Hay una
parte clandestina de la ciudad, que excede las andanzas de
vendedores callejeros o inmigrantes ilegales, de narcotraficantes
o capitalistas de juego. A veces, la propia ciudad tiene espacios
clandestinos, lugares arrancados a la legalidad, territorios
que existen en la realidad pero no en los registros del Estado.
Lo clandestino es un escándalo de la ciudad, que se
supone la cosa pública por excelencia. Pero no siempre
lo ilegal es ilegítimo, y no siempre el Estado quiere
o puede controlar su territorio. La ciudad clandestina no
está asociada necesariamente a una ilegalidad más
amplia, económica o social. Y tampoco es exclusiva
de los pobres y marginados: los ricos también transgreden,
si los beneficia. Ocupaciones de terrenos o edificios, construcciones
no autorizadas ni declaradas, barrios privatizados de hecho
por vecinos que temen a la ciudad: lo clandestino indigna
y molesta, pero también puede traer la memoria de los
primeros pactos que hicieron posible la ciudad.
Ocupaciones
de terrenos y viviendas

Un típico fenómeno
de clandestinidad urbana es la ocupación de terrenos
periféricos a las grandes ciudades. Allí se
asientan grupos marginados, en general migrantes internos
y externos, o desplazados de los barrios centrales de la ciudad
por distintos motivos. En épocas de expansión
económica, como producto de la gran oportunidad
de empleos y servicios que brindan las ciudades. En otros
casos, por los reacomodamientos territoriales originados en
el deterioro de las prácticas rurales tradicionales,
o por la desindustrialización de algunas zonas de la
ciudad. Es también un fenómeno rural, como el
que hoy protagonizan los Sin Tierra en Brasil.
Según la UEMRI
("Urban Environmental Management
Research Initiative"),
los asentamientos ocupados
representan una especie de negociación o solución
de compromiso entre varios dilemas: baja calidad de vida
y proximidad a empleos y mercados, baja calidad residencial
y escasa inversión en vivienda, carencia de vivienda
e inseguridad en su tenencia, carencia de acceso a las infraestructuras
y provisión intermitente de servicios urbanos.
Correctamente, la misma fuente diferencia asentamientos ocupados
(squatter settlements) de tugurios (slums):
el tugurio es una calidad física y ambiental, la ocupación
se refiere a la legalidad de la posesión de la tierra
y del acceso a provisión de infraestructuras. No
siempre una ocupación implica un tugurio, ni un
tugurio una ocupación, aunque la coincidencia es habitual.
Y por otro lado, la misma formalidad e informalidad se entrecruzan
en la práctica: por ejemplo, comerciantes establecidos
legalmente que durante la noche revenden a ocupantes de un
terreno vecino su electricidad, o proveedores de bidones de
agua que abastecen a asentamientos informales.
Hari Srinivas, miembro de dicha organización, previene
contra la solución facilista de considerar a las ocupaciones
como un "mal" a ser erradicado, y en cambio reivindica la
consigna básica de proveer adecuado alojamiento a toda
la gente. Según este autor, existen tres características
que definen a un asentamiento ocupado:
- debido a su status no legal,
sus servicios e infraestructuras están por debajo
de niveles mínimos o adecuados
- en general albergan a grupos
de bajos ingresos, con empleos precarios o informales,
predominantemente inmigrantes (aunque hay ocupantes de segunda
o tercera generación, como puede comprobarse en cualquier
favela o villa miseria latinoamericana)
- los ocupantes carecen de títulos
de propiedad sobre las parcelas donde construyen sus casas,
pese a lo cual existe un mercado informal organizado
de la renta del suelo (que en algunos países
asiáticos es dirigido por el verdadero propietario
de los terrenos ocupados: estas rentas son superiores a
las rentas agrarias que podría producir el lugar,
y no están afectadas por los impuestos ni las obligaciones
que soporta un desarrollador formal).
Srinivas considera que la gente
ocupa tierras o viviendas por razones propias y ajenas. Entre
las primeras, menciona la falta de ahorros y capacidad de
financiación, y la precariedad y baja renumeración
de sus empleos. Las razones ajenas son el alto costo de
la tierra y la vivienda, la apatía y la antipatía
del gobierno hacia estos sectores, la excesiva calidad edilicia
requerida por algunas reglamentaciones, y las complicaciones
de la normativa y gestión urbanísticas.
Charles Abrams (Man's Struggle for Shelter in an Urbanizing
World, The MIT Press, 1964) y John Turner (Uncontrolled
Settlements: Problems and Policies, en International Social
Development Review No.1, Naciones Unidas, 1968), entre
otros, han prestado una particular atención al fenómeno
de las ocupaciones, influyendo en las recomendaciones propuestas
por la Conferencia del Hábitat de 1976 en Vancouver.
Sus escritos definieron la esencia de las ocupaciones, y se
cuidaron de cuestionar su carácter ilegal para enfocarlas
en cambio como una forma de acceso a la vivienda en países
subdesarrollados: de esta forma estimularon el paso de
la actitud hostil a las ocupaciones, hacia una de apoyo y
protección. Estas se expresan en políticas
estimuladas por los organismos internacionales, como la regularización
dominial, y los programas de lote y servicios y de
mejoramiento de barrios.
Existen incluso mecanismos posibles para comprometer a los
propietarios de los terrenos ocupados en procesos de mejoramiento,
como por ejemplo subdividir las tierras manteniendo en su
dominio los lotes subdivididos ubicados sobre las rutas principales,
o muy cercanos a las infraestructuras. De esta forma el propietario
resigna una parte de sus tierras a cambio de mantener otra
más valorizada por los procesos de urbanización.
Srinivas subraya en esto casos el rol de organizaciones no
gubernamentales, y de voluntarios, en ayudar a la movilización,
el entrenamiento y la capacitación de los ocupantes.
