La crítica historiográfica ha clasificado el proceso urbano colonial hispanoamericano, de manera general, en tres etapas o períodos: el fundacional o indiano, el barroco y el ilustrado (ver al respecto los trabajos de De Solano, 1992; Dávalos, 1997; Ramón, 1999; Lucena Giraldo, 2006). Aunque esta periodificación ha sido ampliamente aplicada al estudio de la ciudad colonial hispanoamericana, la historiografía en torno al proceso limeño ha entendido éste como un desarrollo cuasi unitario, priorizando sus continuidades antes que sus rupturas (ver por ejemplo: Cole, 1957; Bernales, 1992; Panfichi, 2005). Por su parte, el trabajo de Leonardo Mattos-Cárdenas (Mattos, 2004), aunque aborda este esquema, no se centra exclusivamente en Lima, además de que sus parámetros y límites de periodificación no se encuentran suficientemente definidos, enfatizando aspectos ideológicos, que se difuminan cuando se abordan tópicos como el proceso urbano.
El objetivo de este ensayo es realizar una lectura crítica del proceso urbano de la Ciudad de Los Reyes, a partir del estudio de su periodificación, discutiendo las características, la cronología, así como los puntos de inflexión que definen cada una de ellas. Distinguimos tres aspectos o ejes en el análisis de cada período: i) la influencia de las instituciones laicas y religiosas en la estructura urbana, ii) los programas de obras públicas e intervenciones urbanísticas, y iii) el crecimiento físico de la ciudad. La periodificación propuesta tiene un objetivo metodológico, cuya justificación -o no- será materia de discusión de las siguientes líneas.
1.- Lima Fundada: La ciudad fundacional (1535-1571)
Una primera etapa tiene que ver con el modelo fundacional, que partía de la cuadrícula de 9 por 13 cuadras trazada por Pizarro en 1535, con un total de 117 manzanas y 464 solares, comparable en extensión sólo con México (1530) y Buenos Aires (1536). En esta etapa los parámetros jurídicos guiaron fuertemente el trazado y crecimiento de la nueva ciudad, al aplicarse cuidadosamente las disposiciones urbanísticas por parte de sus primeras autoridades . El tejido y organización espacial habían sido previstos ya en las ordenanzas que regularon la fundación de ciudades en el Caribe desde principios del siglo XVI y que en conjunto se consolidaron en las Nuevas Ordenanzas de Población de 1573, en tiempos de Felipe II (Bielza de Ory, 2002).
El gran reto de la ciudad fundacional fue cómo establecer un trazado y organizar el territorio en una trama preconstruida bajo parámetros nativos. Se trataba de una intervención, en primer lugar, sobre el espacio, donde lo urbanístico se supedita a las nuevas relaciones que se establecen con el medio, entendiéndose éste como una tabula rasa y no como producto de un extenso proceso, no obstante la presencia de infraestructuras y arquitectura indígena.
La organización espacial de la Ciudad de Los Reyes partía de la Plaza Mayor, que constituía un espacio aglutinador y simbólico del poder colonial, además de núcleo de articulación de la urbe. Los nuevos vecinos ocuparon el Damero de Pizarro, mientras la plebe, los esclavos e indios mitayos se establecían en las propiedades de los vecinos u ocupaban ranchos y chacras en el entono rural. Junto al componente laico, la institución religiosa tuvo un papel central en la estructuración de Lima. El crecimiento poblacional y urbanístico se produjo alrededor de las iglesias, parroquias, hospitales y capillas. Los nuevos barrios se desarrollan alrededor de las parroquias, cuyo origen, a excepción de San Lázaro (1739), se encontraban en el siglo XVI: El Sagrario (1541); San Sebastián (1564); Santa Ana (1568); San Marcelo (1585). Así, tan importante como las instituciones laicas fue el papel que cumplieron las instituciones eclesiásticas en la organización espacial y administrativa de la ciudad.
