice han sido exhibidas en festivales en América y Europa. Cineasta Visitante en la School of Film de RIT del 2000 al 2002, vive ahora en El Paso, Texas. Ver sus notas “Arquitectura para un paisaje en movimiento”, en el número 2 de café de las ciudades, y “I’ve been living inside” en el número 8.
El cuento de la Berns puede leerse también como el negativo del prologo de Los “no lugares” – Espacios del anonimato, de Marc Augé, Editorial Gedisa, Barcelona 1993, páginas 9 a 13. Ese texto describe las sucesivas experiencias de un ejecutivo que aborda un avión en París para un viaje de negocios al Asia, y a partir de él Augé aborda su tema central: la experiencia del “no lugar”, que considera propia de nuestra época. Cajeros automáticos, autopistas, aeropuertos, duty-free, hoteles internacionales, aviones, constituyen en su análisis “lugares superpoblados … donde se cruzan millones de itinerarios individuales en los que subsiste algo del incierto encanto de los solares, de los terrenos baldíos y de las obras en construcción: el encanto de todos los lugares de la casualidad y el encuentro“. Y este encanto se liga al anonimato, a una cierta sensación de aventura y libertad, y a una placentera y voluntaria soledad.
Ese prólogo fue uno de los textos analizados en las charlas de café de las ciudades del 2003