La necesidad de planificar las ciudades y, en un sentido más amplio, la vida económica y social –y al mismo tiempo la incertidumbre sobre cómo hacerlo, con qué objetivos y con qué resultados– es común a todas nuestras realidades locales. Un libro reciente de Martín Arboleda intenta presentar este reto con la consigna de “gobernar la utopía”, pero su enfoque resulta ingenuo y desparejo y su mirada particular sobre la planificación urbana, a la que directamente descarta y descalifica, decepcionante (probablemente, una consecuencia de la ignorancia sobre el territorio que encubren algunas posturas “antiespacialistas” o críticas del “fisicalismo”).
En sentido contrario, la nota Planeación, ¿para qué?, en este número de nuestra revista, presenta una breve pero muy precisa y clara exposición de las dificultades y oportunidades de la planificación urbana. Si bien está referida al contexto concreto de México, sus recomendaciones y advertencias resultan familiares para otras realidades regionales, en especial en América Latina.
Esta coexistencia de incertidumbre y necesidad se relaciona con una mirada a la vez ansiosa y angustiada sobre el futuro, propia de este tiempo en muchos espacios y en muy diversos ámbitos y generaciones. Hubo otras épocas donde esa angustia (no la angustia existencial individual sino una angustia extendida, colectiva, política) estaba focalizada en lugares, comunidades y hechos concretos; para hablar solo de la modernidad más reciente, cualquiera de las guerras mundiales, la guerra fría y su amenaza nuclear o las dictaduras latinoamericanas. Esa angustia no excluía promesas de una más o menos inmediata redención: el armisticio, la Revolución, la liberación, el progreso, incluso “el fin de la historia” neoliberal tras la caída del Muro de Berlín. Nuestra angustia, en cambio, es extendida, planetaria, como la pandemia. No tiene como contraparte promesas atractivas y creíbles de superación. Incluye la precariedad laboral y económica como horizonte a larguísimo plazo, la profundización de las desigualdades hasta niveles de crueldad, la amenaza de nuevas barbaries y una hecatombe ambiental a la que la indiferencia de los poderes políticos y económicos tiñe de una amenazadora irreversibilidad.
Como señala Alejandro Galliano, debemos recuperar alguna idea de futuro o alguien lo hará por nosotros. O como sostiene Roberto Eibenschutz en el texto que publicamos, queda clara “la imposibilidad de prever el futuro. Lo que si podemos hacer es intentar construir un futuro deseable, para lo cual necesitamos un plan”.
MC (el que atiende)