Un ejemplo significativo de ocupaciones
de terrenos es el que comenzó en Buenos Aires a partir
de 1978. Ese año se sancionó la Ley provincial
de Uso del Suelo, que terminó con los loteos abusivos
de los '60 y '70. Pero al ignorar la necesidad de generar
condiciones alternativas adecuadas para el desarrollo de la
vivienda popular, se dio origen a la ocupación
de tierras en la periferia metropolitana: es el fenómeno
de los "asentamientos", del cuales el de Solano es uno de
los más antiguos y conocidos. A diferencia de las "villas
miseria", surgidas con el proceso de industrialización
de mitad de siglo XX, estos asentamientos se desarrollan en
áreas periurbanas y no en sectores centrales de la
ciudad, y el diseño inicial lleva en si el germen
de la posterior legalización: tamaños y
formas de los lotes, previsión de calles, etc. Resulta
sorprendente la forma en que los grupos ocupantes producen
ciudad en pocas horas a partir de terrenos rurales o abandonados.
Las ocupaciones tienen generalmente apoyo político
de estructuras estatales, paraestatales o partidarias, e incluso
algunos mencionan el apoyo de los propios dueños de
los terrenos, que obtendrían plusvalías por
la posterior expropiación de sus terrenos rurales o
periurbanos a precios urbanos.
El fenómeno de la ocupación se acompaña
generalmente con la organización de los ocupantes
en organizaciones de base, e inclusive en federaciones
de segundo o tercer grado. Estos colectivos comparten con
los movimientos de inquilinos, y otras organizaciones sociales,
su rechazo a la explotación de las clases más
pobres de la sociedad en las instancias de consumo de bienes
básicos como la vivienda.
Entre otras organizaciones que actúan en el Gran Buenos
Aires está el caso de la Federación
de Tierra y Vivienda, liderada por el dirigente
piquetero Luis D´Elía, que integra la CTA (Central
de Trabajadores Argentinos). Otras organizaciones son impulsadas
por movimientos religiosos u organizaciones internacionales.
En la mayoría de los casos (y a diferencia de las vertientes
libertarias que analizaremos más adelante), los ocupantes
de terrenos y edificios tienen intenciones de legalizar
en el corto o mediano plazo su situación. Incluso
hay economistas liberales, como Hernando
De Soto, que ven con
buenos ojos la posibilidad de acceso a la propiedad de estos
grupos (ver número
1 y presentación
del número 7 de café
de las ciudades).
En un texto reciente,
próximo a publicarse ("Mercantilización de
los servicios habitacionales y privatización de la
ciudad - Un cambio histórico en los patrones de expansión
residencial de Buenos Aires a partir de los 90")
los especialistas en vivienda Raúl Fernández
Wagner y Omar Varela sostienen que la regularización
dominial constituye "una de las problemáticas más
importantes en torno a la gestión residencial".
En algunas entrevistas que los autores han realizado se hacen
referencias a las dificultades de implementación de
la ley de regularización dominial vigente en
la provincia de Buenos Aires, ya que a muchos hogares les
cuesta pagar el 1% del valor del lote. También "se
pueden entrever otras razones, como la eventual negativa a
sumarse al beneficio de la regularización que les implica
a los hogares someterse a nuevos gastos fijos como impuestos
y servicios".
Los autores citan además algunos casos de estafas en
la subdivisión y venta de terrenos periféricos,
como el Barrio Máximo, en el municipio de San Miguel.
Allí hay 150 familias, de las cuales 50 son ocupantes.
Pero los que compraron la tierra y poseen boletos con validez
legal, no fueron advertidos al comprar su lote (15 años
atrás) que estaban adquiriendo tierra en condominio.
Esta estafa encubierta consiste en simular la venta de un
lote de 800 metros cuadrados, al que se le han hecho pasillos
y dividido en cuatro lotes menores. "El procedimiento -
explican Fernández Wagner y Varela - era mostrar
el lote a la persona, arreglar el precio y firmar el boleto.
La gente no advertía que firmaba por un 25 %. Los mismos
propietarios han hecho otro tanto en el barrio Don Alfonso,
que tiene 22 familias en esta situación, incluso con
algunos lotes sin acceso por pasillos. La repetición
del caso daría el indicio de una acción premeditaba
por parte de los dueños de los terrenos al momento
de comercializarlos". Los titulares de dominio están
identificados y el municipio está tratando de llegar
un acuerdo con ellos, tendiendo a consolidar y subdividir
el terreno con 4 familias con el 25 % del lote para cada una.
Las áreas degradadas del
centro de la ciudad son el escenario de otras formas de ocupación,
en este caso de edificios abandonados, vacíos, deteriorados
o inconclusos.
Estos edificios, desocupados en forma expresa por sus propietarios
(no hablamos de edificios que no se consiguen arrendar o vender,
sino de aquellos que voluntariamente son puestos fuera del
mercado, y corresponden a la definición más
clara de especulación inmobiliaria: la espera
de mejores condiciones para la venta de inmuebles sin mejoras),
tienen una doble función en la mecánica de la
renta urbana. Por una parte desvalorizan al resto del parque
construido en su entorno cercano, pero por otro lado reducen
la oferta y así aumentan artificialmente los precios
de la propiedad en general. La ocupación constituiría
así, en la mirada de algunos teóricos, una respuesta
económica que altera esas especulaciones.
En "Okupación y desobediencia
como herramienta de lucha ante los problemas de la vivienda",
un artículo publicado en el periódico radical
La
Haine,
Rubén Ibán
realiza un análisis de las condiciones de producción
y consumo de la vivienda en las grandes metrópolis
del mundo desarrollado. Ibán sostiene que aunque en
estas existen condiciones para "construir por encima incluso
de la demanda de viviendas, sin embargo dentro de la lógica
capitalista esto no quiere decir que todo el mundo pueda
tener acceso a una vivienda digna. En la urbe del capitalismo
industrial y post-industrial se dan una serie de procesos
que obran en prejuicio de las clases mas desfavorecidas para
el acceso a la vivienda: desequilibrios entre el poder adquisitivo
medio y el precio de la vivienda, procesos de gentrificación
y procesos de concentración de la población
en las zonas mas favorecidas por el capital y el empleo".
