N. de la R.: El texto de esta nota está extraído de Clío, primero de Los nueve libros de la Historia. La traducción utilizada es de Bartolomé Pou (siglo XVIII). Fuente: eBooksBrasil.org. Contenido disponible bajo los términos de GNU Free Documentation.
(…) CLXXVII. Mientras Hárpago destruía el Asia baja, Ciro en persona sujetaba las naciones del Asia superior, sin perdonar a ninguna. Nosotros pasaremos en silencio la mayor parte, tratando únicamente de aquellas que con su resistencia le dieron más que hacer y que son más dignas de memoria. Ciro, pues, cuando tuvo bajo su obediencia todo aquel continente, pensó en hacer la guerra a los asirios.
CLXXVIII. La Asiria tiene muchas y grandes ciudades, pero de todas ellas la más famosa y fuerte era Babilonia, donde existía la corte y los palacios reales después que Nínive fue destruida. Situada en una gran llanura, viene a formar un cuadro, cuyos lados tienen cada uno de frente ciento veinte estadios(N. del E.: un estadio equivale a 180 metros), de suerte que el ámbito de toda ella es de cuatrocientos ochenta. Sus obras de fortificación y ornato son las más perfectas de cuantas ciudades conocemos. Primeramente la rodea un foso profundo, ancho y lleno de agua. Después la ciñen unas murallas que tienen de ancho cincuenta codos reales, y de alto hasta doscientos, siendo el codo real tres dedos mayor del codo común y ordinario(N. del E.: un codo real equivale a 52,35 centímetros).
CLXXIX. Conviene decir en qué se empleó la tierra sacada del foso, y cómo se hizo la muralla. La tierra que sacaban del foso la empleaban en formar ladrillos, y luego que estos tenían la consistencia necesaria los llevaban a cocer a los hornos. Después, valiéndose en vez de argamasa de cierto betún caliente, iban ligando la pared de treinta en treinta filas de ladrillos con unos cestones hechos de caña, edificando primero de este modo los labios o bordes del foso, y luego la muralla misma. En lo alto de esta fabricaron por una y otra parte unas casillas de un solo piso, las unas enfrente de las otras, dejando en medio el espacio suficiente para que pudiese dar vueltas una carroza. En el recinto de los muros hay cien puertas de bronce, con sus quicios y umbrales del mismo metal. A ocho jornadas de Babilonia se halla una ciudad que se llama Is, en la cual hay un río no muy grande que tiene el mismo nombre y va a desembocar al Eufrates. El río Is lleva mezclados con su corriente algunos grumos de asfalto o betún, de donde fue conducido a Babilonia el que sirvió para sus murallas.
CLXXX. La ciudad está dividida en dos partes por el río Eufrates, que pasa por medio de ella. Este río, grande, profundo y rápido, baja de las Armenias y va a desembocar en el mar Eritreo. La muralla, por entrambas partes, haciendo un recodo llega a dar con el río, y desde allí empieza una pared hecha de ladrillos cocidos, la cual va siguiendo por la ciudad adentro las orillas del río. La ciudad, llena de casas de tres y cuatro pisos, está cortada con unas calles rectas, así las que corren a lo largo, como las trasversales que cruzan por ellas y van a parar al río. Cada una de estas últimas tiene una puerta de bronce en la cerca que se extiende por las márgenes del Eufrates; de manera que son tantas las puertas que van a dar al río, cuántos son los barrios entre calle y calle.
