Maria Berns es escritora y cineasta. Algunas de sus películas, como Historia Mínima de una Seduccion (filmada en México DF), La Novia/The Bride (Baja California, ganadora del Premio Kodak de 1998), Diary of the Private Life (Tijuana), Winter in Jamaica and Black Ice (Rochester, Nueva York), han sido exhibidas en festivales internacionales de América y Europa. Cineasta Visitante en la School of Film and Animation del Rochester Institute of Technology del 2000 al 2002, vive ahora en El Paso. Allí trabaja en el largometraje Imperfect Past y en el proyecto de Adult Sites, una instalación que incluye video, audio y website También escribe una colección de historias cortas.
Detrás del centro de convenciones, de la estación del Greyhound, de la estación de trenes, en el Barrio de San Francisco en El Mirador conviven, sin molestarse, suaves corridos mejicanos y banderas de franjas fotocopiadas en las ventanas. Las miradas recelosas de los vecinos invitan al juego de la escondida. Las escaleras levantan vuelo y se resisten a bajar. La soledad se instaló en el espacio entre las veredas, también llamado calle, en los patios vacíos, baldíos. Vean a la vieja que espanta a los gatos de su umbral: “fuera gatos nos los quiero ver más en mi puerta”, aplaudan la terquedad de los gatos que regresan en complicidad con el subtexto de la mujer.
Y el cielo azul, las calles plateadas (aunque Silver City queda algunas millas al oeste en Nuevo México, mas cerca de la dorada California), y Miraflores rodeándolo todo, la cálida presencia de un abrazo distante.
“Mr. Hachi Yamamoto es el encargado de la renovación de dos ciudades en Alemania, una en Iowa y otra en Costa Rica”, aseguró Mr. Johnson, nuevo asesor en desarrollo urbano del Alcalde, un entusiasta y joven arquitecto que deseaba llevar las discusiones de la vanguardia sobre arte y arquitectura al aburrido plantel de arquitectos del Ayuntamiento. “Dicen que ahora Brunske realmente sonríe”, y Johnson sonrío también, con una mueca estúpida que el resto no compartió ni celebró. “Necesitamos traerlo a la ciudad, y no solo para resolver el caso de San Francisco, sino de todo El Mirador.”
Mr. Yamamoto estaba tomando un baño de polen en las afueras de Kobe, en la casa de aquella amante que desde hacia años visitaba en el mes de Septiembre, del 6 al 15. Sonó su celular. Aunque Mr Yamamoto habla un perfecto inglés, le fue difícil comprender a Johnson explicando donde quedaba su ciudad. Yo no hablo español, aunque recordaba algunas palabras aprendidas durante su estadía en Costa Rica, el strip club de la calle Coronado, aquella morena y su profunda voz: “Agárrame, si no quieres que me muera aquí mismo.” Hola, ¿Mr. Yamamoto?, ¿está usted aun en línea? Sus labios, “me muera”. ¿Mr. Yamamoto? Si, iré.
Al llegar a California, Mr. Yamamoto evitó las luces metálicas de LA y tomo el siguiente avión a Phoenix. El paisaje ondulante le recordó que el país latino estaba cerca.
El avión de Yamamoto llegó puntual. En su camino al hotel, Johnson le hizo una rápida descripción de El Mirador.
“¿A que hora podemos reunirnos con el resto del equipo?”
“Necesito estar solo. Tres días. Lo llamaré cuando este listo.”
No del todo convencido, y con su ansiedad catapultada, Johnson dejo el hotel mientras trataba de pensar una historia que explicara a los arquitectos la negativa de Yamamamoto para asistir al Ayuntamiento, y la rareza de su metodología.
Yamamoto caminó por todo El Mirador durante tres días y tres noches, sin pegar un ojo. El y su mochila. Hablo con la gente del centro, con las mujeres que cruzan la línea para trabajar de este lado, con Pamela, una joven cineasta que está filmando un documental sobre las maquiladoras y la contaminación en la frontera. Los hombres apostados desde temprano en las banquetas de la calle junto a la línea lo vieron pasar, mezclarse entre la gente que pasa de uno hacia el otro lado.
Incluso le dijeron que fuera testigo de una boda cuando se hizo muy tarde para esperar a los primos del novio.
