Malas noticias para émulos de Frank Gehry: los edificios concebidos como espectáculo se convertirán muy pronto en elefantes blancos. Los alcaldes de muchas ciudades del mundo están buscando otras maneras de atraer la atención sobre su localidad, que no impliquen gastar enormes sumas de dinero en edificios trofeo diseñados por arquitectos “de marca”.
Tres circunstancias están poniendo fin al boom de los edificios emblemáticos. La primera es la sobreoferta. La Bienal de Arquitectura de Venecia de 2002 mostró literalmente centenares de edificios grandes y glamorosos, que serán construidos en los próximos años. Pero precisamente por haber sido concebidos como espectáculos, estos edificios de firma han comenzado a contrarrestarse entre sí.
Les damos entonces el mismo status perceptual que a un afiche de Armani sobre una pared de Nueva York o Milán: los miramos, los juzgamos en un golpe de vista, y luego nos vamos. Esto no es un retorno adecuado para el tiempo, trabajo y dinero invertidos en generar estos edificios totémicos.
Segunda circunstancia: los edificios concebidos como destino turístico son difíciles de sostener en términos de negocios. Los turistas que recorren las ciudades raramente vuelven a visitar, por ejemplo, el Guggenheim de Bilbao, donde el número de concurrentes está declinando. El Reino Unido está inundado de edificios culturales emblemáticos – concebidos políticamente como símbolos grandes y costosos, y pagados con dinero de la lotería – que parecen condenados a dejar de ser negocio una vez que se agotó su novedad.
La tercera circunstancia es la emergencia de la “sociabilidad” y lo “vivible” como nuevos criterios para el diseño urbano. Los franceses – que con sus Grandes Proyectos inventaron la locura de los edificios trofeo- ahora caminan en otra dirección, hacia el desarrollo de eventos vivos y participativos como modo de agregar valor a un lugar.
La región de Provence-Aples-Cote d’Azur, que se describe como la “tierra de los festivales”, publicó un catálogo de 194 páginas con una lista de más de 300 eventos y festivales. Estos varían desde land art y arborescencia, música antigua y halconería, a festivales de humor, ritmo y fanfarria.
Los festivales culturales de tipo formal han tenido éxito en Francia durante años, pero la nueva sensación son las artes de la calle (arts de la rue). El arte callejero y las performances se han vuelto tan populares, que festivales sobre el tema son ahora presentados cada verano en Chalon-sur-Soane y Aurillac. Estos eventos, que ofrecen al mismo tiempo teatro callejero , circo, música y danza, han generado sucesos bien conocidos, tales como Royale Luxe, Iltopie, y Generik Vapeur.
Fue muy sorprendente que el pasado verano, el propio Ministro de Cultura francés, usualmente el epítome de la alta (por no decir costosa) cultura, asistió al evento de Chalon por primera vez. Y una asociación profesional por el arte en las calles ha sido formada para representar a los artistas y productores, y a los organizadores de festivales.
Jean-Marie Songy, director del festival de Aurillac, dice que estos eventos ejemplifican lo que el llama “ciudad abierta, el ideal utópico de la ciudad como un escenario abierto que sostiene la libertad de expresión”
Algunos artistas tienen miradas contradictorias sobre esta creciente atención de la que son objeto. Caty Avram, fundadora de Generik Vapeur, advierte que “estos festivales son indispensables para reunir a los artistas y a los programadores, pero debemos tener cuidado de que nuestras intervenciones callejeras no se conviertan en espectáculos observados por un publico pasivo. Deberíamos estar siempre buscando nuevas localizaciones, y gente no acostumbrada a nuestra clase de actos”. Olivier Brie, director de Art Point M, coincide con ella: “hay dos riesgos verdaderos para un festival como Chalon: la lluvia, y los espectadores que pagan” (Le Monde 20/7/02). “Los artistas de la calle recelan, ciertamente, de los espectáculos pasivos”, confirma Catherine Lemaire, directora de la dinámica agencia Eurekart.”La tendencia es apartarse de las performances muy elaboradas en búsqueda de interacciones más pequeñas e intimas. El pensamiento actual es que cada espectador puede ser también un artista”.
Lemaire sostiene que el teatro callejero se esta haciendo menos agresivo y provocativo. “Los artistas parecen menos confrontativos y más humanos: estamos viendo eventos más pequeños e íntimos, y la aparición de elencos unipersonales o de dos o tres personas, en contraste a los 15 o 20 que veíamos hace uno o dos años. Actualmente no es extraño para un artista provocar una interacción con una sola persona en la calle”. Otra tendencia que señala Lemaire, es que el arte de la calle está buscando nuevos tipos de localizaciones: “Los artistas dejan las galerías de la plaza principal, y prefieren los lugares de trabajo, el centro comercial o la fábrica”. Cada noviembre, Lemaire organiza un equivalente del Festival de Cine de Cannes en Montpellier: Label Rue, que reúne una selección de artistas y comisionados de eventos de toda Francia. Lemaire, que ha realizado eventos artísticos callejeros en docenas de ciudades de Francia, España e Italia, selecciona alrededor de 40 actos e invita a los programadores de festivales y a la gente de la ciudad para venir a verlos. Los artistas hacen sus números en estacionamientos, cafés al aire libre y en las mismas calles de Montpellier. Hay música de todas clases (jazz, tambores de lata, fanfarria marroquí, gritos “yeti”), artistas de grafitti, lanzallamas, y un escultor, Patrick Lefevre, que toca el saxofón en el tope de una pirámide de 15 metros de alto que el mismo construye.
JT
John Thackara es inglés, ex chofer de ómnibus, graduado en filosofía en Kent, periodista, escritor, director y “primer Perceptron” del sitio holandés Doors of Perception, experto en diseño e innovación, e integrante de grupos de asesoramiento a la Comunidad Europea y el gobierno de Holanda.
Publicado originalmente en Doors of Perception