Ibán sostiene que la existencia de casas vacías
en los centros de las ciudades responde a una lógica
de la especulación capitalista, lo cual explica
la paradoja de que la dificultad de acceso a la vivienda coexista
con la existencia generalizada de viviendas desocupadas. "En
el caso de España, por poner solo un ejemplo, desde
finales de los años sesenta los precios del suelo y
la vivienda no han parado de multiplicarse en tres booms sucesivos.
Sin embargo en las grandes urbes del Estado español
encontramos enormes parques de viviendas vacías, viviendas
nuevas que tardan años y años en ocuparse, viviendas
antiguas que se abandonan hasta la ruina, solares que nunca
se edifican". Según Ibán, mantener viviendas
vacías permite construir, vender y alquilar más,
además de generar expectativas sobre una suba de los
precios del suelo, a la espera de poder obtener mayores beneficios
en un futuro.
oKupación
política
Ibán asocia estos procesos
especulativos a la consiguiente gentrificación de
las áreas centrales: "esto se consigue mediante
la declaración de ruina de viviendas antiguas o de
impago de los alquileres, además de la concentración
de la construcción de viviendas de protección
social en determinados puntos de la periferia de las ciudades.
Se consigue así liberar el espacio, demoler las viviendas
antiguas y poder construir otras de mayores dimensiones y
comodidades, que unidas a su posición estratégica
en el centro o áreas cercanas al centro de las ciudades,
se repoblarán con ciudadanos con un mayor poder adquisitivo".
Por otra parte se eliminan viviendas y rentas de las que se
podían extraer escasos beneficios, a la vez que se
fomenta la construcción de nuevas viviendas que, a
pesar de ser supuestamente de precios protegidos por la administración,
tendrán unos precios y unos alquileres muy superiores
a las rentas viejas de las casas de vecinos.

"La ocupación ha sido
utilizada como herramienta para luchar contra estos procesos
en numerosas ocasiones. En primer lugar, ocupando las casas
que dejaban vacías la especulación o desalojos
previos, y en segundo lugar rehabilitando las casas antiguas
para evitar su "ruina", principal objetivo de los
propietarios. Esto ha sido evidente en la mayoría de
las experiencias con la ocupación militante en el Estado
español, y con anterioridad ya habían abanderado
esta lucha los okupas de Berlín, con las llamadas "ocupaciones
de mantenimiento". Sin embargo, Ibán considera
que hasta el momento dicha estrategia ha fracasado,
con pequeñas excepciones. "La principal causa es
que han sido siempre elementos externos y no los habitantes
tradicionales del barrio los que han llevado a cabo estas
acciones. Además, los okupas no han conseguido siempre
conectar con la gente del barrio y conseguir su participación
en las luchas".
El mismo autor, en otro artículo
(España:
el problema de la vivienda y el papel de la ocupación),
sostiene que este modo
político de "okupación" es específico
del occidente desarrollado, y lo explica por la coincidencia
de una industria de la construcción activa y muy sofisticada,
alta rentabilidad de la especulación inmobiliaria,
elevados precios del suelo, y al mismo tiempo problemas de
hacinamiento y tugurización en las grandes ciudades.
La "okupación" política estaría ligada
a la denuncia de estos problemas urbanos. Sostiene
que el primer periodo de ocupación masiva y politizada
dentro de un país capitalista se remonta al Londres
de postguerra, en el contexto de una crisis de vivienda muy
grande originada por la destrucción por los bombardeos.
El fenómeno reaparecería entre los '60 y los
'70, protagonizado "por familias de clase obrera, sobre
las que la crisis económica y la posterior reconversión
no tuvo piedad". Este movimiento no tiene objetivos ideológicos
ni testimoniales, sino que busca presionar al gobierno
para conseguir mejoras en los servicios sociales de vivienda,
con cierto éxito. En el mismo período se registran
numerosas okupaciones en Berlín Oeste y en el norte
industrial de Italia, donde los grupos "Potere Operaio"
y "Lotta Continua" pregonan la extensión
de la desobediencia obrera desde la fábrica (la producción)
hacia el consumo, en este caso el de la vivienda. Otro instrumento
utilizado fue el de las "auto-reducciones" en supermercados
y medios de transporte: consistía en la negativa a
pagar incrementos de precios y tarifas, practicada de manera
activa.
En la actualidad,
según Ibán, la vivienda "es una trampa muy
bien montada, como cualquier otra mercancía orientada
al consumo obrero de masas". Cita el caso de España,
donde en los seis primeros meses del 2001 el precio de la
vivienda creció un 16,6%, un 13% más que los
sueldos de los trabajadores asalariados, mientras que desde
julio del 2001 hasta julio del 2002 subieron un 15%. Esto
implica que las familias de trabajadores tienen que dedicar
un promedio del 47,5% de la renta familiar al pago de
su vivienda. Es la denuncia y la lucha contra esta situación
la que Ibán considera se encuentra en el corazón
de las okupaciones, y esa convicción se expresa en
la consigna con que cierra su nota: "hacer que cada espacio
ocupado y autogestionado sea un cáncer para el mercado".
Algo parecido a lo que sostiene el grupo de okupación
Almorranas Kabreadas. Al comentar la batalla sostenida en
pleno centro de Barcelona durante el desalojo del antiguo
cine Princesa, en octubre de 1996, los AK sostienen que "a
la ciudad del diseño y de la paz social le ha salido
una almorrana. Toda la ingenieria del consenso puesta
en marcha ya antes del ´92 para vendernos la idea de
que vivimos en la mejor ciudad del mundo se ha visto confrontada
con un hecho inesperado: en el centro de Carcelona ha existido
un espacio libre". Con un lenguaje de clara inspiración
situacionista, los AK reivindican, "en la Barcelona feliz
de los voluntarios, de los ciudadanos definitivamente felices
porque están muertos, del espectáculo subvencionado
permanentemente", el haber logrado imponer un uso distinto
del espacio. Despojado de sus fines especulativos, el espacio
se ocupó para abrirlo a otras maneras de vivir: "durante
horas, Barcelona dejó de ser el gran supermercado de
fachadas rehabilitadas".