Y Yamamoto siguió los pies de las mujeres empeñadas en una carrera contra las sombras de los autos, se sentó junto al hombre con la barba larga y grisácea, como un Santa Claus de todo el año que trae regalos y tesoros ocultos para todos en sus carros ahora alineados sobre la vereda oeste de la plaza.
Hojeo las anotaciones que en secreto hacía el guardia de la plaza central, “Querida, te amo”; mientras observa al movimiento minúsculo de gestos: ” ¿En que puedo ayudarla? ¿La Montana? Doble a la derecha en el semáforo, para servirle, señito. ” Mi amor, te vi por mi ventana, extendías tus manos ofreciéndome tus pechos desnudos”.
“¡Apúrale, apúrale! Mamá, me encanta ese vestido, es la única vez en toda mi vida que cumpliré quince años. ¡Mamá! ¡Mamá! Si yo fuera una princesa tocaría el cielo con mi varita mágica y haría llover lavanda por toda Chihuahua y todos sabrían que ya soy una mujer”.
“¡Gira, gira muchachita, que el sol se tardara un ratito antes de desvanecerse tras el horizonte!”
Yamamoto miró hacia donde se esconde el sol, y leyó sobre uno de los cerros de Miraflores:
La Biblia es verdad, ¿qué podría haber en la Biblia tan importante que el necesitara saber? Siempre hay una en el hotel, la podría consultar si tan solo pudiera regresar, lo cual era imposible dentro de la rígida metodología seguida por el japonés.
Al final del tercer día, Yamamoto estaba exhausto; hasta un extraño dolor en su estomago lo arrastró de regreso al lobby del hotel por algunas horas.
En la mañana siguiente, Yamamoto, vencido por tres días de vigilia, se quedó dormido sobre el pavimento de una playa de estacionamiento. La bocina del conductor que acostumbraba estacionar allí lo despertó. Yamamoto tomó su mochila y siguió caminando.
Quizás no del todo despierto, abrumado por la mañana silenciosa, escuchó un ruido, un susurro, pero no había nadie a la vista.
Fue entonces que vio como el edificio de la Wells Fargo se acercaba al edificio de dos pisos en el lado opuesto de la calle, que en su primer nivel albergaba al Kansas Dance Club. Las ventanas en el quinto piso se abrían aplaudiendo algún show tardío en el club.
Main Street se retorcía, como una naranja exprimida por una mano experta.
Como si un niño travieso estuviera atrapado bajo el asfalto y pateara para librarse del encierro, la calle San Antonio se retorcía y se elevaba hasta los postes de luz.
Un cuento de hadas se escenificaba adentro de los parquímetros, en medio de la nube de números, vidrios opacos y acero. “¿Ya no corren los duendes en mi jardín?”
Los edificios gritaban demandando atención, “Hey, mírame, aun si me odias luego y no quieres caminar nunca mas a mi lado”.
Un farol salía de una alcantarilla, como un inocente dinosaurio que se ha quedado dormido y al despertar encuentra un paisaje desconocido donde todos los que conocía ya se fueron.
Yamamoto se sentó en el borde de la vereda por un rato, y miro el globo rojo clavado en el farol de la calle. Y recordó su pueblo, una aldea cercana a Osaka.
En su camino al Ayuntamiento, cruzó el puente que une al distrito San Francisco con el centro de la ciudad. Sintió en el primer paso, el centro donde todo el puente era presente, su pasado y su futuro, los besos olvidados, las lagrimas llenas de polvo de Guillermo, uno de los trabajadores que construyeron el puente, quien se enamoró de Mercedes, madre de siete hijos, tres de los cuales la ayudaban a vender tacos a los trabajadores.
Como un animal espantado, el tren se deslizó a lo largo de las vías hacia Yamamoto, quien abrió su camisa y recibió al tren en su abdomen. Por un rato, el arquitecto dejó al tren viajar en su cuerpo reposado.
Ya era la hora para encontrarse con el Alcalde y los arquitectos. Entusiasmado, en exceso quizás, Yamamoto tomo un pequeño respiro y habló desde la cabecera de la mesa de seminarios:
“No solo la gente se mueve, también lo hacen los edificios, yo los he visto caminar, nadar, correr, encontrarse y hacer el amor con otros edificios, en estacionamientos, sobre las calles. Los parques del lado este y del oeste bailan danzas exóticas bajo las nubes, en las montañas. Los faroles salen de los portales, otros se ocultan, las escaleras vuelan y los trenes pueden jugar en los cuerpos de las personas. ¿Se dan cuenta de lo que estoy diciendo? ¡La ciudad es un campo de juegos, una feria, un club de desnudistas, una biblioteca abierta, un laboratorio fantástico de nuestros sueños, los más enloquecidos!”.
