La voluntad inicial
de este texto era realizar una reseña del XV Congreso
Iberoamericano de Urbanismo (CIU) que tuvo lugar en
Medellín (Colombia) a mediados del mes de septiembre.
Sin embargo, resulta casi imposible separar Ciudad de
Congreso, cuando las experiencias más o menos exitosas
de la primera se convierten en las principales enseñanzas
o fuentes de reflexión, ilustrando de manera ejemplar
los cuatro ejes temáticos abordados en el evento: políticas públicas, espacio público, movilidad, suelo y vivienda.
Por tanto, lo que sigue
a continuación son algunas notas o impresiones que surgen
del cruce entre las imágenes o vivencias urbanas y las
reflexiones teóricas o empíricas emanadas de las conferencias
y talleres del Congreso. Éstas buscan subrayar algunas
especificidades de Medellín, tanto “heredadas” (de sus
condiciones geográficas o rasgos socioeconómicos), como
promovidas por un tipo de urbanismo que le es propio,
un “urbanismo
social” enfocado a las necesidades locales de su ciudadanía,
pero que recoge, sin confrontarse, experiencias de modelos
internacionales reconocidos.

La
individualidad en lo colectivo
Entre los “130 hechos
de transformación ciudadana 2004-2011” que se despliegan
en las páginas de una publicación reciente de la Alcaldía
de Medellín, destacan los parques, las bibliotecas,
los centros deportivos, las escuelas de música, los
jardines de infantes, colegios, paseos y plazas. En
definitiva, la alta inversión en equipamientos y espacios
públicos que progresivamente han cambiado la imagen
de la ciudad durante los últimos ocho años.
Este tipo de políticas
públicas, en sus programas funcionales y concreción en espacios urbanos de alta calidad constructiva, si bien
resultan innovadoras entre las ciudades latinoamericanas,
nos remiten, en gran medida, a aquellas promovidas durante
la Barcelona olímpica o, más recientemente, a la proliferación
de "arquitecturas de autor" en operaciones
como el Fórum de las Culturas 2004 o la Plaza Europa,
por citar una ciudad europea con la que existieron convenios
de amistad y cooperación y continúan estableciéndose
lazos de asesoría internacional académica.
Así, de la mezcla de
lo objetual, ayudada por una topografía que resalta
las emergencias, y la respuesta a necesidades locales
de infraestructura y equipamiento, surge una primera
especificidad de Medellín, que parecería referirse al
desarrollo de programas de carácter colectivo, materializados
en un conjunto de intervenciones individuales. Nos referimos,
por ejemplo, a la manera en que se configura el sector
de la Plaza Mayor, el Centro Internacional de Convenciones
y Exposiciones (donde se desarrolló el CIU), el Museo
Interactivo y el Parque de los Pies Descalzos, el Centro
Administrativo La Alpujarra, la plaza Cisneros, el Parque
Explora y el Jardín Botánico; todas éstas operaciones
en el centro urbano, de
indudable valor programático a nivel social, así como
arquitectónico y espacial en su individualidad, pero
con escasas referencias al contexto o a una estructura
urbana conjunta.

Un
espacio público autodefinido
En este sentido, cuesta
reconocer en Medellín el tipo de espacio público definido
por Fernando Carrión en su conferencia como elemento
de “apropiación simbólica” (citando como ejemplo,
el zapatour
al zócalo de ciudad de México o las marchas de las Madres
de Plaza de Mayo) y “concentración simbólica” (la Plaza
de la Revolución en La Habana, el Malecón en Guayaquil).
Los nuevos espacios públicos parecen contravenir
la afirmación de que “la ciudad son sus fachadas”, autodefiniéndose,
cargándose de usos más o menos tradicionales y autorreferenciales
(sirvan como referencia los juegos de agua de la imagen
más difundida del Parque de los Pies Descalzos, pero
también del Parque Explora). La cuidadosa descripción,
desarrollada por Carrión, de la evolución de la plaza
como elemento que antecede la ciudad, y que por tanto
la forma, la configura (tal como lo fijan las Leyes
de Indias), a una plaza regida por un orden, cerrada,
limpia, disciplinada; y de la calle
con apodo costumbrista, referente a los oficios, a la
conmemorativa de las fechas patrias, culmina con el
reconocimiento de su progresiva desaparición y una “agorafobia”
que caracteriza la ciudad contemporánea, global y volcada
a nuevos espacios y pantallas (la televisión, internet).
Desde una perspectiva
similar, el Taller 5, abocado al rol del “espacio público
como elemento de cohesión social”, giró en torno de
la recuperación del espacio público tradicional (las plazas, los parques)
y la necesidad de “ganar la calle a las vías” (en
Caracas, Montevideo, Cuernavaca y Cuidad de México).