CLXXXI. El muro por la parte exterior es como la coraza de la ciudad, y en la parte interior hay otro muro que también la ciñe, el cual es más estrecho que el otro, pero no mucho más débil. En medio de cada uno de los dos grandes cuarteles en que la ciudad se divide, hay levantados dos alcázares. En el uno está el palacio real, rodeado con un muro grande y de resistencia, y en el otro un templo de Júpiter Belo con sus puertas de bronce. Este templo, que todavía duraba en mis días, es cuadrado y cada uno de sus lados tiene dos estadios. En medio de él se va fabricada una torre maciza que tiene un estadio de altura y otro de espesor. Sobre esta se levanta otra segunda, después otra tercera, y así sucesivamente hasta llegar al número de ocho torres. Alrededor de todas ellas hay una escalera por la parte exterior, y en la mitad de las escaleras un rellano con asientos, donde pueden descansar los que suben. En la última torre se encuentra una capilla, y dentro de ella una gran cama magníficamente dispuesta, y a su lado una mesa de oro. No se ve allí estatua ninguna, y nadie puede quedarse de noche, fuera de una sola mujer, hija del país, a quien entre todas escoge el Dios, según refieren los Caldeos, que son sus sacerdotes.
CLXXXII. Dicen también los Caldeos (aunque yo no les doy crédito) que viene por la noche el Dios y la pasa durmiendo en aquella cama, del mismo modo que sucede en Tébas del Egipto, como nos cuentan los egipcios, en donde duerme una mujer en el templo de Júpiter tebano. En ambas partes aseguran que aquellas mujeres no tienen allí comunicación con hombre alguno. También sucede lo mismo en Pátara de la Licia, donde la sacerdotisa, todo el tiempo que reside allí el oráculo, queda por la noche encerrada en el templo.
CLXXXIII. En el mismo templo de Babilonia hay en el piso interior otra capilla, en la cual se halla una grande estatua de Júpiter sentado, que es de oro: junto a ella una grande mesa también de oro, siendo del mismo metal la silla y la tarima. Estas piezas, según dicen los Caldeos, no se hicieron con menos de ochocientos talentos de oro. Fuera de la capilla hay un altar de oro, y además otro grande para las reses ya crecidas, pues en el de oro sólo es permitido sacrificar víctimas tiernas y de leche. Todos los años, el día en que los Caldeos celebran la fiesta de su Dios, queman en la mayor de estas dos aras mil talentos de incienso. En el mismo templo había anteriormente una estatua de doce codos, toda ella de oro macizo, la que yo no he visto, y solamente refiero lo que dicen los Caldeos. Darío, el hijo de Histaspes, formó el proyecto de apropiársela cautelosamente, pero no se atrevió a quitarla. Su hijo Jerjes la quitó por fuerza, dando muerte al sacerdote que se oponía a que se la removiese de su sitio. Tal es el adorno y la riqueza de este templo, sin contar otros muchos donativos que los particulares le habían hecho.
CLXXXIV. Entre los muchos reyes de la gran Babilonia que se esmeraron en la fábrica y adorno de las murallas y templos, de quienes haré mención tratando de los Asirlos, hubo dos mujeres. La primera, llamada Semíramis, que reinó cinco generaciones o edades antes de la segunda, fue la que levantó en aquellas llanuras unos diques y terraplenes dignos de admiración, con el objeto de que el río no inundase, como anteriormente, los campos.
CLXXXV. La segunda, que se llamó Nitocris, siendo más política y sagaz que la otra, además de haber dejado muchos monumentos que mencionaré después, procuró tomar cuantas medidas pudo contra el imperio de los medos, el cual, ya grande y poderoso, lejos de contenerse pacífico dentro de sus límites, había ido conquistando muchas ciudades, y entre ellas la célebre Nínive. Primeramente, viendo que el Eufrates que corro por medio de la ciudad llevaba hasta ella un curso recto, abrió muchas acequias en la parte superior del país y, llevando el agua por ellas, hizo dar tantas vueltas al río, que por tres veces viniese a tocar en una misma aldea de la Asiria llamada Ardérica; de suerte que los que ahora, saliendo do las costas del mar, quieren pasar a Babilonia, navegando por el Eufrates por tres veces y en tres días diferentes pasan por aquella aldea. En las dos orillas del río amontonó tanta tierra e hizo con ella tales márgenes, que asombra la grandeza y elevación de estos diques. Además de esto, en un lugar que cae en la parte superior, y está muy lejos de Babilonia, mandó hacer una grande excavación con el objeto de formar una laguna artificial, poco distante del mismo río. Se cavó la tierra hasta encontrar con el agua viva y el circuito de la grande hoya que se formó tenía cuatrocientos y veinte estadios. La tierra que salió de aquella concavidad sirvió para construir los parapetos en las orillas del río, y alrededor de la misma laguna se fabricó un margen con las piedras que al efecto se habían allí conducido. Entrambas cosas, la tortuosidad del río y la excavación para la laguna, se hicieron con la mira de que la corriente del río, cortada con varias vueltas, fuese menos rápida, y la navegación para Babilonia más larga; y de que además obligase la laguna a dar un rodeo a los que caminasen por tierra. Por esta razón mandó Nitocris hacer aquellas obras en la parte del país donde estaba el paso desde la Media y el atajo para su reino, queriendo que los medos no pudiesen comunicar fácilmente con sus vasallos ni enterarse de sus cosas.