César Londoño, en el sitio español Calle
22, ubica el principio
del fenómeno okupa en los tiempos del punk (mediados
de los '70), cuando jóvenes anarquistas y obreros
desempleados tomaban viejas fábricas abandonadas
en los suburbios de Londres, Rotterdam o Frankfurt, "en
busca de un espacio en el cual vivir a su estilo y sin dinero".
Londoño recuerda que en aquel momento España
salía del aislamiento franquista y comenzaba una acelerada
modernización. Una de las consecuencias fue el auge
de la especulación inmobiliaria: "las empresas del
sector empezaron a comprar cuanta casa, solar o edificio podían,
no para ser vendido o reformado sino para dejarlo inutilizado
tantos meses o años como fuera necesario, años
al cabo de los cuales los derrumbaban y construían
de nuevo, multiplicado su valor de forma considerable y encareciendo
el precio del suelo hasta limites desmedidos". Se llega
así en la actualidad a más de 250.000 predios
abandonados en Madrid y más de 80.000 en Barcelona.
Este sería entonces el origen del movimiento oKupa
español, "desprovisto de estrategia, de organizaciones
estables y de líderes, que funciona de forma asamblearia
y en el que las decisiones son tomadas por el colectivo, que
a su vez se encarga de autogestionar las casas ocupadas".
No se identifican como un grupo homogéneo, sino un
colectivo en el que conviven personas de todas las clases
(antimilitaristas, sindicalistas, grupos de rock, artistas,
grupos gay, antifascistas, etc.)
En Barcelona existían (al momento de escribir Londoño
este artículo, en el año 2000) 68 casas okupadas
"por más de 500 jóvenes que intentan crear
conciencia en la comunidad sobre los peligros del libre comercio
o las nuevas formas de economía y que han sido abanderados
en la lucha por la insumisión al servicio militar".
Livia Gershon, estudiante de
artes en Connecticut, refiere en la revista Adbusters
su visita a los ex okupas
del Fifth Street Squat, en el Lower East Side, Bajo Manhattan.
Se trata de un edificio demolido por el Ayuntamiento pretextando
daños estructurales irreparables con posterioridad
a un principio de incendio (un argumento similar al que se
usó en Buenos Aires para el desalojo del Padelai).
Los okupas se trasladaron unas pocas cuadras al norte, en
la calle Novena, al asentamiento conocido como Dos Blocos,
ocupado desde hace más de 10 años. Livia refiere
que aunque la gente más visible del sitio es joven
y blanca, la mayoría de los okupas son familias locales,
trabajadores indocumentados, y gente demasiado pobre como
para pagar un alquiler en Nueva York, muchos de ellos hispanohablantes.
Se estima que hay 12 edificios ocupados en el barrio, con
un promedio de 30 habitantes cada uno (muchos de ellos, pasan
totalmente inadvertidos en el contexto urbano, por no presentar
el típico activismo y simbología okupa).
Fifth Steet Squat pertenece al Ayuntamiento, mientras que
Dos Blocos es formalmente propiedad de un banco. Los abogados
que asisten a los okupas sostienen que los propietarios
formales han permanecido demasiado tiempo descuidados de sus
posesiones, por lo cual reclaman la llamada posesión
adversa (que corresponde a quien ha ocupado durante un determinado
tiempo un solar sin reclamo por parte del propietario). Pero
el argumento choca con el creciente interés de los
desarrolladores inmobiliarios por el Lower East Side.
Una de las mayores objeciones de los oponentes al movimiento
okupa de Manhattan es que se trata de chicos blancos de
clase media que juegan a ser pobres y revolucionarios,
y ocupan lugares que el Ayuntamiento podría dedicar
a construir edificios de protección social para familias
realmente necesitadas. Pero los okupas sostienen que esas
viviendas, transcurrido un tiempo, podrían ser vendidas
a valores de mercado y así acelerarían el proceso
de gentrificación que ya alteró el anterior
perfil de barrios como West Village y el SoHo: los okupas
se ven a si mismos como un reaseguro contra la especulación
inmobiliaria, al bajar los valores de mercado en el área.
Como forma de congraciarse con sus vecinos, suelen disponer
algunos servicios sociales, en especial jardines sobre
lotes abandonados, puestos a disposición de la comunidad
barrial (es algo similar a lo que en Buenos Aires se realizó
con posterioridad a la crisis de diciembre de 2001: algunas
asambleas barriales han realizado ocupaciones de edificios
abandonados, en general bancos o fábricas, para instalar
servicios sociales como guarderías y comedores). En
el caso de Fifth Street, los okupas habían creado uno
de estos jardines, abierto a los niños del barrio,
y también una asociación vecinal, un espacio
artístico, un café libre y una pequeña
biblioteca en el salón comunitario de "su" edificio.
Un centro comunitario de características similares
es ABCNoRio, sede de una galería de arte y un comedor
vegetariano donde se difunde ideología pacifista entre
los marginados que vienen a alimentarse. Con la misma intención
de ganar la simpatía del barrio, y evitar los estereotipos
y prejuicios culturales, los okupas neoyorquinos suelen ser
muy rigurosos en rechazar la integración de drogadictos
a sus comunidades.
Estos grupos de ocupación
política en ciudades del mundo desarrollado, como los
squatters de Londres, Rotterdam y Nueva York, o los
okupas de Barcelona y Madrid, suelen integrarse con
sectores automarginados, anarquistas o radicales que cuestionan
la esencia misma de la propiedad. Habría que resistir
la tentación romántica de ponerse de su lado:
sería convalidar la idea infantil de que los cambios
sociales se realizan por agregación de aventuras individuales.
