Hace 65 millones de años un gran meteorito colisionó con la tierra, probablemente en la península de Yucatan, en Chicxulub, México. Evidencias científicas (en 2010, un panel internacional de 41 científicos apoyó esta hipótesis de 1980 de Luis y Walter Álvarez tras revisar 20 años de literatura científica) del campo de la paleontología y la geología dan cuenta de profundos cambios, a partir de este evento, con la desaparición repentina y gradual del 75% de la diversidad de formas de vida, producto de las modificaciones climáticas extremas.
La humanidad y la naturaleza han convivido en un aparente frágil equilibrio los últimos 2,5 millones de años. En todo este tiempo las poblaciones humanas han sido reguladas en su crecimiento por cambios en el clima, guerras, erupciones volcánicas, enfermedades, hambrunas, entre otras calamidades. En el año 1800 DC alcanzamos una población de 1.000 millones de personas con un tiempo de duplicaciones de 300 años. En 1974 llegamos a los cuatro mil millones, con un tiempo de duplicación de 47 años. Hoy, 7 de junio a las 20:15hs, alcanzamos 7.789.836.882 personas en el planeta. Tan o más exitosos que los dinosaurios en cuando a la expansión territorial a escala planetaria, nos diferencia como especie el grado de apropiación y dominio de la naturaleza, principalmente en los últimos 150 años.
Es evidente también que las sociedades humanas, cualesquiera sean sus condiciones o niveles de complejidad (formación social o momento histórico), no existen en un vacío ecológico sino que afectan y son afectadas por las dinámicas, ciclos y pulsos de la naturaleza. La forma de apropiarse, circular, transformar, consumir y excretar materiales o energía provenientes del mundo natural determina el grado de transformación de la naturaleza y condiciona la organización social. Este metabolismo entre sociedad y naturaleza a través del tiempo fue acelerándose a medida que los seres humanos superaron sus necesidades individuales o biológicas (oxigeno, agua, biomasa para sobrevivir) para satisfacer necesidades colectivas o sociales (energía y materiales para reproducir una forma de organización social y cultural).
En las actuales sociedades industriales la energía exosomática (necesaria para sostener el metabolismo social) sobrepasa de treinta a cuarenta veces la suma de la energía utilizada por los individuos que las conforman (ver los trabajos de José Manuel Naredo). En materia de economía de los recursos disponibles, la duplicación de la población en las últimas cinco décadas ha multiplicado por cuatro la extracción mundial de materiales (“La Perspectiva de los Recursos Mundiales”, 2019, preparado por el Panel Internacional de Recursos), que incluye combustibles fósiles, minerales metálicos y no metálicos medidos en tonelaje, y ha superado en un 50% la biocapacidad mundial (Living Planet Report, 2018) para sostener los niveles de consumo actuales de las sociedades humanas. En los últimos 100 años hemos colocado a un millón de especies de animales y plantas al borde de la extinción, a causa de la alteración con nuestras actividades humanas del 75% de los ambientes terrestres y alrededor de 66% del medio ambiente marino (revisión sistemática de alrededor de 15.000 fuentes científicas y gubernamentales; Plataforma Intergubernamental de Ciencia y Política sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas, IPBES, 2019). Los indicadores que miden la evolución en el tiempo de las disponibilidades de recursos materiales y energéticos (IRP), los cambios en el clima (IPCC), el estado de la biodiversidad (IPBES) y los avances hacia el desarrollo sostenible (ODS al 2030) anticipan que el proceso de apropiación y transformación de ecosistemas (sin entrar en la discusión ética sobre la cosificación de la naturaleza, y en la dimensión intangible de la naturaleza, creencias, conocimientos, percepciones, etc.) para satisfacer necesidades sociales y deseos, puede haber llegado o superado su límite ecológico (y porque no ético).
Aunque este análisis previo resulte indispensable no es suficiente para ver y comprender el mundo. La Tierra no es la suma de un planeta físico (y finito) más la biosfera más la Humanidad. La Tierra es una totalidad compleja físico-biológica-antropológica. Y hoy la economía (separada de la naturaleza) domina la tierra. Smith, en su obra, reconoce que la economía (las actividades humanas, la riqueza) depende del medio físico (de la naturaleza). Ricardo y Marx separan la noción de producción de su contexto físico-natural originario, convencidos de que la producción depende del trabajo y de la tecnología. Una racionalidad económica donde las actividades humanas que no generen valores de cambio no son parte de la economía. En esta noción aristotélica y de sistema abierto de la economía y su separación de la naturaleza han sido en vano todos los esfuerzos por internalizar los costos sociales y ambientales o pagar por el valor de uso actual o futuro.
Necesitamos entonces una economía cerrada, supeditada a las leyes físicas (principalmente los principios de la termodinámica) y la biocapacidad del planeta, que permita que no todos los flujos y activos naturales tengan que tener un valor de mercado, conocer las capacidades ecosistémicas de sostener nuestras actividades antes de emprender, construir, transformar… Decidir qué estilos de vida y de desarrollo son compatibles con el propósito de perpetuar la vida en el planeta (incluida la nuestra).
La idea preliminar de esta sección Regeneración Territorial es, entre otros propósitos, conectar a la economía con las ciencias de la naturaleza, con foco en las reflexiones sobre las estrategias de restauración, recuperación, reparación, regeneración de ciudades y territorios. Territorios, ciudades y ciudadanos constituyen las piezas claves para abordar este cambio de época marcado por la escala global de los retos climáticos, sociales, económicos, energéticos, ambientales, sanitarios e institucionales.
Un nuevo “desarrollo”, además de preocuparse por la justicia social (entendida como el reparto equitativo de bienes y servicios), deberá ocuparse también de reproducir la base natural de nuestra existencia y las condiciones que permiten la vida en el planeta. La mirada de la sostenibilidad ambiental (el popular desarrollo sustentable) ha intentado en las últimas tres décadas (por citar un punto de partida, el Informe Brundtland de 1987 presentado a la ONU) reducir los impactos de las actividades humanas y conservar los recursos para las próximas generaciones. Actividades humanas diseñadas desde la perspectiva extractivista, recursos naturales siempre supeditados a la lógica económica y generaciones futuras intangibles, sin posibilidad de ejercer sus derechos futuros en la toma de decisiones del presente.
La regeneración territorial no es (ni intenta serlo) un campo disciplinar consolidado. Nuestra intención es aportar a las reflexiones e intentar en este tiempo acercar diversas fórmulas de regeneración territorial sobre espacios construidos, naturales y mixtos. Aspiramos en ellas encontrar indicios de nuevas prácticas productivas y sociales, que tengan como criterio de éxito generar un impacto social y económico positivo pero fundamentalmente procuren mejorar las condiciones ambientales para la reproducción de la vida, indicador de éxito de la naturaleza.
AJ
El autor es Ecólogo Urbano, cofundador de La Ciudad Posible, director del Laboratorio de Economía Circular y codirector de la diplomatura de Desarrollo Ecosistémico de la UNRAF (Universidad Nacional de Rafaela).
Ver Regeneración Territorial (I): Turismo con impacto ambiental y social positivo. El caso Don Enrique, en Misiones, Argentina, por Virginia Criado y Lautaro Guadagna.