CLXXXVI. Estos resguardos procuró al estado con sus excavaciones, y de ellas sacó todavía otra ventaja. Estando Babilonia dividida por el río en dos grandes cuarteles, cuando uno en tiempo de los reyes anteriores quería pasar de un cuartel al otro, le era forzoso hacerlo en barca; cosa que según yo me imagino, debería de ser molesta y enredosa. A fin de remediar este inconveniente, después de haber abierto el grande estanque, se sirvió de él para la fábrica de otro monumento utilísimo. Hizo cortar y labrar unas piedras de extraordinaria magnitud, y cuando estuvieron ya dispuestas y hecha la excavación, torció y encaminó toda la corriente del río al lugar destinado para la laguna. Mientras éste se iba llenando, secábase la madre antigua del río. En el tiempo que duró esta operación, mandó hacer dos cosas: la una edificar en las orillas que corren por dentro de la ciudad, y a las cuales se baja por las puertas que a cada calle tienen, un margen de ladrillos cocidos, semejante a las obras de las murallas; la otra construir un puente, en medio poco más o menos de la ciudad, con las piedras labradas de antemano, uniéndolas entre sí con hierro y plomo. Sobre las pilastras de esta fábrica se tendía un puente hecho de unos maderos cuadrados, por donde se daba paso a los babilonios durante el día; pero se retiraban los maderos por la noche, para impedir mutuos robos, que se pudiesen cometer con la facilidad de pasar de una parte a otra. Después que con la avenida del río se llenó la laguna y estuvo concluido el puente, restituyó el Eufrates a su antiguo cauce; con lo cual, además de proporcionar la conveniencia del vecindario, logró que se creyese muy acertada la excavación del pantano.
CLXXXVII. Esta misma reina quiso urdir un artificio para engañar a los venideros. Encima de una de las puertas más frecuentadas de la ciudad, y en el lugar más visible de ella, hizo construir su sepulcro, en cuyo frente mandó grabar esta inscripción: —«Si alguno de los reyes de Babilonia que vengan después de mi escaseare de dinero, abra este sepulcro y tome lo que quiera; pero si no escaseare de él, de ningún modo lo abra, porque no le vendrá bien». Este sepulcro permaneció intacto hasta que la corona recayó en Darío, el cual, incomodado de no usar de aquella puerta y de no aprovecharse de aquel dinero, particularmente cuando el mismo tesoro le estaba convidando, determinó abrir el sepulcro. Darío no usaba de la puerta, por no tener al pasar por ella un muerto sobre su cabeza. Abierto el sepulcro, no se encontró dinero alguno, sino solo el cadáver y un escrito con estas palabras. —«Si no fueses insaciable de dinero, y no te valieses para adquirirle de medios ruines, no hubieras escudriñado las arcas de tus muertos».
CLXXXVIII. Ciro salió a campaña contra un hijo de esta reina, que se llamaba Labynet lo mismo que su padre, y que reinaba entonces en la Asiria. Cuando el gran rey (pues este es el dictado que se da al de Babilonia) se pone al frente de sus tropas y marcha contra el enemigo, lleva dispuestas de antemano las provisiones necesarias, y basta el agua del río Choaspes que pasa por Susa, porque no bebe de otra alguna. Con este objeto le siguen siempre a donde quiera que viaja muchos carros de cuatro ruedas, tirados por mulas; los cuales conducen unas vasijas de plata en que va cocida el agua de Choaspes.