En muchos casos, de parte de jóvenes cuyos padres están
en condiciones de sacarlos de sus casas ocupadas en barrios
chics. Santiago Castellà, profesor de la Universidad
Rovira i Virgili de Barcelona, considera que el fenómeno
de la okupación es un acto ilegal, pero que puede ser
tolerado, en un estado de derecho, como una estrategia
para la transformación del marco legal establecido.
Para eso supone 3 condiciones:
- Que la propiedad esté
efectivamente abandonada, no utilizada desde mucho tiempo
antes por su propietario.
- Reconocer el escándalo
que significa una situación económica y social
donde los jóvenes tienen problemas para acceder a
una vivienda, con lo cual deben vivir con sus padres hasta
los 35 años, hacer el amor en espacios públicos
o aparcamientos, y encontrarse con sus amigos en bares.
- La indignación que
supone ver centenares de propiedades abandonadas, a la espera
de su revalorización o de la recalificación
del área.
En este contexto, sostiene Castellà,
los jóvenes que ocupan viviendas que ninguno disfrutaba,
evitan que estas se deterioren, gestionan el espacio y
le dan una utilidad individual y comunitaria. Aunque transgreden
las leyes y se arriesgan a ser desalojados, son parte de lo
que algunos juristas llaman la "sociedad abierta de interpretes
constitucionales", donde los ciudadanos están interpretando
constantemente la Constitución, como norma abierta
y dinámica, adaptada a las exigencias de los distintos
tiempos históricos. Se trataría de una forma
de desobediencia civil, un mecanismo para provocar cambios
en las leyes o en su interpretación.
Castellà advierte que en una sociedad democrática
esta desobediencia civil debe ser pacífica y aceptar
las consecuencias que implica el incumplimiento de las leyes.
De esta forma, los okupas serían la punta de lanza
de una nueva interpretación de la Constitución,
que pusiera más énfasis en la función
social de la propiedad que en su función especulativa,
y que equipare el derecho a la vivienda con el derecho a la
propiedad. Y entre los avances que esta interpretación
permitiría, se encuentran la penalización impositiva
a los inmuebles desocupados, el aumento de la inversión
pública en vivienda, y la autogestión de los
espacios públicos por los ciudadanos.
Construcciones
no declaradas: la "ecomafia"
Otra forma de clandestinidad
es la de los propietarios que realizan mejoras o construcciones
en sus terrenos, y no la declaran a los Municipios. De esta
manera inciden sobre el cobro de derechos de construcción
y tributos territoriales, pero fundamentalmente sobre las
normativas urbanísticas: la clandestinidad de las construcciones
es una forma de eludir códigos y zonificaciones.
Las posteriores moratorias y condonaciones terminan, en general,
premiando a los infractores.
Es un fenómeno típico de países o regiones
donde el Estado es débil o compite con otras formas
de organización social: Latinoamérica o
el sur de Italia, por ejemplo. Esta forma de ilegalidad puede
tener distintas motivaciones: en el peor de los casos, como
en el "abusivismo" en Italia (la denominada ecomafia) se trata
de generar rentas extraordinarias a partir de la realización
de obras no permitidas a quienes actúan legalmente.

Cerca de 30.000 edificios "abusivos"
fueron realizados en Italia durante el 2002, un 9% más
respecto al año anterior. Según el informe Ecomafia
2003, preparado por
el grupo ambientalista "Legambiente", más de la mitad
de estás construcciones ilegales se concentran en Sicilia,
Campania, Puglia y Calabria, regiones en las cuales los abusos
representan el 26% de las obras realizadas durante el año.
Estas cifras representan más de 4 millones de metros
cuadrados construidos, con un valor inmobiliario de alrededor
de 2 mil millones de euros.
El procurador general de Sicilia, Francesco Marzachi, se queja
de la escasa cantidad de demoliciones, que se limita a los
casos más grotescos y deja una sensación de
anarquía e impunidad que estimula la clandestinidad.
La tolerancia oficial a las obras clandestinas suele justificarse
en cualquier país por la supuesta condición
humilde de los infractores, y por la preservación del
patrimonio social que representan los activos construidos.
Sin embargo, en muchos casos las obras clandestinas no se
realizan para su uso sino para su venta o alquiler, en algunos
casos en situaciones ambientales privilegiadas, como
por ejemplo en la costa siciliana, o en los alrededores de
las ruinas de Pompeya. Una ley de 2001, que regula el reordenamiento
de las playas sicilianas, permite la construcción de
nuevas aglomeraciones turísticas en la franja de 30
metros de la costa, y la incorporación legal de construcciones
abusivas. En febrero de 2002, Massimiliano Fuksas protestaba
en las páginas de l'Espresso por el artículo
71 de la ley financiera, que permite reclamar la compra de
una porción de tierra pública sobre las costas
a quien haya construido, incluso abusivamente, un camino o
parque para acceder desde la propiedad privada a la playa.
Recientemente el Parlamento Italiano
rechazó la pretensión del gobierno de Silvio
Berlusconi de una condonación edilicia con fines
recaudatorios (ver
café de las ciudades numero3),
ante la presión de grupos ambientalistas y la oposición
de los partidos de izquierda. La condonación completaba
una moratoria fiscal recientemente realizada, y representaba
el tercer caso
en pocos años.
El arquitecto y urbanista
Pier Luigi Cervellati ha criticado recientemente la propuesta
"creativa" de Berlusconi para la despenalización de
los abusos edilicios, a cambio de donar un jardín o
un lugar para juegos a la comunidad. "Estas palabras -
sostiene Cervellati - son como una invitación a
construir en forma clandestina, a levantar un piso más
que lo permitido si a cambio se ponen unos maceteros con geranios
en las ventanas". Vittorio Sgarbi se refiere a la proliferación
de edificios clandestinos en el Valle de los templos, en Agrigento,
ironizando sobre la vegetación que los cubre para disimularlos,
y sobre la invasión más evidente, un bloque
de cuatro pisos perteneciente, ¡nada menos!, que a la
Superintendencia de Bienes Culturales.
