N. de la R.: El texto de esta nota reproduce un fragmento del capítulo 7, “Sociabilidad (1825)”, del Facundo, ensayo biográfico y político sobre la vida del caudillo de la provincia argentina de La Rioja, Facundo Quiroga, escrito en el exilio en 1845 por quien luego sería presidente argentino. El libro fue publicado originalmente por entregas en el diario chileno El Progreso y es un clásico de la literatura argentina, en el que Sarmiento expone en un excelente estilo literario su programa político-ideológico (claramente sintetizado en la antinomia que propone el título original: Civilización y barbarie: vida de Juan Facundo Quiroga, y aspecto físico, costumbres y hábitos de la República Argentina). Se han señalado en la edición algunas referencias erróneas originales del libro, y se ha mantenido la ortografía original. Se toma como referencia la edición crítica y documentada de 1938, Universidad Nacional de La Plata, con prólogo de Alberto Palcos.
La société du moyen-âge était composée des débris de mille autres sociétés. Toutes les formes de liberté et de servitude se rencontraient; la liberté monarchique du roi, la liberté individuelle du prêtre, la liberté privilégiée des villes, la liberté représentative de la nation, l’esclavage romain, le servage barbare, la servitude de l’aubain.
Chateaubriand

(…) Presentaba la República Arjentina, en aquella época, un cuadro animado e interesante. Todos los intereses, todas las ideas, todas las pasiones se habían dado cita para agitarse i meter ruido. Aquí, un caudillo que no quería nada con el resto de la República; allí, un pueblo que nada más pedía que salir de su aislamiento; allá, un Gobierno que transportaba la Europa a la América; acullá, otro que odiaba hasta el nombre de civilización; en unas partes se rehabilitaba el Santo Tribunal de la Inquisición; en otras se declaraba la libertad de las conciencias, como el primero de los derechos del hombre; unos gritaban: “Federación”; otros, “Gobierno central”; cada una de estas diversas fases tenía intereses i pasiones fuertes, invencibles en su apoyo. Yo necesito aclarar un poco este caos, para mostrar el papel que tocó desempeñar a Quiroga, i la grande obra que debió realizar. Para pintar el comandante de campaña que se apodera de la ciudad i la aniquila al fin, he necesitado describir el suelo argentino, los hábitos que engendra, los caracteres que desenvuelve. Ahora, para mostrar a Quiroga saliendo ya de su provincia i proclamando un principio, una idea, i llevándola a todas partes en la punta de las lanzas, necesito también trazar la carta geográfica de las ideas i de los intereses que se agitaban en las ciudades. Para este fin necesito examinar dos ciudades, en cada una de las cuales predominaban las ideas opuestas, Córdoba i Buenos Aires, tales como existían hasta 1825.

Córdova
Córdova era, no diré la ciudad más coqueta de la América, porque se ofendería de ello su gravedad española, pero sí una de las ciudades más bonitas del continente. Sita en una hondonada que forma un terreno elevado, llamado Los Altos, se ha visto forzada a replegarse sobre sí misma, a estrechar i reunir sus regulares edificios. El cielo es purísimo, el invierno, seco i tónico; el verano, ardiente i tormentoso. Hacia el oriente tiene un bellísimo paseo de formas caprichosas, de un golpe de vista mágico. Consiste en un estanque de agua encuadrado en una vereda espaciosa, que sombrean sauces añosos i colosales. Cada costado es de una cuadra de largo, encerrado bajo una reja de fierro forjado con enormes puertas en los centros de los cuatro costados, de manera que el paseo es una prisión encantada, en que se da vueltas, siempre en torno de un vistoso cenador de arquitectura griega. En la plaza principal está la magnífica catedral de orden gótico (sic), con su enorme cúpula recortada en arabescos, único modelo que yo sepa que haya en la América del Sur de la arquitectura de la Edad Media. A una cuadra está el templo i convento de la Compañía de Jesús, en cuyo presbiterio hay una trampa que da entrada a subterráneos que se extienden por debajo de la ciudad, i van a parar no se sabe todavía adónde; también se han encontrado los calabozos en que la Sociedad sepultaba vivos a sus reos. Si queréis, pues, conocer monumentos de la Edad Media (sic) i examinar el poder i las formas de aquella célebre Orden, id a Córdova, donde estuvo uno de sus grandes establecimientos centrales de América.