CLXXXIX. Cuando Ciro, caminando hacia Babilonia, estuvo cerca del Gyndes (río que tiene sus fuentes en las montañas Matienas, y corriendo después por las Darneas, va a entrar en el Tigris, otro río que pasando por la ciudad de Opis desagua en el mar Eritreo), trató de pasar aquel río, lo cual no puede hacerse sino con barcas. Entretanto, uno de los caballos sagrados y blancos que tenía, saltando con brío al agua, quiso salir a la otra parte; pero sumergido entre los remolinos, lo arrebató la corriente. Irritado Ciro contra la insolencia del río, le amenazó con dejarle tan pobre y desvalido que hasta las mujeres pudiesen atravesarlo, sin que les llegase el agua a las rodillas. Después de esta amenaza, difiriendo la expedición contra Babilonia, dividió su ejército en dos partes, y en cada una de las orillas del Gyndes señaló con unos cordeles ciento ochenta acequias, todas ellas dirigidas de varias maneras; ordenó después que su ejército las abriese; y como era tanta la muchedumbre de trabajadores, llevó a cabo la empresa, pero no tan pronto que no empleasen sus tropas en ella todo aquel verano.
CXC. Después que Ciro hubo castigado al río Gyndes desangrándole en trescientos sesenta canales, esperó que volviese la primavera, y se puso en camino con su ejército para Babilonia. Los babilonios, armados, lo estaban aguardando en el campo, y luego que llegó cerca de la ciudad le presentaron la batalla, en la cual quedando vencidos se encerraron dentro de la plaza. Instruidos del carácter turbulento de Ciro, pues le habían visto acometer igualmente a todas las naciones, cuidaron de tener abastecida la ciudad de víveres para muchos años, de suerte que por entonces ningún cuidado les daba el sitio. Al contrario, Ciro, viendo que el tiempo corría sin adelantar cosa alguna, estaba perplejo, y no sabía qué partido tomar.
CXCI. En medio de su apuro, ya fuese que alguno se lo aconsejase, o que él mismo lo discurriese, tomó esta resolución. Dividiendo sus tropas, formó las unas cerca del río en la parte por donde entra en la ciudad, y las otras en la parte opuesta, dándoles orden de que luego que viesen disminuirse la corriente en términos de permitir el paso, entrasen por el río en la ciudad. Después de estas disposiciones, se marchó con la gente menos útil de su ejército a la famosa laguna, y en ella hizo con el río lo mismo que había hecho la reina Nitocris. Abrió una acequia o introdujo por ella el agua en la laguna, que a la sazón estaba convertida en un pantano, logrando de este modo desviar la corriente del río y hacer vadeable la madre. Cuando los persas, apostados a las orillas del Eufrates, le vieron menguado de manera que el agua no les llegaba más que a la mitad del muslo, se fueron entrando por él en Babilonia. Si en aquella ocasión los babilonios hubiesen presentido lo que Ciro iba a practicar o no hubiesen estado nimiamente confiados de que los persas no podrían entrar en la ciudad, hubieran acabado malamente con ellos. Porque sólo con cerrar todas las puertas que miran al río, y subirse sobre las cercas que corren por sus márgenes, los hubieran podido coger como a los peces en la nasa. Pero entonces fueron sorprendidos por los persas; y según dicen los habitantes de aquella ciudad, estaban ya prisioneros los que moraban en los extremos de ella, y los que vivían en el centro ignoraban absolutamente lo que pasaba, con motivo de la gran extensión del pueblo, y porque siendo además un día de fiesta, se hallaban bailando y divirtiendo en sus convites y festines, en los cuales continuaron hasta que del todo se vieron en poder del enemigo. De este modo fue tomada Babilonia la primera vez.
