La gentrificación es nuestro más grave problema urbanístico

La salvaje invasión de Rusia a Ucrania agrega nuevos temores a una época de pandemia y crisis climática. Y también pone en cuestión muchos supuestos sobre el orden mundial. Uno de ellos, por cierto ya bastante erosionado, es el que veía en la globalización una amenaza al protagonismo de los Estados nacionales (o una oportunidad para dejarlo atrás, según se viera). La producción “desterritorializada” de bienes y servicios, en lo económico, y la disgregación de uno de los bloques que protagonizaron la Guerra Fría, en lo político, alimentaban esta creencia.
En el campo de las cuestiones urbanas, esa teoría abonaba la hipótesis (de cierta reminiscencia hanseática) de un renovado protagonismo de las ciudades. Las ciudades podrían establecer alianzas políticas y redes económicas por fuera o por encima de sus Estados de pertenencia; en modo opuesto pero complementario, competirían entre sí por atraer capitales y talentos en un contexto general de desregulación. La teoría de la subsidiariedad, que obliga a las administraciones más cercanas a la ciudadanía a atender cuestiones que históricamente correspondían a instancias nacionales o subnacionales.
Ya la Nueva Agenda Urbana de la ONU, en 2016, incluía entre sus pocos consejos relevantes el de la reasunción por los Estados nacionales de sus responsabilidades y competencias sobre la ciudad y el territorio. Cada vez más, la discusión urbana remite a una más amplia cuestión territorial y esta a un debate sobre amenazas globales: el ambiente humano en peligro, la producción, el empleo, la alimentación, los monopolios, la desigualdad, las migraciones forzadas, las dictaduras.
MC (el que atiende)