En cada cuadra de la sucinta ciudad hay un soberbio convento, un monasterio o una casa de beatas o de ejercicios. Cada familia tenía entonces un clérigo, un fraile, una monja o un corista; los pobres se contentaban con poder contar entre los suyos un betlemita, un motilón, un sacristán o un monacillo.
Cada convento o monasterio tenía una ranchería contigua, en que estaban reproduciéndose ochocientos esclavos de la Orden: negros, zambos, mulatos i mulatillas de ojos azules, rubias, rozagantes, de pierna bruñida como el mármol; verdaderas circasianas dotadas de todas las gracias, con más, una dentadura de origen africano, que servía de cebo a las pasiones humanas: todo para mayor honra i provecho del convento a que estas huríes pertenecían.
Andando un poco en la visita que hacemos, se encuentra la célebre Universidad de Córdova, fundada nada menos que en el año 1613, i en cuyos claustros sombríos han pasado su juventud ocho generaciones de doctores en ambos derechos, ergotistas insignes, comentadores i casuistas. Oigamos al célebre Deán Funes describir la enseñanza i espíritu de esta famosa Universidad, que ha provisto durante dos siglos de teólogos i doctores a una gran parte de la América: “El curso teológico duraba cinco años i medio. La Teología participaba de la corrupción de los estudios filosóficos. Aplicada la filosofía de Aristóteles a la Teología, formaba una mezcla de profano i espiritual. Razonamientos puramente humanos, sutilezas i sofismas engañosos, cuestiones frívolas e impertinentes; esto fue lo que vino a formar el gusto dominante de estas escuelas”. Si queréis penetrar un poco más en el espíritu de libertad que daría esta instrucción, oíd al Deán Funes todavía: “Esta Universidad nació i se creó exclusivamente en manos de los jesuitas, quienes la establecieron en su colegio llamado Máximo, de la ciudad de Córdova”. Muy distinguidos abogados han salido de allí; pero literatos, ninguno que no haya ido a rehacer su educación en Buenos Aires i con los libros modernos.

Esta ciudad docta no ha tenido hasta hoy teatro público, no conoció la ópera, no tiene aún diarios, i la imprenta es una industria que no ha podido arraigarse allí. El espíritu de Córdova hasta 1829 es monacal i escolástico; la conversación de los estrados rueda siempre sobre las procesiones, las fiestas de los santos, sobre exámenes universitarios, profesión de monjas, recepción de las borlas de doctor.
Hasta dónde puede esto influir en el espíritu de un pueblo ocupado de estas ideas durante dos siglos, no puede decirse; pero algo ha debido influir, porque ya lo veis, el habitante de Córdova tiende los ojos en torno suyo i no ve el espacio; el horizonte está a cuatro cuadras de la plaza; sale por las tardes a pasearse, i en lugar de ir i venir por una calle de álamos, espaciosa i larga como la cañada de Santiago, que ensancha el ánimo i lo vivifica, da vueltas en torno de un lago artificial de agua sin movimiento, sin vida, en cuyo centro está un cenador de formas majestuosas, pero inmóvil, estacionario: la ciudad es un claustro encerrado entre barrancas; el paseo es un claustro con verjas de fierro; cada manzana tiene un claustro de monjas o frailes; los colegios son claustros; la legislación que se enseña, la Teología; toda la ciencia escolástica de la Edad Media es un claustro en que se encierra i parapeta la inteligencia, contra todo lo que salga del texto i del comentario. Córdova no sabe que existe en la tierra otra cosa que Córdova; ha oído, es verdad, decir que Buenos Aires está por ahí; pero si lo cree, lo que no sucede siempre, pregunta: “¿Tiene Universidad?, pero será de ayer; veamos: ¿Cuántos conventos tiene? ¿Tiene paseo como éste? Entonces eso no es nada”. “¿Por qué autor estudian ustedes legislación allá?”, preguntaba el grave doctor Jigena a un joven de Buenos Aires. “Por Bentham”. “¿Por quién dice usted? ¿Por Benthamcito?”, señalando con el dedo el tamaño del volumen en dozavo, en que anda la edición de Bentham. “¡Por Benthamcito! En un escrito mío hay más doctrina que en esos mamotretos. ¡Qué Universidad i qué doctorzuelos!” . “¿I ustedes por quién enseñan?” “¡Hoi!, ¿el cardenal de Luca?… ¿Qué dice usted?” “¡Diecisiete volúmenes en folio!…”.

En verdad que el viajero que se acerca a Córdova busca i no encuentra en el horizonte la ciudad santa, la ciudad mística, la ciudad con capelo i borlas de doctor. Al fin, el arriero le dice: “Vea ahí…, abajo, entre los pastos…”. I, en efecto, fijando la vista en el suelo, i a corta distancia, vense asomar una, dos, tres, diez cruces seguidas de cúpulas i torres de los muchos templos que decoran esta Pompeya de la España de la media edad.
Por lo demás, el pueblo de la ciudad, compuesto de artesanos, participaba del espíritu de las clases altas: el maestro zapatero se daba los aires de doctor en zapatería i os enderezaba un texto latino al tomaros gravemente la medida; el ergo andaba por las cocinas i en boca de los mendigos i locos de la ciudad, i toda disputa entre ganapanes tomaba el tono i forma de las conclusiones. Añádase que durante toda la revolución, Córdova ha sido el asilo de los españoles en todas las demás partes maltratados. ¿Qué mella haría la revolución de 1810 en un pueblo educado por los jesuitas i enclaustrado por la naturaleza, la educación i el arte? ¿Qué asidero encontrarían las ideas revolucionarias, hijas de Rousseau, Mably, Raynal i Voltaire, si por fortuna atravesaban la pampa para descender a la catacumba española, en aquellas cabezas disciplinadas por el peripato para hacer frente a toda idea nueva; en aquellas inteligencias que, como su paseo, tenían una idea inmóvil en el centro, rodeada de un lago de aguas muertas, que estorbaba penetrar hasta ellas?
Hacia los años de 1816, el ilustrado i liberal Deán Funes logró introducir en aquella antigua Universidad los estudios hasta entonces tan despreciados: Matemáticas, Idiomas vivos, Derecho público, Física, Dibujo i Música. La juventud cordobesa empezó, desde entonces, a encaminar sus ideas por nuevas vías, i no tardó mucho en dejarse sentir los efectos de lo que trataremos en otra parte, porque por ahora sólo caracterizo el espíritu maduro, tradicional, que era el que predominaba.