CXCII. Para dar una idea de cuánto fuese el poder y la grandeza de los babilonios, entre las muchas pruebas que pudieran alegarse referirá lo siguiente: todas las provincias del gran rey están repartidas de modo que, además del tributo ordinario, deben suministrar por su turno los alimentos para el soberano y su ejército. De los doce meses del año, cuatro están a cargo de la sola provincia de Babilonia, y en los otros contribuye a la manutención lo restante del Asia. Por donde se ve que en aquel país de la Asiria está reputado por la tercera parte del Imperio, y su gobierno, que los persas llaman Satrapia, es con mucho exceso el mejor y más principal de todos, en tanto grado, que el hijo de Artabazo, llamado Tritantechmas, a quien dio el mando de aquella provincia, percibía diariamente una ártaba llena de plata, siendo la ártaba una medida persiana que tiene un medimno y treschenices áticos(N. del E.: un medimno equivale a entre 50 y 70 litros, según la región). Este mismo, sin contar los caballos destinados a la guerra, tenía para la casta ochocientos caballos padres y dieciséis mil yeguas, cubriendo cada caballo padre veinte de sus yeguas. Y era tanta la abundancia de persas indianos que al mismo tiempo criaba, que para darles de comer había destinado cuatro grandes aldeas de aquella comarca, exentas de las demás contribuciones.
CXCIII. En la campiña de los asirios llueve poco, y únicamente lo que basta para que el trigo nazca y se arraigue. Las tierras se riegan con el agua del río, pero no con inundaciones periódicas como en Egipto, sino a fuerza de brazos y de norias. Porque toda la región de Babilonia, del mismo modo que la del Egipto, está cortada con varias acequias, siendo navegable la mayor; la cual se dirige hacia el Solsticio de invierno, y tomada del Eufrates, llega al río Tigris, en cuyas orillas está Nínive. Esta es la mejor tierra del mundo que nosotros conocemos para la producción de granos; bien es verdad que no puede disputar la preferencia en cuanto a los árboles, como la higuera, la vid y el olivo. Pero en los frutos de Ceres es tan abundante y feraz, que da siempre doscientos por uno; y en las cosechas extraordinarias suele llegar a trescientos. Allí las hojas de trigo y de la cebada tienen de ancho, sin disputa alguna, hasta cuatro dedos; y aunque tengo bien averiguado lo que pudiera decir sobre la altura del maíz y de la alegría, que se parece a la de los árboles, me abstendré hablar de ello, pues estoy persuadido de que parecerá increíble a los que no hayan visitado la comarca de Babilonia cuanto dijere tocante a los frutos de aquel país. No hacen uso alguno del aceite del olivo, sirviéndose del que sacan de las alegrías. Están llenos los campos de palmas, que en todas partes nacen, y con el fruto que las más de ellas producen se proporcionan pan, vino y miel. El modo de cultivarlas es el que se usa con las higueras; porque tomando el fruto de las palmas que los griegos llaman machos, lo atan a las hembras, que son las que dan los dátiles, con la mira de que cierto gusanillo se meta dentro de los dátiles, el cual les ayude a madurar y haga que no se caiga el fruto de la palma, pues que la palma macho cría en su fruto un gusanillo semejante al del cabrahigo.
CXCIV. Voy a referir una cosa que, prescindiendo de la ciudad misma, es para mí la mayor de todas las maravillas de aquella tierra. Los barcos en que navegan río abajo hacia Babilonia, son de figura redonda, y están hechos de cuero. Los habitantes de Armenia, pueblo situado arriba de los asirios, fabrican las costillas del barco con varas de sauce, y por la parte exterior las cubren extendiendo sobre ellas unas pieles, que sirven de suelo, sin distinguir la popa ni estrechar la proa, y haciendo que el barco venga a ser redondo como un escudo. Llenan después todo el buque de heno, y sobrecargan en él varios géneros, y en especial ciertas tinajas llenas de vino de palma; le echan al agua, y dejan que se vaya río abajo. Gobiernan el barco dos hombres en pie por medio de dos remos a manera de gala, el uno boga hacia adentro y el otro hacia afuera. De estos barcos se construyen unos muy grandes, y otros no tanto; los mayores suelen llevar una carga de cinco mil talentos. En cada uno va dentro por lo menos un jumento vivo, y en los mayores van muchos. Luego que han llegado a Babilonia y despachado la carga, pregonan para la venta las costillas y armazón del barco, juntamente con todo el heno que vino dentro. Cargan después en sus jumentos los cueros, y parten con ellos para la Armenia, porque es del todo imposible volver navegando río arriba a causa de la rapidez de su corriente. Y también es esta la razón por que no fabrican los barcos de tablas, sino de cueros, que pueden ser vueltos con más facilidad a su país. Concluido el viaje, tornan a construir sus embarcaciones de la misma manera.
