Algunas realidades argentinas nos llevan involuntariamente a lo que Roland Barthes llamaba (y cuestionaba) la crítica “ni-ni”. Es el caso de las tragicomedias de enredos respecto al transporte metropolitano de Buenos Aires. Por un lado, la inexplicable demora en quitar a los Cirigliano la concesión de TBA, cuando sobran las razones para hacerlo. Por otro lado, la renuencia del Gobierno de la Ciudad al traspaso de los subterráneos, cuando no existe otra gran ciudad argentina donde el transporte urbano esté a cargo del Estado Nacional (¿alguien sabe de algún otro lugar donde se viaje en colectivo por un peso con diez centavos?).
Y las “chicanas”: la idea de contar los pasajeros que sobreviven a un viaje en tren para contrapesarlos a los 51 muertos del accidente en la estación Once (una imperdible contratapa de la revista Barcelona “festejó” el mes sin muertos en el Ferrocarril Sarmiento como prueba de que “algo está cambiando en el servicio ferroviario”). Y los absurdos: la reivindicación de la gestión Schiavi (¿alguien cree seriamente que fue en ese período cuando más se hizo en la Argentina por el ferrocarril, como se llegó a escuchar?). Y las frivolidades: una ciudad donde algunos deben dedicar cuatro horas por día a viajar en el transporte público, sitiada por una carrera automovilística donde los vehículos superan los 200 km/h…
Finalmente hemos incorporado a este número los comentarios a Horacio Torres y los mapas sociales y a Planes, Proyectos e Ideas para el AMBA. Estos trabajos nos recuerdan que la movilidad es parte constitutiva de la calidad y la capacidad inclusiva de una metrópolis, y que existe inteligencia y capacidad técnica para encarar su mejoramiento. La política debe asumir estos desafíos (y dejarnos salir del laberinto “ni-ni”).
MC (el que atiende)