La revolución de 1810 encontró en Córdova un oído cerrado, al mismo tiempo que las provincias todas respondían a un tiempo al grito de: “¡A las armas! ¡A la libertad!”. En Córdova, empezó Liniers a levantar ejércitos para que fuesen a Buenos Aires a ajusticiar la revolución; a Córdova mandó la Junta, uno de los suyos i sus tropas, a decapitar a la España. Córdova, en fin, ofendida del ultraje, i esperando venganza i reparación, escribió con la mano docta de la Universidad, i en el idioma del breviario i los comentadores, aquel célebre anagrama que señalaba al pasajero la tumba de los primeros realistas sacrificados en los altares de la patria:

En 1820, un ejército se subleva en Arequito, i su jefe, cordobés, abandona el pabellón de la patria i se establece pacíficamente en Córdova, que se goza en haberle arrebatado un ejército. Bustos crea un Gobierno colonial, sin responsabilidad; introduce la etiqueta de corte, el quietismo secular de la España, i así preparada, llega Córdova al año 25, en que se trata de organizar la República i constituir la revolución i sus consecuencias. (…)
DFS
El autor nació en San Juan, Argentina, en 1811. Fue maestro, periodista, escritor y político. Fue Director General de Escuelas de la Provincia de Buenos Aires, Senador y Presidente de la República Argentina entre 1868 y 1874. Impulsó la Ley 1420, de educación pública, gratuita y obligatoria, y en el campo urbanístico promovió la construcción del Parque 3 de Febrero en Buenos Aires. Murió en 1888. Su valoración histórica resulta sumamente controvertida: mientras que la línea liberal tradicional ensalza su compromiso con el Progreso (en el sentido que esta idea tenía en el siglo XIX) y con la educación masiva, las corrientes revisionistas señalan su desprecio por el territorio (“el mal que afecta a la República Argentina es su extensión”, asevera al principio del Facundo) y el pueblo argentino existentes: se le atribuye la autoría ideológica de la persecución del “gaucho” en el período conocido como la Organización Nacional.
El capítulo cuyo fragmento se ha reproducido en esta nota continúa con una descripción de Buenos Aires como ciudad antagónica a la Córdoba así descripta. Dice por ejemplo Sarmiento: “ …no es fácil darse idea de la cultura i refinamiento de la sociedad de Buenos Aires hasta 1828. Todos los europeos que arribaban creían hallarse en Europa, en los salones de París; nada faltaba, ni aun la petulancia francesa, que se dejaba notar, entonces, en el elegante de Buenos Aires. Me he detenido en estos pormenores para caracterizar la época en que se trataba de constituir la República i los elementos diversos que se estaban combatiendo. Córdova, española por educación literaria i religiosa, estacionaria i hostil a las innovaciones revolucionarias, i Buenos Aires, todo novedad, todo revolución i movimiento, son las dos fases prominentes de los partidos que dividían las ciudades todas; en cada una de las cuales estaban luchando estos dos elementos diversos que hay en todos los pueblos cultos. No sé si en América se presenta un fenómeno igual a éste, es decir, los dos partidos, retrógrado i revolucionario, conservador i progresista, representados altamente cada uno por una ciudad civilizada de diverso modo, alimentándose cada una de ideas extraídas de fuentes distintas: Córdova, de la España, los Concilios, los Comentadores, el Digesto; Buenos Aires, de Bentham, Rousseau, Montesquieu i la literatura francesa entera. A estos elementos de antagonismo se añadía otra causa no menos grave: tal era el aflojamiento de todo vínculo nacional, producido por la revolución de la Independencia. Cuando la autoridad es sacada de un centro, para fundarla en otra parte, pasa mucho tiempo antes de echar raíces”.
Sobre Córdoba, ver también las notas Córdoba siempre estuvo cerca… y Planificación y crecimiento urbano en la ciudad de Córdoba, en este número de café de las ciudades.