CXCV. Su modo de vestir es el siguiente: llevan debajo una túnica de lino que les llega hasta los pies, y sobre esta otra de lana, y encima de todo una especie de capotillo blanco. Usan de cierto calzado propio de su país, que viene a ser muy parecido a los zapatos de Beocia. Se dejan crecer el cabello, y le atan y cubren con sus mitras o turbantes, ungiéndose todo el cuerpo con ungüentos preciosos. Cada uno lleva un anillo con su sello, y también un bastón bien labrado, en cuyo puño se ve formada una manzana, una rosa, un lirio, un águila, u otra cosa semejante, pues no les permite la moda llevar el bastón sin alguna insignia.
CXCVI. Entre sus leyes hay una a mi parecer muy sabia, de la que, según oigo decir, usan también los Enetos, pueblos de la Iliria. Consiste en una función muy particular que se celebra una vez al año en todas las poblaciones. Luego que las doncellas tienen edad para casarse, las reúnen todas y las conducen a un sitio, en torno del cual hay una multitud de hombres en pie. Allí el pregonero las hace levantar de una en una y las va vendiendo, empezando por la más hermosa de todas. Después que ha despachado a la primera por un precio muy subido, pregona a la que sigue en hermosura, y así las va vendiendo, no por esclavas, sino para que sean esposas de los compradores. De este modo sucedía que los babilonios más ricos y que se hallaban en estado de casarse, tratando a porfía de superarse unos a otros en la generosidad de las ofertas, adquirían las mujeres más lindas y agraciadas. Pero los plebeyos que deseaban tomar mujer, no pretendiendo ninguna de aquellas bellezas, recibían con una buena dote alguna de las doncellas más feas. Porque así como el pregonero acababa de dar salida a las más bellas, hacía poner en pie la más fea del concurso, o la contrahecha, si alguna había, e iba pregonando quién quería casarse con ella recibiendo menos dinero, hasta entregarla por último al que con menos dote la aceptaba. El dinero para estas dotes se sacaba del precio dado por las hermosas, y con esto las bellas dotaban a las feas y a las contrahechas. A nadie le era permitido colocar a su hija con quien mejor le parecía, como tampoco podía ninguno llevarse consigo a la doncella que hubiese comprado, sin dar primero fianzas por las que se obligase a cohabitar con ella, y cuando no quedaba la cosa arreglada en estos términos, les mandaba la ley desembolsar la dote. También era permitido comprar mujer a los que de otros pueblos concurrían con este objeto. Tal era la hermosísima ley que tenían, y que ya no subsiste. Recientemente han inventado otro uso, a fin de que no sufran perjuicio las doncellas, ni sean llevadas a otro pueblo. Como después de la toma de la ciudad muchas familias han experimentado menoscabos en sus intereses, los particulares faltos de medios prostituyen a sus hijas, y con las ganancias que de aquí los resultan, proveen a su colocación.
CXCVII. Otra ley tienen que me parece también muy discreta. Cuando uno está enfermo, le sacan a la plaza, donde consulta sobre su enfermedad con todos los concurrentes, porque entre ellos no hay médicos. Si alguno de los presentes padeció la misma dolencia o sabe que otro la haya padecido, manifiesta al enfermo los remedios que se emplearon en la curación, y le exhorta a ponerlos en práctica. No se permite a nadie que pase de largo sin preguntar al enfermo el mal que lo aflige.