Se planteó el problema de la inseguridad en este tipo
de espacios, que se vallan o restringen en uso horario,
y la disyuntiva del shopping
center como elemento de reproducción de desigualdad
o producción de equidad (para el caso de Santiago de
Chile).
En relación a estos
últimos temas, sobre los cuales se espera una mayor
profundización en futuras ediciones del CIU u otros
encuentros que aborden el problema de las transformaciones
recientes en la ciudad latinoamericana, Medellín ilustra claramente la convivencia
cada vez más frecuente en nuestras ciudades de dos tipos
espacios ligados al comercio: el informal mayorista,
estratégico para la economía antioqueña, que se aglomera
en el sector del Hueco (23 manzanas delimitadas por
las calles Colombia y San Juan, la Carrera Bolívar y
la Avenida El Ferrocarril, con más de 5.000 locales
comerciales), y
las nuevas prácticas de ocio y consumo desarrolladas
en los grandes shopping centers (Unicentro, El Tesoro, Santa Fe, Premium Plaza,
entre otros).

El
urbanismo supera la arquitectura
Volviendo a la imagen
de la individualidad en lo colectivo, y las dudas acerca
de la eficacia de las arquitecturas diferentes (o indiferentes)
en la transformación social de la ciudad, éstas se diluyen
cuando, fuera del área central, visitamos operaciones
como las nuevas escaleras de la Comuna 13. Y no sólo
el proyecto de las escaleras mecánicas techadas (pioneras
en su concepción sin fines turísticos, como solución
de movilidad urbana), sino también los kilómetros de
escaleras, barandillas, “viaductos” (paseos de media
ladera, a cota constante) y “espacios
públicos de bolsillo” donde se puede entender la acción
del “urbanismo social” y la importancia de la inversión
pública en las zonas urbanas más pobres y conflictivas.
Comunas de las laderas oeste y noreste, caracterizadas
por la ocupación irregular de terrenos con relieve y
pendientes abruptas, con densidades muy altas, de difícil
accesibilidad y llegada del transporte público tradicional.
Para mejorar las condiciones
de movilidad de estos sectores, existe un sistema de
transporte público que integra metro, metro cable (sistema
aéreo teleférico), buses y busetas (microbús). La
tarjeta denominada “cívica” refleja la voluntad de pedagogía
urbana que encierran también estas operaciones.
Si como se dijo durante el Congreso, “el espacio público
son los ojos que lo miran”, paralelamente a la puesta
en funcionamiento de las escaleras mecánicas, por ejemplo,
se controla y enseña su uso. El cuidado de la gente
sobre la escalera (tres meses y ni una pintada), y de
la escalera sobre la gente (un guardia que saluda amablemente
en cada rellano) constituye, junto a la alta calidad
de los materiales y acabados, estrategias de inclusión
social en lugares donde la intervención pública había
sido mínima.
Así, de acuerdo con
lo expuesto en la conferencia inaugural de Jordi Borja
sobre el rol de la arquitectura en la ciudad contemporánea,
“más como instrumento de bien común que como un elemento
de exclusión”, es que resulta insignificante discutir
sobre la resolución arquitectónica de las “rocas” que
integran la biblioteca Santo Domingo (o biblioteca España).
El “civismo” generado en las comunidades por ésta y demás piezas de “parques
biblioteca” (San Javier, La Ladera, La Quintana) supera
ampliamente el debate morfo-tipológico o tecnológico
de las mismas. Los tres a cuatro talleres (con madres
y niños de todas las edades) funcionando al mismo tiempo
en la Biblioteca de San Javier un día domingo dan cuenta
de una sociedad involucrada, donde ya se perciben grandes
cambios para las futuras generaciones.
“Mazzanti” te dice
el niño guía de Santo Domingo “es un arquitecto colombiano
pero de sangre italiana (…) gracias a la biblioteca,
hoy tenemos más oportunidades”. El paisaje del Metrocable
sobre laderas escarpadas, que integra los más abigarrados
barrios de origen informal con las más modernas arquitecturas
de autor, se convierte en la
postal de una ciudad de contrastes planificados o pensados,
donde los escenarios de desigualdad social actúan como
catalizadores de las transformaciones urbanas más recientes.

Movilidad
y derecho a la ciudad
Una mención especial,
en relación al desarrollo urbano de Medellín y a los
contenidos del Congreso, merece el tema de la movilidad
y el “derecho a la ciudad”, en el sentido de posibilidad
de acceso a los bienes y servicios urbanos, en definitiva,
a la “ciudadanía”.
