Bourne 3.0 -El Ultimátum- culmina la saga del asesino amnésico e introduce elementos de lo que Fábio Duarte denomina crisis de las matrices espaciales. En la película de Paul Greengrass, la vista a vuelo de pájaro (la visión de conjunto de la ciudad) sirve de plano de referencia y de descanso para la acción; la verdadera visión contemporánea está en cambio desplegada en el ojo del control global, a través de las cámaras, y en el sucederse entrecortado de los primeros planos vertiginosos de peleas y persecuciones. En la adrenalínica escena de la estación Waterloo, la capacidad de sobrevida de los perseguidos está en su habilidad para mimetizarse en las texturas y coreografías de la multitud, despistar los passwords e interpretar los signos de una selva tecnológica.
Avanzando desde Giedion y su visión arquitectónica del espacio – tiempo, la forma de control del espacio ya no es la perspectiva sino la semiótica de los mínimos desplazamientos humanos. Esa es la matriz que iguala los laberintos de una afiebrada estación ferroviaria londinense con el laberinto de callejuelas y patios de Tánger, en Marruecos (para una espacialidad de la persecución, ver también los dos laberintos del cuento de Borges: el babilónico de los pasillos y los muros, el árabe del puro desierto; o la famosa escena del avión fumigador en North by Northwest, de Hitchcock).
Bourne huye de burocracias globales y de Operadores que matan siguiendo instrucciones de un mensaje de texto. En Nueva York (en una maniobra de amagues y desmarques casi futbolísticos…) termina desplazando a los controladores de su espacio de control; así recupera su memoria y se autoredime en el perdón a su perseguidor.
MC (el que atiende)