Se acerca la edición 2007 del Concurso de Buenas y Malas Prácticas Urbanas de café de las ciudades. Quienes así lo deseen pueden comenzar a enviar sus propuestas; mientras tanto, comenzamos una “competición” paralela, propuesta por Pío Torroja y Mauricio Corbalán: ¿cuáles son los mejores, o más influyentes, o más recomendables libros escritos sobre ciudad y urbanismo a lo largo de la historia? De entre tantos posibles, empezamos por proponer uno que dice, entre otras cosas:
La ciudad no es únicamente un lenguaje, sino una práctica. Nadie pues, y no tememos repetirlo y subrayarlo, está capacitado para pronunciar esta síntesis, para anunciarla. El sociólogo o el animador social, ni más ni menos que el arquitecto, el economista, el demógrafo, el lingüista, el semiólogo. Nadie tiene ni el derecho ni el poder de hacerlo. El único que quizás tendría este derecho sería el filósofo, de no haber demostrado ya la filosofía a lo largo de los siglos su incapacidad para alcanzar totalidades concretas (…). Tenemos todo lo necesario para crear un mundo, una sociedad urbana o “lo urbano” desarrollado. Pero este mundo está ausente, esta sociedad está ante nosotros únicamente en estado de virtualidad. Corre el riesgo de perecer siendo solo germen. En las condiciones existentes, antes de nacer, moriría. (…) Quizás aquí resida la raíz del drama, el punto de emergencia de las nostalgias. Lo urbano obsesiona a los que viven en la carencia, en la pobreza, en la frustración de los posibles que solo como posibles permanecen. De este modo, la integración y la participación obsesionan a los no participantes, a los no integrados, a los que sobreviven entre los fragmentos de la sociedad posible y las ruinas del pasado: excluidos de la ciudad, a las puertas de “lo urbano”.
Henry Lefebvre escribió esto hace cuarenta años, en El Derecho a la Ciudad; parece oportuno rescatarlo cuando algunos discursos postulan a los derechos ciudadanos como una cuestión del siglo pasado…
MC (el que atiende)