La reconstrucción del Ground Zero de Manhattan tras el atentado de septiembre de 2001 fue tema recurrente en los primeros tiempos de café de las ciudades: en nuestro número 0 nos preguntábamos qué hacer allí, en la presentación del número 3 saludábamos algunos datos estimulantes que aportaban las presentaciones al concurso respecto al proyecto de reconstrucción original y en el número 4 comparábamos el proyecto ganador de Daniel Libeskind con el movimiento ascendente de las primeras secuencias de Pandillas de Nueva York, la película de Martin Scorsese.
Ha pasado una década y la semana pasada, la torre que alcanzará finalmente la simbólica altura de 1.776 pies llegó al piso 100 y superó al Empire State Building como el edificio más alto de la ciudad. Ya no se llama Torre de la Libertad sino One World Trade Center; ya no es una aguja espiralada que expresa “el dolor, la esperanza y la revalorización del contexto urbano” sino un corpulento contenedor de metros cuadrados de oficinas. Ya no es el sueño poético del arquitecto sino la apuesta prosaica del desarrollador inmobiliario Larry Silverstein, concesionario del predio.
El nuevo hito del skyline neoyorquino coincide con otros records que alcanza la ciudad. Según la sección inmobiliaria del New York Times, el costo promedio del alquiler de un departamento alcanzó en marzo los 3.418 dólares mensuales, la cifra más alta de la historia. Para Marc Santora, autor del artículo, este incremento no tiene correlato con la situación económica general que experimenta Estados Unidos (aunque Nueva York en particular haya recuperado empleos y su economía haya crecido en los últimos tiempos) y ha generado un profundo resentimiento entre los inquilinos: “me siento atrapada”, dice una vecina del East Side, “es demasiado caro mudarme y también es demasiado caro quedarme. Y siento como si yo ni siquiera fuera una persona a los ojos del propietario”.
MC (el que atiende)