La conferencia magistral
de Adriana Lobo, centrada en la movilidad y las formas
de expansión de las ciudades mexicanas, ilustró con
un paisaje de datos y cifras cuidadosamente ordenados
y sistematizados las actuales problemáticas, extrapolables
a muchas otras ciudades latinoamericanas, acerca de
la distancia que separa los nuevos desarrollos de vivienda
social de los centros urbanos (en México con un promedio
de 21.6 km) y el desacierto de algunas políticas crediticias
(ej. INFONAVIT), cuando el
coste de vivir más el transporte (que supone un 25%
de los ingresos diarios) no resulta una ecuación posible
para la gente que habita en esos barrios. Bajo el
postulado de que “no se hace ciudad con vivienda”, Lobo
criticó asimismo las restricciones financieras para
el transporte público, refiriéndose al caso de México,
donde un 50% de la gente se mueve en transporte público
y, en cambio, un 75% de las inversiones está destinada
a mejorar las condiciones del transporte individual.
ASI (avoid-shift-improve)
son las siglas que utilizó para explicar una aproximación
o enfoque integrado entre transporte y planeamiento
urbano que busca “evitar” viajes motorizados innecesarios; “cambiar” a modos amigables
con el ambiente y “mejorar” las tecnologías de los modos.
Al margen de la ponencia, se discutió el creciente auge
de la moto en Medellín, como un problema especifico
de nuestras ciudades sobre el cual avanzar en materia
de seguridad, diseño de infraestructura y regulación
normativa (por ejemplo, en relación al medio ambiente).
En el Taller 6, sobre
“movilidad, accesibilidad y ciudad integrada”, se insistió
sobre el problema de la accesibilidad en las metrópolis
policéntricas y la necesidad de mejorar las condiciones
del transporte público (zona metropolitana de Puebla).
Se expusieron modelos de
evaluación respecto de las mejoras en el espacio
público (viario, estaciones) y la movilidad (accesibilidad
a paradas, integración con otros nodos, accesibilidad
de ciudadanos con movilidad reducida) a partir de la
inserción de una nueva línea de metro (Maracaibo)
y se expuso una metodología para crear un índice de accesibilidad peatonal a infraestructuras,
equipamientos y servicios (en Querétaro), teniendo en
cuenta la interconexión de la red, y demostrando
que, desde esta perspectiva, áreas marginales y áreas
de mayor poder adquisitivo presentan en muchas ocasiones,
características similares de accesibilidad.

Un
valle que se verticaliza
A la ciudad de Medellín,
encajada en el valle del Aburrá, se llega desde arriba,
desde la ladera del cerro. Entrando por el Poblado,
la primera imagen que se tiene es la de una ciudad muy verde, en un
emplazamiento delicado topográficamente, con intensa
dinámica edilicia. La ciudad parece inundar el valle,
abandonando el río, ahora encajado entre las principales
vías de comunicación locales, regionales y nacionales.
Las montañas enmarcan una
ciudad que, de manera aparentemente espontánea, busca
abrirse camino hacia las laderas y hacia el cielo.
La sensación de vulnerabilidad del paisaje en el que
emergen progresivamente edificios residenciales en torre,
amalgamados por la naturaleza pero con poca voluntad
de adaptarse al suelo, contrasta con el tapiz de urbanizaciones
que han ido colonizando las montañas.
Un crecimiento impulsado,
por un lado, por la dificultad de acceso formal a la
vivienda y, por otro, por el mercado inmobiliario y
las facilidades que otorga la normativa urbanística
para la ocupación extensiva de las laderas. El barrio
del Poblado, localizado en la vertiente sureste, por
su nivel de consolidación, resulta representativo de
esta última forma de ocupación, donde las nuevas edificaciones,
generalmente residenciales aunque también del sector
terciario, parecen ignorar la topografía sobre la cual
se asientan, siguiendo el modelo de edificio aislado
o torre, entre 20 y 30 pisos de altura. El sector de
Laureles, ubicado en la parte plana al oeste del valle,
constituye otro ejemplo de crecimiento vertical destinado
a clases de alto poder adquisitivo, actualmente con
importantes cambios tipológicos, de casas unifamiliares
a edificios multifamiliares de 7 plantas. Así,
parece necesario sumar a las políticas públicas vigentes,
centradas en los problemas de la ocupación informal
de las laderas, la regulación del crecimiento formal
en estos ámbitos, un proceso que de manera acelerada
transforma el paisaje urbano y compromete el desarrollo
ambiental sostenible de la metrópolis.