La administración Berlusconi ha manifestado en varias
ocasiones su voluntad de despenalizar la construcción
clandestina y especialmente frenar las demoliciones, lo cual
ha hecho retrotraer los avances que se habían registrado
en los años anteriores (un 15% menos de abusos entre
1998 y 2001, según Legambiente). Además de las
demoliciones, otra estrategia utilizada es la de la transferencia
de los edificios clandestinos al patrimonio inmobiliario de
las comunas, como se ha hecho en el caso de los parques nacionales.
La espera por la moratoria que
pondrá en igualdad de condiciones a estas obras con
las realizadas de manera legal, termina siendo un premio
a los infractores. En algunos casos, incluso estos tienen
más facilidades para realizar sus trámites que
quienes actúan correctamente: en Buenos Aires, hay
municipios que dan facilidades para el pago de derechos de
construcción de obras no declaradas, mientras que imponen
formas de pago muy estrictas a los constructores legales.
Barrios
privatizados a la fuerza en Buenos Aires
Otro fenómeno de ocupación,
muy curioso, se registra en la periferia metropolitana de
Buenos Aires, donde ciertas urbanizaciones comunes, abiertas
y tradicionales, nuevas o existentes, son cerradas en los
hechos por los propietarios. Estos alambran o cercan los límites,
y ponen barreras en las entradas, de manera de privatizar
un sector de ciudad. Las excusas, en la mayoría
de los casos, se vinculan a la seguridad. Algunos municipios
toleran estas situaciones, mientras otros la enfrentan e incluso
llegan a peleas políticas y judiciales.

La gran diferencia con las ocupaciones
de las que hablamos, es que estos vecinos no producen ciudad
sino que la cierran, la apartan del orden de lo público.
Ni siquiera se trata de la expansión metropolitana
mediante la urbanización privada, sino de una privatización
clandestina de la ciudad existente.
Desde hace varios años,
la municipalidad de Malvinas Argentinas tiene un conflicto
con los vecinos del tradicional barrio CUBA (Club Universitario
de Buenos Aires). Norberto Iglesias, Director de Planeamiento
de dicho municipio, presenta el caso como el intento de apropiación
de una red de calles públicas nacidas en la década
del ´50, como parte de una subdivisión de suelo
con fines residenciales de un sector de 40 hectáreas
alrededor de un campo deportivo. "Estas calles - sostiene
Iglesias - siempre fueron utilizadas como públicas
y atravesadas por los vecinos de los barrios circundantes,
por lo que nunca lograron obtener el permiso de uso exclusivo
de las mismas a sus residentes. Permiso que sí obtuvieron
otros casos similares como el Olivos Golf Club y el San Carlos
Country (ambos en Malvinas Argentinas) en la década
del ´80, de parte de las autoridades municipales de facto.
Solo una ordenanza extemporánea, ilegal y teñida
de corruptela, concedió el cierre de este sector urbano
con muros y el derecho de admisión en favor de una
asociación civil. Esta ordenanza fue denunciada y luego
anulada por el nuevo gobierno de Malvinas Argentinas, el que
después de las debidas actuaciones administrativas
derriba los muros y libera al uso público irrestricto
las calles".
Para Iglesias, el caso CUBA devino paradigmático por
diversos motivos: entre ellos, que el sector comprometido
se inserta en un espacio urbano consolidado, y que fue el
primer (y casi único) caso en que el Municipio se
opuso de manera contundente a la privatización
de las calles. Según el funcionario, el conflicto estuvo
impulsado por un grupo fuertemente vinculado al poder económico
y mediático de la Argentina, y en el se dirimen expresamente
cuestiones como el significado y dominio del espacio público,
y las competencias del Estado respecto de la gobernabilidad
del territorio. En la actualidad, el conflicto está
en trámite en la Suprema Corte de Justicia de la Provincia
de Buenos Aires, aunque recientemente se ha firmado un acuerdo
entre las partes a fin de poner fin al litigio. La base del
acuerdo es el reconocimiento por el municipio de alguna diferenciación
urbanística de este sector, que justificaría
ciertas restricciones a la atravesabilidad, y la aceptación
por los vecinos de la propiedad pública de las calles
y de las potestades del gobierno local, y la renuncia a ejercer
el derecho de admisión.
Iglesias considera que los municipios del Gran Buenos Aires
no deberían estimular la localización de urbanizaciones
cerradas en sus territorios: "no solo por razones legales,
sino por la futura sustentabilidad social: la fragmentación
y la exclusión solo agravan el problema de la inseguridad".
Para el funcionario, la sociedad argentina carece de un verdadero
pensamiento crítico sobre el tema. "La seguridad
parece justificar todo: son puntuales los casos en que los
vecinos de afuera se ven agraviados por los cierres. Muchas
veces, si son de clase media, sienten resentimiento porque
se quedan afuera. Si son pobres, lo toman como una dificultad
adicional. Por eso lo dirigentes no se ven impelidos a defender
lo público". Iglesias tiene en general una visión
muy crítica sobre las urbanizaciones cerradas, a las
que considera "el símbolo de la claudicación
de toda una clase dirigente: una vez que este establishment
(económico, social y político) tenga su ciudad
segura, bella y armoniosa, ¿qué motivo tendrá
para ocuparse de la otra ciudad, las de los excluidos?
La solución debe buscarse por otro lado: producir más
y mejor espacio público, y ofrecer modelos alternativos
de urbanizaciones seguras que no hipotequen el futuro".
En el texto ya mencionado ("Mercantilización
de los servicios habitacionales ...) Fernández
Wagner y Varela consideran que "el poder simbólico
de este nuevo estilo de las elites ejerce un "efecto
arrastre" en muchos barrios de clase media de la región,
los cuales comienzan a gestionar autorizaciones para "cerrarse"".