Durante las primeras décadas de la fundación limense se producen dos tendencias en el crecimiento urbano: por un lado, un crecimiento intenso en torno a la Plaza Mayor y sobre el trazado primigenio, tras la distribución continua de solares y estancias por parte de las autoridades que buscaban consolidar el damero fundacional. Por otro lado, tiene lugar un proceso de urbanización del entorno ribereño. El desarrollo de la ciudad siguiendo el eje ribereño se produce desde tiempos tempranos, debido a la función económica del Rímac, en cuyas inmediaciones se establecieron molinos, huertas y conventos principales. El trazado y emplazamiento mismo de Lima se encontraba asociado directamente a la presencia del Rímac, presentando una tipología de ciudad excéntrica, cuya plaza principal se localizaba a escasos metros del “río hablador”. En conjunto, el crecimiento de la ciudad en esta etapa estuvo limitado solamente por los ejidos y montes reservados al aprovisionamiento de leña y a tierras y chacras.
El urbanismo propuesto en 1535 se fracciona muy pronto al adaptarse a las estructuras prehispánicas, además de la tendencia de sus habitantes a transgredir el trazado, por lo cual diversas ordenanzas y provisiones fueron emitidas por el Cabildo con el fin de regular el crecimiento de la nueva urbe. Una ruptura más clara del tejido primigenio tiene que ver con el establecimiento de las reducciones en las inmediaciones de Lima. Las fundaciones del pueblo de Santiago del Cercado (1571) y, antes, del Hospital de San Lázaro (1563) constituyeron núcleos que aglutinaron una creciente población, propiciando nuevos ejes de crecimiento de la urbe hacia el este y el norte de Lima.
II. Lima Monástica: La ciudad conventual (1571-1746)
La importancia de la edilicia religiosa en la organización física y administrativa de Lima alcanzó en este período una posición culminante. Los diferentes artefactos de la infraestructura eclesiástica, como iglesias, capillas y conventos, adquirieron una importancia capital en Lima, debido al crecimiento y consolidación de la institución religiosa en la sociedad virreinal peruana. La edilicia religiosa constituyó el centro del ordenamiento espacial y definió en buena medida el paisaje urbano limeño (un trabajo que se ocupa de las estrechas relaciones entre proceso urbano e institución eclesiástica en Lima virreinal lo encontramos en Sáenz Mori, Isaac, 2005).
El desarrollo de este urbanismo, que Ramón Serrera ha denominado conventual (Serrera, 1996), estuvo acompañado de dos aspectos que caracterizaron asimismo la Lima monástica:
1) Una estructura compacta y centrípeta, en torno a sus plazas y murallas, dirigiéndose el foco de atención al interior de la urbe, siendo poco inclusiva con el entorno. Así, el “Damero de Pizarro”, el núcleo fundacional de la ciudad, se organizaba en torno a la Plaza Mayor. El conjunto de plazas menores de la ciudad miraban a este núcleo central, así como las iglesias y plazuelas conventuales, tratándose los siguientes sectores como los bordes y confines de la urbe. El barrio de San Lázaro, por ejemplo, constituía el arrabal de Lima, espacio de la plebe, los indios, los leprosos y los negros manumisos.
2) Como en las ciudades pre-modernas, los límites de los ámbitos rural y urbano no se encontraban claramente definidos ni sus usos consolidados. Las funciones residenciales, comerciales, recreativas, de servicios, religiosas, funerarias, etc., se encontraban superpuestas, sin una diferenciación espacial específica. De hecho, este aspecto fue ampliamente criticado durante el siglo XVIII, produciéndose un conjunto de planteamientos dirigidos al ordenamiento de las actividades urbanas.
Con el desarrollo intensivo de los edificios religiosos (alrededor de si mismos) y extensivo (diseminados en la urbe), la ciudad limeña experimentó un crecimiento acelerado, cuyos límites podemos situarlos entre fines del siglo XVI y la primera mitad del siglo XVII. Los planos de fines del siglo XVII (1674, 1682, 1685 y 1687) nos muestran el perfil más difundido de la ciudad a través del periodo colonial, en el momento culminante de la ciudad conventual (procesos similares referentes a reformas introducidas en la ciudad en aspectos constructivos, administrativos y de estructura y ordenamiento espacial tras la ocurrencia de desastres naturales, pueden encontrase durante el siglo XVIII en España y otras ciudades europeas, además del paradigmático caso de Lisboa; Petrana Miltenov ha destacado por ejemplo, la estrecha relación entre el sismo de 1783 y la reconstrucción reformista de la urbe Italiana borbónica, en el caso de la ciudad de Catanzaro). Sólo a fines del siglo XVIII vuelve a retomarse este ritmo de desarrollo urbanístico, aunque bajo un carácter dirigido.