Alguien del equipo técnico susurró: el rollo organicista. El japonés salió al cruce:
“Eso es una mirada miope sobre lo que estoy diciendo. ¡Vengan conmigo y verán por sí mismos!”.
Todos salieron del Ayuntamiento. Eran las cuatro en punto. Un sol enceguecedor. Un balcón, una invitación para nadar entre los arboles alineados al azar a lo largo de la calle.
Los funcionarios y los arquitectos vieron cuando el edificio de tres pisos trato de nadar una primera vez, pero falló. Era su segundo intento en una vida de cuarenta años. Algunas de sus paredes habían mirado la televisión con Verónica, aquella niña de 5 años que se mudó con su madre y su padrastro en marzo del ’75, una película de nadadores en los mares de California, una vez que sus padres riñeron. Al día siguiente, Verónica se fue con su madre, pero la habitación todavía recuerda.
Splashhhhh, un, dos, tres, cuatro, splashhh, dos, tres.
El Alcalde grito: ¡Bravo, bravo!, los arquitectos, en silencio.
Del otro lado de la calle, sobre el techo de un edificio amarillo de dos pisos, una mujer colgaba una sabana blanca en la soga. Mientras el viento jugaba con la ropa tendida, el edificio se retorcía como un pequeño tornado, e Isabel alzaba sus brazos, riendo mientras el edificio le hacia cosquillas en las piernas.
Los arquitectos regresaron al Ayuntamiento sin pronunciar palabra. El Alcalde reía en silencio.
Uno de los arquitectos, quizás inseguro sobre el futuro de su empleo, hizo su propia investigación, se presentó en la oficina del Alcalde al día siguiente.
“El Japonés estuvo bajo tratamiento psicológico mientras rediseñaba aquella ciudad en Iowa.”
El Alcalde no le dio la suficiente atención, y el arquitecto llamó por teléfono a uno de los reporteros del periódico local. Yamamoto no tenía mas que unas horas de vida en el proyecto de renovación de la ciudad. Tampoco Johnson.
Yamamoto volvió al hotel y se acordó de lo que decía el cerro del otro lado. Encontró la Biblia en el cajoncito de la mesita de luz.
Leyó las palabras mientras las imágenes circulaban enloquecidas por la habitación. Y se sorprendió al ver que no había dicho nada nuevo.
© María Berns
Si bien María Berns ubica su cuento en una supuesta ciudad de El Mirador, una lectura atenta de las calles y personajes permite descubrir a El Paso, su ciudad de residencia. Y Miraflores, la ciudad del otro lado de la frontera, recuerda sospechosamente a Ciudad Juárez, con sus maquilas y montañas del lado mejicano. El área, ubicada en el límite de los estados de Texas, Nuevo México y Chihuahua, era conocida por los españoles, ya a finales del siglo XVI, como “el paso del Norte”, un estratégico punto del “Camino Real” (el más antiguo camino de los Estados Unidos) entre el desierto de Chihuahua y las últimas estribaciones de las Rocallosas. La altitud es de 1.100 metros sobre el nivel del mar, y el promedio anual de lluvias es de 200 milímetros. Cinco puentes sobre el Río Grande comunican ambos lados de la frontera (que recién pudo establecerse definitivamente en 1963, debido a cambios en el cauce del río). La población de El Paso es de 600.000 habitantes, y la de Ciudad Juárez pasa el millón y medio. El Paso alberga a Fort Bliss, el más grande centro militar aeronáutico en el mundo. En Ciudad Juárez se han registrado varios centenares de casos de mujeres solas asesinadas, sin que se haya resuelto ninguno.
Un artículo en el diario mejicano La Jornada ilustra las tensiones propias de la frontera.
Borderdaily, una revista dedicada a la vida social en la frontera.
Un sistema de cámaras colocada por la Universidad de Texas y
las agencias de conservación federal y estatal,
brinda imágenes de El Paso actualizadas cada 10 o 15 minutos.
¿Será este el origen de la confusión de Yamamoto?
Una nota que explica la terrible huella del Klu Klux Klan en El Paso.