Citan el ejemplo del Barrio CUBA, pero consideran aun más
significativa una tendencia que comprende barrios recientemente
urbanizados, por lo general con conformaciones sociales más
heterogéneas. Ese es el caso de Yei Porá,
un barrio abierto del norte del municipio de José
C. Paz, cuya Sociedad de Fomento ha presentado hace un año
ante las autoridades el proyecto de cerrar el barrio de 240
manzanas con dos entradas. Los principales argumentos para
esta medida son que "hoy el 70% de los que circulan
por nuestras calles no viven en nuestro barrio, pero con el
cerramiento los arreglos que hagamos no serán para
terceros, ni para camiones (
) mejoraremos sustancialmente
la seguridad, pero lo más importante es que vamos a
generar fuentes de trabajo...".
Algunos vecinos han expresado dudas acerca de la situación
de quienes tienen casas con tenencia precaria, o sobre cómo
harán para acceder a las rutas y avenidas principales
los vecinos del contiguo Barrio Parque Alvear. También
dicen que el 85% de los vecinos firmó el proyecto,
"pero ¿qué sucede con el derecho a una vida
comunitaria del 15% restante?".
Fernández Wagner y Varela sostienen que cuestiones
como el derecho a la libre circulación, la vida comunitaria
y la accesibilidad, son componentes esenciales del derecho
a la ciudad, que en Buenos Aires nunca estuvo en cuestión,
dado el carácter abierto del sistema circulatorio y
el confinamiento de la propiedad privada dentro de la manzana.
"Lo nuevo - consideran -también lo constituye
el sentido individualista que pasa a primar frente al sistema
de aportes solidarios del sistema abierto. En ello sin duda
es donde opera con mayor fuerza el carácter simbólico
de este tipo de situaciones socio-espaciales. Con estos hechos
se refuerza el proceso de segregación residencial,
que contribuye, con sus barreras espaciales y con el estigma
a "los otros", a la penuria de los más pobres".
Sostienen que los municipios siempre tuvieron problemas en
el manejo de estos procesos de urbanización. Con la
aparición y auge de los "desarrolladores"
que operan con altas inversiones de capital, el peso político
y económico alteró el ciclo lógico
que debía seguirse respecto a las nuevas expansiones
residenciales en el suelo urbano. En estas, los tres pasos
característicos de desarrollo son la zonificación,
la dotación de servicios, y la integración del
suelo, tras lo cual se habilita el desarrollo de la parcela.
Cuando los propietarios del suelo y los desarrolladores influyen
políticamente sobre la planificación (o se "anticipan"
a ella), el orden se altera, apareciendo primero la integración
del suelo, luego la dotación de servicios, y por último
la zonificación. Los autores consideran que en el Municipio
de Pilar, "según se desprende de nuestras entrevistas,
el Código de Planeamiento Urbano esta siendo permanentemente
ajustado conforme el desarrollo de nuevas urbanizaciones".
Hay otros conflictos similares,
incluso en otras ciudades de la Argentina. En Marcos Paz,
el autodenominado "Club de Campo El Moro" mantiene un litigio
en la justicia, promovido por uno de sus residentes; en Pilar
hay conflictos con el cierre promovido por el Barrio Robles
del Monarca, y hubo un intento resonante en Pinamar, en el
año 2000, para cerrar una urbanización con un
cerco olímpico de 21 kilómetros de extensión.
En la periferia
de Mendoza, una de
las ciudades más ricas del pais, se han presentado
también algunos episodios similares.
Página
12 del 4 de mayo refiere el caso del matrimonio Cingolani,
quienes hace 5 años compraron un terreno en una urbanización
abierta de Pilar, el municipio del noroeste de Buenos Aires
que concentra la mayor cantidad de countries y barrios cerrados.
Pero luego de edificar su casa y comenzar su residencia en
el lugar, el lugar fue alambrado y se transformó en
el barrio privado "Segundas Colinas", creado sobre
terreno público usurpado. El terreno original era una
finca rural hasta que su anterior propietario decidió
lotearlo y ponerlo en venta. Y ahora el mismo propietario
es el encargado de cobrar los gastos por expensas del
supuesto barrio privado.
Según la nota, "en el barrio hay unos cien terrenos,
de los cuales algo más de la mitad está vendido:
el resto permanece en manos del dueño original, quien
parece ser el principal beneficiado por el cierre ilegal del
barrio, ya que la cotización de las tierras sube notablemente
cuando se trata de una urbanización cerrada". La
privatización del barrio fue decidida por los vecinos
en una serie de reuniones a las que los Cingolani no asistieron
(ellos nunca quisieron vivir en un barrio cerrado).
Como parte de esta privatización, se instaló
una casilla de vigilancia que controla todas las entradas
al barrio. El matrimonio " rebelde" sufre el acoso de los
vigiladores, que exige a sus visitas toda clase de requisitos,
y llegó a impedir la salida de un familiar porque no
tenía un papel firmado por los dueños... Las
normativas edilicias las fija una asociación conformada
por los propietarios
Vicente Basile, director de Planeamiento
de la Municipalidad de Pilar, informa en la misma nota que
hay en ese municipio unas 50 urbanizaciones cerradas con
irregularidades, sobre 148 en total. Según Basile,
"un analfabeto pueda pecar de buena fe, pero es llamativo
que una persona que invirtió 180 mil dólares
en una casa se dé cuenta cinco años después
de que los papeles no son legales. Lo que sucede es que compraron
cuando el mercado estaba en alza y encontrar un buen terreno
en Pilar era muy difícil, se compraba casi por teléfono".
Según la nota, en esa época de rápida
valorización inmobiliaria no era un buen negocio detener
un proyecto de urbanización hasta contar con todos
los permisos, y por eso se hicieron comunes las gestiones
irregulares, o las privatizaciones de hecho como la de
"Segundas Colinas".