El desarrollo de la urbe conventual estuvo muchas veces en pugna con el Cabildo limeño, que velaba por la estricta adecuación al trazado de Pizarro, y detrás de esto, la sujeción a las Ordenanzas de Población de 1573, prohibiendo cerrar calles, invadir plazas y respetando, en general, el interés público.
A diferencia de la primera etapa de Lima, durante el desarrollo de la ciudad conventual, el crecimiento es más espontáneo, con el desarrollo de una arquitectura religiosa que tiende a aglutinar viviendas en su entorno. Aún procurando conservar el trazado original, Lima se desarrolla en dirección al Cercado y al otro lado del Puente Viejo, en el barrio de Malambo o San Lázaro.
Junto al desarrollo de una edilicia religiosa, tuvo lugar en este periodo de la urbe limeña un crecimiento constante de la infraestructura militar. Las amenazas e incursiones continuas de filibusteros en las costas del virreinato y en el espacio colonial hispanoamericano en general, produjeron un interés por la defensa de las ciudades costeras, entre ellas Lima (Nicolini, Alberto). Luego de la construcción de las murallas del Callao (1641), y de diferentes proyectos de defensa de Lima como el de Cristóbal de Espinosa de 1626, se edificó el sistema de fortificación en 1687, marcando el inicio de un conjunto de equipamientos castrenses tanto en Lima como en sus inmediaciones, con el fin de conferir seguridad a la primera ciudad de América Meridional.
III. Lima Borbónica: El sismo de Lima y la construcción de la ciudad de los Borbones (1746-1824)
Una coyuntura que propició los cambios en la ciudad de Lima durante el siglo XVIII tiene que ver con el sismo y maremoto de 1746. La principal característica del proceso de reconstrucción de Lima y el Puerto del Callao fue su relación con la implementación de un programa de reformas urbanas en los ámbitos de la administración y el ordenamiento espacial y territorial. Un conjunto de obras e intervenciones empezaron a bosquejarse, en consonancia con las teorías y prácticas urbanísticas contemporáneas, en un proceso reconstructivo que marcaría pauta de las obras en las décadas siguientes y que expresaban las nuevas orientaciones del Virrey en temas urbanísticos y de gestión.
Los factores centrales en la reconstrucción de la ciudad fueron la seguridad y la defensa, desde la perspectiva virreinal, abocándose primeramente en la rehabilitación de los edificios administrativos: Real Palacio, Tribunales, Casa de la Moneda y demás dependencias, junto a las murallas de la ciudad y las obras del Callao.
El proceso reconstructivo introdujo un conjunto de disposiciones que regulaban las prácticas urbanas y que los reformistas establecerán más adelante, durante los gobiernos del Virrey Amat y luego, con el Intendente Jorge Escobedo, como la división de la ciudad en cuarteles y barrios y el marcado interés por la salubridad urbana, disponiendo en este sentido los entierros fuera de las iglesias.
A diferencia de lo que sucedía en el periodo fundacional y monástico, donde la iglesia fue gravitante en la estructuración de la ciudad, en la segunda mitad del siglo XVIII se intensifican las obras laicas en desmedro de la edilicia religiosa, que responden a un proceso de secularización de la urbe, dirigido desde la autoridad virreinal. La reconstrucción de la ciudad y su puerto fue una ocasión propicia para reordenar el entorno limeño desde aspectos constructivos como funcionales, trazándose un conjunto de equipamientos urbanos y una nueva organización que privilegió los aspectos mercantiles y defensivos, en base a un programa fuertemente laico, en clara oposición a la organización anterior, basada en la esfera religiosa.
Otro aspecto resaltante en el proceso urbano del siglo XVIII, fue la intensificación en la construcción de obras públicas. La propuesta de infraestructuras novedosas se inscribió en un intenso debate, generalizado en las ciudades dieciochescas europeas y americanas, en torno a los cambios y reformas que debían realizarse en la ciudad, en aspectos como los entierros, la salubridad y la seguridad urbana, centrándose alrededor de la construcción de equipamientos destinados a albergar las nuevas funciones del estado moderno como la sanidad, los entierros, el confinamiento y la administración pública. La ciudad asimila las tendencias contemporáneas, a través de las obras de los ilustrados, que impregnaron buena parte de las ordenanzas, provisiones y proyectos que guiaron el desarrollo de la ciudad bajo la administración borbónica.
