Dos discursos contradictorios se superponen actualmente sobre Buenos Aires. Uno, que en general se vincula al boom turístico y a distintas autosatisfacciones corporativas (política, empresarial, cultural) apela al esplendor y al glamour de una ciudad fascinante, memorable y misteriosa. Otro, que no necesariamente niega el anterior, se focaliza en los problemas irresueltos de la ciudad, aquellos que pueden comprobarse con solo salir a la calle. De acuerdo al origen ideológico de quien adopta este discurso, el acento puede estar puesto respectivamente en la ineficiencia de Buenos Aires, en su inequidad, o en su explosiva combinación.
La idea que acompaña con más frecuencia este segundo discurso es la de colapso. Visto como amenaza, como inminencia o como catástrofe en curso, el concepto ronda los comentarios políticos, las producciones culturales y hasta las charlas familiares. Recientemente, la periodista Sandra Russo usa la palabra para titular una nota en Página 12 (además, en un texto relativamente breve, el sustantivo colapso y sus derivaciones son utilizadas en ocho ocasiones para definir la situación de la ciudad): “Buenos Aires es hoy una ciudad llena de trampas y obstáculos que les hacen la vida imposible a sus habitantes. A la ciudad magnífica que recorren los turistas y que todos amamos, esa ciudad de marcas de carácter fuerte, diversa, estilizada, se le superpone otra Buenos Aires, de una hostilidad creciente, de una agresividad que late en el pulso cotidiano. ¿Por qué no se habla del colapso? En la construcción, en las calles, en la limpieza, en el transporte público, en el tránsito, en la vivienda. ¿Por qué si estamos por votar un nuevo Jefe de Gobierno no se habla de colapso? ¿Por qué la política no enuncia con la palabra apropiada la sensación colectiva de estar a un paso de un desborde?”.
Al actualizarse esta edición de junio de café de las ciudades, se conocen ya los resultados de la primera vuelta de las elecciones para Jefe de Gobierno de Buenos Aires. El debate social que precederá al ballotage, o la expectativa por un mandato obtenido en las urnas, son una buena ocasión para subrayar la necesidad de que la política porteña supere su etapa infantil post-autonomía y encare la implementación de las políticas territoriales de las que ha prescindido antes y después de 1996. “La política (concluye Russo en su nota), en su forma más amplia, debería ocuparse de apagar ya esas llamas imaginarias que enciende el desencanto. Todos sabemos que estamos colapsando. Queremos saber también qué vamos a hacer con esto”.
MC (el que atiende)
Continúa en el comentario del libro Asimetrías Urbanas, de Luis Ainstein. Ver también la nota sobre la necesidad de políticas territoriales para Buenos Aires en este número de café de las ciudades.