La socióloga Cecilia Arizaga, autora de un estudio
sobre la vida en las urbanizaciones privadas de Buenos Aires
en los años '90, menciona en la misma nota la existencia
de mercados clandestinos, donde se venden vestimentas y calzados
piratas. Son los llamados "bolishoppings",
por estar a cargo de migrantes bolivianos. "Antes los usaban
sectores populares de la zona - sostiene Arizaga -,
pero después de la crisis de diciembre de 2001 esto
se populariza y legitima en los sectores medios". Según
Arizaga, "hay una idea constante de transgredir lo público,
pero esto debe leerse como algo que está dentro de
la conciencia. ¿Por qué tengo que pagar alumbrado,
barrido y limpieza cuando en realidad lo estamos pagando internamente,
por qué pagar impuestos por seguridad si la pagamos
internamente?".
El fenómeno de clandestinidad
es frecuente en estos barrios y country clubs. Al respecto
es sintomática la elevada cantidad de construcciones
no declaradas en country clubs y barrios cerrados. Los
problemas y vacíos legales aparecen incluso en barrios
con tramites realizados y aprobados por el Municipio y la
Provincia. Marcelo Robutti, arquitecto y urbanista, ha estudiado
la compleja situación legal de los "barrios cerrados"
de la periferia de Buenos Aires, que por estar en zonas urbanizables
no pueden definirse como "clubes de campo", y que en muchos
casos no pueden cumplir con las condiciones mínimas
de subdivisión (superficies, frentes, etc.) que establece
la Ley de Uso del Suelo de la Provincia de Buenos Aires. Frente
a esta carencia se han ensayado distintas soluciones, siendo
la más habitual la inscripción de estos barrios
dentro del régimen de Propiedad Horizontal, lo que
establece el contrasentido de catalogar a las calles y plazas
de esas urbanizaciones como si fueran pasillos, circulaciones
y patios de un edificio de departamentos.
Ante esta ambigüedad normativa, Robutti sostiene que
"en las "urbanizaciones cerradas" no estamos frente al
caso de una ciudad clandestina, en el sentido de que no cumpla
con la ley, sino frente a un caso en el que no hay ley
para cumplir. La legislación en materia urbana
en el Area Metropolitana de Buenos Aires, la que deviene del
Código Civil, la Ley de Propiedad Horizontal, la Ley
de Uso del Suelo, los Códigos de planeamiento y ordenamiento
urbano, etc., es bastante sólida cuando se trata de
la "ciudad tradicional", aún las áreas periurbanas.
En el caso de las urbanizaciones cerradas nos encontramos
con un objeto urbano que no encaja bien en ninguna de las
normativas vigentes, tanto en el derecho privado (situaciones
de dominio) como en el público (normativa urbanística)".
En los barrios cerrados y clubes de campo no está definido
quién es el garante del orden público y el bien
común en los nuevos espacios, "semiprivados - semipúblicos".
Según Robutti, de momento es un acuerdo de voluntades
entre los habitantes de la urbanización el que cubre
los vacíos legales y deficiencias de la ley. Sobre
los reglamentos escritos se monta un pacto de convivencia
no escrito aceptado por todos para evitar el fracaso de la
nueva unidad urbana y social. Pero en el momento en que haya
que remitirse a la letra de la ley, es probable que se pongan
en evidencia las falencias del sistema, y que los administradores
de justicia queden en situaciones comprometidas o poco claras.
Señala como ejemplo los casos de vandalismo adolescente
que están apareciendo en algunas urbanizaciones.
Otro problema, en este caso de
responsabilidad profesional, aparece con la pretensión
de algunas urbanizaciones de realizar todas las presentaciones
municipales de proyectos con un único arquitecto, que
no es el autor de las obras sino un gestor que salva la apariencia
de "propiedad horizontal ". En este recurso se pierden
la autoría y las responsabilidades profesionales de
los verdaderos autores de los proyectos y obras.
Clandestinidad:
distorsiones e inadecuación
Más allá de su
común clandestinidad, son bien distintas las consecuencias
de cada una de estas actitudes.
- Las ocupaciones de terrenos
producen y expanden (quizás dispersan) la
ciudad.
- Las ocupaciones de edificios
alteran los mercados de vivienda y dilatan o postergan
procesos de gentrificación urbana.
- Las construcciones clandestinas
distorsionan y alteran las normativas urbanas, la
igualdad ante la ley y las contribuciones territoriales.
- Y las privatizaciones forzadas
niegan directamente la diversidad urbana y el espacio
público.
En general, cuando las operaciones
clandestinas adquieren entidad, por su diversidad o cantidad,
están expresando algún tipo de inadecuación
en la ciudad: de expectativas, de rentas, de normas. Alguna
vez le escuche decir a un funcionario, y me pareció
atinado, que si algunas construcciones no cumplen con una
normativa, están mal las construcciones, pero si la
mayoría de las construcciones no cumplen... debe estar
mal la normativa.
Una sabia práctica en la gestión urbana será
la de discernir, en cada caso, cual es la distorsión
que la clandestinidad está revelando o encubriendo.
Y especialmente, quienes son los beneficiarios y perjudicados
por las situaciones clandestinas.
Discernir por ejemplo si las operaciones clandestinas generan
rentas extraordinarias a los propietarios del suelo, o
si constituyen una forma de resolver inequidades o carencias
del mercado inmobiliario. Si constituyen una agresión
al ambiente o si es posible mitigar o modificar su eventual
impacto negativo. Si expresan necesidades reales de
adecuación del territorio a la sociedad, o picardías
individuales de mayor o menor gravedad ambiental.
En definitiva, la situación
de clandestinidad no es solo un problema legal, sino que implica
una concepción política y técnica
sobre el espacio público, sobre el derecho a
la ciudad, sobre los límites del derecho de propiedad,
sobre la inclusión y la marginalidad en las
ciudades.
MC
Una inquietante
guía
para okupas en Gran
Bretaña, en la página del ASS (iniciales de
Advisory Service for Squatters...).
Sobre las oKupaciones
en Madrid y Barcelona, ver el número 5 de la revista
Espai
de llibertat, de la
Fundació Francesc Ferrer i Guàrdia y el sitio
del Consejo
de la Juventud de Barcelona.
presentación
comienzo
de la nota
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