Dos de las tres candidaturas que pueden ganar las elecciones presidenciales de Argentina el próximo 22 de octubre comparten una convicción: creen que el mercado es el mejor distribuidor de recursos en una sociedad.
Esto implica el retroceso brutal de lo público o su virtual desaparición, en la educación, en la salud y, en lo que a nuestro campo respecta, en la producción de la ciudad. Por supuesto, esa libertad del zorro en el gallinero se complementa con la mano dura para reprimir la protesta social, otra coincidencia de ambas candidaturas. La política se disuelve en una competencia entre corporaciones y grupos económicos. ¿Qué candidata o candidato le resulta más útil a la Fundación Mediterránea, a Eurnekián, a Vila y a todas las etcéteras? ¿Quién garantiza un más rápido y eficiente recorte de jubilaciones, derechos laborales y resguardos sociales?
Sin un Estado fuertemente interventor en la producción de ciudad, el futuro de nuestras ciudades es la privatopía, una federación de barrios cerrados con el apartheid como modelo. Sin Estado productor de ciudad, ni siquiera es posible un capitalismo exitoso.
Más allá de los modales, más allá de los raros peinados de uno y los dudosos pasados de otra, más allá de gradualismos o de shocks, esa es la oferta de los bloques concentrados: váuchers y guetos, precariedad y ley de la selva, disolución urbana. Y sin ciudad, no hay sociedad, cumpliendo así el programa de Thatcher (la heroína de esa gente).
MC (el que atiende)
Imagen de portada: fotograma de Arkitekten, serie noruega localizada en una ciudad despojada de su carácter público. La nota que le dedicamos y Diez apuntes rápidos sobre la Biennale di Venezia abordan, entre otros temas, el rol de la arquitectura en la sociedad contemporánea.