En este sentido, volviendo
a los ejes temáticos del CIU, si bien se abordaron las
problemáticas del “suelo y la vivienda” (en la conferencia
magistral de Enrique Ortiz, y en los Talleres 1-4 sobre
la transformación y métodos de intervención en la ciudad
marginal), la ciudad existente, la renovación de los
tejidos, las normativas y el contexto fueron debates
postergados. Los reclamos sobre políticas fiscales,
líneas crediticias y normativas renovadas en materia
de vivienda social, así como una mayor acción y compromiso
político en las temáticas sociales del desarrollo urbano
(bien detectadas por técnicos, urbanistas y comunidad
a través de la participación social) contrastaron con
la ausencia de
una reflexión en torno de la ciudad heredada y el control
de las transformaciones sobre los tejidos existentes,
que junto con el rol de las nuevas tecnologías (solo
enunciadas en el Taller 3 como potenciales instrumentos
para las políticas de participación comunitaria), el
medio ambiente y las nuevas energías, el turismo y la
gestión del patrimonio fueron los grandes temas ausentes
(o apenas insinuados) durante el Congreso.

Hacia
lo metropolitano
Así, mientras que los
talleres estuvieron centrados en la praxis, en la presentación
de experiencias de planeamiento (desde planes estratégicos
y de ordenamiento urbano, pasando por programas barriales
e instrumentos de evaluación, hasta proyectos específicos
de espacio público) y la búsqueda de “diseños democráticos”
y participativos como común denominador, las conferencias
magistrales giraron en torno de un “urbanismo humanista”,
centrado en el hombre como eje del cambio, y la
idea del decrecimiento frente al crecimiento infinito,
de la sustentabilidad y la equidad social frente a la
competitividad urbana.
El debate sobre el
instrumental urbanístico pivotó mayormente sobre las
reflexiones de Sebastián Grau acerca del “urbanismo
regulado o normado”, de clara seguridad jurídica
y obligado cumplimiento, versus el “planeamiento
como pacto” voluntario, portador de aprobación social
y compromiso, a la vez que de incertidumbre en su proceso
de negociación y concreción. Al respecto, según Grau,
la escala es importante: a nivel territorial, debido
a la dificultad de consolidar el pacto, desde su perspectiva
resulta necesario un plan vinculante, mientras que a
nivel local, la formulación de criterios o lineamientos
coherentes con el anterior pueden cumplirse de diversas
formas, adaptables a cada situación. De acuerdo a su
ponencia, la norma facilita la institucionalidad, la
gobernanza, a partir de lo cual sugiere buscar un equilibrio
entre ambos tipos de instrumentos. “Empezar por el pacto y acabar en un criterio normativo claro (que además
evita la corrupción)”, sumando a la seguridad jurídica,
la económica y una vocación de permanencia en el tiempo.
Finalmente se refirió a la “adaptabilidad” de la norma,
y la necesaria coordinación de los diferentes ámbitos
administrativos, previamente a la aprobación del plan.
Lo territorial emergió
como deuda pendiente de la Alcaldía de Medellín y su
Área Metropolitana en la conferencia de clausura, en
referencia al Proyecto Corredor Vial Parque Valle Aburrá.
El alto nivel de urbanización alcanzado por los municipios
del valle, así como la fragilidad del territorio en
el cual se asientan, plantean la necesidad de una visión
metropolitana para Medellín y los diez municipios (desde
Barbosa hasta Caldas), interdependientes funcionalmente
y en proceso de conurbación, que recientemente se ha
visto plasmada en el documento “BIO 2030 Plan Director
Medellín, Valle de Aburrá”.
Nuevamente la ciudad
y, en este caso el territorio urbano, parecen ir por
delante, planteando nuevos desafíos a la reflexión teórica
sobre la ciudad latinoamericana. La progresiva afectación
del sistema natural del valle nos habla en este contexto
territorial de una
nueva dimensión del espacio libre, más allá de la plaza,
el parque, el paseo. Cauces fluviales, fragmentos
de naturaleza, espacios intersticiales “sin nombre”,
vacíos remanentes, usos periurbanos, finales inacabados
de ciudad. Un sistema de espacios libres que ya no puede
pensarse en función de cantidad de metros cuadrados
por habitante, sino que se convierte en un objetivo
central de las políticas públicas, como sistema completo y complejo que permite estructurar
(y controlar) por negativo una sistema urbano en constante
transformación.
LV
La
autora es Doctora Arquitecta (Conicet-UBA).
Sobre
Medellín, ver también en
café
de las ciudades:
Número
115 | Lugares
La
energía de Medellín | Esos
cambios… | Fernando Vanoli
Referencias
bibliográficas
Alcaldía de Medellín
(2011). Medellín:
guía de la transformación ciudadana 2004-2011. Bogotá:
Mesa editores. ISBN 978-958-8493-82-4
Alcaldía de Medellín
(2011). BIO 2030.
Plan Director Medellín, Valle de Aburrá. Un sueño que
juntos podemos alcanzar. Bogotá: Mesa editores.
ISBN 978-958-8749-08-2