Las obras desplegadas durante el régimen borbónico presentaron en conjunto un carácter heterogéneo. Las tipologías edilicias construidas fueron similares en la Metrópoli como en las demás ciudades coloniales hispanoamericanas: paseos públicos o alamedas, coliseos de gallos, plazas de toros, cementerios, fábricas de tabacos, cuarteles, almacenes militares, hospicios, edificios administrativos diversos.
Entre los diferentes tipologías de obras, la alameda tuvo un papel esencial en el proceso de cambios que experimentó la ciudad, como elemento de ruptura del tejido reticular, tanto como de articulación urbana, vinculando la ciudad regular y el entorno natural, de trazado orgánico (ver Lucena Giraldo, 2006: 154). Ramón Gutiérrez entiende la alameda como el elemento urbano paradigmático de las reformas introducidas por los Borbones en el escenario urbano porteño. En el caso limeño, las alamedas permitieron articular los barrios periféricos (San Lázaro, Malambo y Acho) con la ciudad amurallada, así como con el entorno rural, el valle y el puerto del Callao, como fue el caso de la Alameda del Callao, obra paradigmática del urbanismo tardo colonial limeño.
La obra que sintetizó en buena medida el proyecto urbanístico y de ordenamiento del territorio del período colonial tardío tiene que ver con la construcción del Nuevo Camino del Callao. Trazado por el Virrey Ambrosio O-Higgins en 1799, partía de la portada del mismo nombre y se extendía por más de dos leguas hasta el Real Felipe, articulando tres núcleos urbanos: Lima, Bellavista y El Callao, además de La Legua, describiendo una línea recta que iba desde la murallas de Lima, hasta el Puerto, extendiéndose visualmente hacia el océano, siguiendo un proceso que Leonardo Benévolo ha denominado la “búsqueda del infinito” (Benévolo, 1994: 81-104). Su trazado evidenciaba la búsqueda de una absoluta racionalidad proyectual, sometiéndose a principios geométricos, subordinando el entorno rural a la nueva infraestructura vial, extendiendo además la escala urbana, articulando la ciudad, el valle y el espacio litoral. Una obra singular en el contexto regional, que evidenciaba la absoluta asimilación y desarrollo de las ideas iluministas por parte de sus gestores.
La Ciudad de Los Reyes incorporó, a través de tres siglos de proceso urbano, un conjunto de prácticas y políticas urbanísticas que se movieron entre la adecuación a una férrea legislación y un crecimiento espontáneo, que buscó imponer sus propias reglas. La infraestructura laica, representada por edificios administrativos y militares, adquiere un creciente protagonismo frente a la edilicia religiosa conforme nos acercamos al ocaso del sistema virreinal. Los puntos de inflexión del proceso limeño tienen que ver, por un lado, con la apertura de nuevos núcleos urbanos en los alrededores de la ciudad a fines del siglo XVI y el crecimiento de la misma sobre estos nuevos ejes y, por otro, con calamidades tales como el sismo de 1746 y las guerras de independencia a principios del siglo XIX.
IDS
El autor es arquitecto, Maestría en Historia por la UNMSM, Doctor en Arquitectura por la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de la Universidad de Sevilla, Doctorando en Historia por la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Presidente de Andamer, Asociación para el patrimonio iberoamericano. Editor de la Revista Lima CAP, del Colegio de Arquitectos del Perú-Regional Lima. Autor del libro Urbe y Fortificación. Las murallas ribereñas de Lima, Lima, Municipalidad Metropolitana de Lima, 2004.
Contacto: [email protected]
Ver el artículo El paraíso estropeado. Imágenes ambiguas de las ciudades americanas a finales del siglo XVIII, de Manuel Lucena Giraldo (Instituto de Historia-CSIC, España) en la Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales de la Universidad de Barcelona.
Ver el artículo De la ciudad ortogonal aragonesa a la ciudad cuadricular hispanoamericana como proceso de innovación-difusión, condicionado por la utopía, de Vicente Bielza de Ory (catedrático de Geografía Humana del Departamento de Geografía y Ordenación del Territorio, Universidad de Zaragoza) en la Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales de la Universidad de Barcelona.
Ver el artículo La Ciudad Hispanoamericana en los siglos XVII y XVIII, de Alberto Nicolini (Universidad Nacional de Tucumán. Argentina), en el sitio upo.es.
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