CXCVIII. Entierran sus cadáveres cubiertos de miel; y sus lamentaciones fúnebres son muy parecidas a las que se usan en Egipto. Siempre que un marido babilonio tiene comunicación con su mujer, se purifica con un sahumerio, y lo mismo hace la mujer sentada en otro sitio. Los dos al amanecer se lavan en el baño y se abstienen de tocar alhaja alguna antes de lavarse. Esto mismo hacen cabalmente los árabes.
CXCIX. La costumbre más infame que hay entre los babilonios, es la de que toda mujer natural del país se prostituya una vez en la vida con algún forastero, estando sentada en el templo de Venus. Es verdad que muchas mujeres principales, orgullosas por su opulencia, se desdeñan de mezclarse en la turba con las demás, y lo que hacen es ir en un carruaje cubierto y quedarse cerca del templo, siguiéndolas una gran comitiva de criados. Pero las otras, conformándose con el uso, se sientan en el templo, adornada la cabeza de cintas y cordoncillos, y al paso que las unas vienen, las otras se van. Entre las filas de las mujeres quedan abiertas de una parte a otra unas como calles, tiradas a cordel, por las cuales van pasando los forasteros y escogen la que les agrada. Después que una mujer se ha sentado allí, no vuelve a su casa hasta tanto que alguno la eche dinero en el regazo, y sacándola del templo satisfaga el objeto de su venida. Al echar el dinero debe decirle: «Invoco en favor tuyo a la diosa Milita,» que este es el nombre que dan a Venus los asirios: no es lícito rehusar el dinero, sea mucho o poco, porque se le considera como una ofrenda sagrada. Ninguna mujer puede desechar al que la escoge, siendo indispensable que le siga, y después de cumplir con lo que debe a la diosa, se retira a su casa. Desde entonces no es posible conquistarlas otra vez a fuerza de dones. Las que sobresalen por su hermosura, bien presto quedan desobligadas; pero las que no son bien parecidas, suelen tardar mucho tiempo en satisfacer a la ley, y no pocas permanecen allí por el espacio de tres y cuatro años. Una ley semejante está en uso en cierta parte de Chipre.
HdH
Heródoto de Halicarnaso (484-425 AC) dejó su ciudad natal huyendo de la tiranía de Ligdamis y tras un periodo de estudios en Samos viajó por buena parte de Asia, Africa y Europa. Su curiosidad y sus investigaciones dieron como fruto Los nueve libros de la Historia, monumental relato de las Guerras Médicas y del mundo antiguo en general. Su obra abunda en valiosas descripciones geográficas y etnográficas con una exquisita narrativa, que no excluye la épica ni el humor (“En su opinión, esto de robar las mujeres es a la verdad una cosa que repugna a las reglas de la justicia; pero también es poco conforme a la cultura y civilización el tomar con tanto empeño la venganza por ellas, y por el contrario, el no hacer ningún caso de las arrebatadas, es propio de gente cuerda y política, porque bien claro está que si ellas no lo quisiesen de veras nunca hubieran sido robadas”). La honestidad y el cuidado en el manejo de las fuentes (“esto lo he escuchado y debo decirlo, pero en realidad no lo creo”) y la imparcialidad de su interpretación y evaluación crítica de personajes y hechos justifican el título de Padre de la Historia que le confirió Cicerón.
Sobre la ciudad en el mundo antiguo, ver también en café de las ciudades:
Número 69 I Cultura y Política de las ciudades.
Teoría general de la ciudad perfectaI Fragmentos de la Política aristotélica I Por Aristóteles
Número 80 | Política de las ciudades (I)
La formación de la ciudad en La República| “La construirán, por lo visto, nuestras necesidades” | Platón
Sobre desvíos hídricos y sus impactos sobre el territorio, ver por ejemplo entre tantos casos Los conflictos sobre el trasvase del Ebro y del Tajo en la península ibérica, por Fermín Villarroya Gil, y el conflicto por el Río Atuel en Argentina, en el sitio de la Fundación Chadileuvu.